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Andrea Pizarro y su 'Manual del nuevo hidrocálido': instrucciones para sobrevivir al progreso inmobiliario

 

Reyes Rojas


Aguascalientes es la tierra de la gente buena, o al menos eso se dice desde que los alientos de la Guerra Fría, en 1949, llevaron a la administración en turno a que incluso un estado que no aportaba más del 1 por ciento del PIB nacional, tomara partido frente a la “amenaza comunista”. “Gente Buena” en ese entonces significaba ser católico y admirador del libre mercado.

¿Qué tan vigente será, hoy en día, dicha expresión? Esta pregunta es la que se hace la artista visual y escritora Andrea Pizarro. A partir de esta pregunta surge su Manual para el nuevo hidrocálido.

Pizarro no redacta un folleto turístico. Levanta un manual de supervivencia urbana con tipografías retro y consignas que invitan a “dirigirse a las torres”, expresión que hace alusión al crecimiento o boom vertical que tanto se vende como parte del supuesto y exitoso desarrollo del llamado Gigante de México.

Su Manual observa el centro de Aguascalientes, retrata la vivienda abandonada y parodia el lenguaje que promete plusvalía garantizada. El resultado no sermonea. Instruye con ironía.

Me pregunté qué tanta vivienda abandonada existía”, dice Pizarro durante la entrevista.

La pregunta guía el proyecto y sostiene el humor negro de los afiches, que exhortan a identificar al enemigo en los jóvenes con pensamiento crítico y sin posibilidad real de adquirir una vivienda digna. El enemigo no llega del exterior. Habita las políticas que celebran nuevas torres mientras calles rotas y multifamiliares cumplen cuarenta años en deterioro.

¿De dónde sale este manual?

Andrea Pizarro camina su ciudad, la estudia, recorre el primer cuadro y reconoce dos detonantes. Primero, la memoria ferroviaria y un pasado que imaginó progreso a toda máquina. Segundo, el dato duro: el INEGI reporta que, en 2020, había 70 mil viviendas deshabitadas en Aguascalientes. Ella añade un cálculo que circula en la conversación pública tras el caso La Pona:

Creo que al menos hay 100 mil viviendas abandonadas”.

Pizarro no presume certezas. Confirma en fuentes oficiales y levanta alertas visuales. El INEGI aparece como brújula.

La artista planea una siguiente entrega centrada en datos y cartografías. Por ahora articula señales: anuncios que prohíben estacionarse “ni por un minuto”, puertas selladas, fachadas que exigen atención. Los fantasmas urbanos no nacen del mito. Nacen de una red de servicios que se deteriora.

El manual no demoniza la altura.

Andrea lo aclara: Apoyo la vivienda vertical bien pensada”.

Su crítica apunta a torres que funcionan como oasis privados y separan barrios con muros y amenidades encapsuladas. Ese modelo densifica sin tejido y multiplica inseguridad, plagas y focos de infección en el entorno inmediato.

El lenguaje gráfico desarma esa promesa. En una lámina aparece un caballero con sombrero que apunta al lector:  “¡Hidrocálido! Es hora de salir a construir”.

En otra, dos jóvenes reciben la etiqueta de “promotores del reuso” por querer habitar lo existente. Con humor muestra la lógica del mercado: construir, vender, mantener vacía la propiedad para que la demanda nunca muera.

 

Esa lógica gana eco en discursos empresariales y académicos que hoy dominan la conversación regional. Hablan de eficiencia del suelo, densificación inteligente y ciudades de 15 minutos. Prometen plusvalía, liquidez y preventa como vehículo. Señalan que la gente ya no quiere vivir lejos y enfatizan que la verticalidad acerca servicios, oficinas y parques. Plantean tasas y seguridad como variables decisivas. El manual no discute los conceptos. Los interroga desde los vacíos que deja el entusiasmo.


Lo que dicen los números y lo que muestran las calles

El auge inmobiliario local no se entiende sin migración y empleo industrial. Distintas fuentes del sector insisten en una demanda creciente de vivienda; algunas incluso calculan más de 200 mil llegadas anuales a la entidad y proyectan una proporción 70/30 entre vivienda horizontal y vertical dentro del Tercer Anillo. El relato inmobiliario añade cinco argumentos recurrentes:

      Crecimiento del PIB de la construcción

      Protección contra la inflación

      Tasas en descenso

      Inversión extranjera al alza

      Estabilidad frente a la incertidumbre.

