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Alberto Aguilera Valadez, las dimensiones de un artista llamado Juan Gabriel

Por Sergio Martínez


Debo, puedo y quiero (Netflix 2025) documental de José María Cuevas, nos muestra a Juan Gabriel en primera persona, a veces desde la mirada y voz de Alberto, otras desde la figura del artista que despliega voz, baile y su peculiar personalidad para cantarle a la vida.

Construido principalmente con videos caseros personales, llamadas telefónicas, entrevistas, presentaciones y material de diversos programas televisivos, el documental nos lleva de mano por la vida del Divo de Juárez, desde sus inicios en aquella ciudad fronteriza, la cúspide de su carrera en unos memorables conciertos en Bellas Artes que levantaron ámpula en la entonces comunidad culta de México hasta el multitudinario cortejo fúnebre también en Bellas Artes.

Alberto siempre supo que él y Juan Gabriel llegarían al éxito total con sus canciones, no se explicaría de otra forma que cámara de fotografía y de video en mano, capturaría toda su vida, abajo y arriba del escenario.

El talento de José María Cuevas es crear un ensayo visual donde el espectador descubrirá mientras el documental avanza, como Alberto construye a Juanga. Son las vicisitudes de su vida, el amor por su madre, su difícil infancia, el inicio de su fama, la crítica a su personalidad, sus estados emocionales entre otras cosas, el combustible de dónde vienen sus canciones, piezas musicales que han permeado en múltiples generaciones y algunas se han vuelto himnos que se entonan todos los días en cualquier casa, funeral, cantina, karaoke, o en intimidad para confesar algún dolor, o el gozo del amor.

Entre las varias perlas que nos muestra el documental de cuatro episodios, podemos ver su correspondencia personal, cartas, dibujos, y letras de canciones con borrones y rectificaciones de puño y letra; que nos muestran piezas claves de la vida de Juan Gabriel.

La magia de Alberto fue escribir canciones, que conectaron instantáneamente con el público y se volvieron parte de su memoria sentimental, eso nos cuenta el documental, la vida de un artista, las dimensiones humanas de Alberto Aguilera Valadez, que se amalgaman y se imbrican con Juan Gabriel y lo hacen uno de los artistas más queridos y cantados de México y Latinoamérica.




Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero.
Dirección: María José Cuevas.
Guion: María José Cuevas, Manuel Alcalá, Eduardo Donjuán, Álvaro de la Lama.
Producción: Laura Woldenberg, Ivonne Gutiérrez.
Fotografía: Axel Pedraza.
Compañía productora: Mezcla.

El destino es redondo: Sísife

 


Por Pablo Rodríguez | Fotos: Eka Ríos


A inicios de los ochenta, el dramaturgo Samuel Beckett llevó a televisión cuatro seres que ejercitaron el vacío. Cuerpos que no podían rozarse y que, sin embargo, trastocaron todo. Como recuerdo y partida de esta obra de Beckett, Sísife es una puesta dancística que busca recorrer el espacio escenográfico e íntimo de sus espectadores. Esta pieza, encabezada por Selene Beltrán y David Flores Ortega dimensiona el movimiento de la ya conocida piedra de un Sísifo que nunca llega a la cima. Ahora, una Sísife nos muestra su danza, juego o condena alrededor de un destino redondo que es, al mismo tiempo, todas las formas y ninguna.

Selene y David, como en un poema de Wisława Szymborska, tocan una piedra ya no para saber una respuesta, sino para preguntar. En escena vemos dos cuerpos que se empujan, cargan, equilibran y se dejan caer. Cuerpos que se infligen a ellos mismos con la intención de saber dónde termina uno y empieza el otro. La interpretación, así, se abre: una danza que con sus juegos de luces y música muy al estilo de Takashi Kokubo, recorre la densidad de las cosas que, simbólicamente, cargamos: el amor, el deseo, el futuro, el tiempo, la frustración y todos los nombres, nuestras piedras y pasiones posibles.



Resaltan, entre las interacciones de les dos bailarines, el juego con la piedra: una que les dobla el diámetro y altura, hecha de retazos que, más que utilería, es sujeto vivo. Vemos tensos hilos que la rodean; brazos y piernas que sobresalen ante cualquier movimiento. Una redondez que no termina porque pertenecemos a ella, a sus (nuestros) fragmentos. Les bailarines se rodean y son rodeados por la piedra; giran y el aire les sostiene; dimensionan el peso y, con lentitud, saben nombrar las pieles que son, que fueron y que serán. Tal vez esa sea la metáfora que brilla entre las respiraciones de los cuerpos en movimiento: la única manera de habitar el cuerpo presente es volverse su propio peso, dimensionar qué tanto se piedran (sí, como verbo, no como sujeto) las demás pieles.

Y como quien mira la cuesta y no teme volver a empezar, Sísife se recorre a sí misma y su intención no es llegar a ningún lado. No hay inicio y fin, como en los trazos del Quad de Beckett: hay una con-tensión hacia el centro. La piedra que somos para nosotres mismes y para les demás es arrojada, pero también abrazada, fundida en silencio: un caracol que viaja hacia su centro. Un volver a empezar cada que agachamos la espalda y una carga nos espera.


