Bar Kokhba Sextet y la música judía radical

Prog'n'roll jazz y más... | Por Carlos Progduck | 


Artista: Bar Kokhba Sextet
Álbum: Lucifer: Book Of Angels Vol. 10
Año: 2008
Género: Música judía radical
Nacionalidad: USA

El sexteto Bar Kokhba con tres álbumes en su haber reúne a seis miembros principales de la familia Masada que a su vez es un proyecto musical dirigido por el genio estadounidense John Zorn, el cual, tiene músicos distintos dependiendo del concepto bajo el que se interpretarán cerca de sus 500 composiciones, englobadas bajo la corriente contemporánea de música judía radical.

El concepto del grupo, iniciado en 1993, es que cada canción está escrita de acuerdo con una serie de normas, incluido el número máximo de pentagramas, modos o escalas que se utilizan, y el hecho de que las canciones deben ser reproducidos por un pequeño grupo de instrumentos, ya sean alientos (Masada) guitarras acústicas (Masada Guitar Trio), eléctricas (Electric Masada) o un trío de cuerdas (Masada String Trio). Con el nombre Masada, el uso de escalas e instrumentación de tradición judía, los títulos de las canciones y las portadas de sus discos, Zorn reivindica su origen semita.


  


Alineación:
El sexteto incluyendo a Cyro Baptista en percusiones, Marc Ribot en guitarra, Greg Cohen en bajo, Joey Baron en batería, Mark Feldman en el violín y Erik Friedlander en el violonchelo. 

Discografía:
1998 - The Circle Maker - Disc Two: Zevulun
2005 - 50th Birthday Celebration Volume 11
2008 - Lucifer: Book of Angels Volume 10

‘No queremos aliados, queremos desertores del patriarcado’

Texto y fotos: Mónica Castro Lara |


Decidí titular este pequeño pero significativo texto con la muy puntual frase de la antropóloga e investigadora mexicana Marcela Lagarde, ya que desde hace semanas, no puedo sacarla de mi cabeza. He de confesar que siempre me ha ‘molestado’ esa palabra… ‘aliados’. Por eso, qué mejor momento para estar viv@s y transformarla en ‘desertores del patriarcado’, ¿no creen?

“Ahora que estamos juntas (ahora que estamos juntas), ahora que sí nos ven (ahora que sí nos ven). Abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer. Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer”.

Después de mucho pensar, concluyo que no me avergüenza haber vivido mi primera marcha #8M hasta mis 31 años y aunque no ha sido por falta de empatía, desinterés o desinformación, creo que a todos nos llegan las cosas en EL momento adecuado y mí me llegó esta experiencia transformadora en el instante más apropiado de mi vida. Tenía apenas dos días de haber vivido la Marcha por la Paz, convocada por estudiantes de la BUAP y UPAEP principalmente, a la que se le unieron más de 35 universidades y créanme que fue un día muy interesante y aleccionador. Por ende, mis ganas y emoción por vivir la marcha del domingo, eran bastante grandes.

“Mujer consciente, se une al contingente”.

Un día previo a la marcha, nos juntamos varias personas en casa de mi hermana Elo y mi cuñado Hugo para hacer un primer ejercicio de conversatorio, un espacio seguro en donde mujeres y hombres (sí… hom-bres) pudimos dialogar, compartir ideas, debatirlas, comenzar a establecer protocolos, contar experiencias y sobre todo, aprender a escuchar. Fue una tarde francamente inolvidable y me quedo corta cuando digo que soy muy afortunada en poder vivirlo. Soy una fiel creyente de que parte de la reestructuración de las cosas y de cómo enfrentar la violencia sistemática que vivimos en nuestra cotidianidad, comienza con un cambio social-cognitivo, que debe existir (al menos) la disposición de escuchar, pero también de dialogar.


La deconstrucción de mujeres y hombres (porque pensar y afirmar que los hombres son los únicos que deben deconstruirse no resulta un ejercicio crítico) debe ir acompañada de esta necesidad de externar nuestras vivencias, nuestras inquietudes, nuestros errores y aciertos para dejar de enfrascarnos en lo individual y dar cabida a una colectividad más auténtica. Gracias, gracias, gracias a esas mujeres y hombres que el sábado pasado me enseñaron que ES posible. Y además, cerramos la tarde con broche de oro, diseñando nuestras consignas para el día siguiente, un inesperado momentazo feminista.


 “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”.


Desde que desperté el domingo 8 de marzo de 2020, tuve esa sensación de ansiedad cuando sabes que se avecina un evento extraordinario y afortunadamente, así lo fue. Elo me preguntó en el transcurso de la mañana si tenía miedo, a lo que contesté un rotundo y muy seguro “NO”, como pocas veces en mi vida. Me entristeció que mi mamá ya no pudiera acompañarnos a la marcha pero, había escrito su consigna en la mañana y nada en el mundo me impediría llevarla y alzarla como si lo estuviera haciendo ella misma. Alistamos todo y llegamos treinta minutos antes de la hora citada, en un punto muy cercano a la Fiscalía de Puebla. Nuestro pequeño contingente, estuvo conformado por amigas, amigas de amigas, familia de amigas y las alumnas de mi hermana. “¿Pañuelo verde o morado?” y cada quién escogía el que quería, un gesto desinteresado y unificador.

