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Crónica de una Buba anunciada (en el Alicia)


Conrado Parraguirre

 

Pudo ser una tarde como cualquier otra, en la que el sol caía lentamente sobre el lomo pardo del horizonte, y yo pude haber seguido rascando un instrumento musical de seis cuerdas sobre mi músculo cervecero, de no ser por un mensaje que tornó el día en poco habitual.

Tras una breve comunicación, el maestro José Quintero me convocó a ayudarle con su puesto de venta para la presentación del 25 aniversario del libro Buba vol. 1, en el emblemático Multiforo Alicia. Acordamos vernos en un punto estratégico durante la tarde del día siguiente –9 de octubre del año en curso– para emprender el viaje a la CDMX. 

Al rededor de las 15 horas pasaron por mí a una gasolinera, cercana a un lugar conocido como “el puente de la junta”, de la ciudad de Puebla. Elvia, quien es gestora y directora del centro cultural Musa; José, quien es dibujante, poeta y psicovaguito; y su servidor, quien esto escribe; enfilamos hacia la gran ciudad. Durante el trayecto discurrieron temas, datos, anécdotas, y chismes varios, que mi distraída mente no se distraerá en replicar.

La ciudad fue amable y nos dejó fluir por sus calles y avenidas, sin que hubiera ningún atisbo de tráfico. Por lo que llegamos con muy buen tiempo para comer algo antes de que iniciara la presentación. El día estaba nublado y todavía lloviznaba un poco. Al bajar del vehículo una mujer reconoció a Quintero, se acerco con cierto entusiasmo y le preguntó algo sobre la hora del evento. Tras obtener su respuesta, nosotros fuimos a buscar dónde apaciguar el hambre. “Las Ramonas” fue el sitio cercano que se puso en el camino.

Para nuestra sorpresa dentro del lugar se encontraba Ricardo Peláez Goycochea (quien –junto con Eric Proaño “Frik”– fue invitado a los festejos de Buba). Los maestros se saludaron como dos viejos buenos eneamigos, y nos sentamos en una mesa contigua. Me di cuenta que ya no me encontraba en territorio poblano, porque tuve que pedir queso para mi quesadilla. Por cierto que en la portada del menú figuraban personajes mexicanos como Jaime Sabines, Dr. Atl, Amado Nervo y José Alfredo Jiménez. Más adelante me enteraría de la razón de esto.

Mientras intercalábamos la charla con el ñam ñam ñam y el glu glu glu, afuera pude notar a un par de seguidores de Quintero. A pesar de estar de espaldas a la calle, una de las personas reconoció la silueta del maestro; observé cómo sin disimular su emoción le comunicaba a su acompañante: “ahí está”, mientras señalaba en dirección de quien en ese momento le daba una mordida a su sope. La pareja no cometió la indiscreción de interrumpirlo y continuaron su marcha en dirección al Alicia.

Nosotros hicimos lo propio después de terminar de comer. Bajamos los sofisticados artículos de la Buba Chop y los acomodamos en unas mesas que generosamente nos facilitaron para tal propósito. Apenas me encontraba consultando sobre los precios de algunos stickers, cuando le dieron acceso a la gente. Una persona me pidió una playera, tomó unos libros, un pin, y me dijo: “¿cuánto es?”. Y en menos de lo que canta un gallito comix, Elvia y yo nos encontramos rodeados de seguidores de Buba. Unicamente escuchaba: “¿cuánto cuesta esto?”, “¿qué otras tallas tienes?”, “¿es el único modelo?”, “¿sí me haces mi cuenta?”, “¿cuánto te debo de esto?”, y cosas por el estilo. Por fortuna los fans de Buba son amables y pacientes. Incluso una chica, al ver como mis matemáticas empezaban a colapsar, me ayudó a hacer una cuenta.

Aunque la charla ya había iniciado, los minutos de intensidad en el puesto duraron aproximadamente media hora. Lamenté no poder atender a lo dicho en el evento, pero en mi calidad de personal de la Buba Chop tuve que darle prioridad a intereses más pecuniarios.

En la ronda de preguntas, hubo momentos entrañables, por ejemplo, cuando se anunció que entre la audiencia se encontraba Ricardo Camacho, quien también formó parte de la camada del icónico Taller del Perro (colectivo de autores de historieta mexicana independiente de finales del siglo XX). También hubo quien le obsequió al festejado, una figura impresa en 3D de Buba.

Al final de esta dinámica, los asistentes se levantaron a hacer fila para poder obtener un autógrafo. Logré ver como algunos y algunas de ellas salían satisfechos, con cierto júbilo en sus rostros, tras interactuar brevemente con el autor y conseguir un dibujo de Buba. Y pude reconocerme en aquellas expresiones de entusiasmo, pues años atrás yo también estuve en ese lugar, antes de que se torciera el camino y terminara en la condición actual de amigo/chalan/admirador.