“SÍSIFE / Las pieles que hemos sido” se presentó el viernes 28, sábado 29 de noviembre y los próximos viernes 5 y sábado 6 de diciembre en el Foro de Arte y Cultura como parte de la programación de Habita la Escena Jalisco 2025. Boletos disponibles en la boletera voyalteatro.

 

 

Pablo Rodríguez (Xalapa, Veracruz, 1997)

Poeta, gestor y editor. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la UV. Becario del PECDA Veracruz, del Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la f,l,m. y del Festival Cultural Interfaz, los tres en el área de poesía. Textos suyos han aparecido en medios digitales e impresos como Periódico de Poesía, La Revista de la Universidad, La Razón, Casa del Tiempo, Punto de Partida, Carruaje de Pájaros, Punto en Línea, Casapaís, entre otros. Ha participado en diferentes antologías dentro y fuera del país y ha encabezado proyectos de promoción del libro y de la lectura.

Con "Frankenstein", Guillermo de Toro echa mano del monstruo para reflexionar sobre la condición humana


Cinetiketas | Jaime López


Las dos ocasiones en que un servidor ha podido ver en pantalla grande "Frankestein", la nueva película dirigida por Guillermo del Toro, hubo espectadores que terminaron llorando después de leer la cita textual con la que el realizador tapatío cierra su propuesta.

Se trata de un fragmento de la poesía de Lord Byron, quien fue el que desafió a la prestigiado Mary Shelley, dramaturga británica y creadora de "Frankestein", a escribir un texto de terror.

La cita habla sobre los corazones rotos y su supervivencia en un mundo hostil, que justamente captura la esencia de lo que quiso transmitir Mary Shelley y Del Toro.

Con su característico estilo visual gótico, el "Frankenstein" del creador mexicano plantea una historia acerca del perdón y de tomar la decisión de continuar existiendo a pesar de nuestras heridas personales o familiares.

Para quienes no conocen la sinopsis, el protagonista de la historia, "Víctor Frankenstein", decide rebasar los límites de la ciencia y crear vida como si fuera un Dios moderno, debido a un episodio doloroso que tuvo en su infancia.

Dicho episodio fue provocado por el yugo de su padre, un médico extremadamente frío que estaba más preocupado por su imagen y el legado de su apellido, que por el bienestar de su vástago.

A partir de ese argumento, y capturando el espíritu de la novela de Mary Shelley, Del Toro propone un discurso sobre el rechazo, pero también sobre la capacidad de las personas para seguir teniendo esperanza y amor, a pesar de la violencia que hay a su alrededor.

Todo esto sin apartarse de su estilo lleno de fantasía, así como sin prescindir de sus escenografía y musicalización góticas.

Además, el cineasta no tiene temor en mostrar secuencias sangrientas, que contrastan con la elegancia de sus decoraciones, pero que visualmente hacen más atractiva su paleta fotográfica.

En cuanto a las actuaciones, Jacob Elordi logra rebasar las limitaciones del maquillaje para entregar una actuación llena de una sensibilidad epidérmica con su "Criatura", mientras que Mia Goth interpreta majestuosamente a "Elizabeth", metáfora de la inteligencia emocional o de la compasión en la historia.

Acerca de Oscar Isaac he leído opiniones encontradas, pero cumple con su personaje, aunque no resulta memorable, algo que se lamenta, porque es el que tiene la mayor parte de la historia en sus hombros.

No obstante, el "Frankestein" de Del Toro es una de las mejores propuestas fílmicas que se ha estrenado este año, la cual evidencia que, pese al paso de los siglos, las heridas y dolores personales siguen definiendo la condición humana.


"Dallas" de Lázaro Cristóbal Comala: todo lo que extrañas ya no existe



Por Alejandro Carrillo 


Hay canciones que no se escuchan, se sobreviven. Dallas, de Lázaro Cristóbal Comala, no ofrece alivio ni luz al final de la carretera. Es una canción que se sienta contigo cuando ya no puedes hablar, cuando solo queda mirar el suelo y aceptar que algo dentro se rompió para siempre.

No hay épica en su voz, solo un temblor cansado, una derrota que no pide perdón. Dallas suena como si alguien hubiera grabado el eco de un adiós demasiado largo. Huele a habitación cerrada, a ceniza, a una noche que no termina. Y en medio de esa penumbra, Lázaro pronuncia una verdad que duele como si la dijeran dentro de uno mismo:

Esta vez lo mejor es hasta aquí, no sé de ti y menos de mí, todo lo que extraño, todo lo que extraño, todo lo que extraño, ya no existe.

No existe. Qué frase tan simple y tan cruel. No hay poesía en eso, solo la precisión con que se nombra el vacío. Escucharla es aceptar que lo perdido ya no tiene cuerpo, ni rostro, ni regreso. Que uno también se disuelve un poco con lo que ama.

Musicalmente, Dallas suena a Nick Cave perdido en el desierto, a Johnny Cash mirando su propio ocaso, a Nacho Vegas buscando redención entre tragos, pero también a José Alfredo Jiménez: ese mismo impulso de beberse la tristeza y convertirla en canto. Lázaro hereda la escuela de los que entienden que el dolor no se supera, se afina. Su voz tiene la aspereza de la derrota y la dignidad del que canta para no desaparecer.

