Un tesoro de oro, salitre y carbón desde la psique de Nacho Vegas

Por Chrys Sainos


Descubrí a Nacho Vegas por “El hombre que casi conoció a Michi Panero” maravilloso tema incluido en el álbum Desaparezca aquí de 2005. No me pregunten porqué, pero cuando me di cuenta, me encontraba buscando su música como quien recopila textos para una tesis doctoral. Las palabras del autor español Juanjo Ordás, escritor especializado en rock resumen mi punto a la perfección:


“Por esa época estaba ávido de dar con nuevos valores que se expresaran en castellano, en realidad sigo en ello… Lo que más me  impresionó… es que se trataba de un rockero heterodoxo de la misma forma que podía ser Nick Cave… Nacho Vegas era un oscuro y profundo pozo que te abría su agujero y te invitaba a saltar dentro sin haber tirado una moneda previamente para saber de su profundidad (o si tal vez concediera deseos). En la caída Vegas te abraza con solemnidad y calor, no os quepa duda.”

Fruto de esa breve, pero sustanciosa búsqueda intensiva, me fui encontrando con rarezas, colaboraciones y pequeñas joyas diseminadas por un sin fin de medios, conciertos y presentaciones. Conocí al Vegas activista, (lo político se siente en muchas de sus letras) que complementan al sarcástico demonio de Asturias que con brutal poesía retrata “la negrura de la vida” en sus propias palabras.


El Oro, Salitre y Carbón es un disco recopilatorio que en 2020 llegó como una muy necesaria doble antología con canciones que fueron presentadas fuera de los álbumes oficiales, con algunas inéditas. Versiones, que reflejan la evolución del cantautor y  que resumen sus últimos diez años de trayectoria así como el contexto social de España y el mundo en los últimos años.

 

En estas veintiséis pistas se recopila la negrura vital del artista. Es un viaje poético que aborda magistralmente el periodo más abiertamente comprometido y político de Nacho Vegas, empezando por “Cómo hacer crac” pasando por temas tan emblemáticos como “La última atrocidad”. Además nos regala joyas inéditas, temas en directo y rarezas varias como “A les rexes de la cárcel”, los versos que escribió en un papel y lanzó al exterior de la penitenciaria un preso anónimo, tras la Revolución de Asturias en octubre de 1934 y que Vegas dibuja magistralmente rindiendo homenaje a las personas que han sido perseguidas por su activismo político. Cuatro canciones más completan la tanda de inéditas del disco, seis en total. Imperdibles el cover de Violeta Parra “Arriba quemando el sol” así como  “Fabulación”, pieza ácida que habla sobre la vida y sus mentiras; piezas que fueron fraguadas con los que fueran sus músicos habituales (hoy emancipados) y nos regalan un sonido que se agradece bastante en la pieza instrumental que abre y da título a la obra, "Oro, salitre y carbón", la cual nos recuerda esas aperturas épicas de bandas sonoras que explotan de belleza crepuscular y gusto western, muy en el estilo folk-rock con el que a menudo coquetea Vegas; por otro lado y no por eso menos importante tenemos la que se convertiría en mi obsesión reciente, por su delicadeza y belleza brutal: “Lyrica”, es una corrosiva y agridulce poesía contemporánea que nos sugiere “Deja que entre la Lyrica, hasta donde no llego yo, deja que entre el Clonazepam, el neurotransmisor GABA te lo agradecerá”, citando a Nietzsche nos recuerda que “Dios ha muerto” y luego sentencia implacable: “Si en tu vida hay una pastilla que te da la paz, el principio activo será siempre la soledad” para rematar “disculpa este extraño humor, es mi mente” navegando con arte y maestría por los abismos perturbadores de la psique humana.


Nacho Vegas: filólogo, lingüista y enfermo. Sus letras empapadas de dulce veneno, amores violentos y perdidos, sin que te des cuenta, se van quedando pegadas como salitre en el subconsciente, arden en los huesos y calan en el alma; lo que hace de este disco una verdadera obra de arte cínica, sarcástica, que desborda belleza auditiva y como buena dosis de fluoxetina o jalón de sativa nos ayuda de forma amable a sobrellevar la decadente realidad con cada una de las joyas que conforman este increíble cofre del tesoro hecho de oro, salitre y carbón.

José Revueltas: una historia de encuentros y desencuentros


Crónicas a Contracorriente | Por Lino


Lo confieso: nunca he leído El Capital y me gusta Revueltas. ¿Qué debo hacer?
(Publicado originalmente en el centenario del nacimiento de José Revueltas, 2014)

“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.

Habíamos visto cientos de veces la frase aquella: en las marchas, en la escuela cuando había algún evento y a la menor provocación nos hacinábamos en los barandales para colgar nuestras mantas con consignas políticas, en internet, pintada entre las paredes de los foros que le apostaban a las propuestas alternativas y contraculturales de la Ciudad de Puebla, en los baños de las cantinas a donde nos dejaban pasar  sin credencial y donde éramos héroes de la historia conspirando contra los malos profesores y el sistema opresor y amnésico de la escuela, pues, ¿dónde estaba el materialismo dialéctico, la historia de Lenin y de sus amigos, dónde el Che? Todo aquello que aprendimos con uno que otro profe “comprometido con la causa” y con los amigos; siempre la misma  frase que dicen que el presidente Salvador Allende dijo durante una de sus visitas a una universidad del país. Sí, el mismo presidente que fue derrocado por el imperialismo yankee que, siendo chavos nosotros, aprendimos a tenerle atento el ojo por su gandallés. Aaaah, cómo nos emocionaba saber de Bahía de Cochinos mientras cantábamos “compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos” o, la misma emoción, mientras Víctor Jara nos cantaba sobre Ho Chí Minh y comentábamos lo hermoso y heroico que habían sido los vietnamitas. Figúrense ustedes: éramos  los jóvenes que hacía poco le habíamos entrado a los libros de Rius y a los manuales de filosofía marxista que conseguíamos bien baratos en las librerías de viejo o en los mercados de chacharas allá por la Colonia Popular; aquellos chavos que tiempo antes nos habíamos encontrado gracias al puritito y más inocente desmadre: unos, como yo, le hacíamos a la onda del ska, del reggae y el oi (cantos y música libertaria, esencialmente antifascista que había llegado del otro lado de la mancha); otros, más acelerados, con la onda del punk y su agresividad que ellos llamaban anarco; los cuates más alivianados, por supuesto, eran aquellos que ya traían una preparación intelectual más pesada y todo el tiempo andaban leyendo y haciendo cualquier actividad artística. En efecto, éramos más jóvenes y la identidad era, probablemente, nuestro problema más grande. ¿Cómo no hacer caso al llamado de aquella consigna si éramos jóvenes, y además éramos la pura vida? No se podía ir en contra de la naturaleza…

