Me encontraste tarde,
dijo. ¿Tú crees que sea posible? Conocer a alguien y que te diga que es tarde,
pero tú no sepas bien para qué. Intenté mostrarme convencido, fingir que la
entendía. Le di un par de sorbos a la cerveza y me hice el interesante
asintiendo cada vez que ella decía alguna incoherencia. Por momentos mi mente
se iba. Carajo, cómo me costó darle continuidad a la plática. Respondía frases
cortas para que no fuera tan evidente y le daba la razón en preguntas
elaboradas. Eso no me costó mucho, la verdad. Ella es de esas personas que
preguntan, te ven a los ojos y esperan un rato, pero ya tienen la respuesta en
la mente y solo necesitan que alguien les diga que, en efecto, son brillantes y
todo lo que escupen es nada menos que la verdad. ¿Será cosa de mujeres? Me daba
un poco de ternura que dejara su labial en la boca de la botella y luego se
impregnara en mis labios también. Hasta ese momento nuestros únicos besos eran
a través del vidrio. Fui un caballero, supe esperar. Si pensaba que era guapa
le decía que era guapa, así, sin más, sin pensarlo, como les gusta. Eso es
típico de toda la gente, ¿no? Digo, no me molestaría que de pronto alguien me
dijera que me veo bien, en especial si me siento como la mierda. Sobrio me
siento como la mierda, por eso prefiero mi versión en un bar, disfrutando con
una mujer hermosa, con las ideas parpadeando, mezclándose hasta que no quede
rastro de una sola que valga la pena: el cielo. Últimamente es muy triste
pensar, ¿no? Como que uno piensa mucho sobre algo en específico y empieza a
verle lo malo. Te deprime. Qué deprimente todo. ¿Sigues escuchando? Ah, ¿con la
chica? Pues nos fuimos a un motel. ¿Conoces el Motel-Itto? Me partí de risa
cuando dijo que iríamos ahí. Fui con más ganas. Una de mis virtudes es que,
aunque tome, no me vuelvo inservible. En cuanto llegamos a la habitación me tiró
a la cama, me bajó los pantalones y luego la metió en su boca. No te miento, me
sentí intimidado por la rapidez, no sé, como si no lo hubiera consentido. Ya
sé, qué tontería, fue sexo rápido, olvídalo, lo estaba disfrutando. Cerré los
ojos y toqué su cabello. Ella se deshizo de mis manos sin sacar la boca, sin
mirar. Noté que le molestó. Quería estar seguro y volví a poner las manos en su
cabeza, pero ella las volvió a quitar. Intenté tocarle una teta, pero también
retiró mi mano, entonces me pareció raro. No quería que le tocara nada. Le
pregunté qué pasaba y ella siguió en lo suyo como si mi pene tuviera un imán.
Pensé que literalmente quería comérselo. Me asusté y se lo retiré. Ella me
llamó idiota, me dijo que no sabía disfrutar y que si lo hubiera sabido no se
habría arriesgado. No sabía a qué se arriesgaba. No sabía si tal vez yo también
me estaba arriesgando. Se sentó en la orilla de la cama para buscar sus botas. Yo ni siquiera sabía qué decir, seguía con la bragueta desabrochada simplemente
mirándola sin entender nada. De pronto empezó a llorar. Lloraba con ganas, como
cuando explotas. Le dije que podía usar mis zapatos, pero era broma, solo se me
ocurrió para que dejara de llorar. Esa broma lo cambió todo. ¿Sigues
escuchando? Ah. Se quitó el cabello y me miró a los ojos. No se quitó el
cabello moqueado de la cara de manera tierna, se lo quitó por completo, estaba
usando una peluca rubia y larga. La tiró al piso, luego se metió la mano por
debajo de la blusa y sacó relleno del brasier, un par de esponjas redondas. No
lo podía creer. Ella estaba teniendo una crisis o algo. De llorar pasó a reírse
y a decir que nunca se vería como una mujer por más que lo intentara. Me sentí
mal. No sé, la estábamos pasando bien y después pensaba que la pobre se iba a
romper. A saber qué iba a hacer yo con una chica rota durante las cinco horas
restantes. Me acerqué a ella, me senté ahí a un lado y me subí el zíper. Puse
mi mano encima de la suya y le dije que si no quería hacer nada estaba bien,
pero que no me importaba la calvicie. Le saqué una carcajada. No recuerdo mucho
lo demás porque no seguimos con el tema, ambos estábamos cansados. Nos
acomodamos en la cama y así dormimos, abrazados. En la mañana ya no estaba. Te
lo juro, ni rastro. Me dejó una nota en el celular, fue lo primero que apareció
cuando prendí la pantalla. Que la encontré tarde, decía, que debía volver al
mundo real. Una mierda. No sé en dónde me había dejado a mí después de tanto
empeño y con las ideas intactas.
Eli Lomelí. Mexicali,
Baja California. Maestra y bibliotecaria. Estudió en la Facultad de Pedagogía
de la Universidad Autónoma de Baja California. Cuando descubrió su gusto por
los cuentos tomó talleres y un diplomado en escritura creativa. Disfruta ver
dormir a su gata mientras piensa en sus pendientes.