Dallas no busca consuelo, busca silencio. Es un lugar al que se llega sin equipaje, solo con el cansancio de haber querido demasiado. En su sonido hay un tipo de fe retorcida: la fe de seguir respirando aunque ya nada importe.

Yo escucho Dallas cuando necesito recordarme que no pasa nada si uno se queda tirado un rato. Que a veces hay que dejar que el dolor se acomode, que hable, que respire. Porque solo cuando todo se apaga, cuando no queda nada, empieza a existir una paz mínima, una soledad que ya no hiere.

Lázaro no canta para el público. Canta para los que no pueden dormir. Para los que alguna vez entendimos que el amor también tiene fecha de vencimiento. Y que a veces, sobrevivir consiste solo en quedarse quieto, mientras la canción nos hace compañía en lo que vuelve a amanecer, si es que eso pasa algún día.

"Camina o muere", crudo retrato sobre la explotación a los jóvenes y la gente de a pie



#Cinetiketas | Jaime López


La competencia encarnizada y el control de las juventudes por parte del Estado son dos de las ideas que forman parte de "Camina o muere", la adaptación fílmica del texto escrito por Stephen King, "The long walk" o "La larga marcha", por su traducción al español.

Se trata de una propuesta discreta y efectiva, que con poca publicidad, ha sido bien recibida entre la crítica mundial y la audiencia debido a su cruda representación del capitalismo y la desigualdad social.

Ello debido a que cuenta la historia de 50 adolescentes que deben caminar a una velocidad constante a lo largo de varios días y sin ninguna meta específica de kilómetros.

Quien baje su promedio de recorrido es amonestado y quien sume tres advertencias es ejecutado por los elementos del ejército que vigilan a los concursantes.

Muy al estilo de "El juego del calamar" y la saga de "Los juegos del hambre", el premio para quien se mantenga como la última persona viva es un apoyo económico.

Esa es la línea argumental que utilizan los creadores del filme para erigir una crítica contra el abuso de los poderosos hacia la población de a pie, pues se aprovechan de su necesidad financiera para controlarla a su antojo.

Junto con ello, el director de la película, Francis Lawrence, se encarga de representar a la clase dominante como un ente insensible y deshumanizado, que supervisa el concurso desde la comodidad de sus tanques.

Y además se las ingenia para transmitir oportunamente el cansancio, agonía y ansiedad de los participantes, que en su momento Stephen King plasmó de manera grandiosa en su novela.

En la obra audiovisual estrenada en septiembre pasado, Lawrence demuestra su oficio para los dramas distópicos, un estilo que consolidó en "Los juegos del hambre".

Asimismo, respetó la petición del aclamado escritor de obras de terror, quien puso como condición que solo daría luz verde a la adaptación cinematográfica de su historia sino matizaban la violencia de la misma.

Y así sucedió, porque en "Camina o muere" Lawrence exhibe las ejecuciones de los participantes de manera explícita, con la sangre salpicando la cámara.

Asimismo, no tiene temor de mostrar el excremento que sale de los traseros de los jóvenes, quienes no pueden detenerse a hacer del baño, porque eso podría costarles la vida.

Por otra parte, el también responsable de "Constantine" y "Soy Leyenda" logra construir un retrato acerca de la amistad masculina y la pérdida de la inocencia, apoyado por un elenco de rostros frescos, en donde destacan los protagonistas, Cooper Hoffman y David Jonsson.

Ambos transmiten una hermandad a flor de piel, que se ve acentuada por las condiciones extremas en las que se encuentran inmersos y, además, logran dar a los espectadores un aire de esperanza.