Se acercaba la hora y Doña Ansiedad (o sea, moi) comenzó a inquietarse porque veía cómo comenzaban a juntarse más y más mujeres en el punto de reunión y nosotros, seguíamos esperando a nuestras compañeras. El  liderazgo de mi hermana, tras unos consejos bastante apropiados, nos condujo por fin hacia la multitud. Esperamos algunos minutos bajo la sombra de un sagrado árbol y después, comenzaron a organizarnos en filas de 10. En ningún momento, quería perder de vista a Elo porque yo quería y necesitaba marchar con ella; la misma caminata nos permitió ubicarnos a un lado, atrás o delante de cada una. Marchar sin ella no hubiera tenido sentido.

“Mujer, escucha. Esta es tu lucha”.

La multitud (que al principio me hizo dudar si éramos pocas o no), hizo que me costara trabajo escuchar las primeras consignas feministas que gritaban los contingentes que estaban delante de nosotras; afortunadamente no tardamos en repetirlas y hacerlas nuestras. “Sembraremos rebeldía hasta cosechar libertad” y “Sororidad es la respuesta a través de amor, lucha y coherencia”, palabras prestadas de la talentosísima Audry Funk. No importó que fuera ‘cargando’ doble, eran MIS consignas y quería/necesitaba/ansiaba exponerlas, no sólo a las mujeres que participaban en la marcha, sino a cualquiera con una cámara fotográfica o a las cientos de espectadoras que nos miraban, algunas con empatía, otras con asombro, otras con desprecio y muchas otras, con angustia.

“Señor, señora no sea indiferente. Se mata a las mujeres en la cara de la gente”.

Sentí mucho miedo en la primera parada de RUTA (Metrobús poblano). Algunas chicas comenzaron a hacer pintas y a golpear los vidrios de la parada con la intención de destruirlos. “Sin agresión, sin agresión” gritamos muchas. Y al principio lo grité sin pensar y siguiendo a ‘la masa’ y luego lo hice de manera MUY consiente. Estoy TOTALMENTE a favor de las pintas, de que se queme todo, de que se escriban consignas y se haga visible todo el dolor, la rabia, la impotencia, la injusticia, la segregación, la desigualdad y la violencia. Pero tan simple como que no quería que las chicas que estaban caminando junto a la parada, sufrieran algún tipo de violencia o secuela. Justo ahí estaba mi mejor amiga desde los 12 años, justo ahí estaban las alumnas menores de edad de mi hermana, y justo ahí estaba mi compañera de vida y mi alma gemela, Elo, a quien pude sostener de la mano con todas mis fuerzas. Sentí miedo… y es muy válido; hice a un lado mi egoísmo y pensé únicamente en ellas y en su seguridad. ¿Incoherencia? Llámenle como quieran, pero fue un sentimiento auténtico. No voy a juzgar, ni a avergonzar, ni a hacer sentir mal a otras que lo hayan sentido y externado, así como he leído en publicaciones en redes sociales proveniente de mujeres cercanas a mí. Qué bien y qué orgullo que no hayan sentido miedo y que hayan sido coherentes. Necesitamos que nos contagien de ese valor y de esa seguridad, siempre.


 “Vivas se las llevaron, vivas las queremos”.

Benditos árboles del Boulevard 5 de Mayo que aligeraron en algunos puntos nuestra marcha. Me imaginé la posibilidad de tener una ciudad repleta de vegetación y me encabrona mucho saber y ser testigo que Puebla, ha perdido tantas y tantas zonas verdes. Ya muy avanzada la marcha, nos íbamos poco a poco quedando sin voz, aunque surgía alguna consigna y de inmediato, recuperábamos el ímpetu. Mientras todo eso pasaba, no pude dejar de pensar –y sentir- el enorme abanico de emociones que me invadían: por un lado, el enojo, rabia, hartazgo, miedo, sed de justicia, el ser la voz de las que ya no están o de las que conscientemente, no quieren estar; por otro, la felicidad de sabernos juntas, cobijadas y hermanadas, de irnos apropiando (aunque fuera por un instante) del espacio público SIN el miedo de todos los días, de caminar de la mano de mis amigas de toda la vida, del despertar de una sororidad genuina y finalmente, de formar parte de este momento de la historia.

“Y la culpa no era mía, ni dónde andaba, ni cómo vestía”.

Y es justo aquí donde lloré, poco, pero lloré. Traté de contener mis lágrimas y gritar la consigna lo más fuerte que pudiera. Porque si bien he sufrido de la violencia estructural, soy de las pocas privilegiadas que no han sufrido acoso y violencia sexual sistemática, mientras que la gran, GRAN mayoría de mujeres sí. Pensar en eso me destroza todos los días. Pienso también en todas esas ocasiones cuando mis amigas no se han abierto conmigo y no me cuentan esas experiencias terribles que han vivido en el pasado, pero estoy en el momento idóneo para madurar, agradecer y celebrar que tengan la confianza de hacerlo con otras mujeres, porque simplemente no se trata de mí. Es esa mentalidad colectiva la que ha cambiado mucho mi visión de las cosas.  

Entramos al zócalo de la ciudad y desafortunadamente, el poco espacio hizo que toda la caravana se dispersara. No importa. Aplaudo, agradezco y admiro enormemente a esas mujeres, colectivos y asociaciones que organizaron la marcha y que han luchado sin cansancio ni titubeos desde hace años: gracias por ser ejemplo de resistencia, por leer el pliego petitorio, por invitarnos y recibirnos con los brazos abiertos, porque no juzgan, porque nos quieren vivas y porque construyen día a día, un México más justo.

“Aleeerta. (Aleeerta). Aleeerta. (Aleeerta). Alerta, alerta, alerta. (Alerta, alerta, alerta). Alerta que camina, la lucha feminista de América Latina. Y tiemblen, y tiemblen, y tiemblen los machistas, que América Latina será toda Feminista'.