Algo notable es que las generaciones lectoras de Buba se renuevan. Gente joven acoge al personaje con el mismo entusiasmo que sus lectores de hace 25 años. Lo cual es digno de admiración, pues Quintero no sale mucho a eventos, no se promociona demasiado en redes, y no obstante, el alcance de su obra crece de manera orgánica. Tal vez por esto su audiencia no es masiva, y sin embargo su personaje avanza, lento, pero con paso firme. Porque sus seguidores son fieles y le guardan aprecio.

De hecho tengo la hipótesis de que el libro “rosa” es el que más se ha prestado y nunca ha retornado a manos de sus propietarios; o ha sido regalado en algún arranque de pasión y desmesura; por lo que sus fans han adquirido el ejemplar más de una vez. 

Parafraseando a un bibliotecario argentino, “La Buba debe ser una de la formas de la felicidad, y no se puede obligar a nadie a ser feliz”, evidentemente no se obliga a nadie, pero hay algunos que se agandallan esa felicidad.

Otra cuestión que me pareció vislumbrar, mientras me encontraba ahí paradito atendiendo el puesto, fue que los lectores de Buba son atípicos. A su audiencia no necesariamente le interesa la literatura, ni la historieta; les interesa Buba, el personaje liminal que habita en el subconsciente de la memoria de sus seguidores, salpicando fatalismo humorístico, desamor vital y pesimismo alegre. O al menos eso supongo.

En el microcosmos universal de Buba, conviven las obsesiones de símbolos teológicos del autor, junto con las chabacanerías complejas del personaje. La religión, dios, los querubines, entre otros, son elementos presentes en varias de sus viñetas.

Esto último viene a colación por una casualidad. Resulta que el recinto donde ahora se alberga el Alicia, antes fue la capilla de unas monjas. Justo en el centro, en la parte superior del escenario, donde presumiblemente pudo estar un vitral de ábside, ahora se encuentra adornado con el gato del logo del foro, y un poco más abajo en el muro, la figura en relieve de un querube; mientras que a los costados unas cortinas negras cubren los espacios donde, sospecho, también hay vitrales. Por lo que bien podríamos enunciar que: “a cada capillita le llega su Bubita”.

Pero regreso a lo que estaba. Las preguntas terminaron poco después de las 20h, y la fila casi llegó a su final antes de las 23h. Por fortuna, ya casi no hubo nada que recoger, pues la mayoría de los libros y souvenirs se agotaron. Un par de seguidoras esperaron hasta el final, para que les firmasen sus libros, y como ya habíamos rebasado el horario de cierre del foro, el maestro sugirió ir a cenar, para ahí terminar su labor. Nos dirigimos a una taquería cercana, y en ese momento nos tocó hacer fila a nosotros para conseguir una mesa.

Una vez instalados, Quintero concluyó su maratónica jornada de repartir trazos a diestra y siniestra. Yo también iba a solicitarle un garabato, pero mejor pedí unos tacos. Durante la conversación de la cena, me enteré del motivo por el cual en el menú del restaurante “Las Ramonas”, aparecían aquellos artistas mexicanos. De acuerdo con el diseñador de la última edición de Flor de Adrenalina, varios de esos personajes vivieron por la zona, o frecuentaban alguna cantina del área. Quizás en el futuro, también agreguen a Buba en la portada de su carta, pensé.

Ligeramente después de la media noche, nos despedimos de quienes nos acompañaron hasta el final, y emprendimos el camino de regreso. Y bueno, como amigo/chalan/admirador del trabajo de Quintero, he de confesar que me sentí muy agradecido de poder ser parte de los festejos de Buba en su edición de 25 años. Como dice la vox populi: “y que cumpla muchos más”.

Muerte Caracol: el libro como presentación del lector


Por Alis Flores | Falses Beatniks


La novela llegó a mis manos hace apenas un par de días. Lo primero que captó mi atención fue el color llamativo de su portada. Dicen por ahí que “quien de amarillo se viste, en su belleza confía”. Aunque coloquialmente se dice que no se debe juzgar a un libro por su portada, esta me llamó a gritos y yo quería comprobar su osadía. Muerte caracol es una novela mexicana escrita por Ivonne Reyes Chiquete y republicada por la editorial Casa del libro de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) en 2023.

Desde un inicio, la autora pone al lector en el centro de su juego. Nos hace pensar si, acaso, el libro en nuestras manos tiene algún problema de imprenta. “¿Y los demás capítulos?”, te preguntas. Conforme la trama avanza, lo notas. Sin embargo, las preguntas no dejan de surgir. Muerte Caracol no sigue una estructura lineal, en su lugar, hace uso de la narración enmarcada, es decir, cuenta una historia dentro de otra con el propósito de profundizar en la psique del personaje principal

La novela comienza en in media res y está organizada en once capítulos numerados de acuerdo a la historia secundaria. Ésta se empalma de manera en que cada acción en ella provoca una reacción o un pensamiento decisivo en el protagonista. Del mismo modo, recurre a una variedad de voces narrativas y tiempos que se entrelazan entre sí, brindando una perspectiva diferente de la historia.