Letrinas: Ofrenda



Ofrenda

Alejandro Carrillo


resulta curioso el día de muertos, el altar de muertos en específico que cada año pone mi madre religiosamente en un rincón de la casa con la mayoría de elementos necesarios para llamar a los difuntos, agua flores sal pan y calaveritas, y ahí en el centro de la ofrenda la foto del abuelo flanqueado todos los años por el tequila siete leguas reposado que casi lo mata en múltiples ocasiones y por muy diversos motivos, y al otro lado la cajetilla de cigarros delicados que eventualmente lo matarían por fin y de una vez por todas, y que mi madre guarda desde hace años con el único y firme objetivo de ofrendarla en el altar, ya que ahora esos cigarros se llaman chesterfield y primero muerto el abuelo que fumarse el inexorable paso del multinacionalismo salvaje, y yo le digo a mi madre, madre tira ya esos cigarros que acabaron con el aire y la vida del abuelo, pues aunque no tengo experiencia alguna cruzando el inframundo no me gustaría emprender ese largo y sinuoso viaje tan bien descrito por los estudios disney pixar para encontrarme con la causa de mi muerte, pero parece que a mi madre no le importa revictimizar al abuelo chovinista y fumador y yo le digo que el tema es serio madre que debe ser tratado a la brevedad por la secretaría de cultura ya que puede lastimar las relaciones familiares interdimensionales del país pues bajo esa lógica habría que poner en el altar también el agua del río bravo que se tragó el tío felipe cuando quiso y no pudo cruzar la frontera o bien en un futuro algo lejano, espero yo, en la ofrenda de la abuela en vez de poner las gardenias que nunca le dio su marido, sería menester acomodar bien las botas de casquillo y el cinturón de cuero de su finado esposo que tras una vida de chingadazos muy probablemente desencadenó en la demencia prematura que tiene postrada a la abuela en una casa de retiro ¿de retiro de qué? de retiro de la vida, o bien en el altar de mi padre habría que poner un tren a toda máquina o una bayoneta o un sismo o un machetazo o una jauría de perros o un nido de ratas, o cualquier cosa que haya matado a ese viejo, porque yo no puedo, ojalá pudiera, ojalá esté muerto ese puto viejo, y la cosa se torna aún peor porque habría que situar, madre, un casquillo en los altares de kurt cobain de hemingway de jaime torres bodet de luis donaldo colosio y cuarenta capsulitas de barbitúricos para marilyn monroe ¿quién mató a marilyn? y otras tantas para elvira mi noviecita de la secundaria, y un montoncito de piedras para virginia woolf y otras tantas piedras más para mis amigos artistas contemporáneos muertos y el hashtag #metoo para mis amigos artistas contemporáneos vivos, y la negligencia del imss para doña amparo la de los jugos y la lista de espera de órganos para efraín, qué joven que era efraín, y mariposas monarcas para el señor activista defensor de las mariposas monarcas y así por todos los altares del país haciendo ofrendas inverosímiles con objetos inconcebibles, tan solo en esta ciudad se venderían kilómetros de soga para las festividades madre, imagínate a las familias viendo tutoriales en youtube para hacer con esa cuerda el nudo del ahorcado que debe llevar como mínimo seis vueltas y el número de vueltas siempre debe ser impar, madre, urge legislar porque por último pero no menos importante, tendría, con todo el dolor que me embarga, en verdad me vería obligado a colocar en el altar ese manjar emponzoñado que la vecina le dio a la gata el mes pasado, y en ese mismo orden de ideas en la casa de la vecina se verían en la penosa necesidad de ofrendar los dulces con vidriecito molido que les di a sus hijos ayer por la noche que vinieron a pedir dulce o truco y elegí truco, madre, elegí truco y siguiendo el curso natural de las cosas y el duro brazo de la ley, para el próximo año habrías de poner junto a mi foto un picahielo o un desarmador o cualquier filerillo en el mejor de los casos y en el peor de ellos la manga de un pantalón ¿sí se le llama así, madre? o un par de calcetines o una sábana hecha trizas o cualquier prenda que sirva para morirse en una cárcel, de momento se me ocurren esas ideas, y es que eso no puede ser madre, porque yo en mi ofrenda quiero molito con pollo y chicharrón en salsa verde. ac

Andrea Pizarro y su 'Manual del nuevo hidrocálido': instrucciones para sobrevivir al progreso inmobiliario

 

Reyes Rojas


Aguascalientes es la tierra de la gente buena, o al menos eso se dice desde que los alientos de la Guerra Fría, en 1949, llevaron a la administración en turno a que incluso un estado que no aportaba más del 1 por ciento del PIB nacional, tomara partido frente a la “amenaza comunista”. “Gente Buena” en ese entonces significaba ser católico y admirador del libre mercado.

¿Qué tan vigente será, hoy en día, dicha expresión? Esta pregunta es la que se hace la artista visual y escritora Andrea Pizarro. A partir de esta pregunta surge su Manual para el nuevo hidrocálido.

Pizarro no redacta un folleto turístico. Levanta un manual de supervivencia urbana con tipografías retro y consignas que invitan a “dirigirse a las torres”, expresión que hace alusión al crecimiento o boom vertical que tanto se vende como parte del supuesto y exitoso desarrollo del llamado Gigante de México.

Su Manual observa el centro de Aguascalientes, retrata la vivienda abandonada y parodia el lenguaje que promete plusvalía garantizada. El resultado no sermonea. Instruye con ironía.

Me pregunté qué tanta vivienda abandonada existía”, dice Pizarro durante la entrevista.

La pregunta guía el proyecto y sostiene el humor negro de los afiches, que exhortan a identificar al enemigo en los jóvenes con pensamiento crítico y sin posibilidad real de adquirir una vivienda digna. El enemigo no llega del exterior. Habita las políticas que celebran nuevas torres mientras calles rotas y multifamiliares cumplen cuarenta años en deterioro.

¿De dónde sale este manual?

Andrea Pizarro camina su ciudad, la estudia, recorre el primer cuadro y reconoce dos detonantes. Primero, la memoria ferroviaria y un pasado que imaginó progreso a toda máquina. Segundo, el dato duro: el INEGI reporta que, en 2020, había 70 mil viviendas deshabitadas en Aguascalientes. Ella añade un cálculo que circula en la conversación pública tras el caso La Pona:

Creo que al menos hay 100 mil viviendas abandonadas”.

Pizarro no presume certezas. Confirma en fuentes oficiales y levanta alertas visuales. El INEGI aparece como brújula.

La artista planea una siguiente entrega centrada en datos y cartografías. Por ahora articula señales: anuncios que prohíben estacionarse “ni por un minuto”, puertas selladas, fachadas que exigen atención. Los fantasmas urbanos no nacen del mito. Nacen de una red de servicios que se deteriora.

