Crash: revisitando el polémico thriller de David Cronenberg

Por Juan Rey Lucas

“Hundirse en la locura no es una fatalidad, quizás es, también una elección”

A. S. Brasme

 

“Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es insanamente cuerdo”

Julio Cortázar

 

La película de David Cronenberg hecha en 1996 basada en el libro de J. G Ballard nos relata la historia de una pareja: un productor de cine y ejecutivo de publicidad y su atípica esposa (James Spader y Deborah Kara Unger) quienes llevan una relación bastante fuera de lo normal en cuanto a sus encuentros sexuales. Tras un accidente de James de regreso al trabajo colisionará -anímicamente- con un grupo tanto más anormal que ellos para ir en búsqueda de nuevas nociones con respecto a lo sexual, lo voraz, el hambre, y el cuerpo como aparato de deseo de cómo se encuentra concebido.

Liderados por un admirador de los choques de estrellas de cine del pasado (Elias Koteas) y entre más singularidades por una entidad parapléjica de ojos azules y atestada de cuero (Rossana Arquette). El cuerpo es el primer aparato por descodificar de sus entrañas. El corpus es el aditamento por el que los dolores, las furias, los rencores pueden desenvolverse a-significantes. Es decir, darles otra funcionalidad. Será cuestión de ir sopesando las experiencias-experimentales con los que nos enfrentamos. Aquí la relación con la materia no tiene que ver con fetichismos o parafilias: eso es tan sólo la primera reacción a proceso de transponer por el que se despliega una distinta geografía. Los accidentes no son detrimento sino enlaces de una conexión aún no sabida. Es cierto que hay todo lo implícito, pero es sólo el primer paso. La desarticulación de la carne, de los órganos, de las extremidades, de las funciones de cada miembro para la aventura del progreso exento de la personalidad. Lo espectacular no tienen que ver con las imágenes o con la rudeza sexual, o con las proporciones de la producción. El prodigio tiene que ver con lo inconcebible de las relaciones a fusionarse. El auto cataclismo como reorganización en pro de un proyecto disparatado e inclasificable.


Un esquema aún por desentrañar. ¿Hace daño, será la supremacía, será la degradación última, tiene algo que ver con el arte o la psicosis? Mientras se revela en el trayecto, es en la excursión y la peregrinación donde sabremos a qué impetuosidades y virulencias se irá encaminando. A veinte y cinco años de su exhibición es indudable que ha obtenido enzima en su conservación del tiempo. Todo proceso al nuevo encuentro con la materia tiende a ser tildado de estúpido, de loco, de enfermo. Pero es quizá por esas vías que de otra manera es como funcionan: siendo imbéciles o transgresores de las zonas de confort para disponerlas a los demás apocados o temerarios de desvelar la audacia subyugada en la humanidad.

No es un film comercial, ni entretenido. Es una película que apela a algo más grande, más tenaz, más inmerso en la carne. Quiebra el pensamiento, pero es ese su gran valor y audacia. 

Para distraer y amenizar hay miles más de películas. Pero para hacer grieta en la piel será Crash la que perfore la mente y la aviente a los abismos de lo que nadie entiende o de lo que no quiere darle el concepto de entendimiento. Porque las áreas del conocimiento a veces no requieren discernimiento sino concomitar con ellas para ir manufacturando nuevas aleaciones o amalgamas desconocidas o aún por exhibirse al mundo.

Tanto el autor del film como del libro han logrado la puntuación a sobresaltar: es el coche el paradigma y la epitome de la vanagloria del humano. Los accidentes y choques del metal se vuelven también convulsiones con la piel, el cuerpo y la pulpa. No son una extensión o un disfrute desorbitado: será una prótesis, una ortopedia que extienda las fuerzas y las vehemencias a través tanto de ellos como de su espíritu y el mundo. No es cuestión de psicoanalizar o de diagnosticar. El asunto tiene que ver con lo que el cuerpo será capaz de realizar, de diseñar, de conglomerar con sus deseos, con sus afanes, con sus afectos. Lo enfermo no tiene que ver con la infección; y lo estropeado no tendrá distinción con lo envilecido. No es la causa y efecto de las supuestas consecuencias, sino los altibajos y los desniveles de lo que las emanaciones son competentes para manufacturar. Un cuerpo sin órganos como estilización de lo indómito.

Joaquín Sabina, el arte de escribir canciones

Por Sergio Martínez


Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) es un cantautor que, con sus canciones, ha escrito microcrónicas de su tiempo, de su espacio, de sus vivencias, de sus lecturas, en resumen, del mundo que le ha tocado vivir. Observador perspicaz de lo cotidiano ha extendido su obra musical a los sonetos, décimas y rimas para regalarnos una lírica con un sello personal inconfundible en nuestros días. Influenciado por su padre, por la literatura del Siglo de Oro español, de los poetas de la generación del 27, la generación de los niños de la guerra, la literatura latinoamericana, Dylan, Cohen y Georges Brassens, entre otros, ha logrado construir un mundo donde confluyen todos los géneros en los que ha vertido su pluma.