El Manual del nuevo hidrocálido coloca estos mensajes junto a escenas del centro histórico. En una página, la leyenda “Atención, ciudadano obediente” se sobrepone a la imagen de un inmueble sostenido con puntales, donde “hogares huecos” y “vagabundos en modo decorativo” conforman el panorama.

En otra página, un cuestionario pregunta: “¿Permanece encadenado al glorioso pasado que lo hunde?”. Andrea rehúye el choque frontal. Yuxtapone la promesa con la otra ciudad con preguntas que podría hacerse cualquier aguascalentense el día que el cura lo manda a rezar un padre nuestro:

El manual adopta el lenguaje comercial típico del curso express que ofrecen supervivencia y plusvalía garantizada mientras invitan a mantenerse alerta y evitar el mal gusto. La artista escribe con afiches, sellos falsos y logos de constructoras fantasma. La ironía funciona como antídoto contra la normalización.


Verticalidad sin burbuja: la propuesta detrás de la sátira

La propuesta de Pizarro no cancela la vivienda en altura. Redirige la conversación. Andrea es una aficionada, una experta autodidacta en cuestiones de urbanismo y arquitectura, y como tal propone usar primero lo construido, rehabilitar multifamiliares y casas del primer anillo, y después densificar con criterios claros: conectividad, movilidad activa, agua suficiente y mezcla de usos.

Ella pide espacios que integren colonias, no moles cerradas que bloqueen el barrio contiguo. El manual exhibe costos de no actuar. El abandono trae inseguridad, adicciones y trámites olvidados.

El manual recurre al detalle mínimo para mostrar esos costos: un letrero que amenaza con “se ponchan llantas”, una puerta con la marca “ni por 1 minuto”, un asiento público con el escudo local frente a un edificio descascarado. La composición sugiere una ciudad que mira hacia arriba y no mira sus cimientos.

Además, Pizarro recuerda la dimensión comunitaria.

Perdimos rituales”, explica. “Ya no organizamos posadas, rosarios ni redes vecinales”.

Ella admite que vive en un complejo y no conoce a todos sus vecinos. Esa confesión no moraliza. Dibuja un déficit relacional que la verticalidad podría agravar o reparar, según el diseño y la gestión.


Datos, archivo y ciudad vivida: el manual que viene

La autora no deja el manual como pieza única.

Quiero dividirlo en varias partes”, anticipa.

La próxima entrega exploraría bases de datos, mapas y series históricas. También quisiera construir un archivo urbano que hable de ex haciendas demolidas, cines cerrados o edificios públicos con arquitectura prehispánica reinterpretada. Ella valora ese patrimonio moderno y propone una lectura sin nostalgia.

El proyecto crece como diario de campo. Cada casa descubierta suma una página. Cada historia barrial abre un pie de foto.

“Me parece agradable hacer de mi vida aquí un proyecto”, dice.

La frase resume la metodología: caminar, escuchar, fotografiar y cruzar esas observaciones con estadística pública.


Entre el eslogan y la política del suelo

La conversación local impulsa la verticalización como solución a la escasez de tierra. Los manuales corporativos promueven preventa, amenidades y rentas institucionales. Las escuelas privadas actualizan programas para formar a la nueva mano de obra que construye en altura. La narrativa enfatiza eficiencia y sostenibilidad.

El Manual para el nuevo hidrocálido no invalida esa agenda. La complementa con una condición previa: habitar lo existente. Rehabilitar lo vacío reduce demoliciones, rescate de arbolado y huella hídrica. Y, sobre todo, teje comunidad donde hoy predomina la puerta cerrada.

Quiero entender mejor la ciudad”, insiste Andrea.

En el Manual el lector no recibe órdenes. Encuentra instrucciones que dudan. La ciudad ofrece promesas de velocidad y torres con vista. El centro reclama mantenimiento, política de vivienda y cuidado básico. Entre ambos extremos, la ironía de Pizarro abre espacio para una agenda mínima: contar las viviendas vacías, priorizar su rescate y diseñar verticalidad con barrio.

Andrea Pizarro elige la risa incómoda para reencuadrar la conversación. El manual, entonces, funciona como espejo portátil. Quien lo abre lee consignas y, al mismo tiempo, mira las calles que esas consignas ordenan olvidar.

