"Jay Kelly" tiene la virtud de combinar secuencias cómicas y dramáticas para versar sobre la soledad, las personas narcisistas y las heridas del pasado que afectan las relaciones humanas.
"Jay Kelly", imperfecta como la vida, pero con una sorprendente actuación de Adam Sandler
Alberto Aguilera Valadez, las dimensiones de un artista llamado Juan Gabriel
Por Sergio Martínez
Debo, puedo y quiero
(Netflix 2025) documental de José María Cuevas, nos muestra a Juan Gabriel en
primera persona, a veces desde la mirada y voz de Alberto, otras desde la
figura del artista que despliega voz, baile y su peculiar personalidad para
cantarle a la vida.
Construido principalmente con
videos caseros personales, llamadas telefónicas, entrevistas, presentaciones y
material de diversos programas televisivos, el documental nos lleva de mano por
la vida del Divo de Juárez, desde sus inicios en aquella ciudad
fronteriza, la cúspide de su carrera en unos memorables conciertos en Bellas
Artes que levantaron ámpula en la entonces comunidad culta de México hasta el
multitudinario cortejo fúnebre también en Bellas Artes.
Alberto siempre supo que él y Juan Gabriel llegarían al éxito total con sus canciones, no se explicaría de otra forma que cámara de fotografía y de video en mano, capturaría toda su vida, abajo y arriba del escenario.
El talento de José María Cuevas es crear un
ensayo visual donde el espectador descubrirá mientras el documental avanza, como
Alberto construye a Juanga. Son las vicisitudes de su vida, el amor por
su madre, su difícil infancia, el inicio de su fama, la crítica a su
personalidad, sus estados emocionales entre otras cosas, el combustible de
dónde vienen sus canciones, piezas musicales que han permeado en múltiples
generaciones y algunas se han vuelto himnos que se entonan todos los días en
cualquier casa, funeral, cantina, karaoke, o en intimidad para confesar algún
dolor, o el gozo del amor.
Entre las varias perlas que nos
muestra el documental de cuatro episodios, podemos ver su correspondencia
personal, cartas, dibujos, y letras de canciones con borrones y rectificaciones
de puño y letra; que nos muestran piezas claves de la vida de Juan Gabriel.
La magia de Alberto fue escribir
canciones, que conectaron instantáneamente con el público y se volvieron parte
de su memoria sentimental, eso nos cuenta el documental, la vida de un artista,
las dimensiones humanas de Alberto Aguilera Valadez, que se amalgaman y se
imbrican con Juan Gabriel y lo hacen uno de los artistas más queridos y
cantados de México y Latinoamérica.
Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero.
Dirección: María José Cuevas.
Guion: María José Cuevas, Manuel Alcalá, Eduardo Donjuán, Álvaro de la Lama.
Producción: Laura Woldenberg, Ivonne Gutiérrez.
Fotografía: Axel Pedraza.
Compañía productora: Mezcla.
Las Muertas: de la sátira feroz al drama televisivo impecable
Cinema Coyote | Alejandro Carrillo
En 1977, Jorge Ibargüengoitia publicó Las Muertas, una novela que diseccionaba con ironía, humor negro y un filo narrativo irrepetible el escándalo real de “Las Poquianchis”: una red criminal ocultada bajo los mantos del moralismo provinciano. Casi cincuenta años después, Netflix adapta la obra al formato de serie, una apuesta que en principio parecía arriesgada: ¿cómo trasladar a la pantalla el tono corrosivo, la crítica social disfrazada de carcajada, la voz inimitable del autor guanajuatense? Contra todo pronóstico, Las Muertas (2025) consigue honrar el espíritu literario y, al mismo tiempo, trazar un lenguaje propio, potente, visualmente magnético y dramáticamente contundente.