La marginalidad urbana: Ciudadano cero, Medias negras; la noche: Viridiana, Negra noche; la historia: De purísima y oro; el amor: Y sin embargo, A la orilla de la chimenea; la observación: Calle melancolía, Caballo de cartón; América Latina: Por el bulevar de los sueños rotos, Con la frente marchita, Postal de La Habana; la vitalidad: Más de cien mentiras, Ahora que, Noches de boda; la cotidianidad: Eclipse de mar; la sensualidad: Y si amanece por fin; la nostalgia: Cuando aprieta el frío; la soledad: Así estoy yo sin ti, Que se llama soledad; el fracaso: Nacidos para perder; el amor juvenil: Una de romanos; la pareja como motivo: Tratado de impaciencia nº 11, Besos de Judas, Mentiras piadosas, Contigo, Incompatibilidad de caracteres, Eva tomando el sol; el desamor: Como un explorador, Amor se llama el juego; y la autobiografía: Cuando era más joven, Tan joven y tan viejo, La canción más hermosa del mundo, A mis cuarenta y diez, Lágrimas de mármol, Lo niego todo; son algunas de las postales que nos regala Sabina en sus canciones. La mirada, el léxico y los recursos estilísticos que propone para llegar a los oídos o a la lectura del espectador, es lo que hace a la obra sabinesca peculiar. Sabina poetiza la palabra y ve donde pocos saben mirar, lo que le ha valido para que su obra sea transgeneracional, mérito que no han logrado muchos de sus colegas contemporáneos.

Esa geografía construida durante 40 años, donde ha grabado más de 20 discos y publicado varios libros nos da cuenta de la obra sabinesca que hoy es estudiada ex nihilo en ensayos, tesis de grado académico, libros y documentales, donde se analiza la intertextualidad, la estética y se resalta la calidad literaria de las canciones que sostienen los estudiosos del tema: borda la poesía. Sabina, como ningún otro compositor, es una rara avis que ha logrado utilizar el español como vehículo para escribir canciones, para contar historias:

“La canción es el enlace entre la vida y la literatura” ha mencionado Sabina en algunas entrevistas, él mismo se asume como cantautor y no como poeta, en cambio reconoce: “[…], cojo el lenguaje de la calle para devolvértelo literariamente dignificado”.

Esa veta literaria-poética ya se vislumbraba en la lírica de Inventario. La retórica, sátira, la yuxtaposición de imágenes, el humor, la ironía, el oxímoron, la métrica, la irreverencia, la mordacidad y la enumeración son algunas de las características compositivas que hoy dan identidad a la obra de Joaquín Sabina, identidad que fue puliendo y consolidando con los años, hasta lograr un sello que podemos observar en dos de sus canciones de mayor éxito comercial: Y nos dieron las diez y 19 días y 500 noches. El éxito de sus canciones lo han vuelto un artista de masas, capaz de agotar las localidades en los foros que se presente de este y el otro lado del océano. Desde siempre los escuchas primigenios del natural de Úbeda han señalado la estética y el discurso de las rolas sabinescas, después el sagaz oyente descubrió la intertextualidad que sus canciones tienen con otros campos de arte, de un tiempo a la fecha algunos académicos se interesaron en determinar si la letra de sus canciones son poesía según el canon. Lo real es que Sabina, como ningún otro cantautor en español, ha logrado reivindicar su oficio y elevar la calidad de sus canciones por medio de un manejo exquisito del lenguaje. ¿Sus canciones son poesía? Sin duda lo son, concluyen los estudiosos del tema. Pruebe el lector leer, solo leer, alguna de sus canciones aquí mencionadas y lo comprobará. Desde hace años Sabina se había ganado un lugar en el imaginario de la cultura popular a base de sus versos, sonetos y canciones; Y nos dieron las diez es cantada por los mariachis en la Plaza Garibaldi, sin que estos sepan quién es el autor, aunque este último esté cantando con ellos in situ. Quien camine por las calles de Madrid encontrará a su paso esas descripciones de Pongamos que hablo de Madrid o Yo me bajo en Atocha, y con Dieguitos y Mafaldas o Con la frente marchita descubriremos instantáneas que captó la mirada de Joaquín que ahora son inmortalizadas en esas canciones. El gran mérito de Joaquín fue llevar la canción popular al canon de la poesía, no habría que escatimarle ningún reconocimiento.

Dylan abrió el camino, habría que enviarle a la academia sueca un paquete con la obra sabinesca completa para que escuche y lea en algún momento al genio de Úbeda, en congruencia deberán laurear al cantautor español.

“Sabina quiso escribir La canción más hermosa del mundo, no sé si lo logró, de lo que sí estoy seguro es que con sus canciones logró hacer un mundo más hermoso”. Anónimo.

¡Feliz cumpleaños, querido Joaquín!

Letrinas: Diva de motel

Diva de motel

Por Christian Sainos


EXP. 9 /0511 / SXNO

SUJETO FEMENINO DE 34 AÑOS DE

EDAD APROXIMADAMENTE.

PRESENTA MULTIPLES LESIONES

EN BRAZOS, PIERNAS Y ROSTRO.

CAUSA DE LA MUERTE ASFIXIA.

 

La luz roja iluminaba su rostro.

Afuera, los perros ladran…

La mirada perdida en las manchas del techo.

Vaivén de cuerpos, sonidos, olores, sensaciones.

Una cara desconocida.

Se agita la respiración; el pulso se acelera y luego…

Viene la explosión.

El mismo procedimiento de cada noche, de cada día, de siempre. Porque en este trabajo no hay horario, vacaciones ni prestaciones.

Mucho menos fama dinero o glamur

Suena el despertador.

Es medio día, pero la luz no atraviesa las gruesas cortinas de la habitación, la cabeza duele, la boca sabe a cenicero.

Ella se levanta en forma mecánica, se dirige al baño. Una desteñida bata intenta en vano cubrir su desnudez.

El agua que cae sobre su rostro le recuerda que aún sigue viva y que el show debe continuar.

Aún recuerda la mañana de abril cuando empacó sus pocas pertenencias, un puñado de sueños y la ilusión de llegar algún día a Broadway… o por lo menos a Televisa.

