Letrinas: Primavera en Tanzania



Primavera en Tanzania
Isaac Gasca Mata

Llegué a Tanzania a bordo de un avión procedente de Roma. Aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI solo hay una conexión directa entre aerolíneas latinoamericanas con aeropuertos africanos, y ese vuelo obviamente tiene un costo muy elevado. El colonialismo sigue vigente: Europa continúa considerándose el centro del mundo. O eso es lo que los viajeros notamos en cualquier aeropuerto del orbe. De Latinoamérica a África se debe hacer una o dos escalas en suelo europeo, no importa que eso represente un rodeo inútil o un retraso de horas. El poder económico exige que así sea, quizá con la intención de remarcar su influencia. Que los pasajeros duerman en el piso de las terminales les tiene sin cuidado. El poder se ejerce o se pierde. Por lo tanto, el viaje es largo, difícil, por momentos se torna insoportable. No obstante, para llegar al parque nacional del Serengueti aterrizar en el aeropuerto del Kilimanjaro es apenas el primer paso de los muchos que se tienen que dar.

Al bajar del avión un mozo se acercó para ayudarme con el equipaje.

Sir, I was waiting for you –expresó con una sonrisa deslumbrante.

El calor continental arreciaba. Descendí de la aeronave en medio de una tórrida primavera que me abrasó con sus 45°C. En suelo africano el ambiente está sobrecargado con una bruma de vapores y sudores tanto vegetales como humanos. Además, los moscardones insistían en atormentarme la piel con sus molestos aguijones. Son un fastidio. Sin perder un segundo indiqué a mi ayudante que nos fuéramos cuanto antes a cualquier lugar climatizado artificialmente.

Cinco minutos después abordé un autobús sin techo, pintado con franjas blancas y negras, como las cebras. Era un autobús viejo pero funcional donde nos acomodamos treinta turistas con nuestras respectivas maletas. El grupo estaba conformado en su mayoría por europeos, aunque también viajaba un matrimonio chino y un deportista chileno. Agotaríamos cinco horas de viaje antes de llegar a la reserva natural del Serengueti. En el último asiento identifiqué a una hermosa joven de ojos claros que me sonrió con simpatía. Me acomodé a su lado.

Buenos días -la saludé al tiempo que limpiaba mi sudor-, es una lástima que el autobús no tenga refrigeración. ¡Nos estamos sofocando!

La joven murmuró una respuesta ambigua e inmediatamente después vació de un trago su botella de agua.

Mi chiamo Luciana.

Empezamos una charla insustancial acerca de todo; las palabras típicas que comparten dos desconocidos en su presentación durante un safari africano. Ya saben: el animal favorito, la tierra roja, el lugar de origen. Mientras Luciana y yo comentábamos lo que nos parecía indispensable para abrir el camino que nos conduciría a beber una copa en el hotel, la sabana africana se extendía por todos lados, inundando de colores brillantes el horizonte. Un espectáculo hermoso, cautivador, que predispuso a mi compañera a la nostalgia.

Como buen lector de novelas de viaje donde los autores relatan no pocas veces que los grandes animales se encuentran en el corazón de África, me sorprendió observar a ambos lados del camino manadas de cebras pastando en compañía de ñus, una familia de elefantes levantando polvo con sus patas gruesas y tres o cuatro jirafas que no perdían detalle de nuestro autobús mientras masticaban las ramas de un árbol de acacia.

–Esto solo es la carretera. Lo mejor lo verán mañana -señaló el guía-Me llamo Makonnen Doudou. ¿Saben lo que significa Serengueti?

–No.

Es una palabra de origen masái que quiere decir “lugar donde la tierra no termina nunca”, es una planicie infinita. Pero para disfrutarla aguardaremos hasta mañana. Ahora nos dirigimos al hotel de su reservación. Allá los espera una opípara comida para que repongan fuerzas. También hay duchas y bungalows para descansar de las penurias del viaje. A media noche el hotel les ofrecerá una cena para que convivan y se conozcan. ¡Bienvenidos al corazón de África!

Yo ansiaba admirar a los animales en ese mismo momento, pero comprendí que mi deseo era una imprudencia.

Las luces rojas del atardecer dibujaban sombras fantásticas en el horizonte, como danzas elaboradas por espíritus camuflados en el paisaje. A lo lejos el rugido de un león agregó un elemento auditivo al magnifico momento. África es mágica, increíble.

Apenas teníamos tiempo suficiente para llegar al hotel. La noche es peligrosa en la sabana. No solo por la cacería impredecible de los carnívoros; sino por las bandas de cazadores furtivos que no se tocan el corazón para matar. “Ellos no dejan testigos”, leí en una pancarta del aeropuerto.

Espero que lleguemos pronto pronunció Luciana, visiblemente cansada.

Una hiena emitió una carcajada desde la oscuridad. 

  II

El Hotel Löwe era un pequeño paraíso climatizado en medio de la ardiente sabana. Contaba con todas las comodidades de los cinco estrellas, pero no pertenecía a ninguna cadena. Un matrimonio alemán era dueño del espacio y de varios cientos de hectáreas a su alrededor. El albergue tenía dos jardines, una alberca, una sala de coctel, despachos, y bungalows suficientes para las treinta personas que pasaríamos ahí una íntima velada. 

La noche transcurrió tal como lo esperaba. Luciana y yo, luego de bañarnos y reposar dos horas en nuestros respectivos bungalows, nos encontramos en el lobby. Nos sirvieron champaña y una orquesta en vivo deleitó nuestro oído con el vals Moonlinght serenade, de Glenn Miller. La luz era tenue, el licor suave, la mujer hermosa y la noche inmejorable. Deslicé mis manos por la cintura de la italiana. Era un momento perfecto, un instante para recordar toda la vida…

–¿Bailamos?

La luna lucía enorme, como el ojo amarillo de un gigantesco felino.

Nos besamos al ritmo de la cadencia de esa magnífica melodía. Y luego bailamos otras tres, lentamente, predisponiéndonos al placer.

–Vamos a mi bungalow para estar más cómodos -sugirió la romana-. Mañana veremos leones, guepardos, antílopes, pero esta noche será solo para nosotros...

III

–Sugiero que vistan ropa clara, muy ligera, de telas livianas. El calor a medio día es sofocante advirtió Makonnen Doudou, nuestro guía.

Abandonamos el hotel antes del amanecer.

–Lamento no tener la tez negra -susurré a Luciana-, la melanina característica de la piel africana tolera mucho mejor los rayos del sol.

Nuestro autobús salió con rumbo al norte. Los obturadores de las cámaras fotográficas no cesaban de disparar. Capturamos la imagen de un leopardo refrescándose en las ramas de un árbol. También vimos una familia de jabalíes, y dos guepardos devorando una pequeña gacela muerta. Nos perdimos la persecución, llegamos tarde por escasos minutos. Sin embargo, ver a esos felinos comer fue motivo de sorpresa y estupefacción. Más adelante observamos los grupos migratorios de cebras y ñus pastando a pesar de la amenaza de una jauría de hienas que aguardaban el momento de atacar. Antes de las dos de la tarde contemplamos muchos de los animales prototípicos de África. A excepción de rinocerontes y elefantes, pues tales especies no se veían por ninguna parte.