Ibargüengoitia, un narrador imposible de copiar… pero sí de reinterpretar
Hablar de Las Muertas implica reconocer el genio de Ibargüengoitia para desnudar el absurdo mexicano. Su novela es, ante todo, un espejo deformante: muestra un país donde la corrupción tiene sotana, el poder huele a establo y las víctimas terminan convertidas en notas al pie. La mirada del autor no es piadosa, pero tampoco cruel; es, más bien, quirúrgica. Con un estilo seco, preciso y dolosamente divertido, Ibargüengoitia reconstruye el expediente judicial de las Poquianchis para evidenciar la hipocresía que normaliza lo monstruoso.
La serie parece consciente de que competir con ese tono sería suicida. En lugar de intentar imitar la prosa del escritor, apuesta por rescatar su esencia: el retrato de un México rural donde la miseria económica se mezcla con la miseria moral; la denuncia disfrazada de anecdótico; la violencia presentada sin morbo, pero tampoco sin anestesia.
De esa decisión nace la mayor virtud de la adaptación: comprender que Las Muertas no es solo una historia criminal, sino un comentario sociopolítico que sigue vigente.
El director Luis Estrada y el equipo creativo optaron por una estética cuidada al detalle: vestuarios opacos, atmósferas áridas y una paleta de colores que captura la sensación de encierro físico y emocional. No es la típica “serie de época” reluciente; aquí predomina la textura terrosa, las paredes descascaradas y la iluminación que evoca la precariedad de la vida marginal.
El diseño de producción logra algo crucial: hace visible el sistema que permitió a las hermanas González (las Poquianchis ficcionalizadas) operar durante décadas. Los burdeles disfrazados de “casas de huéspedes” están recreados con una sobriedad que incomoda; los despachos de funcionarios corruptos —desde policías municipales hasta políticos locales— transmiten la complicidad invisible que Ibargüengoitia denuncia con sorna. La fotografía, además, alterna planos cerrados que acentúan la claustrofobia de las víctimas con composiciones amplias que exponen la indiferencia del entorno. Ese contraste es quizá la forma más visualmente efectiva de trasladar la ironía del autor al lenguaje audiovisual.
Si la serie funciona con la fuerza que funciona, es porque el elenco la sostiene como un coro trágico. Joaquín Cosío, Alfonso Herrera y Mauricio Isaac que encarna magistralmente el personaje de "La Calavera", complementan el magnífico trabajo de Arcelia Ramírez y Paulina Gaitán, que le dan vida a las hermanas Baladro, ofreciendo protagónicos a la altura de la producción con lecturas y actuaciones matizadas y profundamente humanas, evitando caer en la caricatura que —por el carácter satírico de la novela— habría sido un riesgo tentador. En pantalla, Serafina y Arcángela no son monstruos estrafalarios, sino mujeres moldeadas por la ambición, el resentimiento y la impunidad que heredaron y reforzaron. Esa complejidad dota a la historia de un peso dramático que enriquece, sin contradecir, la visión literaria.
El reparto joven que encarna a las víctimas aporta la otra mitad del corazón narrativo: sus actuaciones transmiten vulnerabilidad sin caer en el sentimentalismo. La serie acierta en mostrar su humanidad sin romantizarlas ni convertirlas en símbolos abstractos; son personas atrapadas entre la pobreza y un sistema que nunca pretendió protegerlas. Ese equilibrio actoral permite que la historia sea dolorosa sin ser sensacionalista, respetuosa sin ser tibia.
Completan el cuadro varios secundarios memorables: policías que parecen burócratas de oficina, funcionarios que hablan en eufemismos, testigos que desfilan entre el miedo y la ignorancia. Aquí las actuaciones funcionan como engranes narrativos, articulando esa sociedad absurda que Ibargüengoitia tantas veces retrató.
Una de las adaptaciones mexicanas más sólidas de los últimos años
Lo más valioso de Las Muertas es cómo transforma la sátira literaria en una crítica televisiva contemporánea. Si la novela desmontaba los ridículos del México posrevolucionario, la serie señala continuidades incómodas: feminicidios normalizados, autoridades omisas, la facilidad con la que la violencia estructural se oculta bajo discursos vacíos.