Mi experiencia, en MI primera marcha #8M, fue tremendamente satisfactoria; terminé con el corazón atiborrado y con mucho interés en continuar formándome. No presencié insultos, ni reclamos, ni violencia. Presencié únicamente a mujeres poblanas vinculadas por una lucha que no tiene descanso y de la que sin duda, quiero y formo parte. “The Future Is Female”, dicen por ahí. ¡NO! El presente lo es. Gracias infinitas a mi Elito por caminar a mi lado. Gracias a mi mamá por hacerlo simbólicamente. Gracias a las amigas, alumnas y conocidas que estuvieron a mi alrededor. Gracias a las amigas que no vi pero sé que estuvieron ahí. Que sea la primera de muchas.  

“Hay que abortar, hay que abortar, hay que abortar este sistema patriarcal”.

El sábado hablábamos en torno a la perspectiva de género. En este diálogo de saberes cada quien dijo lo que entendía. Ignorantes todos, Hugo compartió que desde su disciplina, las Relaciones Internacionales, había constructos que ayudaban a entender cómo se conciben los liderazgos mundiales, así como el poder que tiene cara (o atributos) masculina e interpela a las grandes líderes mundiales, como lo han sido Merkel o Thatcher y que, de alguna u otra manera, emulan un prototipo de “mujer-macho”. Pensando que, como asumía Frantz Fanon en torno a la raza negra, sería una desgracia que el destino de la mujer sea convertirse en hombre; Hugo lanzó una de sus preguntas mordaces: “[…] y, ustedes, ¿se han sentido alguna vez empoderadas fuera de los estándares o indicadores de poder patriarcal?” El silencio fue la respuesta más estridente. Después de lo incómodo alguna se atrevió a emitir un desgarrador NO. Es algo que me abruma y me ha tenido reflexionando desde el sábado. Ojalá algún día, pueda gritarles una respuesta diferente.

El verdadero rock and roll

Music in a coma | Por Carlos Iván Carrillo |


Hace veinte años el 3 de marzo del año 2000 el verdadero rock and roll se lanzaba a una alberca desde una habitación en el noveno piso del Hotel Aconcagua en Mendoza, Argentina, justo un día después de haber tocado en un espectacular concierto junto a Mercedes Sosa y Nito Mestre y horas después de haber generado una riña en un bar donde él y su culto, whisky de por medio,  habían ido a celebrar el éxito del recital. Mira el tamaño de esos huevos, es Charly García, señores.

Los que me conocen saben que tiene poco tiempo que exploro el vasto universo del rock argentino, en realidad todo empezó el mes de diciembre de 2018 en una de esas tantas ocasiones en que mi pareja ahora ex me citó en una plaza comercial aplicando el clásico “tenemos que hablar”. Se habló lo que se tenía que hablar y me quedé vagando en una Bodega Aurrera dando vueltas por los pasillos y por mi cabeza, evitando estacionarme en el corredor de vinos y licores para no caer en la tentación, así que opté por abstraerme en el botadero de DVD’s de $15.99 pesos y entre tanta paja encontré el Charly García – En el Coliseo 50 años y no dudé en llevarlo.

Hasta antes de este momento había sido estúpidamente radical en cuanto al rock sudamericano y siempre fui muy chilensis. Pero con Charly me llegó luego Serú Girán, Sui Generis, Spinetta, Aznar, Tanguito, Divididos, Ratones Paranoicos, Estelares y así se me fue todo el año. En diciembre de 2019 pude compartir con una súper banda argentina que visitó México y me recomendaron la discografía que me ha robado los primeros meses de este 2020.

Fue curioso encontrar que una cantidad importante de las canciones que en los dosmiles sonaban como hits en México y que fueron interpretadas por diferentes monstruos del pop como Julieta Venegas, Paulina Rubio, Enrique Iglesias o Diego Torres por mencionar algunos  fueron compuestas por Roberto Fidel Ernesto Sorokin, alias Coti, rosarino de 46 años con una larga e impresionante carrera musical; en los 90’s empieza a escribir canciones para otros artistas, a chambear con Andrés Calamaro como su guitarrista de estudio y a producir a algunos de los personajes más importantes del rock latinoamericano, pero es hasta el 2001 donde decide armar su propio álbum de la mano del multi-premiado productor Cachorro López y desde entonces no ha parado de ser uno de los músicos más prolíficos de la música argentina. Dejo aquí una playlist con canciones imprescindibles de Coti.




Sin embargo, la rola de “El Bob Dylan latino” (según Andrés Calamaro) que he desgañitado en las últimas pedas con mis amigos es, curiosamente, un folk tompettiano en el que Coti graba todos los instrumentos excepto un pedal steel atmosférico que interpreta magistralmente el guitarrista catalán David Soler. Me bastó escuchar una vez la línea “Yo toco en una banda de mi amigo el verdadero rock and roll, habló de sus amores, de sexo y de la locura, de drogas y del tiempo en que volteaba dictaduras” para saber de quién estábamos hablando; hay contados personajes en la historia de la música que le han plantado cara a dictaduras militares, en los setentas y ochentas Carlos Alberto García Moreno lo hizo y venció.