No se preocupen, amigos. Mañana será otro día. A primera hora los llevaré a donde cazan los leones, visitaremos la ribera del río Mara, donde con suerte verán a los cocodrilos devorar una presa. A los hipopótamos los admiraremos de lejos pues son peligrosos asesinos de gente. ¿Sabían que es el animal que mata más personas en todo el mundo? Son extremadamente ágiles, aunque sus figuras gordas indiquen lo contrario. No se confíen. Son territoriales, les disgusta que invadan sus dominios. En fin, mañana presenciaremos todo eso… por el momento deléitense con la inmensidad de la planicie sin fin. Pueden bajar del vehículo y caminar, pero recuerden no alejarse demasiado del autobús. Tienen una hora para comer sus alimentos. Después regresaremos al hotel para evitar que la noche nos atrape en el trayecto. Es una medida preventiva. En estas tierras debemos ser prudentes y velar por la seguridad de nuestros huéspedes.

IV

Encontramos a los cazadores furtivos a dos kilómetros del hotel, en un sendero apartado del camino principal, de muy difícil acceso pero que era paso obligado para nuestro autobús. Ellos eran cinco. Casi todos menores de quince años, a excepción del jefe quien a juzgar por la fisonomía de su cara rondaba los veinte. El grupo de individuos conformaba una estampa grotesca pues a su lado se observaban cuatro colmillos recién cercenados. Dos cadáveres de elefantes, inmensos e imponentes a pesar de la muerte, yacían descuartizados

Los cazadores subieron los colmillos a su jeep, evidentemente urgidos por escapar. Nosotros aguantamos la respiración. “Ellos no dejan testigos”, recordé la pancarta. Luciana apretó mi brazo con fuerza. Mientras todo ocurría, noté que los elefantes tenían los ojos destrozados, como si los hubieran picado con lanzas hasta molerlos dentro de las cuencas. Una visión aterradora que manchará con sangre mis pesadillas, la recordaré toda la vida.

–Guarden silencio. No intenten nada -pronuncia Makonnen asustado-. Conductor, retroceda. Ellos pretenden irse, haga espacio. Es imperativa la retirada.

Los africanos nos observan con sus grandes ojos amarillos. Dirigen hacia nosotros temibles miradas. Portan escopetas que no dudarán en utilizar si les damos una excusa para apretar el gatillo. Luciana coge mi mano, yo me aferro a la suya con tanto miedo que no me percato de la orina que escurre por mis piernas. “Staremo bene, vedrai”. Mis palabras no me convencen, pero ojalá a ella sirvan de consuelo. Los cazadores parecen dispuestos a retirarse. Pero una francesa les regala el motivo para desbordar su odio. ¡La mujer fotografía a la partida de cazadores en una selfie que nos costará la vida! El flash de la cámara impacta los ojos amarillos con la misma intensidad que un disparo. Ellos simplemente repelen lo que consideran un ataque…

Los balazos perforan la carcasa del autobús como una lluvia de fuego. Afuera un león ruge: es África demostrando su milenario poder contra seres que no nacieron aquí.


***


Mi nombre es Idrisa Doudou. Soy originario de Kenia. Escapé de mi villa por la enfermedad que atormenta a mi pueblo. La peor plaga, la más cruel y contagiosa: el hambre. Los medios occidentales divulgan que en África hay enfermedades mortíferas incluso en el aire. El SIDA, el ébola, la fiebre de Lassa y el cólera, entre otras, aquejan a la población continental desde hace muchos siglos, dicen. Pero estas plagas no tienen comparación con la peor de todas: el hambre, un falaz regalo de los hombres blancos.

Antes de que llegaran nosotros teníamos una economía, un comercio, una forma de intercambiar bienes y servicios que durante milenios benefició a nuestras comunidades. Prueba de ello son los vestigios culturales que quedan, lo que los colonialistas europeos nos dejaron luego de explotar el continente: las tribus de los Masái y los Zulú son ejemplos de que la antigua organización funcionaba. Pero llegaron los blancos y a sangre y fuego devastaron en apenas un siglo lo que nos costará milenios reponer.

Vinieron con sus armas de fuego, con sus enfermedades venéreas y su insaciable afán de arrebatar nuestras riquezas. Ellos explotaron las minas de oro, de carbón y de diamantes. Explotaron nuestros campos y fundaron plantaciones, granjas, ranchos donde criaron su ganado sin importarles que el nuestro muriera degollado por sus perros. También se llevaron leones, guepardos y hienas para abarrotar sus circos, sus zoológicos, sus museos. A los elefantes y rinos les arrancaron el marfil para completar su saqueo. África para ellos fue un continente abundante de todo. La maldad de los colonialistas no conoció límites y como sus armas aseguraban impunidad a sus actos de barbarie, empezaron a secuestrar a nuestras mujeres, a nuestros hijos, a nosotros, los guerreros, nos vendieron como esclavos para hacerse servir por nuestros descendientes “por los siglos de los siglos”, como acostumbran repetir.

Nuestra piel negra, hermosa y útil, pues repele la luz del sol, fue convertida en un estigma, un símbolo de maldad. Para ellos “lo negro” era “lo malo”. En su discurso nuestro continente era malo. Ellos eran los “civilizados”, los que traían las “buenas costumbres”, la “legítima religión”, “el estereotipo de belleza” y nos obligaron a aprender su doctrina mediante la violencia. A cambio de eso nos dejaron miseria, hambre, desigualdad y un horizonte de expectativas que nos esclavizó a sus vicios.  

Los blancos fundaron ciudades en el corazón de sus centros de explotación. Nairobi es ejemplo de ello. Construyeron líneas de ferrocarril para que su brazo rapaz se extendiera a través de los valles y montañas. Su ambición no conoce fin. No obstante, una vez que nos dejaron muertos de hambre, cristianamente nos endilgaron armas de fuego para enseñarnos el fratricidio. Además, nos golpean una y otra vez con su yugo monetario. A pesar de todo lo anterior tienen el descaro de declarar que África es un continente enfermo, retrasado, poco civilizado. Lo que ocurre es que los europeos se llevaron el oro y nos dejaron su mierda.

Soy cazador furtivo. Me dedico a asesinar animales, elefantes en su mayoría, para alimentar a mi pueblo. Me duele hacerlo. Me arrepiento antes de consumar la cacería. Pero ¿qué puedo hacer para evitarlo? No hay opción. Nunca la hubo. Es la muerte de los animales o la de mis hijos por inanición.