El Manual para el nuevo hidrocálido puede consultarse en las redes de Andrea Pìzarro y de Neo Nada Estudio, un taller de producción arquitectónica arte y diseño con sede en Guanajuato.

 


 

Andrea Arellano Pizarro (Durango, 1998) es escritora y artista visual. Reside en Aguascalientes desde 2022, año en que publicó su primer poemario es posible amueblar una infancia, presentado en espacios como el CIELA y el Museo de Arte Contemporáneo de Durango. Su escritura dialoga constantemente con la arquitectura y las artes visuales, campos en los que también se ha formado.

El secreto de sus ojos: pasión, justicia y futbol en un clásico argentino que nunca pasa de moda


Plano Secuencia | Nico Ledezma


En el vasto universo del cine argentino, pocas películas han logrado el estatus de culto y reconocimiento internacional como El secreto de sus ojos (2009). Dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por el imponente Ricardo Darín, esta obra maestra se convirtió no sólo en un hito para la cinematografía nacional, sino en un fenómeno que traspasa fronteras y géneros. ¿Por qué sigue siendo tan relevante 15 años después? La respuesta tiene mucho que ver con su combinación perfecta entre thriller judicial, drama humano y, sobre todo, pasión en estado puro.


Más que un thriller: una historia que cala hondo

Basada en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, la película nos sumerge en la historia de Benjamín Espósito (Darín), un empleado judicial retirado que decide escribir una novela sobre un caso que marcó su vida: el brutal asesinato de una joven en Buenos Aires durante los años 70. A medida que se desgrana el caso, la película nos invita a explorar no sólo la búsqueda de justicia, sino también las emociones más profundas de sus personajes, sus amores, sus frustraciones y la implacable memoria de un país que lucha por recordar y reparar.

No es casualidad que El secreto de sus ojos haya ganado el Oscar a Mejor Película Extranjera en 2010. La mezcla de suspenso, política, historia y romance está construida con un guion inteligente, diálogos memorables y una dirección que sabe cuándo acelerar el pulso y cuándo dejar que el silencio hable por sí mismo.


La pasión como motor: el guiño futbolero que conecta generaciones

Uno de los momentos más emblemáticos y celebrados por la audiencia argentina (y por quienes entienden la cultura del país) es el diálogo sobre la pasión. En una conversación que parece casual pero es profundamente simbólica, los personajes discuten cómo la pasión —ese sentimiento que mueve masas en las tribunas y en las calles— es algo que no se explica, sino que se siente.

Este pasaje es oro puro para los amantes del futbol, pero también para cualquiera que haya sentido que algo en la vida lo mueve sin lógica aparente. En Argentina, el futbol no es sólo un deporte; es una religión, un fenómeno social y un espejo donde se refleja la identidad nacional. Y esa misma pasión desbordada está presente en la película, en sus personajes y en la forma en que enfrentan sus dilemas.

Este guiño futbolero no sólo sirve para conectar con el público local, sino que también universaliza el mensaje: la vida está llena de pasiones intensas, muchas veces irracionales, que definen quiénes somos y cómo enfrentamos la justicia, el amor y el destino.


Un elenco y una dirección que hacen magia

Ricardo Darín, uno de los actores más emblemáticos de Argentina, entrega una actuación sobria, intensa y conmovedora. A su lado, Soledad Villamil y Guillermo Francella aportan personajes que quedan grabados en la memoria, lejos de los estereotipos, con matices que humanizan incluso a los más conflictivos.

La dirección de Campanella es otro de los grandes aciertos. Su capacidad para equilibrar el ritmo, la tensión y el drama humano evita que la historia se convierta en un mero policial. En lugar de eso, construye un universo donde la política y la historia reciente de Argentina se entrelazan con las emociones más íntimas de los personajes.

La escena de la famosa toma en el estadio, donde la cámara sigue a Espósito corriendo por las gradas, es un claro ejemplo de cómo la técnica se pone al servicio de la emoción y la narrativa, convirtiéndose en un momento icónico que muchos recuerdan con admiración.


Vigencia y legado: por qué verla hoy

Si bien la película está ambientada en un contexto específico de la Argentina de los años 70 y 80, sus temas son universales y siguen resonando hoy. La búsqueda de justicia frente a la impunidad, la memoria como un acto necesario para no repetir errores, el amor que se mantiene a pesar del tiempo y la pasión que nos mueve son elementos que trascienden épocas y geografías.