El manual no demoniza la altura.

Andrea lo aclara: Apoyo la vivienda vertical bien pensada”.

Su crítica apunta a torres que funcionan como oasis privados y separan barrios con muros y amenidades encapsuladas. Ese modelo densifica sin tejido y multiplica inseguridad, plagas y focos de infección en el entorno inmediato.

El lenguaje gráfico desarma esa promesa. En una lámina aparece un caballero con sombrero que apunta al lector:  “¡Hidrocálido! Es hora de salir a construir”.

En otra, dos jóvenes reciben la etiqueta de “promotores del reuso” por querer habitar lo existente. Con humor muestra la lógica del mercado: construir, vender, mantener vacía la propiedad para que la demanda nunca muera.

 

Esa lógica gana eco en discursos empresariales y académicos que hoy dominan la conversación regional. Hablan de eficiencia del suelo, densificación inteligente y ciudades de 15 minutos. Prometen plusvalía, liquidez y preventa como vehículo. Señalan que la gente ya no quiere vivir lejos y enfatizan que la verticalidad acerca servicios, oficinas y parques. Plantean tasas y seguridad como variables decisivas. El manual no discute los conceptos. Los interroga desde los vacíos que deja el entusiasmo.


Lo que dicen los números y lo que muestran las calles

El auge inmobiliario local no se entiende sin migración y empleo industrial. Distintas fuentes del sector insisten en una demanda creciente de vivienda; algunas incluso calculan más de 200 mil llegadas anuales a la entidad y proyectan una proporción 70/30 entre vivienda horizontal y vertical dentro del Tercer Anillo. El relato inmobiliario añade cinco argumentos recurrentes:

      Crecimiento del PIB de la construcción

      Protección contra la inflación

      Tasas en descenso

      Inversión extranjera al alza

      Estabilidad frente a la incertidumbre.

El Manual del nuevo hidrocálido coloca estos mensajes junto a escenas del centro histórico. En una página, la leyenda “Atención, ciudadano obediente” se sobrepone a la imagen de un inmueble sostenido con puntales, donde “hogares huecos” y “vagabundos en modo decorativo” conforman el panorama.

En otra página, un cuestionario pregunta: “¿Permanece encadenado al glorioso pasado que lo hunde?”. Andrea rehúye el choque frontal. Yuxtapone la promesa con la otra ciudad con preguntas que podría hacerse cualquier aguascalentense el día que el cura lo manda a rezar un padre nuestro:

El manual adopta el lenguaje comercial típico del curso express que ofrecen supervivencia y plusvalía garantizada mientras invitan a mantenerse alerta y evitar el mal gusto. La artista escribe con afiches, sellos falsos y logos de constructoras fantasma. La ironía funciona como antídoto contra la normalización.


Verticalidad sin burbuja: la propuesta detrás de la sátira

La propuesta de Pizarro no cancela la vivienda en altura. Redirige la conversación. Andrea es una aficionada, una experta autodidacta en cuestiones de urbanismo y arquitectura, y como tal propone usar primero lo construido, rehabilitar multifamiliares y casas del primer anillo, y después densificar con criterios claros: conectividad, movilidad activa, agua suficiente y mezcla de usos.

Ella pide espacios que integren colonias, no moles cerradas que bloqueen el barrio contiguo. El manual exhibe costos de no actuar. El abandono trae inseguridad, adicciones y trámites olvidados.

El manual recurre al detalle mínimo para mostrar esos costos: un letrero que amenaza con “se ponchan llantas”, una puerta con la marca “ni por 1 minuto”, un asiento público con el escudo local frente a un edificio descascarado. La composición sugiere una ciudad que mira hacia arriba y no mira sus cimientos.

Además, Pizarro recuerda la dimensión comunitaria.

Perdimos rituales”, explica. “Ya no organizamos posadas, rosarios ni redes vecinales”.

Ella admite que vive en un complejo y no conoce a todos sus vecinos. Esa confesión no moraliza. Dibuja un déficit relacional que la verticalidad podría agravar o reparar, según el diseño y la gestión.


Datos, archivo y ciudad vivida: el manual que viene

La autora no deja el manual como pieza única.

Quiero dividirlo en varias partes”, anticipa.

La próxima entrega exploraría bases de datos, mapas y series históricas. También quisiera construir un archivo urbano que hable de ex haciendas demolidas, cines cerrados o edificios públicos con arquitectura prehispánica reinterpretada. Ella valora ese patrimonio moderno y propone una lectura sin nostalgia.

El proyecto crece como diario de campo. Cada casa descubierta suma una página. Cada historia barrial abre un pie de foto.

“Me parece agradable hacer de mi vida aquí un proyecto”, dice.

La frase resume la metodología: caminar, escuchar, fotografiar y cruzar esas observaciones con estadística pública.


Entre el eslogan y la política del suelo

La conversación local impulsa la verticalización como solución a la escasez de tierra. Los manuales corporativos promueven preventa, amenidades y rentas institucionales. Las escuelas privadas actualizan programas para formar a la nueva mano de obra que construye en altura. La narrativa enfatiza eficiencia y sostenibilidad.