¿Y cómo empezó todo? Para los más burros y metidos nomás en el puro relajo como yo, la puerta tenía que ser evidentemente ad hoc, y qué más asequible que una literatura buena onda: sí, ahí estaba Parménides, Sainz, Fadanelli, Ruvalcaba, pero sobre todo Agustín. Con José Agustín los amigos descubrimos que lo que nos gustaba ya tenía nombre, y se llamaba Contracultura y se apellidaba Rebeldía. Luego de leer La Contracultura en México, todo tuvo más sentido. “No mamen, La náusea está de poca madre ¿No han leído En el camino? ¿Ya vieron las pelis de Jodorowsky? Conseguí unas grabaciones de Avándaro, están chidas”. El camino se vio con una amplitud enorme. Quisimos ser jipis y nos dejamos de bañar meses y otros nomás se envolvían  el cabello a la hora del baño para verse mugrosos, a unos les llegó fuerte y todo el tiempo hablaban de María Sabina y de Gordon Wasson y de la percepción y el cultivo de mariguana en casa... La realidad es que le quisimos hacer a todo, incluso nos volvimos punks, beatniks, rastas, cholos, existencialistas. Éramos todo y nada. Un día, mejor optamos por ser nosotros y, en mi caso, nos limitamos a disfrutar la hueva, la cual volvimos productiva: desde la comodidad de casa nos bombardeamos con un montón de pelis y literatura y mucho rock. Sin querer la cosa, un día hicimos examen para la universidad, y aún con la presión de nuestros padres que decían: “¿de qué vas a vivir si estudias esa cosa?” (se referían a Lingüística y Literatura Hispánica), llegamos a las aulas de literatura. Ahí nos volvimos a encontrar, y esta vez la cosa se iba a poner más gruesa.

Como suele pasar, en un afán de corroborar lo vivido, caímos en cuenta de que habíamos leído mal todo. El desmadre, según nosotros, iba por otro lado. Nos gustaba el desmadre, y eso nunca lo abandonaríamos por supuesto, pero tal vez podíamos hacer cosas, ¿no? Cosas. A estas alturas, Marx, Lenin, el Che para principiantes, los manuales de filosofía de los benévolos George Politzer, A. Sparkin y O. Yajot, algunas historías de la filosofía, algunos poemarios de Neruda, se llevaban a todos lados. Comentábamos duro y tupido sobre política y armamos colectivos donde organizábamos eventos con documentales, pelis, conferencias, música y otras cosas que hablaran sobre la necesidad de la revolución. Un día, un amigo llegó y dijo, con un sobre de dvd pirata en su mano: “¿ya vieron El Apando?”


Uffff, ¿para qué? El descubrimiento fue impactante. José Revueltas, inmediatamente, ocupó un espacio importante de nuestras vidas. Años antes, por Agustín, ya sabíamos del hombre barbado que nunca aceptó formar parte de una tradición literaria existencialista, pero, como he dicho antes, nuestra lectura era más incipiente que hoy en día y nosotros no queríamos ser Revueltas sino Sartres Camusianos. Revueltas nos miró y nos guiñó el ojo. Primero fueron los Días Terrenales y todos quisimos volvernos mártires de la revolución, no entendíamos, como usted notará, lo que Revueltas quería decir, sin embargo no nos importaba: queríamos ser parte del mundo revueltiano, entender y sufrir los embates del proletariado, ir en busca de una oscuridad estéticamente bella que nos hiciera entender los secretos de la vida y la conciencia; a nosotros, mal leídos, qué nos importaba la ortodoxia del comunismo mexicano, la crítica feroz de Revueltas a sus camaradas o esas cosas. Lo mismo sucedió con Los muros de agua, entonces Revueltas nos embelezaba nuevamente: su activismo, su vida, su obra, nos hacía admirarlo por su congruencia y valentía para enfrentar el encierro y eso nos hacía pensar más que nunca en lo dicho en un principio: Revueltas había ido a la cárcel desde los 16 años por motivos políticos, era joven y revolucionario, era biológicamente perfecto y nosotros queríamos ser Revueltas. A estas alturas, Revueltas nos había llegado con sus guiones para La Diosa arrodillada y el Rebozo de Soledad, películas que veíamos repetidamente mientras descubríamos que lo que más nos maravillaba, sobre todo, era su tendencia a oscurecer sus obras. Recordábamos entonces los cuentos de sus libros dormir en tierra y Material de los sueños. La palabra sagrada era la de Revueltas y no había más. Nuestra capacidad de asombro, como los incipientes estudiosos de literatura que seguimos siendo, se acrecentaba: su capacidad para crear descripciones que iban más allá de lo evidente, la forma narrativa del tiempo y el espacio que se superponían en diferentes planos, la barroca forma de adjetivar que, a pesar de las críticas, nosotros aceptábamos maravillados, sólo Revueltas sabía hacerlo. Sus reiteraciones eran una manera efectiva de adentrarse en los objetos de la realidad. En Los errores eso sucede cuando se mira pasar un automóvil, por ejemplo. Los objetos, en Revueltas, cobran una extensión abismal, que se va develando de a poco, con una especie de hechizo, que es producido por la voz de Revueltas. La alétheia, la develación del ser, se vuelve dialéctica: el objeto es contradicho a cada momento: en ellos habita un número determinado de significados, que Revueltas va exponiendo evidentemente cuando nombra y califica la realidad.