Ahora que El secreto de sus ojos está disponible en Netflix, es una oportunidad perfecta para redescubrirla, para dejarse atrapar por su intensidad y para entender por qué se ha ganado un lugar sagrado en la historia del cine argentino.

No es sólo una película para amantes del cine de autor o del thriller; es una historia para quienes creen en la fuerza de la pasión, en la importancia de la memoria y en el poder de la justicia, incluso cuando parece inalcanzable.




La hora de la desaparición: suspense, estructura perfecta y una antagonista memorable



Cinetiketas | Jaime López



El segundo largometraje de Zachary Michael Cregger, "La hora de la desaparición" (por su título en Latinoamérica), ha resultado la gran sorpresa fílmica del mes de agosto por distintas razones.

Una de ellas es la estructura de su narrativa, que recuerda los relatos entrecruzados de "Amores perros", dirigida por Alejandro González Iñárritu; "Magnolia", de Paul Thomas Anderson; o "Pulp Fiction", de Quentin Tarantino.

Si bien es cierto que la edición de "La hora de la desaparición" no descubre el hilo negro ni tampoco reinventa el séptimo arte contemporáneo, se agradece que su realizador haya llevado ese tipo de narrativa al género de suspenso y terror.

Eso sí, como en algunas de las cintas ya aludidas, hay alguna historia o subtrama que se siente dispareja en comparación con las demás.

En "La hora de la desaparición", son seis los episodios que van desenmarañando el misterio central referente al extravío de 17 niñas y niños de una pequeña comunidad, que se esfuman masivamente una madrugada.

El argumento en turno da pie a otra de las principales virtudes del filme: retratar los prejuicios o fanatismos de la gente que cae en señalamientos o acusaciones sin pruebas de sus dichos.

Es oportuno recordar que las mejores películas de terror son aquellas que usan de pretexto una situación fuera de lo explicable o de lo ordinario para erigir una crítica social.

Acá, el también guionista logra exhibir la doble moral de un grupo de personas que se la agarran contra la docente que tenía bajo su tutela a los menores desaparecidos.

Es en ese punto en el que existe otra virtud de "La hora de la desaparición", pues se hace un análisis de la doble moral de una comunidad que se ensaña con una mujer solitaria, que ha superado distintos baches personales, pero que no le perdonan ser imperfecta o haber tenido algunos tropiezos en su vida.

Mención honorífica a la protagonista Julia Garner, que personifica justamente a la docente enjuiciada por los progenitores de los infantes desaparecidos, la cual transita por una amalgama de emociones, tejidas de forma sutil y poderosa.

Eso es otra hazaña del guion de "La hora de la desaparición", que la mayoría de los relatos entrelazados están encabezados por seres ni buenos ni malos, no idealizados, lo que ayuda a identificarse con varios de ellos.

Por último, la cinta en cuestión ha logrado generar una gran antagonista en la historia moderna del género del terror, que seguramente inspirará uno de los principales disfraces de las fiestas de Halloween de este año.

Sí (alerta de spoiler), se trata de la "tía Gladys", la cual tendrá una precuela con motivo del éxito taquillero del actual filme de Cregger, que con un presupuesto moderado ya ha tenido ganancias en menos de dos semanas de exhibición. Estamos frente al surgimiento de una nueva franquicia terrorífica.



Rosario de casas: la apuesta por la jardinería del Museo Escárcega


Por Reyes Rojas | Fotos: Diego Ramírez


“¿Hay algún otro goce, salvo la jardinería, que pida tanto y dé tanto? No conozco otro excepto, quizá, la escritura de un poema. Son muy parecidos, incluso en la cantidad de desperdicio que hay que aceptar en aras a un casual y raro goce, en el caso de que se consiga. [...] La jardinería es una de las recompensas de la madurez, cuando la persona está preparada para una pasión impersonal, una pasión que exige paciencia, una aguda conciencia del mundo fuera de uno mismo y el poder para seguir creciendo a pesar de la sequía o la cruda nevada, hacia esos momentos de puro goce en que todos los fracasos se olvidan y florece el ciruelo.

May  Sarton


Museo Escárcega es un laberinto gozoso. Caminarlo por primera vez es casi un sueño lyncheano de portezuelas y pasillos insospechados. Único en su arquitectura, en su colección y los en motivos de su creación, su sola existencia es una prueba viviente (porque es verdad que este museo respira) de la paciencia y la pasión impersonal que menciona Sarton al comparar la jardinería con la hechura de un poema. 