Los contrabandistas blancos nos pagan una miseria por los colmillos. Ellos incrementan las ganancias vendiéndolos en Europa por cantidades exorbitantes de dinero. Ese es el ciclo de su hipocresía, de su doble moral. Así inicia. Para el mundo “civilizado” los tipos como yo somos monstruos desalmados que asesinan elefantes indefensos. En parte tienen razón, ningún animal debiera morir para convertirse en ornato de un estúpido. Pero lo que resulta fastidioso es que esos mismos individuos se maravillan con el material, lo compran, lo admiran, lo consideran un elemento decorativo que da estatus, lujo, dignidad. Ellos solo ven el colmillo trabajado en forma de un tablero de ajedrez, un bastón, o una irónica figurilla de elefante. Nosotros, “los negros”, “los malos”, vemos la agonía del animal que se retuerce y gime mientras deja de existir. Es horrible, triste, desolador. Pero no hay opción. Solo aquellos que se han visto obligados a tragar gusanos directamente de la tierra o tragar mierda de mono seca para no morir de hambre sabrán que no hay opción, que esos hijos de puta nos la quitaron cuando se llevaron todo. A pesar de eso sus hijos rubios tienen el cinismo de declarar que “les robaron su infancia”. ¡Ja ja ja!

II

Un trato compasivo para los elefantes es matarlos con disparos que penetren sus ojos. Esos animales poseen cráneos muy duros, huesos muy fuertes, impenetrables en ciertas zonas, que muchas veces retrasan su muerte provocándoles una larga y dolorosa agonía. He sido testigo de cómo cazadores inexpertos fallan el tiro y obligan al paquidermo a sufrir por horas con el cerebro medio molido pero funcional. Otros, acostumbrados a la crueldad, cometen infamias adrede contra los indefensos mamíferos: les disparan en la barriga o en la boca, a sabiendas que así no los matarán, que esos no son puntos vitales. Solo se quieren divertir, tomar revancha contra el mundo que los hizo así. Pero yo no. Y los cazadores que están a mi cargo lo hacen tal como les indico. Son chicos de catorce y quince años, motivados por sus hambrientas familias a llevar cuanto antes algo de dinero para subsistir sin importar el riesgo que implica ser cazador furtivo.

Mi modo de operar es sencillo: abordamos un jeep para perseguir a esos majestuosos animales, cerciorándonos de no dejar huella de los neumáticos para evitar a los guardabosques. En Tanzania está penado con la muerte realizar lo que nosotros consumamos cada dos meses. Una vez que encontramos a los elefantes idóneos, siempre son dos o tres, nos dedicamos a esperar el momento propicio con nuestros binoculares bien puestos. A una distancia considerable, pues el elefante es una bestia muy grande y fuerte, provocamos al animal para que nos mire de frente. Por lo general el paquidermo intenta embestirnos pero nosotros somos inteligentes y tenemos fina puntería. En el momento oportuno vaciamos nuestros rifles en los ojos de la bestia para hacer de su cerebro un puré sanguinolento. El animal exhala un último barrito de dolor antes de desvanecerse sobre un charco de su propia sangre, tan grande como un manantial. Entonces nos disponemos a abrir la piel de su rostro con afilados cuchillos y extraemos sin ninguna contemplación los colmillos: nuestro tesoro, la esperanza de nuestro pueblo. A veces cortamos algo de carne para comerla, pero otras veces no podemos pues la guardia forestal siempre anda tras nuestra pista y debemos huir lo más pronto posible.

Pido disculpas al animal después de asesinarlo. Con lágrimas en los ojos le destrozo la trompa con mi punta de acero. Deseo que no sufra tanto, que su muerte sea veloz. “Perdóname por lo que te hice”. Beso su frente.

¡Maldito ciclo del contrabando, de la hipocresía y la doble moral! No habría oferta si no hubiera demanda y no habría demanda si no existiera un mercado especializado en satisfacer “gustos exigentes”. Tampoco habría hambre en África ni elefantes muertos si nos dejaran trabajar las tierras que nos arrebataron y que no podemos aprovechar.    

III

A veces ocurren imprevistos, malas coincidencias. A veces encontramos grupos de turistas. Tratamos de evitarlos, pero predecir sus rutas está fuera de nuestras manos. Si guardaran silencio o pasaran de largo de buena gana los dejaríamos marcharse en paz. Pero la mayoría de veces no ocurre así. Horrorizados por los colmillos sangrantes que transportamos en el jeep, los turistas nos insultan, nos increpan, y, lo que es fatal para ellos, nos toman fotografías para denunciarnos ante las corruptas autoridades africanas quienes de atraparnos nos confiscarían el marfil para revenderlo en el mercado negro horas después de ultimarnos con un disparo en la sien. “Ellos no dejan testigos”, advierte la propaganda que difunde nuestros crímenes contra los elefantes. Pero las autoridades tampoco los dejan. Si atrapan a un cazador furtivo le disparan en la cabeza y abandonan su cuerpo para que se pudra al aire libre. Un festín para las hienas y los buitres.

Y aquí entra de nuevo la doble moral de los blancos, pues son ellos quienes obligan, bajo presión internacional, a las autoridades africanas a imputar este tipo de penas. Porque si un hombre de raza negra asesina a un elefante para que su familia no muera de hambre lo llaman “cazador”, “criminal”, “furtivo”. Pero si un rey ibérico u otro blanco con mucho dinero viene a África y mata uno o dos elefantes con el absurdo propósito de colgar su cabeza en una pared de trofeos lo denominan “caza deportiva”, “hobby de millonarios”. Este mundo es injusto. Los blancos interpretan las leyes a su conveniencia. Y nuestra única defensa contra esa inequidad es no dejar testigos, como advierte la pancarta. 

IV

No fue una masacre como la describen los medios occidentales. Al menos no de la magnitud de las hecatombes que provoca la hambruna en el centro de África. No murieron todos los turistas. Dejamos con vida a algunos. En primer lugar porque se agotaron las balas y en segundo porque nuestros cuchillos perdieron filo luego de utilizarlos para cortar la dura piel de los paquidermos.

Esta vez los turistas conformaban un grupo pequeño; solo un autobús. En otras ocasiones hemos tenido que cargarnos a tres vehículos para no comprometer nuestra identidad. Estoy seguro que no querían fotografiarnos, que no pretendían cometer esa tontería. Recuerdo que su autobús retrocedía para evitar el conflicto. Pero una rubia nos pidió una sonrisa mientras posaba para una selfie que mandó a todos al infierno… Contratacamos. Vaciamos sin piedad nuestras escopetas contra su autobús. Los gritos no se dejaron esperar. La sangre brotaba a torrentes de las heridas y las voces no paraban de sollozar. A lo lejos se escuchó el temible rugido de un león como un coro de aliento.

Es la diosa Asase Yaa que apoya nuestra hazaña. Esto es solo una prueba de lo que ellos han hecho con nosotros durante siglos de injusto sometimiento.