Revueltas nos extasiaba; sin embargo, para ser sinceros, aclaremos algo que es evidente: en ese momento lo que más nos prendía de Revueltas era aquello que nosotros llamábamos su estética del encierro, su estética de lo oscuro, su pesimismo y sus personajes marginados, enajenados y siempre con un constante y muy latente enfrentamiento con la muerte.

Seguramente, si algún ortodoxo (que conocíamos bastantes) nos hubiera escuchado hablar en esos momentos nos hubieran acusado de lumpens, de ojetes, de desviados y un largo etcétera. Agraciadamente, eso no fue así y, tal vez por eso, es que a Revueltas lo seguimos disfrutando y releyendo; de otra manera, Revueltas se hubiera tornado un autor inleíble y que hubiésemos odiado si hubiera existido la necesidad de discutirlo y pasarlo por la crítica más ortodoxa, cosa que ya antes le habían hecho a él mismo en carne y hueso, lo que luego le costó un sinfín de oprobios en la izquierda mexicana. Insisto, éramos chavos y revolucionarios, por eso intuimos que ya no era el tiempo de repetir experiencias antes vistas y sufridas. Como todo proceso, la obra de Revueltas se iría develando, el salto para comprenderlo se daría en algún momento, pensábamos. Algo que nos hizo mella fue su intención de una teoría literaria marxista leninista. Siendo sinceros, lo que pasaba era lo siguiente: nadie había leído bien bien a Marx ni a Lenin, aunado a la falta de estudio en las aulas de la escuela. Le sabíamos lo más esencial de materialismo dialéctico y materialismo histórico, gracias a los manuales y a Martha Harnecker. Revueltas, ahora, era un autor muy alejado de nuestra posibilidades intelectuales. Por aquella época, yo opté por escribir algunos cuentos, según yo, tratando de escribir a la manera revueltiana. Los intentos hechos me hicieron comprender algo: Revueltas era un genio. Su interés por el cine, y por la literatura universal (que él había leído mucha) lo forjaron como el gran escritor que era. Los ambientes de su obra literaria, lo intuía, venía de esa fascinación por dichas artes. Los compas lo descubrimos así. Por supuesto, ya entrados con Revueltas, nuestra admiración, más allá de este deslumbramiento puramente estético, fue mayor debido a su azarosa vida revolucionaria.

Su vida de encierros en diferentes cárceles, su estoicismo para aceptar su responsabilidad por el movimiento estudiantil, su eterna rebeldía y su crítica implacable nos hacía reflexionar en torno a la relación entre su vida y obra.

Sólo alcanzábamos a decir: “Revueltas era un cabronazo de aquellos y no hay más. Un señorón que sólo con la primaria y autodidacta desde chamaco no puede ser más que eso. Qué intuición, qué manera de escribir”. Revueltas por aquí y por allá. Revueltas en las Islas Marías nos saludaba. Revueltas en su celda, debajo de una foto de Trotski escribía. Revueltas, de pronto era el icono de nuestras aspiraciones revolucionarias y más: era el icono de nuestra rebeldía. Lógicamente, la suya nunca fue contracultural, pero su actitud nos exultaba. Éramos chavos y revolucionarios, decía yo, o al menos eso creíamos. Nosotros creíamos en el socialismo, sí señor, pero al mismo tiempo le metíamos al rock, a la literatura de Coupland, de Foster Wallace y le metíamos fuerte al alcohol (a nuestro favor podemos decir que nunca a las drogas). Algunas ocasiones, justamente por eso, pensábamos en lo que diría Revueltas sobre estos tiempos posmodernos en que el pastiche y el collage es la regla. Cuando pienso en esto, no puedo dejar de imaginar a Revueltas tuiteando consignas en la red y escuchando de fondo un rocksito. Qué locura, por supuesto, ustedes dirán. Me gusta imaginar, entonces, que Revueltas, aquel mismo intelectual que creyó con mucha fe en el movimiento estudiantil, alentaría a esta juventud aletargada. Y me pregunto además: ¿cómo nos vería? ¿unos alienados? ¿o simplemente un reflejo de nuestros tiempos que mira sin mirar detrás de una pantalla de computadora? No lo sé. La cosa, entonces, es que no dejo de pensar en Revueltas aventándonos su crítica feroz. Hoy, más que nunca, pienso, Revueltas es una necesidad de nuestros tiempos políticos: su ejemplo, su entrega, su ejercicio intelectual es necesario para potenciar las fuerzas progresistas y ordenarlas.

José Revueltas, el escritor, el activista, el teórico literario y de cine, el intelectual, hoy, a cien años de su nacimiento, se nos torna envuelto por diversos velos. Los estudiosos fijan su mirada en él… ¿Qué se dirá entonces? ¿Qué onda con Revueltas? Ante lo que se diga, yo tengo algo claro: Revueltas es un escritor excepcional: su literatura, desesperanzadora muchas veces, atrae por su visualización. ¿Acaso no también la oscuridad, la angustia y la tristeza, ofrece una manera de ver el mundo? Por supuesto que sí. Carlos Montemayor, en su novela Los informes secretos, retrata a un José Revueltas ya cansado, desencantado por su vida como activista y escritor; a pesar de todo, eso mismo lo impulsa a afrontar los embates de su vida política e intelectual con mayor fortaleza. ¿Por qué no hacer lo mismo con esta tristeza, descontento, amargura que los tiempos nos traen? El desencanto es una fuerza que reposa. Dialéctica esencial. ¿Cuándo el salto?

