7NN: En busca de conquistas

Algo faltaba, lo sé, lo sentía, ¡algo faltaba!, pero no encontraba qué. Entre el trabajo que me llevaba a casa y los gritos de mi pareja, me quedaba con la mente en blanco, desganado, desgranado.
En busca de conquistas
Por Mauricio Caballero


Bien, te contaré mi historia. Todo comenzó por la frustración de permanecer pasivo en mi casa, aguantando, fastidiado de no hacer nada propio, enmohecido del hastío y soportando las quejas de mi esposa.

Así eran mis días; cansado de una vida sin sabor, ni emociones. Algo faltaba, lo sé, lo sentía, ¡algo faltaba!, pero no encontraba qué. Entre el trabajo que me llevaba a casa y los gritos de mi pareja, me quedaba con la mente en blanco, desganado, desgranado.

Hasta que un día, uno de tantos que me encerraba en mi estudio, algo pasó; prendí el televisor, como de costumbre a la hora correcta y el canal indicado para ver las noticias —el canal financiero—. Sin embargo, aquel día el control remoto resbaló del sillón y la pantalla cambió de canal. Lo que vi en aquel programa me abrió los ojos, sentí un cosquilleo interno, el llamado, un toque del destino o como lo quieras describir. Sin duda supe que eso era lo que estaba buscando. Cansado de hacer todo con mi mente, me apasionó la idea de hacer algo con mis manos. El solo hecho de pensarlo regresó el calor a mi cuerpo, la piel se me hizo chinita, mis dedos comenzaron a hormiguear, mi corazón aceleró. “¿Esto es excitación?” Me pregunté, tenía mucho de no sentirlo.

Recuerdo muy bien que mi mujer entró al cuarto y yo por instinto cambié rápidamente de canal, no quería que nadie supiera lo que acababa de ver, eso se quedaría conmigo. Ella me vio fijamente. “¿Qué tienes Alberto?” me habló con su clásica voz mandona. Yo no supe que decir, solo me le quedé viendo. Ella tomó la mochila de Carlitos y me dijo que desde hace rato me estaba hablando mi hijo porque necesitaba su cuaderno de matemáticas. “Pendejo”, fue lo último que pronunció y salió del cuarto azotando la puerta. Yo agradecí que se fuera, le puse seguro a la puerta y comencé a buscar en internet todo lo que necesitaba, aunque me sentía vigilado por el perfume dulce floral que dejó mi esposa en la habitación. Es sorprendente lo que puedes encontrar en la red y mientras más te adentras, más encuentras; consejos, técnicas, herramientas, métodos más seguros, todo lo necesario y miles de ideas de cómo llevarlo a cabo.

En cuestión de una semana ya tenía lo necesario para comenzar mi travesía, claro que tuve que imponer mi decisión y marcar muy bien la línea; le dije a mi esposa que esto es un proyecto personal que quiero realizar y que por ningún motivo ella, ni Carlitos, deben entrar a ese lugar, “Ese cuarto es mío y nadie tiene permitido entrar ahí, me entendiste”. Ella se quedó muda ante el tono de mi voz que jamás había escuchado, —ni yo mismo—, no sé de donde salieron las fuerzas, pero sentía una gran satisfacción por imponerme, aunque sea en una cosa.

Bien, como te decía, conseguí lo necesario. Lo más costoso e indispensable, fue armar el cuarto de madera que coloqué hasta el fondo del patio trasero, alejado de la casa y de los vecinos, el lugar ideal para estar tranquilo, sin ruidos ni curiosos. Acondicioné el interior; que todo estuviera bien sellado, mesa de trabajo, repisas con herramientas a la mano, iluminación suficiente y un reproductor de música, sin duda quiero trabajar escuchando música de fondo.

Al inicio fui muy sucio, ¡vamos!, por otro lado, fui muy cauteloso para que no me vieran llevando mis “conquistas” —así les digo— al “laboratorio”, me gusta llamarlo así. Principalmente por miedo, y por pena. Algo dentro de mí decía que Clara se molestaría enormemente. Así que por ese lado tuve mucho cuidado, pero ya dentro del laboratorio, fui un desastre; no planeaba lo que quería hacer, me dejaba llevar, en vez de realizar un buen corte, terminaba rompiendo la extremidad, los brazos se movían, ensuciaba todo el piso, yo mismo me corté varias veces. No sabía usar los alambres, ni las pinzas, frecuentemente terminaba con las manos arañadas, raspones, dedos artríticos, uñas cubiertas de suciedad y la mesa salpicada de sangre, ¡que escandalosa es la sangre!