Con el futuro en la maleta y una extraña opresión en el pecho se despidió de Sandra el nombre que le recordaba el pasado, y era parte de todo lo que dejaba atrás; su vida poblana: las calles, la gente, su familia y su niñez.

Dos meses en la CDMX bastaron.

Ya no recuerda en qué momento Scarlet, su nombre artístico, dejó de frecuentar los tardados castings, las filas interminables y esperar el ansiado llamado que nunca llegó.

Un actorcillo de tercera le compró el boleto de regreso a Puebla después de una noche de sexo hardcore.

Ella era una actriz, ¡y de las mejores!

Nadie podía gemir, ondularse y gritar como ella. Fingiendo el orgasmo era la mejor, toda una diva de esquina que esperaba en un sucio cuarto de vecindad al genio que la descubriera o al empresario que la patrocinara.

Mientras tanto tuvo que aceptar que en esta ciudad tendría que ganar el pan con el sudor de su espalda.

Madrugada en el Atenas. Una hora después de regreso a casa.

Dormir dos horas. Outfit de conejita en el Avia.

Lesbian show con Pamela en el Jacarandas y luego otro servicio en el Trébol.

Todos los días representar la misma tragicomedia.

Los actores cambian; el guion no.

Tarde en el París, servicio de tres horas.

El cliente ¡un sueño!

Un joven empresario recién casado. Atlético, impecable y tan ¡sexy!

Hubiese pasado toda la noche con él de habérselo pedido.

En unas horas la hizo princesa, esclava, diosa y pecadora.

Después le pidió un poco de sado.

Estaba acostumbrada a los golpes, a muchos clientes les gusta rudo.

Las bofetadas aumentaban la intensidad del momento.

La tomó de los cabellos; entrando una y otra vez susurró: mírame.

El susurro se convirtió en orden ¡mírame!

Un puño se clava con furia en la boca de la chica.

Un hilo de sangre tibia salpica su torso desnudo.

Cada golpe, cada grito le excita aún más.

Las manos aprietan el cuello de la chica quien intenta zafarse.

 Algo ha cambiado en el guion.

Ella se hunde en un abismo queen size. El aire se acaba.

Un cuerpo inerte, sangre, sábanas blancas.

En la ducha, los pecados se van con el agua.

 Él, sin remordimiento se viste.

Da un vistazo a su obra, arroja dos billetes de quinientos y se va.

Se cierra el telón.


Letrinas: Espantapájaros

Espantapájaros
Por J. R Spinoza

¿Quieres saber cómo terminé aquí? Fue a causa de los cuervos. ¡Vaya que son listos! ¡No! ¡No me pongas esa cara! Esto sucedió antes de que nacieras… ¡Ven, pósate sobre mi hombro! Te contaré la historia. ¿Dónde estaba? Ah, sí… ¡Ustedes son muy listos! Una vez vi un documental acerca de una parvada como la tuya que imitaba el aullido de los lobos. ¿El motivo? El lobo llegaba a la zona y capturaba a la presa que la parvada había visto y, luego de comer, dejaba la mesa lista para ellos.

 

Los cuervos son como nosotros, omnívoros y oportunistas, comen de todo y, por eso, al llegar al rancho del abuelo Hermes, no me sorprendió que intentaran comerse el maíz. Lo que me pareció increíble fue que un viejo y descolorido espantapájaros los mantuviera a raya. Digo, se supone que son tan inteligentes como para recordar rostros y hacer funerales a sus muertos. ¿Acaso, no se dan cuenta que aquel muñeco clavado en la tierra no puede hacerles ningún daño?

 

Eso mismo se lo pregunté un día al abuelo mientras veía por la ventana cómo uno de ustedes descendía en diagonal y frenó en el último momento, a pocos centímetros del espantapájaros. Las plumas negras se encresparon y pareció detener el viento. El cuervo hizo una elegante maniobra y dio media vuelta hasta posarse en un deshojado algarrobo, el más cercano al maizal y ahí se quedó…

 

—Tal vez no sean tan listos, no creas todo lo que dicen en la televisión. Una cosa sí te digo, de vez en cuando aparece uno muerto. Cuando eso sucede, los demás se reúnen alrededor del  árbol, como si le estuvieran haciendo un velorio.

—¿Y por qué se mueren? ¿Tienen algún depredador por los alrededores?

—Ya te lo dije, chico, no son tan listos.

 

            Quien sí parece muy listo es el abuelo Hermes. Agricultor de maíz, tiene un rancho muy grande y tres camionetas: una para trabajo forzado, otra para ir a la ciudad y una muy lujosa que rentaba para las fiestas de las quinceañeras y las novias del pueblo.

 

Habían pasado seis meses desde la muerte de mis padres, cinco desde que me había mudado con mi abuelo. De hecho, pasé un mes en el orfanato —un lugar donde viven los niños que no tienen familia—. Al parecer, el anciano tuvo que hacer mucho papeleo para poder tener mi custodia, una custodia es… bueno, no importa, la cosa es que el abuelo tiene dinero, mucho dinero. Su casa es del tamaño de ocho casas de la ciudad y su televisor es más grande que una puerta. Un televisor es… bueno, no es tan importante, el punto es que vive bien. Era natural pensar que quería compartir su riqueza con su único familiar vivo.

 

Antes de esto, me gustaba vivir en el rancho. En primer lugar, el abuelo no creía en la escuela, así que no me obligaba a ir. Inclusive, llegué a pensar que en un futuro me heredaría sus bienes, así que aprendía con mucho gusto las labores del campo. Por la mañana revisaba las gallinas y tomaba algunos huevos frescos para el almuerzo. Después ordeñaba a Gertrudis, le ataba las patas, luego arrimaba un banquito y un par de baldes de metal. Por último, enjuagaba sus ubres y después bombeaba. La primera vez me dio mucho asco, pero con el tiempo se hizo algo automático.