El personaje principal, Carlos Sobera, es un lector ávido de la novela negra, esta práctica es su tarjeta de presentación. Carlos es un hombre solitario con una vida aparentemente cotidiana; trabaja en el área administrativa de un hospital, regresa a su hogar en transporte público y descansa en la soledad de su departamento después de su jornada laboral. Tiene, además, una rutina particular; antes de checar su salida pasa por el área de urgencias y siempre está leyendo como una manera de sobrellevar la realidad. “El asesino del caracol” es su lectura del momento, contiene una trama policial con personajes que van tejiendo en él una reflexión detallada sobre la pregunta: “¿qué hace a un asesino?” pregunta que se encuentra también en la contraportada del libro en mis manos.

La atmósfera impregnada en la novela está cargada de violencia, incluso en la descripción de actos comunes o rutinarios. Por ejemplo, comparar el sonido de un checador con el sonido de una guillotina u observar a alguien más en el transporte público, imaginándolo en situaciones intensas. Así mismo, apela a la experiencia como lector, pues refleja los modos propios al leer como un recurso para conectar emocionalmente con la trama a través de acciones como resaltar frases, doblar las páginas del libro para marcar el avance, ensimismarse en un libro hasta perder la noción del espacio y del tiempo o sospechar sobre los posibles giros en la trama.

De esta manera, puntualiza la introspección en el reflejo de algo nuestro entre las páginas de un libro, como si la autora quisiera recordarnos continuamente que estamos leyendo sobre algo de lo que somos parte de una u otra forma. Por esta razón, los temas de su obra no son ajenos a nuestro contexto actual, a la realidad que podemos ver, escuchar o sentir todos los días. La novela nos posiciona en el centro de un tema muy debatido, a saber, la naturaleza del mal en el ser humano. ¿Es, acaso, innata o su origen está en las circunstancias? La autora sólo plantea las preguntas, pero es el lector quien debe responderlas por su cuenta, tal como su protagonista lo hace a través de la exploración de la otredad reflejada en “El asesino del caracol”.

Por otro lado, la figura del libro funciona como metáfora del espejo: “Cuando por suerte se encuentra con algún lector, no necesita nada más que echar un vistazo al título para conformar toda la personalidad. Dime qué lees y te diré quién eres, piensa” (p. 28). En Japón, por ejemplo, la gente acostumbra a cubrir las portadas de sus libros con fundas de tela o de papel, pues creen que revela mucho sobre la personalidad de una persona y, al cubrirlas, pueden tener cierto control sobre su privacidad. Esta puede ser una idea algo controversial e incluso incómoda, pero no irracional. La figura del libro es también una herramienta que el ser humano tiene para acceder a su fantasía: “Las novelas que más le gustan son aquellas que lo han retratado, que al entrar a la página 23 le dicen algo así como “este personaje podrías ser tú” y que en la 102, le expone una tesis con la que él está completamente de acuerdo” (p. 40).

El recuerdo es un factor útil de esta fantasía y de la necesidad de comprender el origen de todo. Los personajes de “El asesino del caracol” funcionan como una especie de guía y, a la vez, como el reflejo de las personas que marcaron la infancia y la juventud de Carlos Sobera, quien puede contemplarlos desde “lo alto”. La narración de los personajes en la segunda historia va conformando un todo en el entendimiento del protagonista sobre sí mismo y su relación con personas cercanas a él.

Otro punto importante dentro de la novela es, justamente, la contemplación de los otros, formando una espiral de acciones y reacciones. Para escribir, es necesario hacer uso de nuestros sentidos, pues a través de ellos podemos comprender el mundo y nuestra posición en él. Observar es parte de esto, no se escribiría sobre algo que no se conoce y, la violencia, en todas sus facetas; rechazo, burla, golpes, etc., es algo que el ser humano parece conocer demasiado bien, aunque aún no responda a la pregunta de su origen. La novela no pretende ser una crítica de la sociedad, o al menos no de manera explícita sino más bien lúdica. Expone los argumentos conocidos sobre la naturaleza del mal en el ser humano, pero lo hace desde la imparcialidad, como un: “mírate, míralos, míranos, ¿qué opinas?”. Al final, queda en el lector de Muerte Caracol encontrar sus respuestas y su postura.

En conclusión, considero que es una novela con una trama llamativa igual o más que su portada. El cambio constante en los tipos de narradores provoca que la novela se perciba fragmentada en algunas partes y algo pesada por momentos, como si estuviera descuartizada, pero supongo que ese es su propósito. El final fue mi parte favorita, creo que fue muy humano, pero sobre todo conciso y con una decisión que no me esperaba por parte del protagonista. Un acto tan impredecible, tal como a él le gusta.

Es una obra que recomendaría leer a quiénes no son fanáticos de las novelas policiacas, creo que es un buen inicio porque es solo un guiño a ellas y una crítica a la vez. Quién sabe, igual y despierta su curiosidad o trae sus memorias de regreso, tal como le pasó al protagonista. Aunque, claro, es un libro para todo tipo de lectores. La recomendación es que no subestimen Muerte Caracol, no es solo una portada bonita.


