7NN: Mi primer amor

Me armé de valor, a la hora del recreo pedí unirme a la cáscara. Me incluyeron con sorpresa ya que nunca había jugado.
Mi primer amor 
Por Sergio Martínez


Andrea era la niña más bonita del salón, yo soñaba todas las noches que le declaraba mi amor y éramos novios. En la vida real las cosas eran diferentes, ella se la pasaba jugando futbol a la hora del recreo y en el salón apenas si cruzábamos dos que tres palabras, mi cobardía podía más que mi amor. Tenía celos de todos los que jugaban con ella; yo que nunca fui futbolero, ahora lo era por ella, solo la veía a la hora del descanso driblar, a uno, otro y otro contrincante para meter un gol que todos sus compañeros de equipo celebraban abrazándola. 

Todas las tardes al salir de la escuela, mientras hacia la tarea, trataba de pensar en un plan para poder hablarle. No se me ocurría nada. yo solo era bueno para español y ciencias sociales. Andrea no lo sabía, pero al verla jugar yo inventaba en mi cabeza una crónica del juego que se realizaba en el patio, donde ella era la protagonista principal. 

“Por fin llega el día de la final del mundial femenil de futbol, el equipo nacional disputa la copa contra la escuadra japonesa, defensora de la corona. Suena el silbatazo inicial, las japonesas mueven el balón, uno, dos, tres, cuatro toques de un lado para otro, retrasan el balón hasta su portera, Andrea presiona a la guardameta del equipo nipón que apenas alcanza a despejar,… el esférico lo recupera la escuadra nacional al medio campo, uno, dos, tres, cuatro toques, hacia adelante, Andrea toma el balón fuera del área grande, al ver adelantada a la portera bombea la pelota y anota un golazo, ¡goooolaaaazoooo! de Andrea”… yo relataba en mi mente, pensando que ella me escuchaba, le gustaba mi narración y se enamoraba de mí por ser ella el centro de mis comentarios futbolísticos. 

Así un día tras otro, me conformaba narrando para mí sus genialidades en el patio de la escuela, pasándole las respuestas de algún examen, e imaginándome dándole un beso. 

En algún momento se me ocurrió pasar de contar el juego a participar en él, era una manera de estar cerca de Andrea, me emocionaba la idea de poder anotar un gol y festejarlo con ella abrazado, sí; era lo que tenía que hacer, sumarme a la cascarita para acercármele. Lo haría al día siguiente, pediría chance para unirme a jugar, así tendría su atención y su amor. 

Me armé de valor, a la hora del recreo pedí unirme a la cáscara. Me incluyeron con sorpresa ya que nunca había jugado; al momento de formar los equipos el azar me dio la espalda, me tocó en el equipo contrario al de Andrea, por treinta minutos íbamos a ser rivales. Sacaron ellos, inmediatamente ella tomó la pelota y empezó a llevarse a uno, otro y otro rival, traté de alcanzarla, quitarle la bola, pero me ganó en la carrera, con un recorte hacía afuera sacó al portero y nos metió el primer gol, casi igual fue el segundo y el tercero. No metimos ni las manos. 

Yo todavía no había tocado el esférico, solo lo veía pasar de un lado a otro, una o dos veces al querer patear la bola abaniqué la patada, todos se rieron, incluso Andrea. No supe si me dio más pena que coraje; por eso en la siguiente oportunidad que tuve, medí bien la pelota y le pegué con toda mi fuerza, era la primera vez que le pegaba a un balón; salió un trallazo que se fue a estrellar a una ventana del salón, el vidrio se hizo pedacitos. 

Desde esa ocasión el futbol a la hora del recreo estuvo prohibido, yo me gané el rechazo de todos mis compañeros, entre ellos el desprecio de Andrea, que nunca me volvió a pedir las respuestas de los exámenes, ni dirigir una mirada.



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Editorial

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