 

El abuelo preparaba el almuerzo, casi siempre eran huevos con frijoles, aunque de vez en cuando desayunábamos cereal. Decía que debía comer bien para crecer muy alto y fuerte. Acostumbraba darme una segunda ración que siempre aceptaba con gusto. Por la tarde podía jugar videojuegos o escuchar música en mi habitación.

 

A veces, el abuelo se iba y me quedaba solo en la casa. No me daba miedo. A las seis era hora de recoger leña y el abuelo me había asignado, como parte de mis deberes, llenar dos carretas de leña cada segundo día.

 

Lo único que me molestaba un poco era la hora de dormir, el viejo era muy estricto con eso. A las 8:12 pm, hora en que caía la noche, debía estar en mi habitación y no bajar para nada hasta el día siguiente. No había justificación alguna porque mi cuarto tenía baño, así que no necesitaba nada de abajo.

 

            La noche en que todo esto me pasó, yo estaba recostado en mi cama, con mi mano entre las piernas, pensando en Dove Cameron, cuando algo chocó contra mi ventana. Me levanté de golpe y corrí hacia ella. Un ave negra se aproximaba al suelo y justo antes de tocarlo, desapareció. Me tallé los ojos y miré nuevamente, no había error, el cuervo chocó con mi ventana, cayó y se esfumó, como si se lo hubiera tragado el mismo viento.

 

            Salí de mi habitación descalzo, poniendo especial cuidado de no hacer ruido al bajar las escaleras. Cuando estuve en el recibidor, tomé la llave del portallavero y abrí la puerta. La cerré lo más despacio que pude. El suelo estaba cubierto por una especie de niebla color negro que no dejaba ver el pasto. Apenas bajé el escalón que separaba la casa del patio, perdí los colores. Todo el mundo era blanco y negro. Temeroso, volví a subir. Debí haber entrado en la casa, debí haber subido las escaleras y debí hacer como si no hubiese visto nada, pero no fue lo que hice. Volví a bajar. Caminé por ese mundo sin color. Pronto me di cuenta que tampoco había sonido, no escuchaba el viento, ni el trinar de los grillos. Sólo… graznidos. Sobre mí, volaba una parvada de cuervos. Descendieron y, coordinados, volaron a mi lado, hasta llegar al espantapájaros. No parecían tenerle miedo. Incluso algunos se posaron en sus brazos. Me acerqué para verlos mejor. Descubrí que el maizal había desaparecido. No había nada, salvo la casa, los cuervos y el espantapájaros.

 

—¡Hola!

—¿Quién ha dicho eso?

—Soy yo — el espantapájaros acababa de mover su boca.

—¿Tú…?

—Mi nombre es Atlas, ¿quién eres tú?

—Soy Pirítoo.

—Es un extraño nombre, ¿acaso tus padres no te querían?

—Mis padres murieron.

—Lo siento mucho —dijo y noté que había sinceridad en la disculpa del espantapájaros, quien no podía mover los brazos, pero agachó la cabeza un poco.

Ahora vivo con el abuelo Hermes.

—Ese no es tu abuelo, ni siquiera es un hombre.

—¿A qué te refieres?

            ¡Libérame y te lo diré!

            —¿Liberarte?

            —Desata mis manos y pies.

 

            Obedecí. El espantapájaros bajó de la cruz. Me sonrió y comenzó a desvanecerse.

            —¡Corre! - Viré. Un demonio gordo y gris, con garras en manos y pies, estaba junto a la casa. Corrí, corrí por última vez con todas mis fuerzas.

 

            —Pero te alcanzó.

            —Sí, me alcanzó.

            —¿Qué te hizo después?

            —Bueno, esa es una historia para otra ocasión. Amanecerá pronto.

¿Recuerdas qué pasa cuándo amanece?                    

 

            El pequeño Hugin abandonó mi hombro y voló hacia el algarrobo.

           

—Algún día traerá otro niño y necesitaré tu ayuda.



José Rodolfo Espinosa Silva. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Licenciado en Educación Primaria, ejerce como docente en la Secretaría de Educación Pública, desde 2013. Becario del PECDA, en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Taller de Apreciación y Creación Literaria del Instituto Regional de Bellas Artes de Matamoros. Asiste al Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020).

Elegía por Jack Kerouac, un homenaje de Parménides García Saldaña

Hasta donde sabemos, el siguiente texto había permanecido sepultado por más de cuarenta años, luego de que el ondero Parménides García Saldaña lo escribiera casi un par de meses después de la muerte de Jack Kerouac (1922-1969).


Elegía por Jack Kerouac
Por Parménides García Saldaña

El 21 de octubre de este año murió en San Petesburgo, Florida, Estados Unidos, Jack Kerouac a los 47 años.

