David Bowie siempre está en otra parte

Se cumple un año más de la partida de David Bowie de este planeta. Recordamos al genio de Brixton con este sentido texto del escritor Jonatan Frías.


Por Jonatan Frías | Ilustraciones: Ox Echegoyen |


Bien mirado, David Bowie tenía poco qué ver con los camaleones que se camuflan para desaparecer en su entorno, para pasar desapercibidos. Bowie siempre fue centro desde los márgenes. Lo que quería era ser visto. Era una dicotomía. Una contradicción en perfecto equilibrio. No permanecía estático: su destino era el cambio. La metamorfosis. La cercanía lo alejaba y viceversa. Entendía los riesgos de la industria y los corría. Detestaba las etiquetas así que las usaba siempre en sentido opuesto. Era un hombre generoso que sabía darse y sabía, sobre todo, reservarse. Guardaba silencio por largos periodos para luego arremeter contra lo establecido. Si alguien lo aplaudía por algún éxito obtenido, dejaba caer el telón y caminaba en dirección opuesta. Navegaba, como Owen, sin timón y en el delirio.

No fueron pocos los tropiezos. ¿De qué otra forma se consigue el éxito? Pero ante todos ellos encontró una manera de reposicionarse, de modificar su perspectiva. Encontró nuevas formas de escuchar, de ver, de percibir a través de los sentidos. Tenía una relación muy íntima con su cuerpo y lo liberaba sobre el escenario. Era un artista pleno y como tal, tenía unas cuantas obsesiones. Las trabajaba y las abandonaba para volver a ellas mucho tiempo después, cuando él ya no fuera el mismo sino otro, otro, otro. Bowie era un género en sí mismo que atravesaba con cierta transparencia y con cierta levedad las épocas y las modas.

Podemos contar con las manos los artistas que luego de seis décadas seguían sacando discos deslumbrantes: Bob Dylan, Leonard Cohen y David Bowie. Ese es el tamaño de su grandeza. Ese es el tamaño de su legado.

 



Desde la aparición de su primer disco en 1967 dejó claro que su signo era el inconformismo. Movido más por las vanguardias europeas que por el mercantilismo americano, supo destacar entre una generación plagada de mega estrellas: The Beatles, Pink Floyd, Velvet Underground, The Beach Boys. Su impacto no fue inmediato. Operó como esas corrientes subterráneas que desde lo profundo y con suma paciencia un día emergen convertidas en un tsunami y arrasan con todo lo que encuentren a su paso. Sus siguientes tres discos ya anunciaban las dimensiones de su genio, pero no fue sino hasta el cuarto cuando el nombre de David Bowie se aseguró un lugar en la memoria.

Bowie dejó de ser una estrella pop y se convirtió en un ícono cultural, en un referente de la moda, en un esteta, en un gurú y para muchos de sus seguidores, en un refugio. No sólo estaba legando un puñado de canciones legendarias, un puñado de discos, de películas: legaba una forma de enfrentar a la sociedad. Al convertirse en una crítica mordaz de ella, trazó radiografías descarnadas y les permitió a muchos afirmarse en una identidad, los proveyó sentido y acaso de dirección. Salir a la calle y saber que no se estaba solo, era algo que nadie más había logrado.

Por eso es que David Bowie está por encima de todo cuestionamiento, porque fue honesto e íntegro con todo lo que hizo, por eso la estrella negra sigue brillando y como Lázaro, se levantará de entre los muertos otra vez y otra vez y otra vez.
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