Mientras tanto, los chavos de entonces nos miramos y nos preguntamos ¿Y ora qué? ¿Quiénes somos? Entonces, creemos que vale la pena y seguimos releyendo a Revueltas y tratando de no caer, de asirnos a la rebeldía, a una que se parezca a la de Revueltas, o por lo menos a una que sea nuestra sin dejar de mirarnos mutuamente.
 

Volumen 1, Caifanes: los espacios entre el abismo y un bilongo

Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez 


Al tiempo que escribo la presente reseña, hay una cumbia que remueve mis letras en el teclado, a ritmo pausado y con un cencerro del lado izquierdo; aunque usar el término “cumbia” solo ocupa la mitad de una canción. Dejémoslo en que, en esta reseña hay influencias de un bilongo -mal de ojo- que se extiende hasta usted como una opinión de álbum de rock lanzado en 1988 por RCA Ariola y RCA Victor.

Calificado como el álbum número 69 de los 250 mejores en la historia del rock en español por la revista Alborde, Volumen 1, Caifanes o también llamado El disco negro, es un vaivén entre las experimentaciones de un disco de rock-punk junto a una cantidad enorme de ritmos que no esperaríamos que estuvieran incluidos en un álbum así.

Canciones icónicas como Perdí mi ojo de venado, La negra Tomasa, Viento Mátenme porque me muero, son ejemplo de estas experimentaciones musicales que se encarnan entre sonidos desconocidos y dilataciones subterráneas de temáticas inconexas.

Interpretado por el cuarteto original de Saúl Hernández, Alfonso André, Diego Herrera y Sabo Romo, el Volumen 1 es uno de los álbumes más icónicos para las generaciones de los 90’s y que trazó el camino de Caifanes por la historia de la música en español.

En principio, como una recopilación de canciones que la banda ya tenía un tiempo tocando de forma independiente, durante este periodo donde el rock se daba entre toquines clandestinos y reuniones que cualquier adulto de ese entonces hubiera dicho: ¡Esos son lugares de mala muerte!


Influenciados por el post-punk que para ese entonces la cultura británica había popularizado con bandas como Joy Division o The Cure; Caifanes -tanto en apariencia como en musicalidad- fue una ruptura con las concepciones más convencionales de una banda de rock, algo más cercano a un concepto que a una personalidad. Es por eso, que entre las canciones de su primer álbum podemos notar esa disonancia a lo que podría ser un disco de El Tri; tanto la cadencia en los bajos, la combinación de percusiones además de los sonidos de batería, el seguimiento melódico de las guitarras e incluso que la voz de Saúl no sea la mejor entonada, brinda una mezcla única que a nuestros oídos parecen un viaje entre sombras y cumbias.

Cuéntame tu vida, el cuarto track del disco, podría ser otro ejemplo de lo que lo hace tan especial, que sin necesidad de ser conceptual, aborda temáticas que para la música podrían ser ajenas. En el seguimiento de una persona que nos habla desde su desesperación, aspecto que desde la literatura podría parecerse a una narración de Cortázar, podemos ser incluidos en la música y no solo como un ente que escucha las canciones, sino uno que participa de forma activa en él al darle un sentido a las letras.

Ahora, si bien escuchamos el álbum solo en su calidad musical, sin buscar significados profundos y dar una revisión a su composición, muchas de las canciones pueden cumplir con esas expectativas, de sonar bien por sí solas. Gritar por dentro en un camión mientras cantamos “¡PERDÍ MI OJO DE VENADO! es uno de esos pequeños placeres que la música como cualquier forma de arte, puede traernos en el día, en este caso, en medio del ritmo rock y combinaciones de sonidos sintéticos que le dan al disco el aura tan oscura y atrayente que lo caracteriza, justamente, como una maldición de escuchar el álbum muchas veces sin que pierda esa sensación, maldición que se renueva con un cierre magistral con Nada, una pieza que parece combinar todos los aspectos mencionados en esta reseña.

En definitiva, un disco bastante completo y que en lo personal considero el segundo mejor de la banda. Recomendado para cantar a todo pulmón, para mirar el techo después de un día largo, pero sobre todo, para bailar con una escoba al gritar “ESTOY TAN ENAMORADO DE MI NEGRA PRECIOSA”.

La Asistente: entre monstruos y sueños perdidos

Por J. Alejandro Becerra González


La rutina puede ser algo maravilloso, un asidero que le da un sentido de seguridad a nuestra vida cotidiana, aunque en el capitalismo tardío a menudo se traduce en una labor repetitiva, desgastante y mal pagada que nos sumerge en la miseria de la explotación laboral; la soportamos únicamente porque nos encontramos desprovistos de mejores alternativas o porque se nos promete el cumplimiento de nuestros sueños a cambio de nuestras almas. La asistente, dirigida por Kitty Green nos coloca en este último escenario, siguiendo las labores mundanas de Jane (Julia Garner), quien se desempeña como asistente de un productor picudo en Nueva York.

Kitty Green (Melbourne, 1984), debuta como realizadora de ficción con este largometraje, habiéndose desempeñado como directora, escritora y editora de los documentales Ukraine Is Not A Brothel (2013) y Casting JonBenet (2017) –este último disponible en Netflix–. La asistente refleja su formación como documentalista, pues la cámara se coloca como un testigo mudo del día a día de su protagonista, creando un ambiente naturalista, fluido y verosímil. La directora utiliza la cámara para establecer una perspectiva de primera persona, negándose a proporcionar explicaciones de lo que sucede en la oficina o en la mente de Jane, permitiendo que las imágenes lo transmitan por sí mismas. Desprovista de recursos comunes como la voz en off, La asistente requiere la participación activa de su audiencia.

