Letrinas: Soliloquio en el jardín de las luciérnagas




Derrumbe Mágico-
Por Keizinina Crowley-


Conozco a un anciano de cabello largo y obscuro, trabaja en su laboratorio musical con el sonido de aves, interpreta los sonidos y aprende de la naturaleza. Las aves duermen mientras el músico duerme, solo tres horas por día, el cornezuelo de centeno los mantiene despiertos. Él sueña con libros escritos por mariposas del olvido, en su melodía repiten un sonido de rocas lanzadas a un sótano lleno de rinocerontes extraviados en la constelación de ofiuco. Las letras son deshojadas en laberintos repletos de libros que jamás han sido leídos. Parece ser que las profecías no han sido descubiertas por la ignorancia de los hombres. También sueñan con castillos nevados en la penumbra del día, mujeres vestidas de blanco recogen conejos agitados que llegan esperando la verdad susurrada por el viento helado. Camina en tierra de cementerios, el misterio gira, sopla el viento interestelar. Encuentra las respuestas en el camino, a veces sordas, a veces mudas. Las vidas son estrellas naciendo y muriendo ubicadas fijas en el panorama nocturno desde la tierra. Los cometas son suicidas que pasan de largo, fugazmente dejando un vestigio efímero a la vista de otro ser contemplativo. Los pulsares expulsan gusanos radioactivos llenos de sustancia atómica, se impactan en cascadas de agua que purifica a través de su baja temperatura; voltea al cielo y ve a sus amigos, se reconoce en ellos y aprende a existir. La Brugmansia arbórea está hecha de recuerdos de seres mitológicos, hay un ojo rodando y es pateado por pies llenos de lodo, le sobró al hombre y se lo sacó. Ahora rueda en pantanos donde se sumerge pero es posible ayudarlo, lanzándole una cuerda. Un árbol es información condensada en su tronco, en sus raíces, en sus hojas y en todo lo que es; es información que no hemos podido descifrar. Utilizamos celulares porque podemos comprarlos, la telepatía es para los pobres, llevados a través de la necesidad de la comunicación con congéneres en las distancias, existe el árbol- teléfono siempre fiel, plantado firme en la tierra donde todos pisamos de día y donde volamos de noche. Luciérnagas susurran tranquilas, en el trance del espanto, los versos poéticos del apocalipsis de todas las religiones y sectas de nuestro infinito.

El arcoíris de destellos de oro amarillo, es fumado por las nubes sedientas de polvo transportador. Los espectros se asoman a través del humo del cigarro, del charlatán a llamarse a sí mismo: artista.

Ella maltrata su cabello color uva en noches de lunas cayendo a la tierra, noche de meteoritos aterrizados en desiertos, vida miserable para el que en un principio estaba destinado a conocer otros mundos. Agua agitada en un cuarto de cuatro paredes, el aroma de agua estancada es dulce como la esencia del aleteo de la luciérnaga. En los derrumbes de montañas, los pajaritos vuelan impregnados por el polvo, los dos suben y luego los hombres se comen la esponja de la carne de las esporas. Los morteros llenos de pasta obscura son extraídos de amapolas para crear loción en frascos de cristal fabricados por payasos con el maquillaje escurriendo, envenenando con sudor chistoso el templo de carne y hueso a donde cae sigilosa en penumbras, celebrando una fiesta en el bosque mágico, lleno de psilocibina.

En el jardín de las luciérnagas se despiden los huéspedes con sonrisas tatuadas en el vientre que nace y muere sin tiempo. Inmortal en la vena intoxicada por el azufre del asfalto en nuestros intestinos envueltos en saliva del pantano de la mente. El anciano despierta, camina a su laboratorio absorto en un soliloquio entre aleteos frágiles.

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