La serie evita el panfleto. Todo está narrado desde la intimidad y la cotidianidad; no es un ensayo político sino un relato humano que expone las costuras del país a través de la vida (y la muerte) de mujeres invisibles. Esa mezcla de fidelidad histórica, sensibilidad contemporánea y rigor narrativo hace que Las Muertas no solo funcione como adaptación, sino como una obra con identidad propia, capaz de dialogar tanto con lectores de Ibargüengoitia como con audiencias jóvenes que quizá descubran aquí la fuerza del autor.
Las Muertas de Netflix es una serie que respira respeto por su origen literario, pero también valentía para reinventarse. Sus valores de producción, su dirección contenida pero incisiva, su guion bien articulado y, sobre todo, sus actuaciones, conforman una obra que honra la mordacidad de Ibargüengoitia sin sacrificar profundidad emocional.
El resultado es un híbrido afortunado: una pieza televisiva estética y narrativamente poderosa que recuerda por qué Las Muertas es una novela fundamental, y por qué sus ecos —dolorosos, irónicos, necesarios— siguen resonando en el México contemporáneo.
"Las guerreras K-pop", la gran sorpresa de Netflix y de la animación 2025
Cinetiketas | Jaime López
Además, "Las guerreras K-pop" logra combinar comedia, romance, fantasía, acción y música pegajosa a través de una estética vistosa, que no solamente honra los animes, sino que también hace una sátira de los dramas o de las novelas coreanas.
El secreto de sus ojos: pasión, justicia y futbol en un clásico argentino que nunca pasa de moda
Plano Secuencia | Nico Ledezma
En el vasto universo del cine argentino, pocas películas han logrado el estatus de culto y reconocimiento internacional como El secreto de sus ojos (2009). Dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por el imponente Ricardo Darín, esta obra maestra se convirtió no sólo en un hito para la cinematografía nacional, sino en un fenómeno que traspasa fronteras y géneros. ¿Por qué sigue siendo tan relevante 15 años después? La respuesta tiene mucho que ver con su combinación perfecta entre thriller judicial, drama humano y, sobre todo, pasión en estado puro.
Más que un thriller: una historia que cala hondo
Basada en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, la película nos sumerge en la historia de Benjamín Espósito (Darín), un empleado judicial retirado que decide escribir una novela sobre un caso que marcó su vida: el brutal asesinato de una joven en Buenos Aires durante los años 70. A medida que se desgrana el caso, la película nos invita a explorar no sólo la búsqueda de justicia, sino también las emociones más profundas de sus personajes, sus amores, sus frustraciones y la implacable memoria de un país que lucha por recordar y reparar.
No es casualidad que El secreto de sus ojos haya ganado el Oscar a Mejor Película Extranjera en 2010. La mezcla de suspenso, política, historia y romance está construida con un guion inteligente, diálogos memorables y una dirección que sabe cuándo acelerar el pulso y cuándo dejar que el silencio hable por sí mismo.
La pasión como motor: el guiño futbolero que conecta generaciones
Uno de los momentos más emblemáticos y celebrados por la audiencia argentina (y por quienes entienden la cultura del país) es el diálogo sobre la pasión. En una conversación que parece casual pero es profundamente simbólica, los personajes discuten cómo la pasión —ese sentimiento que mueve masas en las tribunas y en las calles— es algo que no se explica, sino que se siente.
Este pasaje es oro puro para los amantes del futbol, pero también para cualquiera que haya sentido que algo en la vida lo mueve sin lógica aparente. En Argentina, el futbol no es sólo un deporte; es una religión, un fenómeno social y un espejo donde se refleja la identidad nacional. Y esa misma pasión desbordada está presente en la película, en sus personajes y en la forma en que enfrentan sus dilemas.
Este guiño futbolero no sólo sirve para conectar con el público local, sino que también universaliza el mensaje: la vida está llena de pasiones intensas, muchas veces irracionales, que definen quiénes somos y cómo enfrentamos la justicia, el amor y el destino.