Green presenta una jornada de Jane, asistente en la base de la pirámide jerárquica en una compañía de producción cinematográfica cuyo esquema meritocrático establece que, para escalar sus peldaños, es necesario sufrir primero, en este caso, fungir como el achichincle del monstruo en turno. Esta labor malagradecida requiere no solo de un avanzado sentido de la organización, pues el costo incluye el alma propia.

La asistente nos presenta el momento justo en que Jane se da cuenta de ello, durante una de sus secuencias más emocionalmente devastadoras, en la que las palabras horripilantes salidas de la boca de un burócrata gris sirvan como el clavo en el ataúd de las aspiraciones de la joven protagonista. 

El retrato de lo mundano en esta cinta de Green recuerda a la atención al detalle de Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Akerman, 1975), que miraba la vida cotidiana de una ama de casa belga que gradualmente perdía los estribos. En ella, la repetición conducía a la locura, revelando la labor doméstica como una actividad alienante que destruía el espíritu humano. No obstante, la cámara de Green es más inquieta, retratando las labores de Jane siempre en relación con su jefe, basado en el caído en desgracia Harvey Weinstein, prolífico criminal sexual que también producía películas. Su invisible presencia mantiene en el terror a la protagonista y a sus compañeros, que trabajan todo el día para satisfacer sus necesidades y caprichos, guardando sus secretos y aguantando sus desplantes.

Jane puede tolerar el trabajo de sol a sol, el ser ignorada e insultada al mismo tiempo por su jefe y por su esposa, pero el cinismo del burócrata antes mencionado propicia una reflexión silenciosa sobre su lugar en la compañía productora, así como su rol como mujer en una industria dominada por hombres. El monstruoso productor se mantiene fuera de campo, llegándose a escuchar únicamente su espantosa voz, caprichosa y furibunda. No obstante, me queda la impresión que el mantenerlo al margen completamente hubiera sido un recurso mucho más útil. El fuera de campo puede ser una herramienta útil para sugerir una figura, ya sea ideal o de un horror incomunicable, como en el caso de Rebecca (Hitchcock, 1940) o El Bebé de Rosemary (Polanski, 1969). Me parece que Green erra al mostrar aunque sea su voz, sin embargo, el retrato indirecto del productor sin nombre funciona muy bien como la fuerza misteriosa que aprisiona no solo a Jane, sino a sus compañeros de oficina.

La Asistente nació de la una meticulosa investigación por parte de su directora, quien al conocer las revelaciones sobre Weinstein, entrevistó a empleados de Miramax e hizo las lecturas necesarias, lo que le ha permitido una mayor verosimilitud.

Green demuestra una gran atención al detalle que le sirve para construir un ambiente hostil y una tonalidad de terror apenas sugerido. La Asistente es entonces una obra coyuntural que trata de resolver las preguntas surgidas tras conocer los muchos crímenes de Weinstein, quien se mantuvo impune durante tantos años gracias a su cuidada red de lealtad que le ayudó a encubrir sus abusos. Se trataba de personas como Jane, cuyo deseo por cumplir el sueño de trabajar en la industria cinematográfica los llevó a comportarse como burócratas indiferentes que consentían los crímenes de los poderosos –muy parecido a lo que Mario Puzo, autor de El Padrino, llamó omertá: la ley siciliana del silencio a la que se apegaban los gamberros de la mafia–.

Al presentar las particularidades de un caso muy conocido con un ojo documental –alejándose así de la dramatización de la vida real tan amada por la Academia que entrega los premios Óscar–, Green excede sus objetivos originales, pues la sombría rutina gris de Jane, el retrato patético de la vida Godínez, la normalización de la masculinidad tóxica de los hombres en el poder, así como la naturaleza alienante del trabajo, contribuyen a crear una película sobre el estado del trabajo en el siglo XXI, y cómo los poderosos alimentan un sistema que nos engaña al hacernos creer que los sueños se encuentran al alcance, cuando en realidad su cumplimiento está reservado a aquellos con el pasaporte social indicado, cuya meritocracia se revela como una estructura infranqueable, imposible de escalar. Es decir, Green se enfoca en lo particular, pero descubre lo universal. Resultado nada despreciable.

Julia Garner –a quien pueden ver en Ozark y Maniac de Netflix– lleva la película a cuestas, mostrando con delicadeza el cansancio, la rabia reprimida y la decepción de Jane hacia el mundo. Green aprovecha sus rasgos para mostrarnos su pérdida de inocencia, utilizando hábilmente la cámara para mostrarnos su menudez física y metafórica como una tuerca en la máquina que torna a seres humanos en masas amorfas, obedientes al poder e incapaces de cuestionarlo. 

La asistente es un vívido retrato de las dinámicas de poder prevalecientes no solo en Hollywood, sino en una oficina cualquiera. Es necesario darle una oportunidad a su naturalismo, lo que puede resultar aburrido para algunos, pero que en el fondo resulta en una experiencia verídica y devastadora que invita a la reflexión.

Cold War: el poder del leitmotiv

Por Fabrizio Sosa

Hablar de lenguaje cinematográfico es hablar de varios elementos artísticos y visuales que soportan una narrativa, una historia. También cuando un autor tiene un estilo que lo caracteriza, ese que se va desarrollando con los años, podemos hablar de un autor con lenguaje cinematográfico propio.

Paweł Aleksander Pawlikowski, hijo de padres serbios logra establecer varios elementos muy poderosos en su película Cold War del 2018, donde utiliza la ficción biográfica para narrar la historia de sus padres. Uno de esos elementos es precisamente la fuerza narrativa de esta película.

El poder del leitmotiv. El leitmotiv es básicamente usar una canción, una frase o un elemento recurrentemente para asociarlo a un personaje o en el caso de Cold War, a una pareja.

La canción "Dos corazones" es de por sí un elemento artístico que transmite nostalgia, y Pawlikowski la aprovecha para, por medio de esta, transmitir la situación actual de la pareja protagonista durante toda la película.

