El futbol como religión apócrifa: rituales, supersticiones y santos inventados

#ElOtroMundial | La tribuna como catedral, el hincha como creyente y el balón como espejo cultural del siglo XXI.

Editorial | El Otro Mundial


El eco hacia 2026: la tribuna que viene

El Mundial de 2026 —que por primera vez será organizado por tres países: México, Estados Unidos y Canadá— no solo será el más grande de la historia, con 48 selecciones y 104 partidos, sino también el más cercano en geografía y cultura para millones de aficionados latinoamericanos. Para México, el torneo significa un regreso a casa tras las ediciones de 1970 y 1986; para Estados Unidos, la consolidación del “soccer” como espectáculo masivo; para Canadá, la oportunidad de presentarse ante el mundo como una nueva plaza futbolera. Pero para la afición, para la tribuna real —la que vibra, sufre, canta y sostiene a los equipos más allá de las estadísticas— el torneo abre un nuevo capítulo emocional.

En los estudios recientes sobre comportamiento de hinchadas se observa un fenómeno interesante: el sentimiento de pertenencia aumenta cuando un torneo global se celebra en territorio compartido o cercano, lo que genera un incremento en consumo cultural deportivo, búsqueda de contenidos especializados y participación en comunidades digitales. Según un estudio de Nielsen de 2024, el interés por el Mundial creció un 57% en México y más del 30% en Estados Unidos entre jóvenes de 18 a 34 años, un rango que cada vez más combina el estadio físico con la tribuna digital.

En ese contexto, las barras tradicionales se mezclan con nuevas formas de afición: grupos que viajan para vivir la experiencia completa, comunidades que se organizan desde la migración o la diáspora, y una audiencia enorme que vive el torneo desde pantallas múltiples. Eso significa que la emoción ya no se concentra únicamente en el estadio, sino en cada espacio donde un grupo de personas decide mirar, debatir y sentir el partido. La tribuna se expande y se vuelve más compleja, más híbrida.

Para 2026 se espera que más de 5 millones de aficionados internacionales viajen a Norteamérica —la cifra más alta registrada para una Copa del Mundo— y que el impacto económico total supere los 10 mil millones de dólares entre sedes, infraestructura y turismo. Pero lo más interesante no es la derrama: es el relato que se formará. Inmuebles como el Estadio Azteca, el SoFi Stadium o el BMO Field funcionarán como templos modernos en los que se cristalizará una narrativa compartida por tres culturas futboleras distintas, unidas por la misma pulsación: el deseo de pertenecer a algo más grande, aunque sea por 90 minutos.

El Mundial 2026 no solo será un espectáculo; será una prueba para medir cómo ha cambiado la afición latinoamericana, cómo se conecta la tribuna del barrio con la tribuna global, y cómo se construyen nuevas identidades deportivas en un continente que por fin comparte una sola cancha.

Abrimos esta sección porque el futbol no solo se juega: se cree.
Se canta, se reza, se adora.
Y la cultura —la música, la literatura, la pintura, la filosofía— ha encontrado en él un espejo fascinante.

Aquí inicia un recorrido por el lado cultural, emocional y a veces místico del juego más popular del mundo.


Un templo sin púlpito

El sociólogo francés Christian Bromberger, uno de los mayores estudiosos del futbol, definió los estadios como “los grandes teatros de la modernidad”. No exagera: en un partido convergen hasta 70 mil personas repitiendo gestos, ritos y cánticos que han sobrevivido por décadas. Solo en la temporada 2022–23, la Premier League reunió más de 15 millones de asistentes, una cifra comparable a festivales religiosos de escala nacional.

Las gradas funcionan como templos laicos donde la gente deposita fe, miedo, identidad. En México, el Estadio Azteca —con capacidad para 83 mil 264 espectadores— ha sido descrito por cronistas como “la catedral de los milagros improbables”. En Argentina, La Bombonera resuena con un movimiento sísmico medido más de una vez por sensores cercanos. Literalmente: la fe hace temblar la tierra.


La liturgia secreta de los hinchas

El manual de las supersticiones futboleras podría competir con el de cualquier religión ancestral.

Carlos Bilardo llevó la cábala al extremo:

  • obligó a su equipo a repetir rutas exactas rumbo al estadio,

  • prohibió pronunciar ciertas palabras (“cábala” incluida),

  • y en el Mundial 86 pidió que se mantuviera una botella de Coca-Cola vacía porque “traía suerte”.