La neta “El verdadero rock and roll” es un rolón, y el del bigote bicolor no merecía menos. Se cuentan muchas anécdotas sobre Charly, como cuando niño increpó en pleno recital al emblemático Eduardo Falú para decirle que la quinta cuerda de su guitarra estaba desafinada o la vez que compartiendo escenario con Sting, Bruce Springsteen y Peter Gabriel— dice “acá el jefe soy yo”. Lo cierto es que el homenaje que Coti Sorokin hace a García con ésta canción (incluida en su álbum Malditas canciones) es “un agradecimiento a lo que él le dio a los músicos de mi generación y un homenaje a alguien que le dio mucho a la música nacional”.


La canción tiene una carga nostálgica cabrona y que además finaliza con una frase del tema “Aprendizaje” de Sui Generis cuando Charly se burlaba de la doble moral burguesa “aprendí a ser formal y cortés cortándome el pelo una vez por mes”. Según Sorokin al componer la canción él pensaba en:

Una declaración de principios y a la vez un homenaje a lo que para mí es el verdadero rock and roll. Él llora más que grita y dice más de lo que canta. Él nos ha enseñado que la rebeldía no es un tesoro exclusivo de la adolescencia, que la utopía está más viva en las canciones de nuestros maestros que en los panfletos…

Como músicos y creadores hay mucho que aprender y reflexionar al respecto, pues como dice Coti Es tener la cabeza abierta porque hay más rock and roll  en el tango, en el flamenco o en el jazz de lo que creemos a simple escucha. Charly fue uno de los que nos enseñó que el verdadero rock and roll es aquella música que se deja influenciar por el tango y por muchísimas otras músicas, y que no es un compartimiento estanco…”; yo estoy convencido que la canción tiene que verse, de manera obligada, como un género, de la forma en que lo hacen estos dos gigantes y trabajarla haciendo a un lado el purismo rocanrolero. Pongo el tema en la mesa.

¿Es Charly García el verdadero rock and roll? Sí y Coti también, say no more. Aquí la rola:


El ‘Piano Man’ se despide de México


Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |


O ‘Como un neoyorquino sorprendió a más de cincuenta mil personas al sentir tanto frío que pidió un abrigo, gorro, bufanda y unos guantes azules para su concierto en Ciudad de México a tan sólo quince días de entrar la primavera’. Me parece un título más adecuado peeeero, seguramente me lo iban a editar (además que de por sí soy PÉSIMA para darle título a mis textos y Alex lo sabe ¡já!). Pero bueno... eso fue lo que sucedió y prometo platicarles el chisme completo unas líneas más adelante.

Justo estoy saliendo del que aseguran, es el último concierto del gran Billy Joel en México y, mientras intentamos salir del caos del estacionamiento del Foro Sol, quise empezar a redactar esta pequeña reseña aprovechando que tengo la adrenalina a tope. Tras tres horas y media de espera -porque #Provincia-, apareció en el escenario el buen Billy y fue ‘Big Shot’ la que hizo que se me fuera pasando el enojo, el cansancio y el hartazgo de estar esperando y viendo como a los chilangos les vale madre llegar a la hora que sea y con toda la calma del mundo y por ende, retrasar hora y media un concierto. ¡Ah! Porque déjenme decirles que a esta mujer que están leyendo, le empezó a dar un ataque de ansiedad porque se acercaba la hora y no había NA-DIE. “Por eso el país los odia” pensé mientras seguía llegando la gente en pleno coro de ‘Pressure’.

De inmediato el piano de Joel nos puso de excelente ánimo y todos los que estábamos apretados en las gradas –porque #Pobre-, intentábamos con dificultad movernos a su ritmo, tanto porque su música es altamente contagiosa, como para tratar de calentarnos y sobrellevar el pinche frío que hacía. Vayan haciéndose una idea de qué tan terrible estaba el clima, porque el mismísimo Joel nos lo rectifica. Cuando termina de tocar ‘The Entertainer’ (la tercera canción) es cuando el buen ‘Billy the Kid’ pide que le traigan una bufanda, un abrigo y un buen gorro porque: ‘Guys, it's freezing out here I hope you are all doing alright’. Y sí, fucking frío mi Billy, fucking frío.

Pero, comenzaron los primeros acordes de ‘Honesty’ y uy... qué cosa. El ‘new yorker’ nos anticipó que normalmente no la canta, así que nos hizo sentir bien afortunados. Aquí, justo aquí, fue donde empecé a cantar de principio a fin y no le pregunten a mi garganta en qué estado quedó. Le siguió ‘Don’t Ask Me Why’, ‘The Stranger’ y su pequeña pero significativa ‘rendition’ de ‘Tequila’ (tengo la prueba en mi celular). Luego, el momentazo de la noche: nos puso a elegir entre ‘Just The Way You Are’ y ‘Vienna’. ‘No mames, no mames, no mames, no nos hagas esto’. ¿En serio cree que podríamos elegir una sola? Ambas son LEGENDARIAS, ¿qué se cree? Y afortunadamente, Diosito me hizo el milagro y cantó ambas. No les voy a mentir: lloré, lloré y lloré con ‘Vienna’; la canté/grité enterita y me sentí completa por unos breves instantes. Qué hermoso poder de sanación tiene una simple –pero muy significativa- canción. Y sí, soy una ñoña y no me importa en lo absoluto.

Le siguieron ‘Say Goodbye To Hollywood’, ‘New York State Of Mind’, ‘Allentown’, ‘I Go To Extremes’, ‘She’s Always a Woman’ y así. La gente se prendió muchísimo con ‘My Life’ y ‘The River Of Dreams’ y después de ‘Scenes From an Italian Restaurant’ cantó la que yo pensé sería el cierre de su concierto: ‘Piano Man’. Todo el Foro Sol se estremeció y coreó a todo pulmón este emblemático tema de principio a fin; es increíble ver el estadio encendido (literal y figurativamente) y ver las caras de aquellos que fuimos a ver a Billy ‘to forget about life for a while’.