Pero con el tiempo mejoré bastante y aprendí a mantener mi área limpia. Ahora pongo una gran hoja plástica debajo de mi conquista, al terminar recojo todo el sobrante, hago molotitos con eso y ¡listo!, fácil de limpiar, de transportar y de tirar. Me hice experto en el uso de las tenazas; cóncavas, vaciadoras, desalambradoras, tijeras de poda. Me compré unos guantes a mi justa medida, lo que además de cuidarme de arañazos y cortadas, me permitió apretar con más fuerza los alambres, y sí, tengo que admitirlo, también a mantener mis dedos suaves. Aprendí a realizar varios tipos de cortes; rectos, cóncavos, dejando el muñón, transversales, incrustaciones, inclusive perforaciones de lado a lado, ¡por que no!

Disfruté tanto del proceso que mi semblante cambió, ahora llegaba animado a casa para seguir con mis proyectos, saludaba a mi esposa, la abrazaba feliz, platicaba con mi hijo, convivíamos un rato y luego me iba al laboratorio para seguir experimentando. Mi familia varias veces me preguntó qué era lo que hacía allá atrás, a lo que yo respondía que solo eran cosas, ¡mis cosas!

Fue en una de esas pláticas cuando pensé: “¿Y porque no les enseño lo que hago?” pero decidí esperar más tiempo, no sabía si Clara estaba lista para saber lo que hacía allá atrás, y mi hijo, bueno… igual ni le iba a interesar o si es que le llamara la atención, aún era algo pequeño para usar las herramientas. “Así estábamos bien” me dije al final, aunque se quedó en mí esa semilla creciente de mostrarles lo que hacía.

Ese día no tardó en llegar, tres semanas después cuando regresaba de mi trabajo, pasé por el lugar habitual por donde buscaba mis conquistas, era un camino hermoso de zona boscosa, con árboles altos y frondosos. Ahí lo encontré… al verlo desde lejos supe que era el indicado, bajé del carro y me acerqué lentamente, con cada paso descubría la belleza de ese ser, era más grande que todos los anteriores, pero me enamoré al verlo, lo necesitaba, lo deseaba en mis manos. Tuve mucho cuidado para llevármelo, no quería dañarlo demasiado, quería que llegara lo más puro posible a mi laboratorio.

Llegué a casa muy feliz, más de lo ya habitual, Clara y Carlos se me quedaron viendo, yo solo les dije: “!¿Qué?!, hoy tuve un muy buen día, eso es todo.” Comimos, platicamos, reímos, agradecí a mi esposa por tan deliciosa comida, felicité a mi hijo por sacar muy buena calificación en matemáticas —los números ante todo—, los tres vimos una película acostados en el piso de la sala. Vaya tarde tan hermosa. Al anochecer nos fuimos a dormir y espero por Dios que mi hijo no nos haya escuchado, hicimos el amor como ya tenía tiempo que no lo hacíamos, tenía mezclada la excitación propia de la piel junto con la emoción de mi conquista, terminamos exhaustos.

Desperté a las tres de la mañana, intenté dormir, pero la excitación me lo impedía, así que decidí levantarme e ir por él, al fin de cuentas era el mejor momento para trabajar; silencio total, tranquilidad para llevarlo al laboratorio, paz, quietud. Solos él y yo.

Salí de casa sin hacer ruido, abrí la cajuela del carro y me dio gusto verlo ahí, recostado, sin ningún raspón, en el mismo sitio donde lo había dejado. Todo en orden, como a mí me gusta.

Lo saqué con cuidado tomándolo con los dos brazos, recordé cuando cargaba a mi hijo siendo un bebé, me fui al laboratorio y lo puse en la mesa, pronto comencé a preparar todo, me sentía verdaderamente feliz, entusiasmado por comenzar.

Lo acomodé delicadamente sobre la hoja plástica y le quité todo lo que le cubría. Me di a la tarea de contemplarlo, daba vueltas a su alrededor viendo cada detalle, cada curvatura, intentando conectarme con él. Buscando la inspiración, lo acariciaba con mucho amor, con emoción rocé mi dedo índice en cada uno de sus rincones, en sus brazos. Me gusta apreciar a mi conquista al tiempo que decido qué hacer con ella, cada una es un lienzo en blanco del cual debo sacar el mayor provecho.