Así empezó la noche su recorrido por el cielo. Nuestros corazones de guerreros de la sabana latían al unísono como tambores de guerra dispuestos a la redención, los leones rugían, las hienas reían y mientras los turistas morían mi hermano Makonnen Doudou levantaba los hombros y simulaba preocuparse por lo que en realidad disfrutaba: el equilibrio de la balanza que se inclina una vez al sur por cada tres mil al norte. 



Isaac Gasca Mata (Puebla, 1990). Licenciado en Lingüística y Literatura Hispánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y pasante en la Maestría en Literatura Hispanoamericana de la misma casa de estudios. Ha presentado sus cuentos en diversos foros a nivel nacional como la FIL Guadalajara. Ganó algunos premios literarios en su ciudad natal y en Monterrey. Como investigador participó en foros internacionales entre los que destaca el “Coloquio estudiantil sobre identidades en América Latina”, celebrado en Ciudad de México y en Bogotá, Colombia. Algunos de sus textos aparecen en revistas como Círculo de Poesía, Armas y Letras, Oficio y Monolito. En 2016 realizó una estancia en Texas, Estados Unidos de América, para compartir estrategias educativas con docentes del área de lenguaje. En el 2018 participó en el “II Encuentro Latido Latino, región LATAM”, de la red global Teach For All, realizado en Lima, Perú. Es autor de los libros Yo, el maldito (BUAP, 2022), Guerra y Rabia (Vortoj, 2021), El libro de las personas invisibles (Ariadna, 2020), Tristes ratas solas en una ciudad amarga (UANL, 2019) e Ignacio Padilla; el discurso de los espejos (BUAP, 2016). Fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla, en el rubro poesía, año 2019. Laboró en escuelas públicas y privadas de Monterrey, Nuevo León, y Los Cabos, Baja California Sur.

Ambulante 2022: películas de más de 15 países conforman la sección de documental internacional 'Intersecciones'




Desde las complejidades de ser una influencer adolescente en Berlín hasta la historia de amor de dos vulcanólogos que recorrieron el mundo, los documentales internacionales de la Gira Ambulante 2022 garantizan una emocionante travesía.

Ucrania, Irán, Noruega, Dinamarca, Irlanda, Chile, Argentina, Panamá y Estados Unidos son algunos de los territorios que conforman esta sección del festival, cuya decimoséptima edición arranca el 31 de agosto en la Ciudad de México. En palabras de Itzel Martínez del Cañizo, directora de Programación:

“Intersecciones es una vibrante sección para disfrutar de la riqueza y elasticidad del cine documental contemporáneo. El recorrido, que recupera la escucha de cineastas de muy diversos países, nos enseña que el impacto del cine radica en su capacidad para sorprendernos formalmente y de conmovernos emocionalmente; y nos demuestra que la experiencia estética es una poderosa forma de acción política que nos mueve y transforma”.

Este año en Intersecciones destaca el uso de material de archivo para ilustrar relatos íntimos de memorias colectivas; desde historias familiares, tragedias carcelarias, registros de guerra, hasta el imaginario fílmico sobre la luna. Nos sacuden también filmes críticos sobre el impacto que han ejercido los medios, tanto en la objetivación de las mujeres en el cine, como en las nuevas influencers adolescentes. Se develan pasiones por el valor estético de los objetos y los misterios del espacio, así como sorprendentes formas de vivir el amor, ya sea de madres en reclusión o de científicos que desentrañan los maravillosos misterios de los volcanes.


 
Participan en la sección los siguientes títulos:

Para su tranquilidad, haga su propio museo | Dirs. Pilar Moreno, Ana Endara | Panamá | 2021
● Radiografía de una familia | Dir. Firouzeh Khosrovani | Irán, Suiza, Noruega | 2020
● El cielo está rojo | Dir. Francina Carbonell | Chile | 2020
● A la luna | Dir. Tadhg O'Sullivan | Irlanda | 2020
● 107 madres | Dir. Péter Kerekes | Eslovaquia, República Checa, Ucrania | 2021
● Manipulación: sexo-cámara-poder | Dir. Nina Menkes | Estados Unidos | 2022
● Pandilla de chicas | Dir. Susanne Regina Meures | Suiza | 2022
● Luminum | Dir. Maximiliano Schonfeld | Argentina | 2022
Fuego de amor | Dir. Sara Dosa | Estados Unidos, Canadá | 2022
Una casa hecha de astillas | Dir. Simon Lereng Wilmont | Dinamarca | 2022
Gira tu cuerpo hacia el sol | Dir. Aliona van der Horst | Países Bajos | 2021

Resaltan títulos como Manipulación: sexo-cámara-poder de Nina Menkes, documental de reciente participación en Sundance Film Festival y en la edicion 2022 de la Berlinale, el cual deconstruye las muchas formas en que el cine de Hollywood ha creado jerarquías entre género, raza y clase, estableciendo un vínculo entre el lenguaje cinematográfico hegemónico y la misoginia. También destaca Fuego de amor, que cuenta la historia de Katia y Maurice Krafft, dos científicos franceses que dedicaron su vida a capturar las imágenes más espectaculares de volcanes alrededor del mundo. La función inaugural de la Gira de Documentales 2022 será el 31 de agosto en el Teatro Esperanza Iris con la participación de YACHT, banda protagonista del documental El acento de la computadoraEl evento contempla la proyección de la película acompañada de un concierto. La entrada es gratuita y el aforo limitado.



Ambulante Gira de Documentales viajará a cinco estados entre el 31 de agosto y el 9 de octubre de 2022: Ciudad de México (del 31 de agosto al 4 de septiembre), Michoacán (del 7 al 11 de septiembre), Aguascalientes (del 21 al 25 de septiembre), Chihuahua (del 28 de septiembre al 2 de octubre) y Veracruz (del 5 al 9 de octubre). De manera paralela al recorrido territorial de la Gira y retomando el formato híbrido, la programación también estará disponible de manera digital para usuarios y usuarias en toda la república mexicana a través de www.ambulante.org. Finalmente y respondiendo al mismo esfuerzo de expandir el festival en diversas plataformas, parte de la programación de la Gira 2022 estará disponible en televisoras nacionales como Canal Once y Canal 22, así como en televisoras locales.



En corto: entrevista con la autora Breña Román



Breña Román es una joven autora hidrocálida que forma parte de la antología de relatos patibularios 'La ciudad de los ahorcados', publicada por Editorial Agujero de Gusano. Además es de las primeras colaboradoras de Revista Sputnik. En esta cápsula nos habla en corto sobre el libro, sus referentes literarios, la muerte y la relación que guarda con Aguascalientes.



*No olvides escuchar en Spotify el podcast de La ciudad de los ahorcados, en voz de sus propios autores, producido por Casa Yonki. Puedes comprar el libro desde cualquier parte de México en este link. Apoya la literatura nacional independiente.