Se sale. ‘¿Y ya? ¿Eso es todo? Le faltan un montón de éxitos’. Qué ingenua Moniquita, ¡por supuesto que regresaría! Hace unos días vi el setlist de su último concierto en Nueva York y efectivamente cerró con ‘Piano Man’, por eso me sacó de onda. Pero, tan sólo fueron unos minutitos los que se hizo del rogar y regresó con TOOODO para interpretar ‘We Didn’t Start The Fire’ lo que nos puso a bailar, saltar y gritar. Le siguió ‘Uptown Girl’, ‘It’s Still Rock and Roll To Me’ y, ahora sí, cerró con ‘You May Be Right’. Un ‘encore’ de cuatro canciones para la posteridad.

‘Gracias México, buenas noches. Vayan con Dios’ su frase de despedida y en español. Un conciertazo de veintisiete canciones, con un juego de luces y sonido espectacular que hizo que se me olvidaran estos días tan tristes, pesados y abrumadores. Billy Joel me reafirmó que efectivamente es ya un artista consagrado, que a sus casi 71 años tiene un vozarrón envidiable (perdona Elton John pero tú ya no cantas ni madres) y que sus letras, estremecen a muchísimos mexicanos y de todas las edades.


Una semblanza de Gabriel García Márquez






Después de ser candidato durante cuatro años consecutivos al premio Nobel, el 21 de octubre de 1982 la academia sueca de letras otorgó a Gabriel García Márquez, periodista y escritor de origen colombiano radicado en México desde 1961, el premio Nobel de literatura: “por sus novelas e historias cortas en las que la fantasía y la realidad se combinan en un mundo rico de imaginación, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.  Esta fue la culminación de una vida dedicada a la creación literaria, recorriendo un arduo y sinuoso camino iniciado en la zona bananera del caribe colombiano. El anterior escritor latinoamericano en recibir el Nobel de literatura había sido el poeta chileno Pablo Neruda en 1971. 


Viviendo en la ciudad de México, durante 18 meses de intenso esfuerzo creativo, en los años 1965 y 1966 García Márquez había escrito su novela “Cien años de soledad”, considerada por los críticos y sus lectores su primera obra maestra. Cuenta García Márquez que cuando envió el original de la novela a la Editorial Sudamericana en Buenos Aires, al llegar a la oficina de correos, el empleado pesó el paquete y Gabriel descubrió que no le alcanzaba para cubrir el porte completo. En ese momento decidió dividir la novela en dos partes. Días más tarde, pudo enviar la segunda parte. 


Esto nos da cuenta de la difícil situación económica que atravesaban García Márquez y su familia mientras escribía la novela que lo lanzaría a la fama mundial y lo consagraría como escritor de enorme talento literario. “Cien años de soledad” fue publicada en junio de 1967, y su éxito fue inmediato. Gabriel García Márquez ya había cumplido 40 años de edad. Esta es una advertencia para los jóvenes que piensan que el éxito en la vida está a la vuelta de la esquina.


En tres años se vendieron medio millón de copias, y fue traducida a 24 idiomas. Actualmente, las ventas de la novela superan los 50 millones de ejemplares, y se ha traducido a más de 40 idiomas.
   

Todo mundo recuerda el primer enunciado de “Cien años de soledad”: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” 


Pero pocos recuerdan el último enunciado de la novela: ”Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Buendía acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”


Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, cerca del mar Caribe y de la desembocadura del Río Magdalena, el 6 de marzo de 1927. Sus padres fueron Gabriel Eligio García Martinez y Luisa Santiaga Márquez Iguaran. Gabriel fue el primero de 11 hermanos. Gabriel Eligio era telegrafista cuando conoció a Luisa Santiaga, el padre de ella se opuso a que su hija se casara con un hombre pobre y la envió lejos para separarla del pretendiente, pero éste se mantenía en contacto con ella por el telégrafo. 


Años después, en la ciudad de México, en una cena con su amigo Álvaro Mutis, éste le comenta que tenía una idea para escribir una novela de amor sobre una pareja que en su juventud, por diversas razones, no puede mantener la relación y se separan. Cada uno hace su vida por su cuenta, pero ya ancianos los dos se reencuentran y es entonces que reanudan la relación amorosa suspendida por tanto tiempo y se unen hasta la muerte. 


Después de un tiempo, García Márquez le pregunta a Álvaro si pudo avanzar sobre su novela y Mutis le contesta que no había logrado cuajar la idea. Entonces, García Márquez le pregunta si puede tomarla para uno de sus libros. Álvaro le dice que adelante, escriba su novela. Gabriel toma ésta idea, junto con la historia de sus padres, para escribir “El amor en los tiempos del cólera” publicada en 1985.


Los primeros 8 años de su vida los pasó con sus abuelos maternos porque sus padres se cambiaron a Sucre, donde su padre ejercía el oficio de farmacéutico. El abuelo le hacía leer un diccionario con ilustraciones palabra por palabra, como si fuera un libro común. Cuando murió el abuelo, el niño se fue a Sucre, con sus padres; y empezó su educación secundaria en el colegio jesuita San José, en Barranquilla, un puerto en el Caribe donde desemboca el rio Magdalena.