El Manual para el nuevo hidrocálido no invalida esa agenda. La complementa con una condición previa: habitar lo existente. Rehabilitar lo vacío reduce demoliciones, rescate de arbolado y huella hídrica. Y, sobre todo, teje comunidad donde hoy predomina la puerta cerrada.

Quiero entender mejor la ciudad”, insiste Andrea.

En el Manual el lector no recibe órdenes. Encuentra instrucciones que dudan. La ciudad ofrece promesas de velocidad y torres con vista. El centro reclama mantenimiento, política de vivienda y cuidado básico. Entre ambos extremos, la ironía de Pizarro abre espacio para una agenda mínima: contar las viviendas vacías, priorizar su rescate y diseñar verticalidad con barrio.

Andrea Pizarro elige la risa incómoda para reencuadrar la conversación. El manual, entonces, funciona como espejo portátil. Quien lo abre lee consignas y, al mismo tiempo, mira las calles que esas consignas ordenan olvidar.

El Manual para el nuevo hidrocálido puede consultarse en las redes de Andrea Pìzarro y de Neo Nada Estudio, un taller de producción arquitectónica arte y diseño con sede en Guanajuato.

 


 

Andrea Arellano Pizarro (Durango, 1998) es escritora y artista visual. Reside en Aguascalientes desde 2022, año en que publicó su primer poemario es posible amueblar una infancia, presentado en espacios como el CIELA y el Museo de Arte Contemporáneo de Durango. Su escritura dialoga constantemente con la arquitectura y las artes visuales, campos en los que también se ha formado.

El secreto de sus ojos: pasión, justicia y futbol en un clásico argentino que nunca pasa de moda


Plano Secuencia | Nico Ledezma


En el vasto universo del cine argentino, pocas películas han logrado el estatus de culto y reconocimiento internacional como El secreto de sus ojos (2009). Dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por el imponente Ricardo Darín, esta obra maestra se convirtió no sólo en un hito para la cinematografía nacional, sino en un fenómeno que traspasa fronteras y géneros. ¿Por qué sigue siendo tan relevante 15 años después? La respuesta tiene mucho que ver con su combinación perfecta entre thriller judicial, drama humano y, sobre todo, pasión en estado puro.


Más que un thriller: una historia que cala hondo

Basada en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, la película nos sumerge en la historia de Benjamín Espósito (Darín), un empleado judicial retirado que decide escribir una novela sobre un caso que marcó su vida: el brutal asesinato de una joven en Buenos Aires durante los años 70. A medida que se desgrana el caso, la película nos invita a explorar no sólo la búsqueda de justicia, sino también las emociones más profundas de sus personajes, sus amores, sus frustraciones y la implacable memoria de un país que lucha por recordar y reparar.

No es casualidad que El secreto de sus ojos haya ganado el Oscar a Mejor Película Extranjera en 2010. La mezcla de suspenso, política, historia y romance está construida con un guion inteligente, diálogos memorables y una dirección que sabe cuándo acelerar el pulso y cuándo dejar que el silencio hable por sí mismo.


La pasión como motor: el guiño futbolero que conecta generaciones

Uno de los momentos más emblemáticos y celebrados por la audiencia argentina (y por quienes entienden la cultura del país) es el diálogo sobre la pasión. En una conversación que parece casual pero es profundamente simbólica, los personajes discuten cómo la pasión —ese sentimiento que mueve masas en las tribunas y en las calles— es algo que no se explica, sino que se siente.

Este pasaje es oro puro para los amantes del futbol, pero también para cualquiera que haya sentido que algo en la vida lo mueve sin lógica aparente. En Argentina, el futbol no es sólo un deporte; es una religión, un fenómeno social y un espejo donde se refleja la identidad nacional. Y esa misma pasión desbordada está presente en la película, en sus personajes y en la forma en que enfrentan sus dilemas.

Este guiño futbolero no sólo sirve para conectar con el público local, sino que también universaliza el mensaje: la vida está llena de pasiones intensas, muchas veces irracionales, que definen quiénes somos y cómo enfrentamos la justicia, el amor y el destino.


Un elenco y una dirección que hacen magia

Ricardo Darín, uno de los actores más emblemáticos de Argentina, entrega una actuación sobria, intensa y conmovedora. A su lado, Soledad Villamil y Guillermo Francella aportan personajes que quedan grabados en la memoria, lejos de los estereotipos, con matices que humanizan incluso a los más conflictivos.

La dirección de Campanella es otro de los grandes aciertos. Su capacidad para equilibrar el ritmo, la tensión y el drama humano evita que la historia se convierta en un mero policial. En lugar de eso, construye un universo donde la política y la historia reciente de Argentina se entrelazan con las emociones más íntimas de los personajes.

La escena de la famosa toma en el estadio, donde la cámara sigue a Espósito corriendo por las gradas, es un claro ejemplo de cómo la técnica se pone al servicio de la emoción y la narrativa, convirtiéndose en un momento icónico que muchos recuerdan con admiración.