Sesiones Colocadas: Rafael Catana


El músico y compositor rupestre Rafael Catana presenta la canción 'Coyoacana' desde el estudio de Casa Yonki. Grabado, mezclado y masterizado por Carlos Iván Carrillo. Dirección de cámaras: César Hernández.



Presentado por: 
Casa Yonki
Revista Sputnik
Mezcal El Chapulín
Mezcal Siete Ánimas

Escafandra Literaria: entrevista con Elma Correa



La escritora Elma Correa es una de las voces más singulares que tiene actualmente la narrativa mexicana. En 2021 ganó el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola por su libro «Mentiras que no te conté». Además participó en la antología 'Resaca: relatos rescatados' de Editorial Agujero de Gusano. De eso y más nos platica en esta edición de Escafandra Literaria.

UPDATE: Días después de esta entrevista, Elma ganó el Premio Bellas Artes de Cuento Amparo Dávila 2022. Y nos regaló esta otra entrevista.


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La Mora: un proyecto literario de Sammy Loren



Por Samanta Galán Villa |

Cada lunes, el periódico La Prensa nos hace llegar un fragmento de la noveleta por entregas La Mora. Historia de un encuentro que nace en Los Ángeles y que lleva al protagonista, un alter ego del autor Sammy Loren, a aventurarse en las más sucias y marginales calles de la Ciudad de México para encontrar a su amor perdido.

En el primer capítulo podemos ver una de las referencias literarias del autor: Transmigración de los cuerpos, del escritor Yuri Herrera. Tal como en Yuri, podemos encontrar en la narrativa de Sammy Loren, un interés por la combinación de lo nacional y lo estadounidense, entregándonos un escenario franco y contemporáneo.

La Mora es una prostituta que pasa un fin de semana con el protagonista, tiempo suficiente para que él se cuestione: ¿Me creerías si te digo que estoy enamorado? La Mora lo desfalca, llevándose algunas de sus pertenencias y dejando a su amante en una encrucijada: permanecer en su vida cotidiana, aburrida, sin ningún tipo de emoción que sacuda las partes más viscerales y humanas de su ser, o dejar esa vida en pausa para seguir las pistas que ha dejado la pequeña embustera en el mencionado libro de Yuri: cantinas de la Ciudad de México.

“Hay cosas peores que perder al amor de tu vida”, menciona el narrador y eso es suficiente para que el protagonista sepa que su vida cotidiana es más lacerante que dejar ir a La Mora. Se aferra a ella como a una especie de tabla en un naufragio. La Mora llega a su vida como una suerte de advertencia de que las cosas no pueden seguir igual luego de su encuentro.

Es así que La Mora deja de ser un personaje que simplemente refleja el modo de vida de cierto sector de la sociedad y encarna el tópico de un amor dantesco, que lleva al protagonista a adentrarse no solo en hoteles de mala muerte, en colonias donde su aspecto “gringo” lo llevan a ser un blanco fácil, sino también a la profundidad de las almas marginales como prostitutas, matones y proxenetas, que tienen estos territorios como su hogar.


Quien nos regala esta historia, Sammy Loren, es un escritor y productor de campañas políticas. Entre el 2019-2021 vivió en la Ciudad de México, donde quedó impresionado por el periódico
Nota Roja, convirtiéndose en una fuente de inspiración para escribir esta noveleta. Actualmente vive en Los Ángeles y trabaja en el lanzamiento de otro de sus proyectos: “Cartel inc.”, novela sobre un videoartista que es secuestrado por un cartel mexicano y es forzado a dirigir su publicidad en TikTok.

Hasta el momento de esta publicación van cinco entregas de La Mora, texto altamente recomendado no sólo por la facilidad del lenguaje y su amena lectura, sino también porque nos muestra una Ciudad de México que pocos volteamos a ver y que existe, que está ahí para mostrarnos un poco de esa oscuridad que a todos nos habita.




De la tierra de la gente triste a «La ciudad de los ahorcados»




Por Alejandro Carrillo | Editorial | 



Cuando emprendimos esta casa editorial con el anhelo de colaborar desde nuestra humilde trinchera —eso sí, una trinchera independiente y autogestiva— en la producción literaria nacional, lo hicimos con el único afán de formar una comunidad en donde nuestros colaboradores y autores emanados desde la plataforma de Revista Sputnik pudieran llevar a la tinta y el papel su talento, más allá del inmenso, turbulento y gregario mar de la Internet.

En ese entonces no sabíamos mucho de “la industria” y hasta ahora, por fortuna, nuestras aspiraciones siguen siendo más románticas que pecuniarias y así lo entienden nuestros creadores a quienes les agradecemos de sobremanera su confianza, pero principalmente su trabajo y voluntad para seguir tirando puertas y mantener en movimiento este agujero de gusano creado en 2018 con la energía y el impulso de todxs.

“La ciudad de los ahorcados” fue el nombre de aquella antología que engendraron en conjunto una veintena de personas y que sería la ópera prima de nuestra incipiente editorial en donde la narrativa, la poesía, la crónica, la prosa prosaica, la antipoesía y algunos textos experimentales convergieron y dieron como resultado al moderno Prometeo que logró trascender su propia existencia y traspasar las barreras de la imprenta, la geografía y el prejuicio; más allá de las imprecisiones de emergencia y las erratas del primer retoño, este libro fue un parteaguas que nos abrió las puertas de un mundo maravilloso cuya fauna rabiosa y solidaria a la vez, nos supo acoger como uno de los suyos.

Cuando nos planteamos por primera vez la posibilidad de hacer un libro, las únicas certezas que teníamos eran: 1) debía ser un crisol de voces y 2) guardaría alguna relación con la ciudad de Aguascalientes, en homenaje a todo lo que nos ha brindado desde el ámbito cultural. No es poca cosa que durante casi una década un medio hidrocálido como lo es Revista Sputnik ha sido el tablado de cientos de autores emergentes y colaboradores de todo el país y algunos otros sitios de Latinoamérica, España y Estados Unidos.

No fue difícil llegar a una conclusión temática: la muerte que tanto nos atrae como mexicanos y que particularmente en Aguascalientes guarda un sincretismo único y extraordinario. “La Calavera Garbancera” mundialmente conocida como “La Catrina” es la obra que encumbra el trabajo mortuorio de José Guadalupe Posada —el mejor de la clase— y la encargada de recibir a todas las visitas del sur; el ya icónico desfile de calaveras que forma parte del mismo festival de otoño es una verbena popular multitudinaria para honrar a los muertos como política pública, y qué decir del macizo montañoso que recibe el nombre de “Cerro del Muerto”, aquel gigante enano postrado en el horizonte de nuestra ciudad y de los forros de este libro, del cual estamos seguros todos los hidrocálidos, algún día despertará.