El museo, se encuentra en Ezequiel A. Chávez 311, en el histórico Barrio de la Purísima. Este espacio cultural independiente, fundado y sostenido por el ingeniero Eduardo Escárcega, alberga una destacada colección de arte gráfico mexicano que el ingeniero y empresario Eduardo Escárcega, ha reunido por más de cuarenta años.  El edificio ha funcionado también como taller, foro y punto de encuentro para la creación y la memoria.

Todo empezó cuando Escárcega, su fundador, era estudiante de ingeniería en la UNAM. Ahí, por obligación, cursó una materia humanística en la Facultad de Filosofía que lo introdujo al mundo del arte, la literatura y algo más profundo: una manera de vivir.

“En la UNAM me tocó arte y literatura. Me sobrecogió todo lo relacionado con la creación, la palabra, el lenguaje. Ahí entendí que el arte toca el alma.”

A la par, ya trabajaba. Con sus primeros sueldos, se iba a la Zona Rosa de los años 70, visitaba galerías y preguntaba si podía comprar obras en abonos. Algunas veces le decían que sí. Las iba guardando en un cuartito de azotea que usaba como bodega. No pensaba en colgarlas en su sala. Su plan era mostrarlas algún día.

“Jamás pensé en tenerlas sólo para mí. Siempre imaginé compartirlas. Quería que tocaran el corazón de otros.”


Lo que crece despacio echa raíz

Hoy, el museo tiene 18 salas y más de dos mil piezas de arte mexicano, sobre todo gráfica. Muchas obras son de artistas cercanos al propio Escárcega, como Rafael Zepeda, Gabriel Macotela, Luis Filcer y Octavio Bajonero. Otras forman parte de una colección de hidrocálidos e hidrocálidas que celebra el arte local.

“Me interesa que los jóvenes reconozcan a quienes dieron todo por Aguascalientes. Que sepan quién fue Paloma Müller, por ejemplo, que conozcan su esencia y la de sus padres.”

El museo se construyó poco a poco. Primero compró una casa vieja. Luego otra justo a un lado, y así continuó durante los años, hasta armar el rosario de casas que lo conforma.

“Muchos me preguntaban cómo hice todo desde la nada. Y les digo lo mismo que decía Ernesto Sábato: unos creen que fue suerte, otros chiripada. ¿Tú crees en milagros? Yo sí.”

A diferencia de muchos proyectos culturales que buscan financiamiento institucional desde el inicio, Escárcega decidió levantar el museo de manera completamente independiente. No por falta de confianza en las instituciones, sino por una apuesta clara por la autonomía creativa. Según cuenta, ese camino permitió tomar decisiones sin presiones externas y mantener una visión personal del proyecto, cuidando cada detalle desde la restauración de las casas hasta la curaduría de cada sala. Aun así, no se aisló: colabora con museos públicos, presta obra y está totalmente abierto a convenios. Pero el control, como en un jardín cuidado a mano, nunca lo abandona.


Un taller, un foro y un camioncito

Además de las salas de exhibición, el museo tiene un taller gráfico con prensas y litografía. Antes de la pandemia, Escárcega invitaba a un artista al año para crear ahí durante 15 días o más.

También hizo un pequeño foro escénico pensado para obras teatro, música y performance.

“Hoy está en pausa, pero pronto volverá a la actividad”, comenta el ingeniero.

Una de las iniciativas más queridas del museo ha sido el camioncito, que servía para traer niños de colonias lejanas al centro de la ciudad. En el museo, los recibían recitales, charlas y actividades sobre arte.

Escárcega no mide su trabajo por el impacto inmediato. Prefiere seguir sembrando sin esperar. Dice que el museo es como un sembrador: reparte semillas y no mira atrás. Algunas no germinan. Otras florecen.

“Queríamos que vieran que ellos también podían tocar un instrumento, que podían hacer arte. Era todo. Esa semilla basta.”


Del trabajo técnico a la acción cultural

Aunque pueda parecer extraño, para Eduardo Escárcega dirigir una empresa y construir un museo tienen más en común de lo que uno pensaría. En ambos casos se requiere visión de largo plazo, atención al detalle, cuidado de los recursos y, sobre todo, una ética de trabajo basada en la responsabilidad con los otros. Su empresa, SIICA, dedicada a la seguridad industrial, fue fundada con los mismos principios con los que levantó el museo: servicio, compromiso y búsqueda constante de calidad.