Vigencia y legado: por qué verla hoy

Si bien la película está ambientada en un contexto específico de la Argentina de los años 70 y 80, sus temas son universales y siguen resonando hoy. La búsqueda de justicia frente a la impunidad, la memoria como un acto necesario para no repetir errores, el amor que se mantiene a pesar del tiempo y la pasión que nos mueve son elementos que trascienden épocas y geografías.

Ahora que El secreto de sus ojos está disponible en Netflix, es una oportunidad perfecta para redescubrirla, para dejarse atrapar por su intensidad y para entender por qué se ha ganado un lugar sagrado en la historia del cine argentino.

No es sólo una película para amantes del cine de autor o del thriller; es una historia para quienes creen en la fuerza de la pasión, en la importancia de la memoria y en el poder de la justicia, incluso cuando parece inalcanzable.




La hora de la desaparición: suspense, estructura perfecta y una antagonista memorable



Cinetiketas | Jaime López



El segundo largometraje de Zachary Michael Cregger, "La hora de la desaparición" (por su título en Latinoamérica), ha resultado la gran sorpresa fílmica del mes de agosto por distintas razones.

Una de ellas es la estructura de su narrativa, que recuerda los relatos entrecruzados de "Amores perros", dirigida por Alejandro González Iñárritu; "Magnolia", de Paul Thomas Anderson; o "Pulp Fiction", de Quentin Tarantino.

Si bien es cierto que la edición de "La hora de la desaparición" no descubre el hilo negro ni tampoco reinventa el séptimo arte contemporáneo, se agradece que su realizador haya llevado ese tipo de narrativa al género de suspenso y terror.

Eso sí, como en algunas de las cintas ya aludidas, hay alguna historia o subtrama que se siente dispareja en comparación con las demás.

En "La hora de la desaparición", son seis los episodios que van desenmarañando el misterio central referente al extravío de 17 niñas y niños de una pequeña comunidad, que se esfuman masivamente una madrugada.

El argumento en turno da pie a otra de las principales virtudes del filme: retratar los prejuicios o fanatismos de la gente que cae en señalamientos o acusaciones sin pruebas de sus dichos.

Es oportuno recordar que las mejores películas de terror son aquellas que usan de pretexto una situación fuera de lo explicable o de lo ordinario para erigir una crítica social.

Acá, el también guionista logra exhibir la doble moral de un grupo de personas que se la agarran contra la docente que tenía bajo su tutela a los menores desaparecidos.

Es en ese punto en el que existe otra virtud de "La hora de la desaparición", pues se hace un análisis de la doble moral de una comunidad que se ensaña con una mujer solitaria, que ha superado distintos baches personales, pero que no le perdonan ser imperfecta o haber tenido algunos tropiezos en su vida.

Mención honorífica a la protagonista Julia Garner, que personifica justamente a la docente enjuiciada por los progenitores de los infantes desaparecidos, la cual transita por una amalgama de emociones, tejidas de forma sutil y poderosa.

Eso es otra hazaña del guion de "La hora de la desaparición", que la mayoría de los relatos entrelazados están encabezados por seres ni buenos ni malos, no idealizados, lo que ayuda a identificarse con varios de ellos.

Por último, la cinta en cuestión ha logrado generar una gran antagonista en la historia moderna del género del terror, que seguramente inspirará uno de los principales disfraces de las fiestas de Halloween de este año.

Sí (alerta de spoiler), se trata de la "tía Gladys", la cual tendrá una precuela con motivo del éxito taquillero del actual filme de Cregger, que con un presupuesto moderado ya ha tenido ganancias en menos de dos semanas de exhibición. Estamos frente al surgimiento de una nueva franquicia terrorífica.



Rosario de casas: la apuesta por la jardinería del Museo Escárcega


Por Reyes Rojas | Fotos: Diego Ramírez


“¿Hay algún otro goce, salvo la jardinería, que pida tanto y dé tanto? No conozco otro excepto, quizá, la escritura de un poema. Son muy parecidos, incluso en la cantidad de desperdicio que hay que aceptar en aras a un casual y raro goce, en el caso de que se consiga. [...] La jardinería es una de las recompensas de la madurez, cuando la persona está preparada para una pasión impersonal, una pasión que exige paciencia, una aguda conciencia del mundo fuera de uno mismo y el poder para seguir creciendo a pesar de la sequía o la cruda nevada, hacia esos momentos de puro goce en que todos los fracasos se olvidan y florece el ciruelo.

May  Sarton


Museo Escárcega es un laberinto gozoso. Caminarlo por primera vez es casi un sueño lyncheano de portezuelas y pasillos insospechados. Único en su arquitectura, en su colección y los en motivos de su creación, su sola existencia es una prueba viviente (porque es verdad que este museo respira) de la paciencia y la pasión impersonal que menciona Sarton al comparar la jardinería con la hechura de un poema. 

El museo, se encuentra en Ezequiel A. Chávez 311, en el histórico Barrio de la Purísima. Este espacio cultural independiente, fundado y sostenido por el ingeniero Eduardo Escárcega, alberga una destacada colección de arte gráfico mexicano que el ingeniero y empresario Eduardo Escárcega, ha reunido por más de cuarenta años.  El edificio ha funcionado también como taller, foro y punto de encuentro para la creación y la memoria.