Por estos lares la muerte causa todo tipo de emociones, todos los días. “Buena tierra, buena gente, agua clara, cielo claro” reza el escudo heráldico de la ciudad debajo de un yelmo de hierro con lambrequines pero sin cuerpo. Y es que más allá de toda la cosmogonía alrededor de la huesuda, hay otro fenómeno social que impacta a diario en la tierra de la gente buena, que es la misma tierra de la gente triste, de la gente deprimida. En este lugar es común tener un conocido o dos que han muerto de esa manera. Tan solo el primer día de este 2022 seis persona decidieron quitarse la vida, al término de esta edición ya eran más de 80 casos en los registros. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, incluso niños, de todos los estratos sociales y de cualquier parte del estado. Los datos son pobres y aparentemente no llevan a ningún lado, solo a gente deprimida tomando “la puerta fácil” como dicen los que no son capaces de intentarlo. La única constante es el ahorcamiento. La ciudad de los ahorcados.

A este paso es probable que alcancemos los registros de 2019, cuando se publicó la primera edición de esta antología. Durante los primeros dos años de la pandemia se superaron los 350 suicidios. Si es inaudito leerlo en cifras, ahora imagínate con nombres y apellidos. Aguascalientes tiene una de las tasas más altas de suicidio a nivel nacional sin ser una entidad con grandes crisis de seguridad, desapariciones, problemas ligados al narcotráfico, ni altos índices delincuenciales. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se deprime la gente?

Nuestra finalidad no es alimentar el morbo, ninguna de estas historias tiene un fin aleccionador ni pretende abrir juicio alguno sobre los motivos de las personas que han decidido quitarse la vida. Simple y llanamente consideramos que una de las bondades de la literatura y del arte en general, principalmente cuando se hace de manera conjunta como es el caso, es entablar una conversación sobre los problemas que nos aquejan como individuos y como colectividad. El suicidio lo materializan unos pero lo sufrimos todos, porque el cuidado de la salud mental es una asignatura pendiente que tenemos como sociedad en todos los niveles y más allá de las ocurrencias políticas de algunos desalmados.

Sin más preámbulo te damos la bienvenida a esta segunda edición de La ciudad de los ahorcados. Población: todos. Pues como dice el músico y compositor Iván García, no hay mejor lugar para olvidar que estamos muertos.



Los autores que participan en esta edición son: Mónica Castro, Daniel Bravo, María Santos, Alfonso Brevedades, Marcela González, Iván García, Brenda Román, Sergio Martínez, Denisse Rodríguez, Aldo Correa, Samanta Galán, Hugo Ernesto Hernández, Christian Sainos, Isaías García, Alejandra Flores, Mauricio Caballero, Alejandro Carrillo, Nabor Rachowski, Julieta González y René Alejandro López.

*No olvides escuchar en Spotify el podcast de La ciudad de los ahorcados, en voz de sus propios autores, producido por Casa Yonki. Puedes comprar el libro desde cualquier parte de México en este link. Apoya la literatura nacional independiente.

Una introducción a la ociosidad como resistencia al sistema desde el cine de Richard Linklater


Por Jorge Tadeo Vargas |

 

Estoy interesado en gente que forja sus realidades.

Richard Linklater

 

A finales de la década de los ochenta se dio una especie de residuos añejado del movimiento contracultural de los sesenta, donde músicos, pintores, escritores y cineastas entre otros creadores intentaron hacer cosas distintas desde el borde de la industria, tratando de mantener una independencia de y en su arte. Su declaración de principios era muy clara: se puede vivir de lo que haces sin la necesidad de venderte al mainstream, incluso lo puedes usar sin contraer ningún compromiso con ello. En pocas palabras mantener la libertad creativa lejos de la industria, sin dejar de ser redituable y así permitirse experimentar más allá de la industria o de lo que es/era comercialmente vendible, creando con esto un nuevo mercado. Cuestionable o no, eso es algo que no nos toca juzgar, al menos no en este texto.

Continuando con el hilo, en el cine aparecieron directores que filmaron películas que se han convertido en referentes de esos años: Quentin Tarantino, Jean Pierre Jeunet, los hermanos Coen, Steven Soderbergh, Alexander Payne entre otros que tenían como característica principal la de contar historias trasgresoras con una estética alternativa, mucho más libre de lo que permitía Hollywood.

A esta generación es a la que pertenece Richard Linklater quien desde que comenzó a contar historias, éstas han estado muy alejadas de los tópicos y el glamour de la industria. No hay New York, ni Los Angeles, ni París, hay ciudades comunes, retratando personajes en una realidad muy alejada de la del héroe que pretende mostrar la industria del cine.



Desde sus inicios Linklater ha apostado por mantenerse produciendo y haciendo cine en la ciudad que adoptó como suya, Austin, Texas. Ciudad en la que también fundó la Austin Film Society en 1983 y desde donde resiste a la industria centralizada con un grupo de amigos, organizando festivales, presentaciones, foros, convirtiendo a Austin en un referente importante, así como un su cuartel general a la hora de hacer su trabajo como cineasta. Así comienza a marcar distancia con Hollywood a la par de ser parte de esa generación de directores que por esos años, intentaban recuperar el sentido crítico y la libertad creativa de los sesenta, dándole una patada directo a la industria.

Tampoco se trata de romantizar a esta generación de directores, pues muchos de ellos con el paso de los años son quienes tienen el control de la industria, marcando tenencia, y son parte de la crisis que se vive en el cine actualmente por la falta de originalidad.

Aunque se tiene que reconocer que otro grupo, en el que se encuentra Linklater, aún intenta mantenerse en el borde con la misma libertad creativa de hace mas de treinta años. Sin compromisos con el mainstream, ni con nadie que no sea su propia idea del arte y la historia que quieren contar.

Intentar clasificar el cine de Linklater como cine de autor (que algunos críticos lo han metido en esa bolsa) comparándolo con directores contemporáneos a él, es muy difícil pues su cine no se puede clasificar en un solo género, además de que la diversidad de historias y la forma de contarlas lo llevan más allá del cine de autor clásico, por lo que hay que ponerlo en un lugar aparte.

Es claro que tampoco es un director por encargo y lo que desea expresar como centro neurálgico de su cine se encuentra en todas sus películas. Es pues un director capaz de ir y venir por distintos géneros cinematográficos y literarios, pero que siempre deja su marca. Lo que él pretende contar como punto central, las relaciones interpersonales (tanto afectivas como sexoafectivas) y el cómo acompañar al otro nos ayuda a mejorar como seres humanos.

Las influencias se sienten en cada una de sus películas y como hijo de los inicios de la Generación X/Alternativa van desde Vitorrio de Sica, Godard, Dreyer, Fritz y otros directores que tenían como sello particular la introspección, la reflexión sobre el mundo y la sociedad sin caer en el panfleto y que Linklater lo lleva más allá adoptando una estética cercana a la revolución accidental y toda la movida alternativa que domino las ultimas décadas del siglo XX.