Jack Kerouac o Jack Kaira o Jack Heap of Stones o Jack Cornwall o Kairn Wal o Jack Kernuac o Jack Kerr fue uno de los actores principales del movimiento beatnik. Fue uno de los filósofos más lúcidos del movimiento y el cronista. Fue el filósofo de la Beat Generation, el acadé­mico del lenguaje beatnik. Profeta de estos tiempos, los nuevos tiempos de la sociedad norteamericana. Hoy, sus novelas están viviéndose en todas las ciudades, las calles de Estados Unidos de América. Hoy, el mundo de las novelas de Jack lo están viviendo los diggers, hippies, yippies de todo el mundo, incluyendo nuestra generación misticosicodélica que quiso hacer un Tíbet en la Sierra Mazateca, allá en Huautla. Donde crece la carne de Dios para purificar el alma y los corazones de los hippies autóctonos, que buscan a Dios a través de las enseñanzas de Buda o Cristo o de cualquiera de los swamis o simplemente a través de intoxicarse con una droga para que la mente se abra a las percepciones cósmicas, el saber ontológico. Hoy, los onderos de México leen los “Vedas”, buscan el “Karma”, la naturaleza verdadera de todo, seguir rectamente los principios del “Dharma”; generación que busca el camino de Buda y en vez de hablar sobre la verdad, entrega flores; y camina por las carreteras de México, con la V de la paz y el triunfo del futuro en las manos; estudiando los “tatwas”: el Universo visible corno el invisible no es más que el efecto del éter. Hay siete vibraciones del éter, los “Tatwas” son “Prithvi” (el cuerpo), “Apas” (el cuerpo astral), “Tejas” (la mente inferior), “Vayu” (cuerpo causal superior), “Akash” (el retorno al estado primitivo), “Anupadaka” y el “Adi Tatwa”. (Principio eterno del inundo divino). Muchachitos no mayores de 20 años tratando de descifrar la “Tabla de Esmeralda” de Hermes Trimégisto; leyendo los libros esotéricos de Eliphás Levi, buscando la paz interior en la posición de los planetas, aprendiendo astrología para llegar a Dios, viajando en ácido o en mariguana o en peyote para que Dios les conceda una entrevista y les sean revelados los secretos, las palabras del absoluto. Buscando la iniciación camino a Huautla. Tal vez alguno sea un Rama o Krishna o Hermes o Moisés u Orfeo o Cristo llegando a la Tierra Prometida. Y muchachitas que para escuchar la palabra de Dios dejan sus casas y se visten como pordioseras siguiendo los principios de la humildad y la caridad y también van en busca de la palabra, la purificación porque esta ciudad las ha contaminado, ensuciado su alma y corazón. Y ellos y ellas quieren vibrar a ritmo del Universo y transmitir a todos su limpieza.

He aquí los personajes de las novelas de Jack Kerouac, quien con Allen Ginsberg, William Burroughs, Gregory Corso, Jack Cassidy, Lawrence Ferlinghetti, Alan Watts, fundó la Sociedad Beat, pequeña comunidad que originó a la Hip. Padre del vocablo Hipster, de donde se derivó hippie. Quien usó la forma del haiku por primera vez en tierra norteamericana, para expresar sus estados místicos, y habló de “Los Vagabundos del Dharma” que opusieron una religión a otra, para buscar una verdad que se había perdido entre el cemento, la soledad de las grandes ciudades norteamericanas.

Jack Kerouac fue quien le enseñó a George Harrison el camino hacia la India, la búsqueda a los Beatles de los gurús. Quien a Bob Dylan le dio la decisión necesaria para ir al Camino y vagar por Estados Unidos: ir a New Mexico, Colorado, Texas, Ohio, Oklahoma, buscando su vida, ver cómo vivía la gente y qué buscaba la gente en la vida; y enfrentar una realidad personal a una realidad colectiva y vacía, de gente muy segura de sí misma.

Cuando Jack Kerouac se lanzó al camino, nadie preveía que con su modo de vida, iba a provocar una de las revoluciones más singulares del siglo XX. Que con sus libros iba a anticipar un modo de vida que ahora es de cientos de miles de jóvenes norteamericanos, ingleses; y en menor escala, en otras partes del mundo, incluyendo a México.

Recuerdo cuando entré a una librería y vi En el camino, novela de Jack Kerouac. Me gustó mucho el título. No suponía de lo que trataba. Leía entonces literatura norteamericana, pero fresa: Hemingway, Faulkner, Salinger, Fitzgerald. No sabía de la existencia de la Beat Generation. Compré On the road, editada en español por la editorial Losada.

En parte, me identifiqué con el modo de vida de la novela. Y Yo había querido vivir así, recorriendo calles, ciudades, pueblos, ir de aquí para allá, buscando… ¿qué? Algo, cualquier cosa, pero ver y escuchar a la gente. Ver mi país, ver otros países. Ir en busca de mí mismo, en el camino sólo lo encontraría.

La ciudad de México me asfixiaba, me asfixiaba ir a la escuela, las amistades que tenía vivían con moldes, trataban cautamente de que yo también tuviera un molde. Más que leer, quería ver la vida. Pero tenía miedo de ir al camino. Por otro lado, durante cierto tiempo –en mi breve vida de estudiante universitario– la política consumió mi vida, más teórica, que práctica. Y tenía problemas de conciencia para no mandar todo al diablo, ir al camino. Estar en el camino. Tenía amigos muy solemnes que eran sabios que sólo habían viajado de su tierra natal a la ciudad de México, en ómnibus y realmente, su vida, carente de interés, me aburría.

Cuando leí On the road fue una revelación. Un mundo se revelaba frente a mí, en cada página hallaba algo. Descubría un mundo lejano, pero intensamente vital. Veía a mi país con otros ojos. A Estados Unidos con otros ojos, sin gafas. A los 18 años había hecho mi primer viaje solo a Estados Unidos en busca de una nena, New Orleans y la tumba de Willams Faulkner en Oxford, Mississippi. Regresé con una pésima impresión de mi amiga, con un amorsísimo a New Orleans y con un librito de John Faulkner, My Brother Bill, sobre la vida de Williams Faulkner. Regresé porque me dio una horrible paranoia que hizo que allá en Estados Unidos no hablara con nadie, no confiara en nadie, ni siquiera para pedir una hamburguesa o una coke.