Observaciones fuera de lugar que quizá no sirvan para nada:

Por momentos, algunas citas me recordaban a canciones o series, porque, si lees y tu mente no divaga, ¿de verdad estás leyendo? A continuación, algunas divagaciones sobre el libro:

  1. “¿Cómo se había atrevido a siquiera pensar que la venganza no era motivo suficiente? ¿Qué no era Dios el ser más vengativo?” (p. 96) Me recordó a: “Si quitáramos la venganza de las sagradas escrituras, no quedaría texto suficiente ni para llenar un panfleto” Blair Waldorf, Gossip Girl (serie). Creo que es un argumento muy común para  justificar la venganza. Y algo osado, si me lo preguntan. 
  2. “Podrán acabar conmigo, pero siempre habrá alguien más” (p. 84) Me recordó a Heathens de Twenty One Pilots (canción). Uno de los puntos que el libro referencia es que cuesta imaginarse a sí mismo y a los demás como posibles agresores, quienes sólo necesitarían un detonante para activar ese lado.
  3. “Es una idea ya muy manida esa de que el criminal en el fondo es igual al detective que intenta atraparlo. Los dos tienen las mismas dudas, el mismo dolor, solo que uno erró el camino” (p. 97) Me recordó a Death Note (anime). Creo que se explica por sí mismo: en mis tiempos, ser team Kira o Team L decía mucho de ti. 

“Casi lo confundo con mi hogar”: una conversación con Jesús Ernesto Guevara


En 2024, la Editorial Agujero de Gusano publicó Casi lo confundo con mi hogar, el primer libro del joven autor bajacaliforniano Jesús Ernesto Guevara. Desde entonces, la obra ha rondado ferias, presentaciones y las manos de lectores que, a lo largo del país, apuestan por la literatura emergente nacional.

“Un drag por accidente, la despedida recurrente entre un abuelo y su nieto, parejas improbables, una intervención vudú contra la violencia de género… en los cuentos de «Casi lo confundo con mi hogar» hay una profunda exploración de las relaciones humanas con especial énfasis en la familia y una visión desde las nuevas masculinidades para lo referente a padres e hijos. En este, su primer libro, Jesús Ernesto Guevara transmite el desconcierto y los anhelos contradictorios de la existencia, narrando con humor e ironía las sutilezas de la vida cotidiana y, con una ternura casi lírica, las terribles violencias que laten detrás de todo aquello tocado por los hombres”. Elma Correa

Si aún no te adentras en sus páginas, este es un gran momento para hacerlo. Casi lo confundo con mi hogar es una invitación a mirar de cerca la intimidad, el desconcierto y la contradicción que acompañan el tránsito hacia la adultez. Sus cuentos dialogan con la memoria, el afecto, la identidad y las nuevas masculinidades con una frescura que lo convierte en una lectura imprescindible de la literatura joven del norte del país.

Con este debut, Guevara se suma a una generación que redefine los afectos, la memoria y los vínculos desde una sensibilidad personalísima. A propósito del libro y del camino que lo trajo hasta aquí, conversamos con él.

***

Para comenzar, cuéntanos un poco de ti. ¿Quién eres y por qué escribes?

Me llamo Ernesto Guevara (sí, como el Ché; no, el libro no es propaganda comunista). Vivo en Mexicali, Baja California, y escribo porque es una actividad profundamente lúdica: se siente como jugar. Cuando somos niñxs, inventamos canciones, imaginamos historias, damos personalidad a los juguetes. La creatividad es natural, pero al crecer el miedo a “no ser lo suficientemente buenxs” nos paraliza. Para mí, escribir es escuchar a ese niño que sigue adentro, ansioso por contar historias.

También disfruto la parte de la escritura que sucede lejos del teclado: lo que va antes y lo que viene después. Antes, investigo para que la ficción se sienta verosímil; para este libro leí sobre brujería vudú, arte drag, cultura pop de los sesenta y más temas que me intrigaban. Escribir es otra forma de aprender.

Después viene la comunidad. Aunque se piensa en quien escribe como alguien aislado, para mí el oficio también es colectivo. Sí, prefiero encerrarme a escribir, pero luego comparto mis textos con mis compañerxs de talleres. Aprecio su retroalimentación y disfruto leer lo que ellxs hacen. La escritura me ha abierto puertas que no hubiera imaginado y me ha permitido aprender de autoras y autores a quienes admiro profundamente.


Háblanos de tus influencias literarias y del origen de este libro.

Cuando empecé a tomar cursos de escritura creativa leía a autores estadounidenses como Raymond Carver y J. D. Salinger. Su informalidad y su capacidad para retratar lo cotidiano con profundidad marcaron mi manera de escribir. Me fascinaba que sus historias le podían pasar a cualquiera.

También me han influido cuentistas argentinas contemporáneas como Samanta Schweblin, Mariana Enríquez y Camila Sosa Villada.