En 1947, siguiendo el deseo de sus padres, se traslada a Bogotá para ingresar en la facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Es ahí donde empieza a leer todo lo que le cae en las manos. La primera obra que le causa una impresión profunda es “La Metamorfosis” de Franz Kafka. El primer enunciado de la novela es: “Cuando Gregorio Samsa se despertó después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. Cuando leyó esto, Gabriel se dijo a sí mismo: Si alguien es capaz de escribir algo así, entonces es posible escribir cualquier cosa.


En abril del año siguiente, es asesinado el político liberal Jorge Eliecer Gaitán y se inicia un periodo de revuelta social conocida como el Bogotazo, que produjo, extraoficialmente, más de 3 mil muertos. La universidad es cerrada y García Márquez se traslada a Cartagena para seguir sus estudios universitarios.


Viviendo en condiciones precarias en Cartagena, Gabriel enferma de pulmonía y se traslada a la casa de sus padres para curarse. Durante su convalecencia, envía un mensaje a sus amigos en Bogotá Alvaro Cepeda, Ramón Vinyes y Germán Vargas, pidiéndoles que le manden algo para leer mientras se recupera. Cada uno de sus amigos prepara una caja de libros y las entregan a uno de los hermanos de Gabriel que se encarga de hacérselas llegar.


Las cajas contenían lo principal de la novela contemporánea norteamericana y europea: Mientras agonizo, Luz de agosto y El Villorio de William Faulkner, Manhattan Transfer y otras novelas de John Dos Passos, Contrapunto y Mi tío Spencer de Aldous Huxley, El camino del tabaco de Erskin Caldwell, La señora Dalloway de Virginia Wolf.


A la orilla del rio entre los árboles y tirado en una hamaca, Gabriel se dedicó a desmenuzar cada relato y cada novela hasta desentrañar los múltiples y complejos mecanismos del arte de la narrativa. En líneas generales, García Márquez aprendió la técnica para escribir novelas. Inspirado por “Mientras agonizo” pudo escribir su primera novela “La hojarasca”, los recuerdos de su infancia y la historia de Macondo-Aracataca, el pueblo donde nació.
    


En 1950, envía la novela a la editorial Losada en Buenos Aires, para su publicación. Sufre una decepción muy grande cuando recibe una carta del español Guillermo de Torre, agente editorial de Losada, donde después de reconocerle un cierto toque poético, lo descalifica como novelista negándole un futuro como escritor y recomendándole que se dedicara a otra cosa. Mucho tiempo después, Gabriel García Márquez reconocería que de no haber sido por su intensa e indeclinable vocación de escritor, hubiera abandonado para siempre la literatura.


Mucho se ha escrito y discutido acerca de las influencias literarias en la obra de García Márquez. En diversas ocasiones, él mismo declaró que después de haber leído a William Faulkner, entendió que debía dedicar su vida a escribir. Los temas predominantes en la obra de Faulkner son la tradición del sur norteamericano, el caos contemporáneo y el destino del hombre.


En 1963, cuando todavía no había empezado a escribir “Cien años de soledad”, Ernesto Volkening nacido en Bélgica pero avecindado en Colombia dedicado a la crítica literaria, escribe un artículo en el que analiza el paralelismo de la obra del ya consagrado Faulkner con la obra del incipiente escritor García Márquez. Volkening analiza la influencia de Faulkner en “El Coronel no tiene quien le escriba” y “Los funerales de la mamá grande”. Señala las similitudes del norte caribeño colombiano donde está Macondo, con el sur profundo norteamericano donde transcurren las novelas de Faulkner. El ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal  señala: “Si se estudia la influencia de Faulkner en García Márquez es porque el narrador colombiano ha sido capaz de hacer algo más que repetir a su maestro.


Una de las novelas de Faulkner que más influyó en la obra de García Márquez es “El sonido y la furia”. El título está tomado del famoso acto quinto, escena quinta de “Macbeth” de William Shakespeare, acerca de lo absurdo y efímero de la existencia. El colombiano utiliza el procedimiento de desarrollar, en desorden cronológico, varios hilos narrativos; y dos o tres personajes describen una misma escena con visiones diferentes. Tanto Faulkner como García Márquez recurren a la técnica del monólogo interior, es decir, dejan que el subconsciente fluya y se exprese libremente. La misma técnica utilizada por James Joyce y Virginia Wolf.


En su novela “Ulises”, James Joyce intenta registrar lo que un hombre dice, ve y piensa; y lo que ese decir, ver y pensar causa en el subconsciente. Virginia Wolf propone: Registremos los pensamientos como vayan cayendo en la mente, sin importar la aparente anarquía o incoherencia de los mismos. El producto de todo esto es lo que se ha dado en llamar “el fluir del subconsciente” o “el monólogo interior”.


Por ejemplo, como es típico en Faulkner, en “El amor en los tiempos del cólera” García Márquez empieza su relato en un momento próximo al final de la novela. Para García Márquez el primer enunciado de una novela es de fundamental importancia: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. El argumento de la novela se resuelve en un solo día, un domingo de Pentecostés. Por la mañana, apenas clareando el día el doctor Juvenal Urbino de 84 años, uno de los tres protagonistas de la historia acude a la casa de su amigo y rival en el ajedrez, el fugitivo haitiano inválido y fotógrafo de niños Jeremiah de Saint Amour que se ha quitado la vida con cianuro en un sahumerio de oro. Dispensa la autopsia, extiende el certificado de defunción y ordena que sea enterrado ese mismo día. Cuando regresa a su casa para el desayuno con su esposa Fermina Daza de 70 años, la segunda protagonista, se entera que el loro, mascota de la familia apreciada por sus habilidades, se ha escapado porque inadvertidamente le han crecido las alas y puede volar.