Todo está en el primer corte, es el primer punto de contacto real y es donde comienzas a sentir la esencia de tu conquista. Comencé con las tijeras, siempre inicio con ellas, me sirve para hacer pequeños cortes, muy finos en las partes precisas. Un corte aquí, otro allá. Al cabo de unos minutos me detuve para admirar el progreso, “Bien, vamos bien” me dije. Luego viene el trazo fuerte    —como dirían los pintores—, tomé las tenazas y decidí cortar un brazo, se resistió por un momento, pero finalmente cedió, siempre ceden. Con el otro decidí dejar el muñón, para darle un toque natural. Me sentía inspirado, excitado, y al fondo, la música, sublime música incitando un baile entre dos, solos él y yo en comunión, almas que se encuentran. Me convertí en una especie de doctor danzante, con movimientos fluidos dentro de la sala de quirófano: “pinzas de poda por favor, pinzas cóncavas, tenazas, alambre, sube el volumen de la música”. Cambiaba de herramientas de vez en vez, todo según el plan. Quitar una extremidad aquí, otra allá, alambre para unir, una sacudía de manos y a seguirle, pinzas para alambre, apretar giro tras giro, pero no demasiado. Me alejaba un poco para apreciar mi obra, más alambre, pero ahora del grueso para dar forma, se escuchaba un poco el crujir del cuerpo, pero no importa, es fuerte, lo sé, él lo sabe. Regreso a las tijeras pequeñas, para retocar, para los detalles finos que son muy importantes. La música seguía, era un vals, yo oscilaba de un lado a otro de la mesa, tijeras en mano, pinzas en la otra, cortes, formas, amarres.

“¡Papáááá…!”, me paralizó escuchar el grito de mi hijo, no lo vi llegar, pero ¡¿cómo entró a mi laboratorio?!

No tardé mucho en recordar que de la emoción no cerré la puerta, al ver fuera de ella distinguí la luz del sol. “¿Qué hora es?”, le pregunté a Carlitos, “Es de día” me dijo manteniendo su rostro paralizado. “Mamááá, mamá” Comenzó a gritar sin descanso. Yo me puse nervioso, me quedé inmóvil. Ocultaba a mi conquista, aunque era demasiado tarde, mi hijo ya lo había visto, ¿pero había visto todo?, no sé ni por cuanto tiempo estuvo detrás de esa puerta, pero ya qué podía decir. En un acto desesperado comencé a limpiar todo el desorden, mi hijo no dejaba de verme, ni a mí ni a mi conquista, comencé a sudar frío. Clara llegó. Me paré frente a la mesa para cubrir lo que había hecho.

“Pero ¡¿qué estás haciendo Carlos?!”, me preguntó con su tonó característico. Yo respondí lo clásico: “Nada corazón”, obviamente no dio resultado. Su mirada escudriñaba cada rincón. “¿Pero, qué es todo esto?”, yo no tuve más remedio que explicarle, me hice a un lado para que pudieran verlo todo. “Oh ¡por Dios!”, fue lo primero que escuché de ella cuando por fin lo vio con claridad. Su rostro estaba lleno de preguntas. Yo me adelanté a ella y le expliqué que llevo un tiempo haciendo esto, que me gusta, que me tranquiliza, que no le había querido mostrar nada porque tenía miedo de su reacción, pensaba en decirle, pero tenía miedo, vergüenza, no sabía cómo lo iba a tomar.

“Es… es hermoso Carlos, ¿por qué no me lo dijiste antes?” Mi rostro y mi alma se relajaron inmediatamente con su comentario. “No sabía cómo reaccionarías” le dije. Ella se acercó rápidamente y me dio un gran abrazo, mi hijo le siguió.

“¿Qué es papá?”, “Es un bonsái hijo” Clara se adelantó a responder, “tu padre ha estado haciendo bonsáis y no nos había dicho. Están hermosos Carlos”.

Así fue como comenzó todo, cuando Clara descubrió los bonsáis que había creado, me motivó para ponerlos a la venta. Y aquí estamos, lo que comenzó como un pasa tiempo ahora es nuestra principal fuente de ingresos. Mi esposa y mi hijo aprendieron a cultivar los bonsáis y ahora todos vamos juntos en busca de conquistas. ¿Tienes alguna otra pregunta?






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Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

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