Su idea de romper con la industria lo fue haciendo desde su primer largometraje It's Impossible to Learn to Plow by Reading Books  (1988)  y después con la que lo puso en el ojo de los medios y la crítica, que a mi ver fue un poco mal entendida, Slacker (1993) misma que algunos directores como Kevin Smith han declarado que fue la que los impulso hacer cine lejos de Hollywood, la que los invitó a contar historias comunes de sus ciudades, historias que podíamos identificar como parte de nuestras vidas diarias, que construían un diálogo entre el director, la película y los espectadores.

Slacker” lo pone en la línea del cine independiente que en esos años comenzaba a repuntar de la mano de Steven Soderbergh con “Sex, lies and video tapes” (1989), Quentin Tarantino y “Reservoir Dogs” (1992), Alexander Payne con “Citizen Ruth” (1996), Kevin Smith con “Clerks” (1994) entre otros directores que iban marcando la línea entre Hollywood y el cine independiente en aquellos años, lo que permitió que Linklater comenzará con uno de sus dos proyectos más ambiciosos. Before Sunrise (1995). Previamente había filmado Dazzed and Cofused (1993) con la que ya iba perfilando esta idea de crítica a la sociedad desde las relaciones afectivas.

Con Before Sunrise se ganó el mote de director independiente que estaba cerca de la industria pero hablando de toda una nación alternativa. Con esta película entro a la revolución mediática que de manos de Nirvana, vendió un movimiento contracultural como mercancía. De nuevo, sobre esto podría escribir todo un ensayo, pero no es este espacio, quizás en otra ocasión.



Podemos recuperar que gracias al éxito de “Before Sunrise” pudo terminar la trilogía conocida como “Before” donde además de la ya mencionada están “Before Sunset” (2004) y “Before Midnigth” (2013) las cuales más allá de ser “chick flicks”, son un tratado filosófico de las relaciones sexoafectivas y su evolución, de cómo en ellas hay que saber nadar contracorriente a riesgo de que te lleve la marea, pero también de cuándo dejar que esto último suceda. No hay amor romántico en esta trilogía, es puro romance oscuro, deprimente, ocioso, una palabra que puede aparecer mucho a la hora de reseñar el cine de este director. Después regresamos a ella.

A simple vista se puede pensar que el cine de Linklater no tiene un hilo conductor, que igual filma “The Newton Boys” (1995) coqueteando con el cine de acción con un filme sobre gánsters de los años cincuenta o hace lo propio con School of Rock (2003) mal definida como una película infantil cuando es simplemente un homenaje a la ociosidad y el fracaso. O bien hace una crítica directa al capitalismo con Fast Food Nation (2006) y a la par un meta documental sobre un asesino como lo hizo con Bernie (2012) despojándolo de toda esa aura de magnificencia que Hollywood le pone a sus villanos, convirtiéndolo en un humano más con filias y fobias.



Regresa a hacer una crítica al capitalismo y el trato a las mujeres en Where'd You Go, Bernadette  (2019) donde la presión, la obsesión por ser perfecta las afecta a ellas mucho peor que a cualquier hombre, un trabajo mucho mejor logrado que cientos de intentos de corrección política que saturan los streamings hoy en día. También podemos mencionar ese tratado sobre la mierda que es crecer y que logró mostrar con su película más famosa (nominada a cinco Oscares) Boyhood (2014) su otro proyecto ambicioso que le llevó filmarlo más de diez años para no cambiar a los actores protagónicos. Todas ellas tienen un hilo conductor, y es la premisa de que la mejor forma de luchar contra el sistema es la dispersión colectiva, el rechazo a lo establecido desde una aparente ociosidad y esto lo hace sin mucha alharaca, sin panfletos, sus personajes son transgresores sin necesidad de serlo, lo son de una forma natural, es parte de su comportamiento.

SubUrbia (1996) y sus ejercicios de animación Waking Life (2002), A Scanner Darkly (2007), esta última basada en una historia de Phillip K. Dick, muestran de forma muy clara al Linklater transgresor que bajo un discurso aparentemente light, esconde una fuerte crítica al sistema.

Su crítica al sistema y la forma en que este define cómo nos relacionamos están presentes en toda su filmografía. Incluso una trilogía como “Before” que puede ser catalogada como una “chick flick” tiene una crítica directa al amor y cómo éste va mutando de acuerdo a la evolución de la pareja. En la última película es claro que la relación ya no funciona, pero los protagonistas siguen aferrados causándose daño, poniendo como excusa el amor. Aunque posiblemente “Fast Food Nation” sea donde la crítica es mucho más directa, atacando al sistema laboral, el racismo, la falta de humanidad, la salud. Justo aquí la estética cambia un poco siendo más oscura, sombría, sin perder esa parte de las relaciones afectivas entre los protagonistas.



En el ensayo que Brian Price escribió sobre Richard Linklater para la revista electrónica “Sense of Cinema” clasifica la obra de director con la palabra “Idleness” que se traduce como ociosidad: el centro fundamental de toda su filmografía. Estoy de acuerdo en parte de esta clasificación. Si hacemos una lectura superficial de la obra de Linklater, la ociosidad está presente en todas sus obras; en Everybody Wants Some!! (2016) todo gira en la fiesta de un grupo de beisbolistas universitarios sin nada mejor que hacer, sin embargo al hacer una lectura más profunda tiene una reflexión que va más allá, es una crítica a la insistencia del ser alguien, de lograr algo en la vida, solo porque así lo dice la sociedad. Hay una evolución que no se ha detenido en un director que pertenece a una generación que fue y va coleccionando fracasos, y que en vez de quejarse prefiere la ociosidad como forma de resistir.

Más allá de un estilo que parece ir recogiendo historias sin involucrarse, ir mostrando una diversidad a la hora de filmar, se ve más que un cineasta, un espectador de cine, con una visión igual a la de su trabajo y que esto lo va convirtiendo en su propio ecosistema donde de acuerdo a sus propias dinámicas puede igual hacerle una visita a Orson Wells en Me and Orson Wells (2009), que a un entrenador borracho y fracasado Bad news Bears (2005); o en la ya mencionada Boyhood” como un ejercicio un tanto de peping Tom o de pasar más de diez años viendo el crecimiento de los actores y de los personajes. Linklater es un observador, un contador de historias, siempre en primera persona, y es por eso que en sus películas es fácil sentirse voyerista.

Migrar a Hollywood para él nunca fue una opción, no buscaba la fama y la fortuna como un fin, menos individual;  y es por eso que decidió quedarse al borde de la industria produciendo y ganándose el respeto por lo que hace, eligió lo colectivo a lo personal y hasta ahora esa decisión le ha permitido convertirse en un director respetado.

A diferencia de muchos directores de su generación que reivindicaron el cine como una forma de manifestarse, Linklater se mantiene contando historias sencillas y complejas a la vez, que nos invitan a dialogar, a pensar, pues es parte de (aunque él no este consciente de ello) toda una generación que fue influenciada por el Mayo de París del ‘68 que aun en estos días de colapso nos siguen invitando a imaginarnos y pedir lo imposible.