Escárcega no ve al arte como algo ajeno a su formación técnica, sino como un componente esencial para desarrollar sensibilidad, incluso en los contextos más duros o estructurados. Para él, un ingeniero que escucha buena música, que ha leído poesía o que ha contemplado una buena obra, tomará decisiones con mayor conciencia, no sólo técnica sino también humana.

Con el museo, ha demostrado que el trabajo empresarial también puede traducirse en una acción cultural, si está guiado por valores claros. La gestión, la planeación y la administración —habitualmente vistas como herramientas secas— pueden volverse aliadas del arte cuando se aplican con inteligencia y sensibilidad. En este caso, no solamente para producir utilidades, sino para proteger y compartir belleza, historia y memoria.

En tiempos donde la administración pública parece mirar con total indiferencia a la cultura local —dejando museos sin presupuesto o en total abandono, bibliotecas vacías, artistas sin espacios y acceso sesgado a centros culturales—, iniciativas como el Museo Escárcega demuestran que aún es posible cultivar sin esperar a que el Estado riegue. Que la cultura florezca en la iniciativa privada, en lo íntimo, en lo afectivo, no exime a los gobiernos de su responsabilidad, pero sí señala con claridad que, incluso ante la aridez más rígida, diríamos volviendo a May Sarton, hay quienes siguen haciendo jardinería.

 


La importancia de llamarse Ozzy

Nicolás Salvatierra | Tripulación Sputnik


En el panteón del rock, hay nombres que se pronuncian con respeto reverencial. Luego está Ozzy Osbourne, cuyo nombre no se dice: se grita. Más que un cantante, es una figura mitológica, el tipo de artista que aparece una vez por generación y que termina moldeando a todas las que vienen después.

Nacido en Birmingham, Inglaterra, Ozzy emergió como la voz icónica de Black Sabbath, banda fundacional del heavy metal. Lo que hicieron en los años 70 no fue simplemente música pesada: fue la invención de un lenguaje nuevo. Los riffs ominosos de Tony Iommi, la batería ritual de Bill Ward, el bajo hipnótico de Geezer Butler… y la voz de Ozzy como invocación profana. Sin Sabbath, bandas como Metallica, Slayer, Iron Maiden o incluso Nirvana no existirían tal como las conocemos.

“Black Sabbath lo empezó todo. Ozzy fue nuestra puerta de entrada al infierno… y al metal.”
— James Hetfield, Metallica


Ozzy: El solista visionario

Tras su expulsión de Sabbath en 1979, Ozzy fue dado por muerto (musicalmente). Pero lo que hizo fue resucitar con aún más poder. Su primer disco solista, Blizzard of Ozz (1980), fue un golpe en la mesa: brillante, oscuro, técnico. Con la incorporación del joven guitarrista Randy Rhoads, Ozzy mezcló el metal con arreglos neoclásicos, dotando a sus canciones de una sofisticación inesperada. Canciones como "Mr. Crowley" y "Crazy Train" se convirtieron en himnos de una nueva era.

“Ozzy me enseñó que el metal puede ser teatral sin dejar de ser brutal.”
— Tobias Forge, Ghost


El árbol genealógico de Ozzy

Ozzy no solo hizo historia: es el tronco del que brotan ramas que van desde el doom hasta el metalcore. Su influencia se puede rastrear en:

  • Slipknot, cuyo concepto de banda como espectáculo aterrador tiene ecos del Ozzy más performático.

  • Ghost, con una estética litúrgica satánica que bien podría ser nieta de Sabbath.

  • Avenged Sevenfold, herederos de los solos pirotécnicos y los coros grandilocuentes que Ozzy solía levantar como catedrales del caos.

  • Bring Me The Horizon, quienes fusionan metal con electrónica y pop, con la misma libertad creativa que Ozzy abrazó en su carrera.

Incluso Travis Scott ha sampleado a Black Sabbath, y Post Malone ha colaborado con Ozzy. El Príncipe de las Tinieblas no sólo ha influenciado a los que visten de negro: también ha dejado huella en quienes juegan con lo comercial y lo experimental.