Pero sin duda alguna la cúspide del amor de esta pareja es transmitida en la escena donde Zula y Viktor interpretan la canción en un bar clandestino en París. Ahí aparece nuevamente el leitmotiv acompañado de más elementos artísticos que potencian la escena. Un paneo de casi 360 grados de cámara que muestra el interior del bar y nos va instalando dentro del mismo poco a poco.

El nombre del bar “Eclipse” que en realidad se podría tomar como la premisa de toda la película. El sol y la luna están separados siempre, pero hay momentos en la vida que ocurren eclipses, y estos son tan maravillosos como esporádicos. Un eclipse es el único momento en que el sol y la luna están juntos.

El juego con la mirada de Viktor a Zula para rematar la escena. Sin duda, por lo que representa y por la calidad artística, semiótica y poética la escena de Zula cantando "Dos corazones" en el bar eclipse es la mejor reseña de esta película.

Un nostálgico y sempiterno leitmotiv.

Vikingos de la cultura pop

Por Fernando Juárez


No sé si se hayan dado cuenta, pero en estas últimas fechas todo lo relacionado a la cultura vikinga y pueblos nórdicos ha tenido una creciente popularidad, que fue un poco detenida por el confinamiento (que nada más iba a durar 15 días y que ya lleva más de un año) lo anterior se ha visto reflejado en todos los medios de entretenimiento y ámbitos sociales y para muestra, un botón.

Espero que algunos de ustedes recuerden el auge de festivales medievales y nórdicos que cada 15 días eran celebrados en las inmediaciones de la CDMX, o aún más notorio el clásico corte de pelo que alguno de sus amigos llegó a portar o los anuncios en redes sociales y páginas de compra de hidromiel o cervezas artesanales, dicha popularidad también apareció en videojuegos como Assassin's Creed Valhalla y como era de esperarse en películas y series.

Actualmente en la plataforma Netflix encuentran tres series cuya trama gira en torno a los vikingos; la primera y más popular es Vikings, que nos narra el ascenso al poder de Ragnar Lothbrok en una especie de drama histórico donde se cuenta de una manera un poco idealizada y hasta en ciertas ocasiones romántica los logros militares y políticos, por desgracia y para aumentar la depresión crónica de algunos de ustedes, no existen pruebas claras de que dicho personaje haya existido en realidad, algunos aseguran que se trata de una mezcla de leyendas y mitos de diversos reyes nórdicos atribuidos a un solo individuo.

La segunda y que a mi parecer es la más rescatable es The Last Kingdom, en ella tenemos que acompañar a Uhtred Ragnason en sus aventuras por intentar recuperar sus dominios y luchas por hacerse de un nombre mientras se desarrolla la unificación de lo que actualmente se conoce como Inglaterra, la particularidad de esta serie es que está basada en los libros de Bernard Cornwell, quien se caracteriza por presentar personajes muy desarrollados y con detalles históricos curiosos. Lo malo es que como todas las adaptaciones es mejor leer el libro.


La última serie es Norsemen, una especie de SitCom donde tenemos que ver el día a día de Arvid, un jefe guerrero quien de un momento a otro debe asumir responsabilidades y decisiones que jamás imagino, muy amena si se le da la oportunidad, no la vean si esperan la clásica comedia del pastelazo, pues las bromas son sutiles y tiene ciertos gags recurrentes.

Por cierto, y como dato inútil para su alacena mental, la idea errónea que tenemos de que lo vikingos eran guerreros con cuernos en los cascos se la debemos a dos personas; primero a Richard Wagner quien al momento de estrenar las obras de El anillo del Niblungo decidió que las Valkirias y Sigfrido usaran yelmos con cuernos y alas respectivamente; y en segundo lugar al pintor sueco Gustav Malmström, quien se dedicó a ilustrar la Saga de Frithiof, representando a los guerreros con cuernos en los yelmos para demostrar la tan temible crueldad y fiereza que se narraba en dicha epopeya.

Todas partes al final del tiempo: un viaje musical sin retorno

Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez 


¿Qué tienen en común un álbum tremendamente largo y la demencia? The Caretaker, productor y músico, es uno de los muchos nombres que James Leyland Kirby ha asumido para sus experimentaciones y que, en su álbum Everywhere at the end of time, crea una atmósfera viva que nos absorbe con cada track y regresión acústica que podemos identificar.

Desde ahora le digo que uno debe estar dispuesto a pasar seis horas para disfrutar el álbum completo, pero, creo que podría darle una vista por partes ya que hay una subdivisión entre cada track para agruparlos en fases -algo que trataré en unos instantes. Y no es algo que parezca atractivo cuando empezamos, gran parte del disco es la repetición de varias canciones con distintos tonos y formas de jugar con ellos, así que, si no tiene paciencia o no conoce el contexto en el que el álbum se cuenta a sí, definitivamente no le gustará.

El ritmo es lento, bastante relajante y podría escucharlo incluso, al trabajar en su computadora -como yo, justo ahora. La razón es que se presta a ello y tal vez recomendaría que se escuchará de esa forma, con audífonos y haciendo alguna otra actividad donde podamos enfocarnos y dejar que corran las canciones. Pero a ver, ¿qué clase de álbum es este?, ¿qué clase de álbum demanda tanto tiempo?

Siendo sinceros, no podría clasificarlo en una categoría pero podría nombrarlo como un género experimental, en la forma en que canciones de la década de los treintas, pueden cambiar completamente con un par de efectos. Ahora, el trasfondo y la temática refiere a los padecimientos mentales que alteran la memoria y los traslada a un efecto musical que nos hace darle vueltas a la misma canción una y otra vez pero cada vez más distorsionada.

Sé que seis horas parecen ridículas para lo que comento, y es una fortuna que esté diseñado en varias partes que podemos digerir en distintos momentos del día. De forma que es casi como si se comentaran seis álbumes conceptuales, convirtiendo de poco a poco al público, en otra parte de la memoria que se distorsiona con cada minuto.

