7NN: Yo puedo esperar

La tarde pintaba gris, las nubes se juntaban altaneras como las vecinas que se la pasan criticando a todo mundo.
Yo puedo esperar 
Por Isaías García


Pensé que el enviarte cartas y no recibir alguna respuesta era por tantas ocupaciones que sueles tener. Pensé que aprendería a vivir a solas aunque fuese por un tiempo, creí que así podría madurar y aceptar futuros inciertos. Quería llamarte por las mañanas para que te alegraras, aunque sea un poco y esto te ayudará a distraerte. Deseaba aprender de todo esto pero soy una persona tan débil que no puedo sacarte de mi mente y veo que dependo de que tú estés aquí. No puedo hacer lo que debería por pensar si te encuentras bien, si nuestra relación aún continúa. Me pregunto si piensas en mí, me pregunto qué harás ahora, creo tus labores te condenan al cansancio porque no respondes a ninguna hora, pero yo puedo esperar.

Me encontraba sentada en la parada del tren, en esa banca en la que el único ser que me acompañaba era mi perro Bruno, ese hermoso animal en color café, de raza pastor alemán que fruncía el ceño mientras me miraba al espejo de bolsillo. Sentía que la desesperación se apoderaba de mi cuerpo, un hueco en el estómago y la ansiedad era como un golpe que me sofocaba al instante.

Recuerdo que portaba un vestido corte princesa en color rosa que me llegaba a las rodillas, en corte V, con tirantes y cremallera. Calzaba unos zapatos de tacón en color blanco, llevaban una tira que se acomodaba a la perfección en mis tobillos, la puntera cerraba y dejaba los dedos cubiertos. Me ponía de nervios mientras miraba a las vías del tren para ver aparecer a alguno que te trajera en él y a la vez me miraba en el espejo, mi cabello rubio era alborotado por el aire que parecía jugar como si éste fuese un juguete, por lo que opté por sujetarlo con una liga de color blanca y hacerme una coleta. Veía que estuviera presentable por lo que observaba en mi reflejo esos ojos azules que parecían ser un cacho del cielo cuando está en todo su esplendor, mis labios pintaban en color rosa para hacerlos ver más natural y así mi tono de piel me hacía ver más blanca. Ese día yo me había arreglado para verte especialmente a ti, para darte una noticia que me tenía emocionada e ilusionada.

La tarde pintaba gris, las nubes se juntaban altaneras como las vecinas que se la pasan criticando a todo mundo, estas mujeres juguetonas escondían bajo su cuerpo al sol que minutos antes se insinuaba con sus rayos de luz que se colaban en mis brazos descubiertos. Esperaba con ansia verte llegar, tocaba mi estómago cada vez que podía y suspiraba de alegría.

Pasaron varios minutos y el sol ya no se veía por ningún lado, un viento ligero se volvía de lo más arrogante golpeando todo a su paso como si un ego profundo invadiera todo su ser. La gente caminaba siempre tan igual, caras desconocidas, pareciera que sabía lo que pensaban y cuál era su misión en la vida, mientras yo suspiraba como una adolescente enamorada. Esa tarde se me hacía de lo más eterna, sentía un vacío tan triste, sabía que algo iba a concluir, un presentimiento merodeaba como las abejas a la flor, mis fuerzas se escapaban en segundos que creaban deseos absurdos de verte llegar y de este modo mostraba una impresión entusiasta a pesar de que el dolor me amenazaba e invadía mis sentidos, estaba con los sentimientos encontrados.

Bruno se encontraba acostado en la banca y se tapaba los ojos con ambas patas, no dejaba de gruñir cuando se escuchaban los truenos resonar. La tarde se mostraba tan extraña, invadida de un gran misterio, así como tú cuando llegabas a casa y no entendía el porqué de tu comportamiento. Me encantaba perderme en tus ojos profundos que me dominaban y así perdía el control, caía rendida ante tus brazos que parecían protegerme de un ser maligno. Tu cabello siempre tan perfecto, esa sonrisa delgada que muy apenas dejaba mostrar tus dientes alineados y blancos. Miraba con tanta atención a tu cuerpo que me hacía desvanecer y quedar pegada a él mientras me hacías el amor y así me entregaba en cuerpo y alma. Algo que no olvido es que me besabas en la frente como si besaras cada pensamiento mío por muy absurdo que fuera, a mis sueños frustrados, a mi poca inteligencia y a todo eso que hay en mi cabeza loca. Me tocabas el pecho con tanta fuerza y te regocijabas en él como queriendo conocer los sentimientos que inundan en lo más profundo de mi ser, te quedabas abrazado de mi como un niño mimado, me apretabas al ritmo de los latidos de mi corazón, yo, quedaba sin aliento, apasionada y contenta por tu forma de unir tu cuerpo y tu alma con mi cuerpo y mi alma.

El reloj marcaba las seis y cuarto, faltaban quince minutos para que llegara el siguiente tren, en el que tu llegarías, de un momento a otro se dejó caer una llovizna que amenazaba en convertirse en una tormenta, el viento golpeaba con tal fuerza que movía descontrolado a mi vestido y acariciaba con brutalidad a mi cabello que era sujetado por una liga. Mi respiración se aceleraba, mi instinto de huida hablaba a mis oídos pero mi sentido de la razón insistía que me quedara y saliera de dudas. Una posesión se acumulaba en mis hombros como un costal de papas para que no me moviera del lugar en el que me encontraba, siempre supe que algo me pasaría, la tentación o la curiosidad no sé qué era pero estremecían a mi cuerpo, iba a tener una aventura que sería una desventura, sabía que sería parte de ella y que saldría lastimada.