“Ozzy es eterno. Estar con él en el estudio fue como grabar con una leyenda viviente, porque eso es.”
— Post Malone


Más que un personaje

Es fácil ver a Ozzy como el loco adorable de los reality shows, el tipo que mordió la cabeza de un murciélago, que hablaba entre dientes en MTV. Pero detrás de eso hay un músico que entendió algo esencial: el rock no es solo sonido, también es atmósfera, identidad, legado.

Por eso, para quienes hoy escuchan bandas como Sleep Token, Architects o Bad Omens y creen estar oyendo algo nuevo: sí lo es, pero también es un eco. Uno que comenzó hace más de 50 años con un joven tartamudo de Birmingham que encontró en el rock una forma de hablarle al mundo.

Ozzy no es pasado. Es ADN.



"Exterminio: la evolución", la madurez de Boyle-Garland y una reflexión sobre la pérdida de la inocencia


Cinetiketas | Jaime López


A casi 23 años de haber revitalizado el subgénero de muertos vivientes o zombies, el realizador británico Danny Boyle retoma la saga de "28 días después" o "Exterminio" como director vía "28 años después" o "Exterminio: la evolución".

Y lo hace de la mano de Alex Garland, el guionista o creador de la obra original que, desde 2015, combina su habilidad para la escritura con la realización.

Tener nuevamente a los dos juntos no solamente era un gran atractivo para sus seguidores, sino también para las y los amantes del género. Si a esto se añade que "Exterminio: la evolución" es una de las películas de 2025 con los mejores avances promocionales, la expectativa sobre el resultado final era bastante alta.

En resumen, la cinta es cumplidora en términos visuales y mantiene la edición frenética que ha caracterizado la filmografía de Boyle, sobre todo, en propuestas como "Trainspotting", "Millions" y "Slumdog millonarie".

Sin embargo, se percibe una preocupación más filosófica y madura de Boyle por un tema universal: la muerte. Quizá esto se deba a la actual edad del prestigiado director, que ya rebasa los 68 años.

Así, "Exterminio: la evolución" es dueña de múltiples secuencias pausadas, que contrastan con el acelerado ritmo del filme de 2002, en donde la novedad radicaba en la gran velocidad otorgada a los muertos vivientes.

Ahora, Boyle y Garland le dan varios respiros al público para meditar sobre la finitud de la existencia y los distintos tipos de decesos que puede tener el ser humano.

De hecho, en un momento de la historia, un personaje inesperado, interpretado por un reciente actor nominado al premio Oscar, le dice al joven protagonista que hay muertes pacíficas, en las que la gente se despide con amor.

Ese momento del guion no es solamente uno de los más sublimes de la secuela de "Exterminio", sino también es la que resume la hipótesis de esta reseña.

Eso sí, algunos espectadores que esperaban más persecuciones o derramamiento de sangre, saldrán desencantados, incluso, considerarán demasiado sentimental la reflexión planteada por la dupla Boyle-Garland.

Pero ojo, "Exterminio: la evolución" también es un filme sobre la pérdida de la inocencia, pues su estelar es un niño de 12 años que es obligado por su padre a aprender a matar muertos vivientes y que tiene a una madre moribunda, la cual padece alteraciones de ánimo y fuertes dolores de cabeza.

A la par de ello, Boyle y Garland tejen otra historia secundaria que anticipa una nueva obra de zombies, probablemente más sanguinaria y vertiginosa, pero también con una carga social más evidente.


De hecho, la distribuidora ya confirmó que la continuación llegará 28 semanas después del estreno de "Exterminio: la evolución", es decir, en enero de 2026.

En cuanto a las novedades visuales, los creadores británicos presentan una gama de muertos vivientes, desde lentos y rastreros hasta alfas, que son más altos y similares a los pobladores "no infectados".

Al final, la película es sumamente profesional, bien contada, con un paisaje sonoro inquietante y una edición que atrapa a distintas generaciones de espectadores. Recomendable.



“Morir poquito”: ritual, placer y metamorfosis

Por Reyes Rojas | Fotos @ingravido88

“Ya no quiero buscarte,

ya no quiero gustarte.

Gracias por venir.

Aviento mis manos al placer”.


Con estas palabras arrojó ANAN su espectáculo hacia el público. Morir poquito es una ceremonia escénica donde los cuerpos, la luz y la música se entrelazan para habitar lo liminal: ¿qué hay entre la pérdida y el deseo, entre el yo que fue y el que está por venir, entre el miedo y la osadía; y, por supuesto, entre la vida y la muerte?