En la primera fase, aunque con un poco de estática de por medio, podemos escuchar versiones acústicas de canciones como “Heartaches”, “Say it isn't so” y “Alabamy bound” en bucles que varian muy poco realmente, por lo que recomendaría solo escuchar los primeros tres tracks y el último para resumir esta fase.

Dentro de la segunda, podremos notar más variaciones cruzando por nuestros audífonos y el deterioro se hará más evidente, de la misma forma, solo basta con escuchar los primeros tres y el último para que no sea tan largo el álbum.

La tercera y cuarta parte podrían ser una sola, pues tienen aspectos muy similares al retratar un recuerdo, pero se debe escuchar con mucha atención para darse cuenta de los mínimos detalles, cuando a mitad de una canción cambia a otra completamente diferente y parece casi como un dejá vú. Aquí no hay un orden a seguir y podría ser completamente aleatorio cómo quiera seguir con unas dos o cuatro canciones de ambas fases.

Partiendo de la quinta y sexta parte, llegamos a un punto de no retorno, con momentos lúcidos sí, pero con un sonido completamente manchado y opaco, es muy difícil poder identificar una voz o el origen de los sonidos que se internan en la estática y podría decir que, de forma muy inquietante, se asemejan a una banda sonora de suspenso, donde, de poco, el sonido se disipa hasta dejarnos sin nada qué recordar.

Descender a todas estas partes del álbum, leyendo además las descripciones que da el autor, es una experiencia completa en sensaciones y una que recomendaría ampliamente como una introducción a los álbumes conceptuales.  Everywhere at the end of time podría ser la banda sonora al miedo de ser olvidados, de terminar como el último track, en medio de la lucidez y ruidos incomprensibles de una marcha fúnebre, y si un álbum puede lograr ese efecto, entonces vale la pena darle una oportunidad.

Nexus: 12 años de libertad, respeto y apoyo mutuo

Por Polo Bautista

 

El espacio cultural Nexus cumplió este febrero -todavía pandémico- 12 años de vida. La mente fundadora para tal empresa se llama Daniel Garrido, pero todos lo conocen como “Guaus”, quien es oriundo del entonces mentado “Detritus Federal” (hoy CDMX) y se mudó a la capital angelopolitana iniciados los ochenta.

Espacio célebre entre artesanos, músicos, artistas y por toda la bohemia que merodea el corazón urbano poblano, ha albergado desde sus comienzos infinidad de actividades eclécticas, por mencionar algunas: exposiciones de artes plásticas, conciertos punks, círculos de lectura, expo vinilos, clases de danza africana, artes circenses, prácticas de capoeira, recitales poéticos, degustación de alimentos, etc. En fin, es un espacio abierto a toda manifestación artística sin importar su naturaleza. Por lo tanto, promueve las libertades del pensamiento, el respeto mutuo y la solidaridad en general, especialmente entre aquellos afectos al arte.

Nexus comenzó a operar para inicios del 2009, cuando el término “espacio cultural” no era habitual en Puebla para referirse a los foros alternativos. Acerca del origen de su apelativo, Guaus menciona: “Me gusta Henry Miller y a partir de ahí se me hizo como un nombre digerible, fácil de acordarse. Dentro de la cuestión del diseño gráfico siempre te piden un nombre que la gente recuerde y sea fácil de digerir… Y funcionó bastante bien porque después la gente le empezó a agregar lo suyo. Había gente que le decía ‘El Anexus’, ‘El Necius’, ‘El Netsus’”.

Originalmente se ubicó en un pequeño cuarto de la 6 Norte 406, muy cerca del mercado artesanal El Parián. Al comienzo, la clientela de Nexus estaba mayormente conformada por artesanos y artistas urbanos relacionados con el “hipismo”, pero paulatinamente arribaron estudiantes de psicología, filosofía, letras y demás escuelas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, ubicadas en el primer cuadro del centro histórico. La idea inicial fue conformar una galería de arte y café, pero muy pronto albergó eventos musicales, siendo Yave Lira y posteriormente Híkuri las primeras agrupaciones poblanas practicantes del blues que se presentaron en el incipiente foro.

Así transcurrió aproximadamente año y medio, hasta que en 2010 y por consejo de un amigo (Carlos Tonatiuh), Nexus se mudó a la once oriente interior once. El nuevo local era más amplio, contaba con dos salones contiguos amueblados por unos cuantos sillones y cojines enfundados en costales de café. La bebida preferida sin contar las indispensables cervezas fue el “Yolixpa”, que es una infusión prehispánica de varias yerbas con aguardiente muy típica en las zonas serranas al norte del estado poblano. Ahí tuvieron oportunidad de presentarse bandas como De Algún Tiempo A Esta Parte (DATAEP), proyecto liderado por Iván Jiménez; también Caca de Gato de Adrián Romero (ahora “Kin Nini”) e Infrasónico, fundada por “El Abuelo”, ex integrante de la reconocida banda surf Los Pegajosos. Todas esas propuestas fueron muy interesantes y talentosas por esos días, aunque al presente sólo DATAEP continua trabajando.

En 2012 Nexus nuevamente cambió de ubicación debido a que la casona donde laboraba supuestamente fue vendida. Entonces volvieron a la familiar 6 Norte, pero del número 3 interior 3 y finalmente interior 7, donde permanece hasta hoy.

El edificio que antiguamente fuera una fábrica de la conocida crema corporal Ibañez, cuenta con distintos interiores los cuales se acceden a ellos por una angosta escalera, en sus paredes se aprecian grandes pinturas con motivos prehispánicos. Ahora Nexus es un salón espacioso, posee sillones y mesas para sus clientes, también cuenta con cocina, barra de bebidas y finalmente el espacio dedicado a los talleres o tocadas. Está adornado por cuadros, libros, plantas, artículos curiosos y lo resguardan dos lindos gatos: Mishu y Momo.