¿Qué encuentro en On The Road? a los “swingers” que viajan por Estados Unidos, en camiones de carga, en trenes de carga, en coches viejos, en busca de las chicks para hacer el amor; que van a San Francisco para escuchar a Shearing, Young, Charles; que hablan de lo grandioso que era Charlie Parker y lloran escuchando los discos de Billie Holliday. Ellos que en los sótanos de Frisco escuchan a los negros que tocan jazz, que buscan a las chicks para buscar una revelación divina en el amor físico y se entregan a la búsqueda de la verdad a través de la morfina, la mariguana, el peyote; y establecer así un mundo subjetivo, aislado, fuera de la sociedad norteamericana preocupada por los coches, los refrigeradores, la casa, olvidada de que el amor es comunión. Los Beatniks son los outsiders que tratan de vivir cada instante de su vida, en oposición del mundo square que trata de olvidar cada instante de su vida. En un inundo de opulencia, los beatniks viven como los negros. Se unen a ellos: son los primeros blancos que a través del jazz rompen la barrera racial, que, como los negros, practican el amor “Libre”. En el camino, “con mariguana, amor, música”. Sin dinero, con los pantalones de mezclilla y los huaraches y la camisa de obrero y los cabellos sucios del polvo del camino y la barba larga en la que está el tiempo andado en el camino.

Y Jack Kerouac habla de México, de sus viajes, de sus impresiones del paisaje, de los indios mexicanos, de las indias mexicanas que le parecen las mujeres más bellas de la tierra. Para Kerouac son dioses y diosas prehispánicas en el siglo XX. Y Kerouac viene a la ciudad de México y busca mariguana en las ciudades perdidas, y va a buscar peyote en Chihuahua. Teoría es práctica, y vida es literatura. Y sus novelas es un mundo limitado a la experiencia: pero esa experiencia se proyecta hacia el futuro, anticipa el mundo que ahora está en crisis.

Pero, para mí, una novela de Kerouac es más valiosa que cualquier novelista mexicano, muy bien escrita, que habla de un mundo aburrido de tan dicho, de tan, después de todo, folk. Jack Kerouac fue un profeta que anduvo en el camino y habló de lo que vio, sintió, aprendió. Para que hoy, muchos, sin saberlo lo estén viviendo. Y para que muchos, recapaciten sobre la obra que llamaron de quinta categoría y vean que no les ha quedado otra cosa que seguir las huellas de Jack Kerouac, en el camino. Y que lo que vean y oigan y aprendan y escriban, Kerouac ya le dijo.

Para la literatura norteamericana es muy importante la Beat Generation, no sólo porque creó un estilo de decir las cosas diferentes, que influyó en los jóvenes que ahora escriben canciones de rock, sino porque, por primera vez en el siglo XX, se da una Generación de Escritores que, como los surrealistas, fundaron y crearon un movimiento. Beat Generation no es un nombre, es una generación de “outsiders” que empezó a vivir al ritmo intenso del jazz, que habló, gritó y aulló para que una generación posterior de jóvenes despertara del sueño norteamericano.

Los Beatniks dejaron las universidades, buscaron en los sótanos de Brooklyn y Harlem a los negros que tocaban jazz, fueron a New Orleans para surtirse de la heroína que llegaba en los barcos extranjeros; a la realidad general norteamericana sobrepusieron una subjetiva de pesadillas, éxtasis, alucinaciones, locura. Amor loco a la música de los negros, amor loco al amor físico, amor loco a la locura.

Con su locura iniciaban la resurrección de un pueblo que para Allen Ginsberg era Moloch. Moloch, Dios de la Sociedad Norteamericana.

Los Beatniks eran sólo una pequeña sociedad, una secta que no representaba nada a los ojos de la limpia sociedad norteamericana. Una secta que era una moda más. Locos que venían de los bohemios de todos los tiempos. Buscando onda en los subterráneos. Las celdas del cerebro sacudidas por jazz, sexo, droga. Blancos perseguidos por blancos, encarcelados por delitos contra la salud. Encarcelados porque con su actitud vital derribaban una sociedad cuya higiene descansaba en el trabajo. Eran encarcelados por vagancia, suciedad. Porque eran todos los nihilistas del mundo desfilando –suéters de Oaxaca, Huaraches de Durango– por las grandes avenidas de Chicago, New York, San Francisco. Los buenos salvajes que obtenían revelaciones místicas en las terminales de la GreyHound, en los trenes de carga que pasaban por Camarillo, donde Charlie Parker estuvo loco y fue vuelto a la normalidad; en las carreteras entre el Desierto Mexicano.

Beatniks amando nuestro país, la cultura pre­hispánica, el mundo mágico indígena, antes que nosotros. Obteniendo visiones en Colombia o Perú. Buscando a través del Zen a Dios. Hoy Gurús de los Hippies y Yippies y Diggers que se asocian en los festivales de música pop, para que la Sociedad Norteamericana se dé cuenta que algo está cambiando, que cientos de miles de jóvenes norteamericanos son ahora la consecuencia de Dean Moriarty, Carlo Marx, Sal Paradise, Old Bull Lee, Marylou, Camille Moriarty, Mardou Fox, Fran Carmody, Rosie Buchanan, Maggie Cassidy: esos vagabundos solitarios que en la década pasada, empezaron a buscar a Dios y al hombre, a través de otros conceptos muy alejados del American Way Of Life. Personajes de las novelas de Jack Kerouac: On The Road, Tho Dhorern Bums, Maggie Cassidy, The lenesone Traveller, The sub terraneans.