En este performance se amalgaman tres de mis cosas favoritas en el mundo: la danza, la música y la palabra. Las ejecutantes (Natalia Gómez y Daniela Jerez) se mueven por el recinto donde se lleva a cabo el rito (porque es más ritual que espectáculo), y juegan con luces de mano y otras herramientas de iluminación más bien limitadas y minimalistas. El espacio y el público son un personaje más, pues ningún lugar expondrá los mismos recovecos, los mismos muros y columnas; por otro lado, la afluencia y la inmersión de la gente siempre serán, también, un elemento diferenciador: Nadie es el la misma persona frente a distintos cuerpos y rostros.

Morir poquito nació como un poema sonoro, pero luego se convirtió en una experiencia sensorial íntima y viva, en una invitación al público a transitar sin mapas, a imaginar desde la penumbra, a desdoblarse suavemente mientras un personaje femenino (presumiblemente ANAN) se desdobla también en diferentes cuerpos que se alargan sobre una retahíla de melodías envolventes, oscuras y jubilosas.

En cada gesto de las bailarinas, en cada nota musical como un vapor, se sugiere una transformación, radical a veces, como la que ocurre con la muerte instantánea provocada por una bala entre la cien; o paulatina como la erosión de un bosque. Analogías tristes, ya lo sé, pero lo mismo daría si me atuviera al polo opuesto de estas metáforas: Morir poquito también es un cubetazo de felicidad fría sobre el cuerpo, una fiesta de sensualidad.

 

Al platicar con Natalia, me reveló que ella compone con el cuerpo.

“Siempre compongo como pensando en mi cuerpo, ¿como qué me hace sentir?, ¿me hace querer bailar o querer acostarme en posición fetal y que nadie me hable? ¿Me hace querer salir corriendo? Le hago caso a esos impulsos y desde ahí corren las imágenes sonoras y  poéticas”

No es para menos. Es verdad que la experiencia completa de Morir poquito se siente como entrar a una alberca. La música de ANAN, sus propuestas escénicas, son sensuales en el sentido más literal de la palabra, es decir, que invitan a saciar las demandas de los sentidos.

Luego de asistir a la puesta en escena, salí hacia la noche saboreando unas palabras de Paul Valery sobre la danza que bien valen para describir mi experiencia como espectador:

“en el Universo de la Danza el reposo no tiene sitio; la inmovilidad es algo obligado y forzado, un estado pasajero y casi una violencia, mientras que los saltos, los pasos contados, las puntas… son formas completamente naturales de estar y de comportarse”.


¿Qué escucho?

Las canciones de ANAN en Morir poquito, son al mismo tiempo un canto a lo pequeño (Cosas inútiles), una oda a lo invisible (In), a la ternura como posibilidad (I like you), y al mismo tiempo una invitación a la fortaleza (Abrir la piel) y a la rebeldía (Soy un animal). La pieza musical que da nombre al rito entero funciona como una declaración de principios: “todo cambia y yo voy primero en la fila de las metamorfosis”.

Conozco a Natalia desde hace años y tengo una idea breve de los gustos que compartimos, pero en un ejercicio de influencias no pedidas ni confirmadas, detrás de ANAN escuchó propuestas tan variadas como la Laurie Anderson de Songs from the Bardo y Big Science; a la Bjork de Homogenic; a Descartes a Kant; a Coco Rosie y a Radiohead, sólo por mencionar algunas.


¿Dónde estoy?

En esta ocasión, Morir poquito se presentó el 10 de abril en Pop Lolita, un espacio alternativo y cavernoso del centro de Aguascalientes, usualmente invadido por el perreo, la pose, la inventadez y la farandulería artística. En Pop Lolita hay exposiciones independientes, puestas en escena inter y multidisciplinarias, tragos coquetos y sobre todo, ociosa juventud.

Morir poquito es puesto en escena con participación de Natalia Gómez (ANAN) y Daniela Jerez, ambas artistas escénicas maravillosas; y con la colaboración de Remi Barrios (Hombre Árbol) en las percusiones.

Morir poquito no busca respuestas, sino espacios para sentir. Es una experiencia que abraza la incertidumbre con ternura, que convierte el tránsito en arte y la vulnerabilidad en fuerza. ANAN nos recuerda que hay belleza en el desdoblamiento y placer en lo efímero. Morir, aquí, es también volver a nacer.


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