Más recientemente, los talleres a los que he asistido han sido cruciales. Este libro nació en los cursos de la Dra. Elma Correa durante la pandemia. Fue invaluable escuchar y aprender de escritoras y escritores como Ana Fuente, Liliana López, Priscila Rosas, Samanta Galán, Gilberto Cornejo, Samantha Arenas y Michelle Annel Peña. Con ellxs he encontrado una comunidad de la que me enorgullece formar parte.


¿Cuál es el hilo conductor de los cuentos de Casi lo confundo con mi hogar?

Son relatos que pueden inscribirse en el género del coming-of-age. Mis personajes enfrentan emociones que los obligan a crecer y a tomar decisiones para escapar de la “jaula” en la que se encuentran, a veces por elección propia y otras porque alguien más los puso ahí.


¿De dónde surge el título del libro?

El título proviene de una frase de la canción “Cuarteles de invierno” de Vetusta Morla: “Fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar”. Elegí usarla incompleta por dos razones: porque la frase entera sería un título larguísimo y porque, recortada, se vuelve más precisa.

En los cuentos no siempre es un duelo lo que se confunde con lo permanente. Puede ser una despedida repetida, la angustia de expectativas incumplidas o un lugar donde no se nos valora. Quise capturar esa sensación de permanencia involuntaria.


¿Cómo conjugas elementos de la cultura popular con historias tan íntimas y singulares?

Las referencias pop ayudan a situar a los personajes en un tiempo, un espacio y un ambiente específicos. Creo que la música, el cine y los libros que consumimos revelan mucho de nosotrxs. Por eso, al construir a un personaje me pregunto qué ve, qué lee y qué escucha: estos detalles lo vuelven más humano.

Antes de escribir una historia necesito conocer a quien la protagoniza; solo así su comportamiento se siente natural y verosímil. Ojalá lo haya logrado con estas siete historias: será labor de lxs lectores juzgarlo.


¿Cuál es la importancia de las editoriales independientes en el panorama literario nacional?

Hace poco abrí Letrinas del Cosmódromo, también de Editorial Agujero de Gusano, y me encontré con esta frase:

“Esta obra fue posible gracias al apoyo de colaboradores, artistas, creadores y la tripulación de Revista Sputnik, y NO por la buena voluntad de funcionarios, gobierno o instituto cultural alguno.”

Los cuentos de esa antología son de gran calidad. Habría sido una pena que no llegaran al papel por culpa de la burocracia. Eso es lo que permiten las editoriales independientes: libertad creativa, procesos ágiles y la posibilidad de que nuevas voces encuentren un camino. Estoy muy agradecido con Revista Sputnik y con Agujero de Gusano por confiar en mi trabajo y publicar mi primer libro.


¿Cuánto de tu vida está presente en estas historias?

Antes me incomodaba que mi vida se filtrara en los cuentos; ahora lo acepto más, aunque trato de disfrazarla. En este libro varía entre historia e historia. La primera, por ejemplo, está inspirada en mis experiencias conviviendo con mi abuelo, quien padecía Alzheimer.

La frontera y el norte también atraviesan el libro, y siento que están cada vez más presentes en mi escritura. Hay cuentos que no toman prestadas personas o lugares de mi vida, pero sí emociones muy íntimas.

Creo que puedo escribir sobre lo ajeno si investigo lo suficiente, pero la escritura es más poderosa cuando habla de lo que uno siente. Puedo narrar un ataque epiléptico sin haberlo vivido, pero describir un golpe de calor es más convincente cuando vives en la ciudad más caliente del mundo.

Martin Scorsese dijo: “Lo más personal es lo más creativo.” Coincido plenamente.


Además del libro, ¿dónde podemos leer más de tu trabajo?

He publicado cuento en revistas físicas y digitales como ERRR Magazine, Marabunta y Pez Banana. Este año aparecieron dos antologías con textos míos: Extrañamientos, que reúne cuentos nacidos en un taller, y Raras e inquietas, una colección inspirada en la obra de María Daniela y su Sonido Láser.

*Puedes conseguir el libro Casi lo confundo con mi hogar en este link.

Un pájaro que ya no está


Por Jorge Sosa |


Este texto recoge y amplía lo que escribí para la cuarta de forros del libro “Los poemas humildes son verde menta” de Iván Mata, editado por Ediciones Come Fuego.


Iván Mata es el poeta más vulnerable que conozco. El que está en más contacto con sus propios afectos y odios. Escribir, para mí, es un acto de observación. Iván es más preciso, en él parece un acto de escucha. ¿Qué escucha Iván? Sus tiernas y violentas emociones. Los chismes en redes sociales. La música de los aparatos de gimnasio y las tijeras que cortan cabello en las estéticas. El canto de un pájaro que ya no está, del que solo queda la jaula. 


El nombre del libro tiene su origen en una tendencia clasista de TikTok que señala que el color “verde menta” es predominante en las fachadas e interiores de las casas de las personas pobres. El ejercicio de apropiación de Iván para su libro no evade la naturaleza odiosa de los videitos de internet. Hace belleza de la tirria. En especial, de la propia:


“Sería una persona grosera con todos

porque tendría amor

el tuyo

a cada momento, donde sea, cuando fuera.”