Un elenco y una dirección que hacen magia
Ricardo Darín, uno de los actores más emblemáticos de Argentina, entrega una actuación sobria, intensa y conmovedora. A su lado, Soledad Villamil y Guillermo Francella aportan personajes que quedan grabados en la memoria, lejos de los estereotipos, con matices que humanizan incluso a los más conflictivos.
La dirección de Campanella es otro de los grandes aciertos. Su capacidad para equilibrar el ritmo, la tensión y el drama humano evita que la historia se convierta en un mero policial. En lugar de eso, construye un universo donde la política y la historia reciente de Argentina se entrelazan con las emociones más íntimas de los personajes.
La escena de la famosa toma en el estadio, donde la cámara sigue a Espósito corriendo por las gradas, es un claro ejemplo de cómo la técnica se pone al servicio de la emoción y la narrativa, convirtiéndose en un momento icónico que muchos recuerdan con admiración.
Vigencia y legado: por qué verla hoy
Si bien la película está ambientada en un contexto específico de la Argentina de los años 70 y 80, sus temas son universales y siguen resonando hoy. La búsqueda de justicia frente a la impunidad, la memoria como un acto necesario para no repetir errores, el amor que se mantiene a pesar del tiempo y la pasión que nos mueve son elementos que trascienden épocas y geografías.
Ahora que El secreto de sus ojos está disponible en Netflix, es una oportunidad perfecta para redescubrirla, para dejarse atrapar por su intensidad y para entender por qué se ha ganado un lugar sagrado en la historia del cine argentino.
No es sólo una película para amantes del cine de autor o del thriller; es una historia para quienes creen en la fuerza de la pasión, en la importancia de la memoria y en el poder de la justicia, incluso cuando parece inalcanzable.
"Emilia Pérez", una alucinante reflexión sobre la identidad de género
Su "Emilia Pérez" tiene que asumir las consecuencias de sus decisiones y, a la par, experimentar situaciones inéditas como volver a enamorarse, tratar de corregir sus errores o aprender a soltar el pasado.
"KeMonito: La última caída", la gran lucha del pequeño guerrero
Cinetiketas | Jaime López
El hombre detrás de KeMonito, Jesús Juárez Rosales, revela la explotación económica y física que ha padecido en parte de su trayectoria. No lo hace de forma evidente ni sensacionalista.
Sin ser explícita en los problemas económicos que prolongan el retiro del estelar, la audiencia puede comprender la lucha constante de KeMonito para mantenerse a flote.
Harold Torres y "Desaparecer por completo": vivir sin la posibilidad de los placeres
"Lo más difícil fue investigar sobre la pérdida de los sentidos", dijo.
#Entrevista con Harold Torres, que este miércoles fue nominado en la categoría de Mejor Actor del Premio Ariel por la película "Desaparecer por completo" disponible en Netflix. @HaroldTorres9
— Revista Sputnik (@Revista_Sputnik) June 23, 2024
🎙@JaimeComunidad3 pic.twitter.com/bTB8bCbdi5
El 'live action' perfecto sí existe: bienvenidos al universo de One Piece
Samanta Galán Villa |
One Piece es un manga que tiene más de veintiséis años dentro del mercado y ha logrado conseguir una audiencia fiel, entregada y exigente. Era de esperarse que una temporada de ocho capítulos, cada uno de cuarenta y tantos minutos, tuviera algunos cambios y tomara lo esencial desde el arco Romance Dawn hasta Parque Arlong.
Cada actor parece haber nacido para interpretar el papel. Tanto aliados como antagonistas abrazaron la esencia de los personajes del manga para entregarnos una serie pulida, sin perder el sabor original.
División Palermo: la irreverencia de lo “políticamente correcto”
“División Palermo” se estrenó el pasado 17 de febrero en Netflix y rápidamente, ha escalado al Top 10 de series más vistas en Sudamérica. Ocho capítulos irreverentes, de aproximadamente media hora cada uno, perfectamente escritos y bien desarrollados. La serie es creada, codirigida, coescrita y protagonizada por Santiago Korovsky, un compi neurótico millennial (digo compi porque ya estuve leyendo su biografía y también es de esos desafortunados individuos que decidieron estudiar Comunicación) con un peculiar sentido del humor y que me parece sabe con exactitud quirúrgica lo que funciona actualmente en pantalla y lo que las nuevas audiencias realmente buscamos para entretenernos y maratonear a gusto sin sentir que se nos va la vida en ello.