Después del mediodía la pareja asiste a una fiesta para celebrar las bodas de plata de un matrimonio amigo y por la tarde, al regresar a su casa la servidumbre le informa que el loro ha regresado y está en una rama del mango en el patio trasero de la casa. El doctor se acerca al árbol y le dice: “Eres un sinvergüenza” mientras intenta alcanzarlo; pero el loro se aleja caminando sobre la misma rama y le responde: ”Más sinvergüenza eres tú, doctor”. El doctor sube por una escalera pequeña recargada en el árbol y cuando atrapa al loro, la escalera resbala y Fermina Daza apenas tiene tiempo de despedirse de su esposo que muere por la caída.


Durante el velorio aparece el tercer protagonista de la historia, Florentino Ariza de 76 años, director de una empresa comercial de barcos de vapor que recorren el rio Magdalena, y primer novio de Fermina Daza en su lejana juventud. Con diligencia y discreción atiende las necesidades del velorio. Acarrea de su casa las sillas faltantes y suministra el brandy para la concurrencia que se ha trasladado de la fiesta al velorio. Cuando el loro regresa, antes de empezar con sus impertinencias, Florentino lo atrapa y lo encierra en un cuarto.


Juvenal Urbino y Jeremiah de Saint Amour quedan enterrados bajo la sombra del mismo árbol, el doctor dentro del cementerio en suelo sagrado, y el fotógrafo fuera del mismo como corresponde a los suicidas; solo los separa una barda. Al final del sepelio, Florentino es el último en irse y cuando se despide le dice a Fermina: “He esperado ésta ocasión durante más de medio siglo para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre”. Indignada porque el cuerpo de su esposo todavía está caliente, le contesta: “Lárgate y no te dejes ver en los años que te queden de vida, que espero sean muy pocos.”


Todo esto ocurre en un domingo de Pentecostés y en las primeras páginas de la novela. Después, durante más de trescientas páginas García Márquez se dedica a contar una de las historias de amor más sensacionales de todos los tiempos. García Márquez decía: “Cuan equivocados están los hombres que piensan que ya no pueden enamorarse porque han llegado a la vejez, cuando en realidad los hombres empiezan a envejecer cuando dejan de enamorarse”.


En 1948 y 1949 escribió para El Universal de Cartagena. De 1950 a 1952, con el seudónimo de Septimus, en homenaje a uno de los personajes de Virginia Wolf; escribió una columna llamada “La jirafa” para El Heraldo de Barranquilla. A petición de su amigo Álvaro Mutis, en 1954 se fue a Bogotá para trabajar en El Espectador como periodista y crítico de cine. Al año siguiente publica un reportaje, en 14 partes, sobre el naufragio de un destructor colombiano y contradice la versión oficial del gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla. Gabriel García Márquez, por razones de seguridad, tiene que salir de Colombia y es enviado a París como corresponsal de El Espectador.


García Márquez llega a París en julio de 1955. Dos meses antes había publicado su primera novela “La hojarasca”. En esta novela menciona por primera vez el lugar mítico llamado “Macondo”, una recreación literaria de su natal Aracataca. Se hospeda en el hotel de Flandre, un pequeño edificio en ruinas administrado por el matrimonio Lacroix.


El 6 de enero de 1956, El Espectador deja de circular por órdenes del dictador Rojas Pinilla, Gabriel se queda sin trabajo, y empieza una época más de privaciones. Durante 7 meses pasó hambres y no podía pagar el alquiler de su cuarto. El matrimonio Lacroix le permite quedarse pero tiene que cambiarse a un cuarto en la azotea, la parte más fría y donde sólo hay un baño para 17 cuartos. García Márquez sobrevivió con la ayuda de sus amigos, recolectando botellas y periódicos que vendía a los recicladores del Barrio Latino; y cantando boleros, vallenatos y rancheras mexicanas en un bar llamado L´Escale. En esos meses en París escribió “El coronel no tiene quien le escriba” y “La mala hora”.


Por esas fechas llegó su amigo Plinio Apuleyo Mendoza a quien conoció en Bogotá en sus tiempos de estudiante; y quien después escribiría sobre García Márquez en “El olor de la guayaba”.  En el verano de 1957 Plinio Apuleyo compró un viejo Renault y decidieron viajar, junto con Soledad, hermana de Plinio Apuleyo, a Alemania Oriental. Gabriel cuenta: ”Tuvimos una terrible impresión porque era muy triste la situación de los alemanes del lado oriental, controlado por la Unión Soviética. Un alemán de Heidelberg nos invitó a su casa y nos contó del férreo control sobre la población, del autoritarismo y de la falta absoluta de libertad”. Meses después Gabriel y Plinio Apuleyo viajaron a la Unión Soviética para ver de cerca el experimento socialista soviético. Quedaron decepcionados de lo que ocurría en la Unión Soviética, pero a pesar de ello, García Márquez siempre mantuvo su posición de izquierda. En 1960, tras el triunfo de la revolución cubana, García Márquez viaja a Cuba y se incorpora a la agencia de noticias Prensa Latina. Es entonces que se hace amigo del comandante Fidel Castro y de Ernesto Guevara “el Che”.



En el año 2007, después de una fiesta ofrecida por la esposa del presidente colombiano Álvaro Uribe en Cartagena de Indias, camino a su casa, García Márquez confesaría a su amigo Juan Gossain que no escribiría más. -Pero Gabo, le contestó el periodista-, ¿Cómo está esa vaina de que no vas a escribir más? Si nos estás debiendo al menos dos tomos más de tus memorias. Eran por lo menos tres tomos los que nos habías prometido. En las primeras páginas de su autobiografía “Vivir para contarla”, publicada en 2002 había dicho que ese libro era el primero de tres. 
 