Cada vez que leo de nuevo el libro, me río. Supongo que las personas que crean y comparten videos en redes sociales burlándose de alguien más, también se ríen. El humor de Iván está de un lado de la balanza que aprecio mucho. Me hace recordar que no me importa mucho la caricatura de mi persona. 


Es tan cándida la forma de escribir de Iván, que a veces me distraigo con lo mucho que me gusta lo que dice y dejo de prestar atención a lo mucho que me gusta cómo lo dice. Es el truco que comparten una gran balada pop y una naturaleza muerta. El bailecito lento y las frutas son tan bonitas, que parece que estuvieron ahí siempre y no son el producto de miles de notas y colores mezclados hasta el hartazgo.


Los textos de “Los poemas humildes son verde menta” parecen escritos con la energía encontrada para seguir bailando en una fiesta a las cuatro de la mañana. Un momento de lucidez en medio de un cansancio abrumador. Después de llorar, quedarse dormido y despertar de nuevo todavía intoxicado. Es un mal momento para tomar decisiones, pero Iván demuestra que es un buen momento para hacer poemas.


Andrea Pizarro y su 'Manual del nuevo hidrocálido': instrucciones para sobrevivir al progreso inmobiliario

 

Reyes Rojas


Aguascalientes es la tierra de la gente buena, o al menos eso se dice desde que los alientos de la Guerra Fría, en 1949, llevaron a la administración en turno a que incluso un estado que no aportaba más del 1 por ciento del PIB nacional, tomara partido frente a la “amenaza comunista”. “Gente Buena” en ese entonces significaba ser católico y admirador del libre mercado.

¿Qué tan vigente será, hoy en día, dicha expresión? Esta pregunta es la que se hace la artista visual y escritora Andrea Pizarro. A partir de esta pregunta surge su Manual para el nuevo hidrocálido.

Pizarro no redacta un folleto turístico. Levanta un manual de supervivencia urbana con tipografías retro y consignas que invitan a “dirigirse a las torres”, expresión que hace alusión al crecimiento o boom vertical que tanto se vende como parte del supuesto y exitoso desarrollo del llamado Gigante de México.

Su Manual observa el centro de Aguascalientes, retrata la vivienda abandonada y parodia el lenguaje que promete plusvalía garantizada. El resultado no sermonea. Instruye con ironía.

Me pregunté qué tanta vivienda abandonada existía”, dice Pizarro durante la entrevista.

La pregunta guía el proyecto y sostiene el humor negro de los afiches, que exhortan a identificar al enemigo en los jóvenes con pensamiento crítico y sin posibilidad real de adquirir una vivienda digna. El enemigo no llega del exterior. Habita las políticas que celebran nuevas torres mientras calles rotas y multifamiliares cumplen cuarenta años en deterioro.

¿De dónde sale este manual?

Andrea Pizarro camina su ciudad, la estudia, recorre el primer cuadro y reconoce dos detonantes. Primero, la memoria ferroviaria y un pasado que imaginó progreso a toda máquina. Segundo, el dato duro: el INEGI reporta que, en 2020, había 70 mil viviendas deshabitadas en Aguascalientes. Ella añade un cálculo que circula en la conversación pública tras el caso La Pona:

Creo que al menos hay 100 mil viviendas abandonadas”.

Pizarro no presume certezas. Confirma en fuentes oficiales y levanta alertas visuales. El INEGI aparece como brújula.

La artista planea una siguiente entrega centrada en datos y cartografías. Por ahora articula señales: anuncios que prohíben estacionarse “ni por un minuto”, puertas selladas, fachadas que exigen atención. Los fantasmas urbanos no nacen del mito. Nacen de una red de servicios que se deteriora.

El manual no demoniza la altura.

Andrea lo aclara: Apoyo la vivienda vertical bien pensada”.

Su crítica apunta a torres que funcionan como oasis privados y separan barrios con muros y amenidades encapsuladas. Ese modelo densifica sin tejido y multiplica inseguridad, plagas y focos de infección en el entorno inmediato.

El lenguaje gráfico desarma esa promesa. En una lámina aparece un caballero con sombrero que apunta al lector:  “¡Hidrocálido! Es hora de salir a construir”.

En otra, dos jóvenes reciben la etiqueta de “promotores del reuso” por querer habitar lo existente. Con humor muestra la lógica del mercado: construir, vender, mantener vacía la propiedad para que la demanda nunca muera.

 

Esa lógica gana eco en discursos empresariales y académicos que hoy dominan la conversación regional. Hablan de eficiencia del suelo, densificación inteligente y ciudades de 15 minutos. Prometen plusvalía, liquidez y preventa como vehículo. Señalan que la gente ya no quiere vivir lejos y enfatizan que la verticalidad acerca servicios, oficinas y parques. Plantean tasas y seguridad como variables decisivas. El manual no discute los conceptos. Los interroga desde los vacíos que deja el entusiasmo.