La serie trata acerca de un grupo de personas (civiles) que, de manera muy inusual e incluso forzada, se enlistan en la Guardia Urbana argentina denominada ante todo “inclusiva” y cuyo objetivo, es brindar un servicio a la comunidad ayudándolos en su día a día y así, mejorar la convivencia ciudadana. La ministra de seguridad de Buenos Aires, con el fin de proyectar una imagen más humana e incluyente del municipio y al mismo tiempo, una narrativa políticamente correcta, insiste en que la Guardia Urbana esté conformada por elementos que formen parte de minorías que usualmente experimentan los vaivenes de sus respectivas condiciones. Y a pesar de que dicha Guardia Urbana fue creada precisamente para solventar esta idea de inclusión y diversidad, lo cierto es que solamente revela la discriminación que habita en muchas personas y que siempre queda falsamente aplacada por ese discurso políticamente correcto. La serie insta a la audiencia a reflexionar (a través de cientos de chistes incómodos) si esta mezcla de falsa compasión y diversidad no es más que una dupla engañosa y riesgosa.
La apuesta total en “División Palermo” es por un humor increíblemente ácido, que no se anda con rodeos al momento de mostrar lo que viven cotidianamente estas minorías, sin faltarles el respeto y en ocasiones, rebasando los límites de lo que uno consideraría como correcto o no. “[…] nosotres nos reímos con ustedes y no los demás se ríen de nosotres”, explica Valeria Licciardi, actriz que interpreta a Vivianne Figueroa, la única mujer trans del grupo (y mujer trans en la vida real). Es una de las tantas cosas que me fascinan de la serie, el que no se victimiza a nadie al crear personajes reales y complejos sin este cliché absurdo que tenemos de las personas con discapacidad. Hay, además, un timming P E R F E C T O para cada chiste, para cada línea, para cada toque de comedia física, mezclados con momentos inesperados y plot twists violentos que hacen que veintitantos minutos se vayan rapidísimo y queramos ver más y más. El elenco, muy bien casteado, es una chulada.
He de confesar que en muchos momentos de la serie, me estaba riendo a carcajadas (de esas escandalosas horrorosas) y dentro de mí había una pequeña vocecita que me cuestionaba si estaba bien reírme de lo que acaba de ver o no. Y me parece una genialidad que eso provoque una simple comedia como “División Palermo”, que te empuje a lo incómodo y te cuestione qué tanto de esas narrativas reproduces nada más porque sí o qué tan ¿discriminatorio, discriminativo? eres para las cosas más sencillas.
Leí una reseña por ahí que hablaba acerca de que hoy en día ese tipo de humor y de chistes “pueden verse sometidos a una cultura de cancelación, pero que acá forman parte de una reconciliación con sentimientos más verosímiles” y, por lo tanto, la serie da mucho de qué hablar.
Quiero creer que quienes somos fans de “Brooklyn Nine-Nine” (otra serie policiaca de comedia) disfrutaremos aún más de “División Palermo” porque además hay —según yo— un “nod” a la serie. Por favor, véanla, cáguense de risa, disfruten el soundtrack (que además está súper cool) y pidamos… no, no pidamos, EXIJAMOS una segunda temporada al ya incómodo tío Netflix.
"Ruido", la interferencia de las emociones
"Su pinche protocolo es el que nos trajo aquí", reclama de manera enérgica la protagonista en una secuencia del filme, luego de que los servidores públicos encargados del caso de su hija han cometido un error con el expediente de la misma.
"A plena luz: El caso Narvarte", cine contra la desmemoria y la impunidad
La propuesta en cuestión también muestra nuevamente el nivel de impunidad que sigue presente en la sociedad nacional.
