Bruno salió huyendo acobardado porque el cielo comenzó a tronar más fuerte y dejaba escuchar su furia, inició una lluvia que coloreaba al cielo más triste y gris. Las gotas que caían mojaban mi cara y escurrían por mi cuerpo, por la ropa que cubría ligeramente a cada parte de mi ser.

Mi amigo el tiempo se presentaba alocado y con una burla que me tenía sentimental, eran las 6.30, un silbato se dejaba escuchar a lo lejos, mis ojos volteaban como atraídos por la gravedad que se encontraba alrededor de ese tren, éste se detenía lentamente y dejaba abrir todas sus puertas, la gente se dejó llegar con paraguas en mano y algunos cubriéndose con bolsas para no terminar empapados, yo buscaba por las ventanillas lo que más he esperado ver tu silueta aparecer, verte llegar. Las personas que abordaban el tren bajaban despavoridas como un montón de aves en libertad, se empujaban, el ruido no dejaba de cesar, los murmullos, los llantos y risas hacían eco por todo el lugar. De un momento a otro el silencio gobernaba y sólo se dejó escuchar el ruido de una puerta que se encontraba a unos metros de mí al compás con la lluvia que se calmaba en ese momento, frente a ella se encontraban una mujer joven, muy atractiva por cierto pero describirla está de más, iba acompañada por un niño de aproximadamente unos cinco años. Lograba observar una sombra de una persona alta con una gabardina negra y un sombrero del mismo color, esa persona medía como un metro ochenta, caminaba como loca hacia allá, vi que eras tú, si mi primer amor, al único que me le he entregado como si el mundo fuese a acabar, eras tú, sonreías y tu cara mostraba una felicidad inmensa, jamás había visto esa cara, me enternecía y a la vez me dejaba estremecida, de repente esa mujer se abalanzó hacia a ti y ese niño se abrazaba de tu pierna izquierda, la mujer lloraba y un sentimiento de alegría se desprendía de su rostro, tú la besabas en la frente y acariciabas su mejilla. En cambio yo, retrocedía lentamente, lloraba y me desvanecía, me abrazaba a mi estómago como mi único consuelo, caía de rodillas al piso, veía como te ibas abrazado de esa mujer, no tuve el valor de levantarme y de acercarme a ti, no quería acabar con aquella alegría, eran la familia perfecta, mordía mis labios, quería dejar de llorar pero no podía, cubría mis ojos no quería seguir viendo. Tanto que corrí para darte la noticia, algo dentro de mi pecho se despedazó, tanto que me arreglé para encontrarme contigo y de qué me sirvió. Me levanté y corría con tanta pena, solo imploraba a Dios fuerza para valerme por mí y por ese ser que crece dentro de mi vientre, mi fuerza de voluntad sería sólo por ese ser. El tiempo pasará y un siglo no es mucho, no podré vivir sin tu amor, pero me dejaste lo más hermoso sembrado en mi cuerpo, y sí, me regresé a esa banca, mi ropa mojada y mi cabello desarreglado, porque me di cuenta que ha quien esperaba aún no llegaba, por lo que opté por esperar a mi primer amor, sí tú, mi único y verdadero amor. Sé que aún te encuentras lejos, sigo postrada en esta banca esperando tu llegada.

Hoy como todos los días escribo una carta preguntando tantas cosas, esperando recibir alguna respuesta. Mis amistades dicen que ya te olvide que no sirve de nada esperar, que un amor de lejos no es sincero pero no se percatan de que lo que siento por ti ignora cualquier comentario necio, mi amor es tan fuerte y puro que todo eso lo hace único, lo hace lo más bello y celestial, inquebrantable, perfecto, inmortal. Pensé que el dudar de ti al no recibir ninguna carta de tu parte acabaría por matarme, sé que me condenaba a la desesperación, a los celos sin justificación. Creía en lo que otros me decían pero no vuelvo a cometer ese error porque sé y puedo esperar.

Quizá no entendía lo que pasaba y hoy me doy cuenta que es una prueba aunque sea algo extraña, ahora más que nunca sé que mi amor me hace fuerte, valiente y paciente, me hace estar de pie, esperándote en aquella estación de tren todos los días de invierno observando por todas las ventanillas lo que más he esperado, tu llegada, ver tu silueta aparecer para recibirte con las brazos abiertos, con un beso en la mejilla, mientras te tomo de las manos, y así, no soltarte jamás, para que caminemos siempre juntos por las calles de la ciudad, tomando como rumbo la eternidad. Tal vez suene cursi y ridícula al decirte todo esto, pero no hay nada que me detenga, en esa estación ya me conocen y me dicen que me dé por vencida, que tú jamás volverás, pero aún sigo esperando y seguiré así hasta el final de mis días, sabes por qué, porque yo puedo esperar.



Siete Nuevos Narradores
Editorial

Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

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