Jack Jorouac; descansa en paz. En el camino dejaste flores, incienso, tu vida, fuiste un ángel y moriste como humano. Fuiste un hipster que le dijo a Allen Ginsberg cómo Aullar. Que aprendiste mucho de Jack Cassidy y de Buda también. A un pueblo le enseñaste que para creer en Dios se necesita algo más que decírselo en una moneda de dólar. Buen Salvaje viviendo entre los bosques, ahora estás en el lugar donde habitan tus amigos. Estás al lado de Charlie Parker, Leadbelly. Viviendo en el paraíso que imaginó tu cerebro entre sueños. Kerouac modern cat. Daddy of cats and chicks. Craziest! Old Man Mose is dead. But Kerouac get ahead.



*La Cultura en México, 17 de diciembre de 1969, p. VII.

Tomado de Círculo de Poesía, 4 de enero de 2013.
 

Los ladrones viejos: leyendas del artegio mexicano

Cinema Coyote | Por Alejandro Carrillo

@alexiliado


En las entrañas de Netflix hay un documental bastante entretenido para los que nos regocijamos con las leyendas del artegio y las proezas de los antihéroes. Los ladrones viejos (2007) narra las historias de algunos de los rufianes más famosos de la Ciudad de México durante los años sesenta y setenta.

El realizador Everardo González logró reunir los testimonios de “El Fantomas”, “El Carrizos”, “El Burrero”, “El Xochi” y “El Chacón”; directamente desde las cárceles en donde cumplen sus condenas, algunos de ellos no las alcanzarán a cumplir.

“Me gustaba la buena vida. Me gustaba mucho vestir bien y siempre me ha gustado.”

Durante 97 minutos, los viejos ladrones cuentan con nostalgia y orgullo las hazañas y tragedias que los llevaron a convertirse en los criminales más buscados de la época, así como los principios, códigos y bondades del oficio de robar discretamente y sin violencia. Algunos exagentes de la judicial también intervienen en el filme, narrando los cochupos, tejes y manejes que había entre policías y hampones por aquellos años.

Los retratos extraordinarios de una sociedad lejana y una ciudad extinta, son quizá el mayor atributo del largometraje que incluso llegó a obtener un par de arieles y un sinfín de nominaciones entre festivales y muestras cinematográficas a lo largo del país.

El perfil del criminal cambió porque la sociedad también lo hizo. Somos otros respecto de aquellos años. Nada tiene que ver, por supuesto, el robo con el tráfico de drogas, ni los vínculos que hay en el poder entre un ladrón y un policía de la secreta, y un capo de la mafia con un funcionario del gobierno federal.

-Everardo González

Destaca por completo la historia de Efraín Alcaraz Montes de Oca, alias “El Carrizos”, el más sibarita y elegante de los zorreros, famoso por llegar a ser el criminal más buscado de la ciudad y por librar la justicia infinidad de veces. Narra con cierta vanidad y con una invariable mueca burlona aquellas veces que hábilmente se internó en las residencias de los expresidentes Luis Echeverría y José López Portillo para birlarles infinidad de joyas, pieles y dinero; no sin antes soltar la mordaz e inconclusa frase: “Ladrón que roba a ladrón…”, pero sin los cien años de perdón, ya que en este caso la cárcel es el riesgo del oficio.

Sin duda, Los ladrones viejos de Everardo González es un excelente documento que entretiene y rememora la vida de la sociedad mexicana a través de personajes marginales que nos recuerdan que todo tiempo pasado fue mejor.

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El dolor y el blues de ‘Ma Rainey’s Black Bottom’

Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |


¡Querid@s tod@s! Así de rápido se termina el primer mes de este anticipado 2021 y, antes que nada, quisiera desearles exclusivamente lo mejor de lo mejor para los próximos once meses y, sobre todo, que gocen de muchísima salud y continúen cuidándose porque esta pandemia apocalíptica, va para largo. Pero, siempre es reconfortante saber que tenemos a nuestra maravillosa Revista Sputnik para hacernos buena compañía y alivianarnos el confinamiento. 

Les platico que unos días después de Navidad, en una de esas tardes pacíficas entre el 25 y el 31 de diciembre donde el tiempo simplemente deja de existir, mi mamá y yo nos sentamos plácidamente a ver una película que tenía muchísimas ganas de ver desde hace tiempo y que con los tráilers y un par de artículos que estuve leyendo previos al estreno en Netflix, definitivamente hicieron que mi expectativa fuera muy, muy grande. Así que vamos directo al grano: la película de la que hablo es por supuesto ‘Ma Rainey's Black Bottom’; está basada en la obra homónima de 1982, escrita por August Wilson, ganador del Premio Pulitzer en dos ocasiones y quien falleciera en 2005 a la edad de 60 años. ‘Ma Rainey's Black Bottom’ forma parte del llamado ‘Pittsburgh Cycle’, que consiste en 10 obras, todas de la autoría de Wilson, y que apuntan a ser una calca de la experiencia afroamericana estadounidense en el Siglo XX, con el fin de crear conciencia racial a través del arte -en este caso, el teatro- y hacer eco a la poesía del lenguaje cotidiano de lo que Wilson denominó como la ‘América Negra’. Cada una de las obras, se sitúan en una década específica, por lo que valdría muchísimo la pena tener acceso a todas, leerlas/verlas de manera cronológica, y profundizar en la evolución de las tramas y personajes. Se rumora (o bueno, más bien es ya un hecho) que Denzel Washington, planea adaptar cada obra al cine y, según mis cálculos, le faltan ocho. Así que tendremos que esperar a que el dude, se ponga las pilas.