No era un chiste: jugadores como Burruchaga y Ruggeri confirman que la botella terminó viajando con ellos varios partidos.

Pero la superstición traspasa fronteras:

  • Gigi Buffon admitió usar siempre la misma camisa térmica en torneos importantes.

  • El delantero español Fernando Torres comía siempre un plato de pasta con atún.

  • El brasileño Ronaldo Nazário se afeitó la cabeza dejando el famoso “casquito” antes de la final de 2002 porque “era lo único que podía controlar” entre tantas presiones y una lesión.

Y del lado de la afición, los patrones se repiten: el sillón "de la suerte", la playera que no puede lavarse, el ritual de cerveza por gol, la postura exacta en los penales. Un estudio de la Universidad de Colonia registró que el 63% de los hinchas europeos admite tener al menos un ritual supersticioso relacionado con el futbol.



Santos que no pasaron por el Vaticano

Si una religión necesita iconos, el futbol los tiene en abundancia.

La Iglesia Maradoniana, fundada en Rosario en 1998, cuenta con más de 350 mil seguidores en todo el mundo. Sus “mandamientos” incluyen frases como: “No serás cabeza de termo y no le preguntes a Diego lo que hizo con su vida; mira lo que hizo con la tuya”.
Celebran navidad el 30 de octubre (nacimiento de Maradona). No es parodia: es devoción (en México hay una capilla en Cholula, Puebla).

Messi, sin quererlo, también se ha convertido en un santo laico. En 2021, el artista Maximiliano Bagnasco terminó un mural de 12 metros en Buenos Aires donde el capitán aparece con aureola dorada. En Barcelona, otro mural de Lionel —con estética bizantina— se volvió punto de peregrinación turística.

En México, basta caminar por Tepito, Iztapalapa o Nezahualcóyotl para ver altares mixtos: virgencitas acompañadas de estampas de Cuauhtémoc Blanco o algún otro ídolo americanista. No hay ironía: hay cariño espiritual.



Coros que son oraciones, cánticos como mantras

La FIFA estima que durante el Mundial de 2014 se cantaron más de 200 mil cánticos distintos en las 64 sedes. Pero los que perduran son menos: los himnos de tribuna funcionan como rezos colectivos.

En Argentina, “El que no salta es un inglés” existe desde los años 80. En Brasil, el “Eu sou brasileiro, com muito orgulho, com muito amor” se documenta desde los 70. En Chile, “Chi-chi-chi, le-le-le” se remonta a la Copa del Mundo de 1962.

Son frases simples, pero cuando se repiten por decenas de miles, liberan una potencia emocional comparable a un mantra religioso. El psicólogo deportivo Daniel Wann lo estudió: cantar en grupo reduce la ansiedad y eleva los niveles de oxitocina, la hormona del vínculo.

Por eso un estadio no solo suena: sana.


El estadio como laboratorio de emociones

El estadio concentra emociones en bruto. La final del Mundial 2022 entre Argentina y Francia fue vista por más de 1,500 millones de personas: casi una quinta parte del planeta unida por un mismo pulso emocional.

El antropólogo británico Desmond Morris analizó al hincha como “el último miembro de una tribu premoderna”: alguien que necesita rituales para lidiar con un mundo incierto. Por eso las cábalas, las promesas, las prendas sagradas. El futbol no es un deporte racional: es un sistema emocional.



¿Por qué creemos?

Una estadística explica mucho: solo 2.6% de los partidos en grandes ligas terminan 0-0 (no aplica España).
Casi cualquier cosa puede pasar en noventa minutos.
Un gol en el segundo 90+8 puede cambiar historias, fortunas, memorias familiares.

Ese margen mínimo entre lo previsible y lo imposible es el espacio donde nacen las supersticiones. Sin caos, no habría fe.


La fe que se comparte

Un estudio del MIT detectó que en un estadio, cuando una multitud salta al unísono, el movimiento puede igualar el equivalente a un temblor de 1.5 grados.
Es casi literal: la fe futbolera se mueve.

Lo que sucede cuando un gol se grita no es solo ruido: es sincronía. Un instante donde miles de personas respiran al mismo tiempo, un breve acuerdo colectivo que en la vida cotidiana es prácticamente imposible.

Ese es el verdadero milagro del futbol.

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