Lo que dicen los números y lo que muestran las calles

El auge inmobiliario local no se entiende sin migración y empleo industrial. Distintas fuentes del sector insisten en una demanda creciente de vivienda; algunas incluso calculan más de 200 mil llegadas anuales a la entidad y proyectan una proporción 70/30 entre vivienda horizontal y vertical dentro del Tercer Anillo. El relato inmobiliario añade cinco argumentos recurrentes:

      Crecimiento del PIB de la construcción

      Protección contra la inflación

      Tasas en descenso

      Inversión extranjera al alza

      Estabilidad frente a la incertidumbre.

El Manual del nuevo hidrocálido coloca estos mensajes junto a escenas del centro histórico. En una página, la leyenda “Atención, ciudadano obediente” se sobrepone a la imagen de un inmueble sostenido con puntales, donde “hogares huecos” y “vagabundos en modo decorativo” conforman el panorama.

En otra página, un cuestionario pregunta: “¿Permanece encadenado al glorioso pasado que lo hunde?”. Andrea rehúye el choque frontal. Yuxtapone la promesa con la otra ciudad con preguntas que podría hacerse cualquier aguascalentense el día que el cura lo manda a rezar un padre nuestro:

El manual adopta el lenguaje comercial típico del curso express que ofrecen supervivencia y plusvalía garantizada mientras invitan a mantenerse alerta y evitar el mal gusto. La artista escribe con afiches, sellos falsos y logos de constructoras fantasma. La ironía funciona como antídoto contra la normalización.


Verticalidad sin burbuja: la propuesta detrás de la sátira

La propuesta de Pizarro no cancela la vivienda en altura. Redirige la conversación. Andrea es una aficionada, una experta autodidacta en cuestiones de urbanismo y arquitectura, y como tal propone usar primero lo construido, rehabilitar multifamiliares y casas del primer anillo, y después densificar con criterios claros: conectividad, movilidad activa, agua suficiente y mezcla de usos.

Ella pide espacios que integren colonias, no moles cerradas que bloqueen el barrio contiguo. El manual exhibe costos de no actuar. El abandono trae inseguridad, adicciones y trámites olvidados.

El manual recurre al detalle mínimo para mostrar esos costos: un letrero que amenaza con “se ponchan llantas”, una puerta con la marca “ni por 1 minuto”, un asiento público con el escudo local frente a un edificio descascarado. La composición sugiere una ciudad que mira hacia arriba y no mira sus cimientos.

Además, Pizarro recuerda la dimensión comunitaria.

Perdimos rituales”, explica. “Ya no organizamos posadas, rosarios ni redes vecinales”.

Ella admite que vive en un complejo y no conoce a todos sus vecinos. Esa confesión no moraliza. Dibuja un déficit relacional que la verticalidad podría agravar o reparar, según el diseño y la gestión.


Datos, archivo y ciudad vivida: el manual que viene

La autora no deja el manual como pieza única.

Quiero dividirlo en varias partes”, anticipa.

La próxima entrega exploraría bases de datos, mapas y series históricas. También quisiera construir un archivo urbano que hable de ex haciendas demolidas, cines cerrados o edificios públicos con arquitectura prehispánica reinterpretada. Ella valora ese patrimonio moderno y propone una lectura sin nostalgia.

El proyecto crece como diario de campo. Cada casa descubierta suma una página. Cada historia barrial abre un pie de foto.

“Me parece agradable hacer de mi vida aquí un proyecto”, dice.

La frase resume la metodología: caminar, escuchar, fotografiar y cruzar esas observaciones con estadística pública.


Entre el eslogan y la política del suelo

La conversación local impulsa la verticalización como solución a la escasez de tierra. Los manuales corporativos promueven preventa, amenidades y rentas institucionales. Las escuelas privadas actualizan programas para formar a la nueva mano de obra que construye en altura. La narrativa enfatiza eficiencia y sostenibilidad.

El Manual para el nuevo hidrocálido no invalida esa agenda. La complementa con una condición previa: habitar lo existente. Rehabilitar lo vacío reduce demoliciones, rescate de arbolado y huella hídrica. Y, sobre todo, teje comunidad donde hoy predomina la puerta cerrada.

Quiero entender mejor la ciudad”, insiste Andrea.

En el Manual el lector no recibe órdenes. Encuentra instrucciones que dudan. La ciudad ofrece promesas de velocidad y torres con vista. El centro reclama mantenimiento, política de vivienda y cuidado básico. Entre ambos extremos, la ironía de Pizarro abre espacio para una agenda mínima: contar las viviendas vacías, priorizar su rescate y diseñar verticalidad con barrio.

Andrea Pizarro elige la risa incómoda para reencuadrar la conversación. El manual, entonces, funciona como espejo portátil. Quien lo abre lee consignas y, al mismo tiempo, mira las calles que esas consignas ordenan olvidar.

El Manual para el nuevo hidrocálido puede consultarse en las redes de Andrea Pìzarro y de Neo Nada Estudio, un taller de producción arquitectónica arte y diseño con sede en Guanajuato.