- No va a haber ni dos ni tres ni nada- contestó García Márquez. Ya no me acuerdo de nada, y yo, como todos los escritores, vivo de la memoria. Y la memoria, Juan, ya me abandonó. Durante dos horas de la madrugada, recorriendo las estrechas calles de Cartagena de Indias, García Márquez confesó a su amigo: -Así las cosas. Ya no me acuerdo de nada y esto es muy doloroso para mí porque creo que aún tengo varias cosas que contar.- ¿Sabes por qué me hubiera gustado escribir el segundo volumen de mis memorias?


-¿Por qué, Gabo?- Preguntó Juan. -Por una razón fundamental. Por contar mi participación en los sucesos políticos de América Latina. Hay cosas que la gente no sabe. Unas maravillas de historias. -¿Cómo cuáles?- Como la que me pasó con los sandinistas, el presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez y el general Omar Torrijos.-¿Qué te pasó?- Le preguntó Gossain. Y entonces García Márquez le cuenta su aventura ocurrida a principios de 1979, cuando los sandinistas le pidieron su ayuda, en su lucha para derrocar al dictador Anastasio Somoza.


Otra de sus importantes participaciones en la política de América Latina fue su intermediación con el presidente Bill Clinton. Fidel Castro su amigo personal muy cercano desde la llegada de éste al poder en Cuba, se había enterado que García Márquez estaría en la universidad de Princeton, en Nueva Jersey, para hacer un taller de literatura en mayo de 1998; y le pidió que se entrevistara con Clinton para darle una información secreta sobre un plan terrorista en contra de Estados Unidos, que la inteligencia cubana acababa de descubrir. 


Esta es otra de las historias que García Márquez ya no pudo contarnos. Paradójicamente, en “Cien años de soledad” el escritor describe la peste del olvido sufrida por los habitantes de Macondo. Para recordar los nombres de las cosas, José Arcadio Buendía tuvo que colocar letreros, explicando su uso, en las cosas más cotidianas de la vida. Esta fue una de las tantas premoniciones que García Márquez tuvo durante su vida. 


El domingo 2 de julio de 1961, el mismo día en que se publicaba en los periódicos de todo el mundo la muerte del escritor norteamericano Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez llegó a la ciudad de México, procedente de Nueva York, donde había trabajado para la agencia cubana de noticias “Prensa Latina”; con 20 dólares en el bolsillo, acompañado de su esposa Mercedes Barcha y de su primer hijo, invitado por su amigo, el escritor colombiano Álvaro Mutis. Poco después, Gabriel decidió quedarse a vivir en México. Un día llegó Alvaro y le aventó un libro diciéndole: “Toma, lee esto”. Cuenta Gabriel que leyó y releyó hasta la madrugada el libro que le había dejado Mutis, quedando profundamente impresionado. El libro era “Pedro Paramo” de Juan Rulfo.


Gabriel García Márquez solía decir: “Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor”. Murió en la ciudad de México el 17 de abril de 2014, víctima del cáncer que padecía desde 1999.  La noticia se esparció por todo el mundo y la consternación llegó a todos los estratos sociales. En el hotel de Flandre, donde hay un monumento a García Márquez, los parisinos llegaron a entregarle ofrendas florales. El presidente colombiano decretó luto nacional por tres días y en México, en Bellas Artes, se le rindió un homenaje con flores amarillas, las preferidas de Gabo.


Como dice Julio Scherer García, llegó el tiempo de llorar a García Márquez; pero también llegó el tiempo, para aquellos que no lo han leído, en especial los jóvenes, de acercarse a sus obras, de disfrutar de la maestría narrativa y del espléndido e impecable manejo del idioma español de este extraordinario escritor latinoamericano. Leer sus libros es el mejor homenaje que se le puede hacer a Gabriel García Márquez.


En todas partes de éste mundo injusto y desigual que nos tocó vivir, hay aristócratas, burgueses, millonarios, clases medias; pero sobre todo, hay una  inmensa mayoría de seres humanos, los desheredados de la tierra a los que despectivamente se les llama la prole. De esto, Gabriel García Márquez tuvo conciencia plena porque de ahí salió. Aunque García Márquez declaró no ser comunista ni pertenecer a partido político alguno, siempre mantuvo una posición política liberal, progresista y socialista; y solía decir con el sentido del humor que siempre tuvo: “Si el saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”.


La clase aristocrática y burguesa colombiana jamás le perdonó a Gabriel García Márquez que habiendo salido de la pobreza absoluta, con su talento y persistencia, hubiera podido llegar tan lejos. Los conservadores colombianos no pudieron soportar que García Márquez fuera amigo de Fidel Castro y de la revolución cubana; y que prefiriera vivir en México, en lugar de haber regresado a Colombia para escribir la parte sustancial de su obra literaria que le permitió, sin abusar de nadie ni explotar a nadie, hacer mucho dinero vendiendo sus maravillosos libros, escritos con su talento y su propio y único esfuerzo. En el último párrafo de su discurso de aceptación del premio Nobel en Estocolmo, Gabriel García Márquez escribió:


Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en éste lugar: Me niego a aceptar el fin del hombre. No me sentiría digno de estar en éste sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a aceptar hace 32 años es ahora nada más que una posibilidad científica. Ante ésta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad, tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.




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