‘Ma Rainey's Black Bottom’ es la segunda obra del Pittsburgh Cycle’ y se sitúa en Chicago en los años 20s. Así es, ¡MIIIIS AÑOS 20s! Mis soñados y locos ‘Roaring Twenties’, el inicio de la ‘Jazz Age’, mi década favorita, blah, blah, blah… y ya sé, soy muy predecible, pero ni modo. La historia de la obra y de la película, se centra en la grabación de un álbum de Gertrude Malissa Nix Pridgett Rainey, mejor conocida como ‘Ma Rainey’ quien, hasta la fecha, goza de la denominación casi indiscutible de la ‘Madre del Blues’ y quien fuera mentora directa de Bessie Smith, la ‘Emperatriz del Blues’. El título, ‘Ma Rainey's Black Bottom’, hace referencia precisamente a una famosa canción de ‘Ma’ que habla sobre el baile conocido como ‘black bottom stomp’, originado en Nueva Orleans en la primera década del Siglo XX y que se popularizó en los años 20s, en plena era ‘flappera’. Y claro, abunda el tema del racismo estadounidense que recae sobre los músicos y sus propios instrumentos, marcando así el ‘beat’ de cada personaje.

Voy a compartirles a continuación -sin spoilers, por supuesto- mis tres sencillas razones por las que creo que la película es un verdadero hit (no en balde está rankeada con 98% en Rotten Tomatoes) y espero que así, se animen a echarle un vistazo:


1.    Viola Davis.

Tod@s sabemos que Viola Davis es un fenómeno de la actuación. La hemos visto arrasar en las entregas de premiaciones y su filmografía, a los 55 años, es vasta y poderosísima. Lo que hace Davis en ‘Ma Rainey's Black Bottom’, es simplemente sensacional. Ayudan el maquillaje y el vestuario para ambientarnos y conocer a ‘Ma’ pero, sus gestos, la voz, la gesticulación y la manera en que interpreta diálogos tan profundos y complejos, es una maravilla. Hace una química explosiva con cada uno de los demás personajes y me parece que va generando poco a poco la expectativa de querer verla estallar pero, se contiene; aprende a contener la ira, la frustración, el deseo y hasta cierto punto, la impotencia de saber que otros (específicamente blancos) se harán ricos a expensa de su talento. Otras actrices como Theresa Merritt y Whoopi Goldberg, han interpretado a ‘Ma’ en las versiones teatrales de la obra. Sin embargo, al ver fotografías de dichas puestas en escena, veo que no se arriesgaron mucho en cuanto al maquillaje; en cambio, en la versión fílmica sí y se agradece. Mia NealSergio Lopez-Rivera y Matiki Anoff, fueron los diseñadores de maquillaje encargados de darle vida a esta nueva ‘Ma Rainey’, buscando y logrando un look grotesco pero, hermoso. Pocas fotografías de la cantante existen en la vida real, pero me parece muy acertado hacer una reinterpretación y plasmarla en la pantalla grande de la manera en que lo hicieron. La constante sudoración y el maquillaje casi derretido, nos da la apariencia de una diva a punto de desvanecer. Y así como algunas de las canciones de ‘Ma’ tienen un alto contenido sexual (homosexual, incluso), Viola es sensual en su interpretación; se mueve y dialoga al ritmo del blues que la acompaña. Algunos dicen que, sin duda, será merecedora de otra estatuilla dorada. Oscar buzz, les digo, Oscar buzz.

2.    Chadwick Boseman.

La inesperada muerte de Boseman en 2020 debido al cáncer de colon que padecía desde hace cuatro años, fue tan solo uno de tantos acontecimientos desafortunados y desoladores del año pasado. Un actor talentosísimo que se nos fue antes de tiempo y quien no pudo ver la semilla que sembró en esta exitosa cosecha llamada ‘Ma Rainey's Black Bottom’. Su interpretación de Levee, el trompetista, es DESGARRADORA. Transita por cada emoción existente en el ser humano y de manera casi perfecta. En un momento te está contagiando su entusiasmo y en otro, estas compartiendo su rabia con lágrimas en los ojos. Un abanico apasionado de emociones que conmociona en cada escena donde aparece y nos hace querer ver más y más. Su personaje resume la crueldad y la dualidad del racismo estadounidense, así como la insistencia desmedida por vivir y alcanzar el tan sonado ‘american dream’. Cada músico de la banda de ‘Ma’, cuenta con un instrumento en particular que parece resonar con su propia personalidad y que en conjunto, son explosivos y armónicos a la vez. Se dice por ahí que Boseman será galardonado de manera póstuma en la próxima temporada de premiaciones.


3.    El ‘storytelling’.

Bastaron unos cuantos minutos para que le dijera a mi mamá: “seguro es una obra de teatro” y miren, no me equivoqué. El formato es muy similar: hay escenas donde el ritmo de los diálogos nos hace sentir como si estuviéramos en un teatro. Pero ocurre algo muy peculiar también: la misma edición y los movimientos de cámara, nos hacen sentir como si estuviéramos ahí mismo, compartiendo espacio y tiempo con Levee, Slow Drag, Toledo y Cutler en un sótano destartalado de Chicago, riendo y llorando con ellos, escuchando atent@s a los monólogos fuertísimos que declaman, al mismo tiempo que disfrutamos de los sonidos que emanan de sus instrumentos. Por lo que me parece que la narración es muy buena y la estructura en sí de la película, funciona. He leído un sinfín de personas que se quejan amargamente del final… ya ustedes me dirán qué piensan.

Ya saben. Vean ‘Ma Rainey's Black Bottom’ y disfrútenla tanto como lo hice yo. Formará parte indiscutible de la temporada de premiaciones y será harto galardonada, pero sobre todo, que su éxito y fama seguro no serán fugaces.

 

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