Hasta antes de 2012, los altercados con las autoridades habían sido mínimos y sin consecuencias. Sin embargo, los nuevos vecinos resultaron sumamente intolerantes, Guaus comenta: “Nos empezaron a aventar a la policía y al ayuntamiento, empezaron a decir que vendíamos “mota” y cosas así. Entonces el dueño del edificio nos dijo que nos subiéramos al siguiente piso para que no hubiera problema con que saliera el ruido al exterior”.

Resultó evidente que adicionar actividades como talleres de danza africana y artes circenses le ganó cierto impulso al foro (junto con la animadversión vecinal). Por otra parte, los toquines también funcionaron bastante bien debido a que Nexus siempre está abierto para cualquier propuesta sin importar su género. En palabras del mismo Daniel: “Yo soy muy neutral, si vienen bandas de otros estados también se les da el espacio… Ha llegado gente de Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Estados Unidos y España”.

No obstante, dos eventos singulares evoca con afecto su propietario. El primero ocurrió en 2014, cuando Nexus obtuvo la beca para proyectos culturales que promovió el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla. Con dicho apoyo logró contactar a los hnos. Mauricio y Francisco Sotelo del grupo Cabezas de Cera para que brindaran un recital con su música experimental y progresiva. Así fue como un 3 de octubre del año antes mencionado, el dúo se presentó en Puebla con buen éxito. Además, Guaus constató la gran sencillez de los hermanos. Sotelo y su inseparable ingeniero Edgar Arellín.

El segundo evento memorable fue la presentación del dueto arraigado en Morelos. Se trató ni más ni menos que de La Perra, una interesante propuesta denominada rock de cámara, en el que fusionan géneros como jazz y progresivo. La dupla está conformada por Elena Sánchez (bajo) y César Calderón (batería), también conocido como “Perico”. Ellos se presentaron el treintaiuno de agosto del 2019, aunque aquella vez no se contó con ningún apoyo municipal sino todo corrió a cargo del Centro Cultural.

Tales presentaciones podrían parecer triviales si se comparan con las realizadas habitualmente en la capital mexicana.  No obstante, es preciso señalar que Puebla no se distingue por albergar un gusto mayoritario para el rock progresivo y sus derivaciones, asunto contrario ocurre cuando se habla del ska, reggae y surf. Por tal motivo, emprender dichos eventos responde a la finalidad de promover distintos géneros a los habituales con bandas prominentes y refrescar una escena poblana conformista.

Nexus no es el único espacio cultural de la capital angelopolitana. Existen otros lugares análogos con los que convive, por ejemplo, Karuzo, El Venado y el Zanate, Musa, 19-40 café o Santos Remedios. Guaus no está totalmente enterado de los integrantes que conforman su gremio, pero valora las aportaciones de cada uno: “No considero que los espacios generen una competencia entre nosotros, sino que nos hemos vuelto opciones para distintos tipos de personas. Cada uno tiene su clientela, cada uno tiene sus gustos, cada quien tiene su propuesta”. Y agrega: “Como que nos repartimos la chamba, porque la gente se aburre de repente de llegar a un mismo lugar a ver los mismo toquines o las mismas bandas”.


De vuelta al cruel presente, la pandemia ocasionada por el COVID-19 trastornó profundamente todos los ámbitos humanos. Las consecuencias inmediatas para Nexus y sus congéneres fueron el cierre y posterior reapertura al mínimo de sus capacidades. Varios han tenido que abandonar sus proyectos. A pesar del oscuro panorama, Daniel encuentra aspectos positivos: “La gente tuvo mucho miedo, bajaron las ventas totalmente, carencia de ingresos, los empleados se fueron. Pero dentro de lo malo también hubo cosas buenas, porque te das cuenta de que no es únicamente depender del artista o de los artistas, sino que el espacio depende de la persona que está a cargo… Se establecieron otras dinámicas, la venta de postres, de comida, llevar a domicilio, que la gente pasara por sus cosas”.

En ese sentido, Guaus considera que debido a la pandemia las personas han comenzado a valorar sus espacios culturales. Nexus y similares, no son simplemente lugares para ir a “chupar y ligar”, sino que generan cultura, tolerancia y respeto. Además, estos deben producir sus propios mecanismos para subsistir a días aciagos como lo son ahora, en que los artistas están impedidos de manifestarse directamente y puedan atraer clientes. Tampoco piensa que los espacios culturales sostengan una alianza de colaboración o apoyo ante la imbatible crisis; actualmente todos ven por sí mismos. Empero, nadie busca perjudicar a los otros. Sus palabras serenas y firmes asoman cierta perspectiva empresarial madura y responsable, evidentemente fruto de la experiencia que brindan los años.

Pues bien, Nexus cumple 12 años en plena pandemia y no claudica. Su excéntrico propietario además de ser optimista, defiende el libre albedrío del espacio cultural que mantiene con pasión y tenacidad. Está complacido con la senda recorrida hasta ahora y estima que Nexus no necesita doctrinas, pero si tuviera una probablemente esa sería guiada por la libertad de pensamiento, el respeto y apoyo mutuo. Indudablemente su principal motivación es la gente que lo visita y retroalimenta.

Por último, Guaus manda un mensaje a sus clientes, ex trabajadores, colaboradores, amigos y demás gente involucrada en tan especial proyecto: “Gracias a todos por mantener el espacio, gracias por aceptar esta propuesta que es Nexus, gracias por encontrarle el gusto y seguir viniendo. Porque si no fuera por eso el lugar no existiría”.

Felicidades y larga vida Nexus.

P.D. No está de más decir que pueden apoyar a Nexus consumiendo sus productos, los cuales se ofrecen víaFacebook o visitando el foro bajo las normas higiénicas ampliamente difundidas en días y horarios permitidos. Guaus se complacerá de recibirlos.

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