Jorge Tadeo Vargas, es escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobretodo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia.

Letrinas: Bajo la carpa


Bajo la carpa
Juan Jesús Jiménez

La noche que Víctor-Hugo vio por primera vez el interior de una carpa, de sus ojos brotó una luz pálida. Eran días en que el morbo tenía por nombre un conjuro gitano y humo que revelaba las más grandes maravillas del mundo oculto a los ojos incrédulos; quimeras y demonios, seres de extraordinaria fuerza y anatomía. Milagros escondidos bajo la alfombra de heno,  tela barata. Un tártaro de diez centavos.

Esa madrugada, se levantó como las últimas tres semanas anteriores, sudando y temblando de frío por dormir bajo la cama de sus padres; tomó su cajón de zapatos y salió en dirección al centro de la ciudad, pateando latas mientras el sereno apagaba las farolas que restaban. El cielo decidía si despertar o quedarse dormido. Soplaba uno que otro residuo de la llovizna y las ratas se recluían de nuevo en las alcantarillas.

Su padre partía camino a la fábrica mientras Víctor-Hugo alistaba su cepillo y grasa para trabajar hasta el atardecer. Realmente, su padre no tenía empleo e iba con frecuencia al bar para apostar el poco dinero que conseguía su hijo, teniendo días en los que tras recuperar su inversión, corría a casa para abrazar a su mujer y presumir que ahora todo sería diferente. Ya sabrás de la buena vida –decía ya verás. Para gastar su dinero en baratijas que según él, valdrían su utilidad en oro para cuando despertaran a la mañana siguiente. Fue así que el cuarto que antes pertenecía a Víctor-Hugo, se llenó de fierros inservibles y espejos vistosos, para continuar con el resto de la casa, sumergida bajo estos aparatos de la charlatanería ficción.

Otros días corría sangre de las espaldas y se perdía en la regadera del baño, restos de vómito y cenizas en el azulejo lo acompañaban. Sin más baratijas arrumbadas en el fondo, sin la sonrisa de su madre. Solo un silencio incómodo al dormir bajo la cama, un dolor de cabeza parecido al de una contusión y el adormecedor arrullo del cajón que era su almohada.

Las calles se llenaban de poco con gente pasando de un lugar a otro, tapados con uno o dos suéteres para amortiguar el frío, brincando charcos, empañando lentes, repartiendo periódicos o yendo a sus trabajos, todos tenían algo por lo que correr a esas horas por las calles; Víctor-Hugo solo los veía y jugaba a adivinar a qué se dedicaban estas personas, dejando muchas veces, que su imaginación les colocase en las actividades más absurdas e increíbles que se pudieran imaginar en un lapso de tres minutos. Yo creo que ese, murmuraba para sí– caza hormigas.

Pronto llegó en una bicicleta un hombre que superaba en tamaño a su padre acompañado de una mujer aun más grande. Esos... pensaba esos… El hombre bajó con un rollo de carteles en mano, un martillo y varios clavos en su bolsa. Esos… La mujer tomó las cosas y pidió ser elevada por el hombre, que, sin esfuerzo alguno y con solo un brazo, tomó a la mujer por sus piernas y la alzó por encima de él para que ésta colocará el anuncio. YA LLEGÓ. Hugo no podía creer lo que había visto. ESTÁ AQUÍ. No imaginaba cómo era posible semejante proeza. DESDE MÁS ALLÁ DEL TÍBET. ¿Eran acaso súper héroes perdidos en la ciudad? LA CARPA DE CURIOSIDADES DEL PROFESOR BROWN.

Víctor-Hugo no podría quedarse con la duda, así que tomó sus cosas y fue con ellos para preguntar: ¿Cómo pudieron crecer tanto sin estrellarse al cielo? Ambos personajes rieron ante la inocencia del niño y le preguntaron su nombre. Hugo, pero díganme, ¿cómo lo hicieron? La mujer entonces sacó unos boletos de su bolsa y se los otorgó al infante para exclamar: deberías ir a vernos.

Tras el encuentro, Víctor-Hugo guardó los boletos en su zapato y espero a que su padre volviera a recogerlo para contarle cómo los había adquirido, pero pasó tanto tiempo dentro de sus pensamientos que apenas y alcanzo a bolear un par de banqueros a medio día, encendiendo la cólera de su ebrio progenitor, que sin tentarse para nada el corazón, rompió su botella en el brazo de Hugo. Camino a casa, todo fue silencio.

***

Con un brazo cubierto de sangre y los ojos hinchados de llorar, su madre recibió a Hugo para lavarle la herida mientras detrás suyo era recitado el catálogo más extenso de obscenidades y blasfemias del que se tuviera registro. ¡TODO ESTO ES TU CULPA! gritaba ¡MALDITA MUJER! ¡MALPARIDA! Volaban esquirlas de platos mientras el brazo del niño era vendado. ¡TUYA Y DE ESE ENGENDRO MALIGNO! ¡ESE MALDITO NIÑO!  La madre de Víctor-Hugo guardaba la calma para que su hijo no la viera llorar. ¡PERO HOY SE ACABÓ!

Al tiempo que Hugo se iba a esconder bajo la cama de su madre, dos explosiones acabaron con el llanto de la mujer.

VÍCTOR…

No sabía que había pasado pero sabía que esta vez era diferente a las anteriores tres semanas que se había repetido algo así. Tenía que salir de alguna forma a buscar ayuda, y su única salida estaba sobre él a unos metros del piso.

–HUGO… ¡VEN ACÁ CARAJO!

El salto no era tan difícil, apenas un brinco y de ahí, aferrarse al marco de aluminio para salir corriendo a los campos tras la casa.

–¡AHÍ ESTÁS!

Era momento de la verdad, salir o morir a manos de una bestia humana.

Cuando Víctor-Hugo llegó a la carpa, su brazo sangraba aún más y buscaba con desesperación a los héroes que había visto en la mañana; se metía entre cajas y pilas de heno que funcionaban como paredes tras bambalinas del escenario. Aquella noche se llenó el cupo y no había alma que se haya resistido al atractivo principal del cartel. El horror más grande de la naturaleza.

Su padre le había seguido hasta este lugar con el arma en mano y dispuesto a arrancarle la vida como supuesta justicia por robarle su vida de lujos.

–Ayuda por favor, viene por mí –decía el niño.

¿Quién? preguntó su otra cabeza.

Viene por mí.

Tranquilo, todo estará bien concluían los dos rostros.

La sombra de su padre se acercaba lentamente hasta donde estaba el infante, advirtiendo su disparo con el sonido del gatillo siendo cargado. Las luces se apagaron y la carpa entera esperaba la salida de lo que se hallaba tras la cortina. Tres sombras que sacudían el escenario con gritos y pataleos.

¡ADMIREN! ¡LA PESADILLA DEL CERBERO!

Frente a un siamés, el padre de Víctor y Hugo disparando tres balas a su hijo.


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