 


 

Andrea Arellano Pizarro (Durango, 1998) es escritora y artista visual. Reside en Aguascalientes desde 2022, año en que publicó su primer poemario es posible amueblar una infancia, presentado en espacios como el CIELA y el Museo de Arte Contemporáneo de Durango. Su escritura dialoga constantemente con la arquitectura y las artes visuales, campos en los que también se ha formado.

El Lobo Estepario: perderse para encontrarse (y no morir en el intento)

Náuseas y otras lecturas | Por Sabina Aruña 


Un lobo entre humanos domesticados

Si alguna vez te has sentido como un bicho raro, como alguien que no encaja, como si estuvieras hecho de otra sustancia más densa y triste que el resto de los humanos funcionales que sonríen en la fila del banco... entonces El lobo estepario de Hermann Hesse puede que no solo te entienda, sino que te abrace con una copa de vino en una noche larga y existencial.

Esta novela no es una historia con inicio, nudo y desenlace al estilo Disney. Es más bien como abrir el diario de alguien que se está desmoronando por dentro, pero que tiene la lucidez (y la honestidad brutal) de admitirlo. Harry Haller, el protagonista, no soporta el mundo en el que vive. Lo encuentra superficial, burgués, predecible, y él —con su sensibilidad a flor de piel y su desesperanza crónica— se siente como un lobo atrapado entre humanos domesticados. De ahí el apodo: el lobo estepario. Medio hombre, medio bestia, completamente jodido.


Una rabia silenciosa contra lo normal

Lo que hace especial esta novela es que no trata de "curar" a Harry ni te ofrece fórmulas mágicas. Aquí se habla de depresión de verdad, de la angustia existencial que te deja paralizado en tu sillón viendo cómo todo el mundo sigue su rutina sin preguntarse nada. Hesse pone sobre la mesa el conflicto entre el individuo que piensa y siente demasiado y una sociedad que premia la comodidad y la estabilidad por encima de todo.

"Porque esto es lo que más odiaba, detestaba y maldecía, principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente."

¡Zas! ¿Cuántos de nosotros no hemos sentido esa rabia silenciosa contra lo "normal"? Contra esa gente que parece tan feliz con su coche nuevo, su casa de interés medio, sus vacaciones en Cancún y sus conversaciones de oficina sobre promociones y seguros médicos. Mientras tanto, tú estás ahí, sintiendo que te estás pudriendo por dentro, que la vida no tiene un sentido claro, que todo es repetición y ruido blanco.


No hay moraleja, hay espejos

A medida que avanzamos en el libro, Harry se encuentra con personajes que, en lugar de sacarlo de su agujero con frases bonitas, lo empujan más adentro... pero para que vea que hay más allá. Hermine, por ejemplo, le muestra un mundo de placer, música, baile, contradicción y posibilidad.

Y luego está el famoso "Teatro Mágico": una especie de viaje simbólico al corazón de su propia mente, donde enfrenta todos sus yoes posibles, sus miedos, sus deseos reprimidos y su necesidad de romperse para comprenderse.

Leer El lobo estepario en momentos de crisis existencial puede ser como mirar a un espejo roto: duele, pero también te muestra partes de ti que nunca habías querido ver. No te da respuestas, pero te hace las preguntas correctas. No te dice "todo va a estar bien", pero te dice "no estás solo en esto".

"Yo no tenía vocación para estar feliz en el mundo. Me faltaba el arte de vivir, el arte de ser feliz."

Simple, directo, demoledor.


¿Y quién era ese tal Hesse?

Hermann Hesse no escribía desde una torre de marfil. Él mismo estuvo roto: perdió seres queridos, sufrió depresiones severas, se alejó de su país, de su familia y hasta de sí mismo. El lobo estepario fue, de hecho, su forma de sobrevivirse. Lo escribió en uno de sus peores momentos personales, como una especie de catarsis literaria.

Y si te quedas con ganas de más, no te detengas ahí: Demian es otra joya que explora la dualidad interior entre lo que mostramos y lo que reprimimos. Siddhartha, por su parte, es ideal si lo que necesitas es tomar aire, pensar en el camino, el ego y el silencio interior, sin caer en el rollo de gurú barato.


Para cerrar (sin moraleja)

Leer a Hesse es como emprender un viaje sin mapa por tu propio laberinto mental. No te promete una salida, pero sí te ofrece compañía. A veces, eso es lo único que necesitas para seguir caminando.

Así que si estás medio roto, no huyas del dolor: ábrele un libro de Hesse y déjalo hablarte. Tal vez no te salve, pero te va a hacer sentir menos raro.

Y eso, créeme, ya es bastante.



Texto: Sabina Aruña. Habla con Cioran como si fuera su tío lejano. Relee a Camus con insomnio y encuentra sentido justo donde nadie más lo ve. Cree que la lucidez es una condena y la escritura, un mal necesario. Vive rodeada de libros subrayados y tazas de café frío.
Obra reseñada: El lobo estepario, de Hermann Hesse

Año de publicación original: 1927
Traducción recomendada: Juan José del Solar, Ediciones Alianza

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