Todo empezó cuando Escárcega, su fundador, era estudiante de ingeniería en la UNAM. Ahí, por obligación, cursó una materia humanística en la Facultad de Filosofía que lo introdujo al mundo del arte, la literatura y algo más profundo: una manera de vivir.

“En la UNAM me tocó arte y literatura. Me sobrecogió todo lo relacionado con la creación, la palabra, el lenguaje. Ahí entendí que el arte toca el alma.”

A la par, ya trabajaba. Con sus primeros sueldos, se iba a la Zona Rosa de los años 70, visitaba galerías y preguntaba si podía comprar obras en abonos. Algunas veces le decían que sí. Las iba guardando en un cuartito de azotea que usaba como bodega. No pensaba en colgarlas en su sala. Su plan era mostrarlas algún día.

“Jamás pensé en tenerlas sólo para mí. Siempre imaginé compartirlas. Quería que tocaran el corazón de otros.”


Lo que crece despacio echa raíz

Hoy, el museo tiene 18 salas y más de dos mil piezas de arte mexicano, sobre todo gráfica. Muchas obras son de artistas cercanos al propio Escárcega, como Rafael Zepeda, Gabriel Macotela, Luis Filcer y Octavio Bajonero. Otras forman parte de una colección de hidrocálidos e hidrocálidas que celebra el arte local.

“Me interesa que los jóvenes reconozcan a quienes dieron todo por Aguascalientes. Que sepan quién fue Paloma Müller, por ejemplo, que conozcan su esencia y la de sus padres.”

El museo se construyó poco a poco. Primero compró una casa vieja. Luego otra justo a un lado, y así continuó durante los años, hasta armar el rosario de casas que lo conforma.

“Muchos me preguntaban cómo hice todo desde la nada. Y les digo lo mismo que decía Ernesto Sábato: unos creen que fue suerte, otros chiripada. ¿Tú crees en milagros? Yo sí.”

A diferencia de muchos proyectos culturales que buscan financiamiento institucional desde el inicio, Escárcega decidió levantar el museo de manera completamente independiente. No por falta de confianza en las instituciones, sino por una apuesta clara por la autonomía creativa. Según cuenta, ese camino permitió tomar decisiones sin presiones externas y mantener una visión personal del proyecto, cuidando cada detalle desde la restauración de las casas hasta la curaduría de cada sala. Aun así, no se aisló: colabora con museos públicos, presta obra y está totalmente abierto a convenios. Pero el control, como en un jardín cuidado a mano, nunca lo abandona.


Un taller, un foro y un camioncito

Además de las salas de exhibición, el museo tiene un taller gráfico con prensas y litografía. Antes de la pandemia, Escárcega invitaba a un artista al año para crear ahí durante 15 días o más.

También hizo un pequeño foro escénico pensado para obras teatro, música y performance.

“Hoy está en pausa, pero pronto volverá a la actividad”, comenta el ingeniero.

Una de las iniciativas más queridas del museo ha sido el camioncito, que servía para traer niños de colonias lejanas al centro de la ciudad. En el museo, los recibían recitales, charlas y actividades sobre arte.

Escárcega no mide su trabajo por el impacto inmediato. Prefiere seguir sembrando sin esperar. Dice que el museo es como un sembrador: reparte semillas y no mira atrás. Algunas no germinan. Otras florecen.

“Queríamos que vieran que ellos también podían tocar un instrumento, que podían hacer arte. Era todo. Esa semilla basta.”


Del trabajo técnico a la acción cultural

Aunque pueda parecer extraño, para Eduardo Escárcega dirigir una empresa y construir un museo tienen más en común de lo que uno pensaría. En ambos casos se requiere visión de largo plazo, atención al detalle, cuidado de los recursos y, sobre todo, una ética de trabajo basada en la responsabilidad con los otros. Su empresa, SIICA, dedicada a la seguridad industrial, fue fundada con los mismos principios con los que levantó el museo: servicio, compromiso y búsqueda constante de calidad.

Escárcega no ve al arte como algo ajeno a su formación técnica, sino como un componente esencial para desarrollar sensibilidad, incluso en los contextos más duros o estructurados. Para él, un ingeniero que escucha buena música, que ha leído poesía o que ha contemplado una buena obra, tomará decisiones con mayor conciencia, no sólo técnica sino también humana.

Con el museo, ha demostrado que el trabajo empresarial también puede traducirse en una acción cultural, si está guiado por valores claros. La gestión, la planeación y la administración —habitualmente vistas como herramientas secas— pueden volverse aliadas del arte cuando se aplican con inteligencia y sensibilidad. En este caso, no solamente para producir utilidades, sino para proteger y compartir belleza, historia y memoria.

En tiempos donde la administración pública parece mirar con total indiferencia a la cultura local —dejando museos sin presupuesto o en total abandono, bibliotecas vacías, artistas sin espacios y acceso sesgado a centros culturales—, iniciativas como el Museo Escárcega demuestran que aún es posible cultivar sin esperar a que el Estado riegue. Que la cultura florezca en la iniciativa privada, en lo íntimo, en lo afectivo, no exime a los gobiernos de su responsabilidad, pero sí señala con claridad que, incluso ante la aridez más rígida, diríamos volviendo a May Sarton, hay quienes siguen haciendo jardinería.

 


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