Letrinas: El hombre de gris

Escritor y profesor mexicano. Becario del PECDA Tamaulipas, en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Ateneo Literario José Arrese.


El hombre de gris

Por José Rodolfo Espinosa

 

“Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”. Esta frase tiene un error de traducción, lo que Heráclito dijo fue: “En los mismos ríos entramos y no entramos, somos y no somos”. ¿Qué quiere decir todo esto? Se estará preguntando el lector. Pues bien, el filósofo griego hablaba de las alteraciones que hay en el tiempo, que es como el río, que fluye y cambia. ¿O por qué se pensaría usted que existen tantos efectos Mandela? Que, por cierto, según mi informante en el siglo XXXI, ellos le llaman el efecto septiembre, ya que fue el primer cambio registrado en la línea del tiempo.

Septiembre tenía treinta y un días. El que ahora tú lo recuerdes con treinta se debe a un ataque de piratería en el tiempo, una venganza personal de cierta mujer en la que intentando borrar a su expareja de la existencia optó por eliminar el día de su nacimiento. Lo gracioso es que su expareja nació de todas formas, el primero de octubre.

Mi informante a quien llamaremos a partir de aquí “Cronos” (mis disculpas si les resulta un poco cursi, me pareció un mote ad hoc) menciona que mientras más se acerca un cambio a la línea del tiempo a el día prime (que es la fecha en que se realizó el primer viaje; 12 de diciembre de 3033) más fácil es de detectar, gracias al efecto nube, que ocurre por la globalización. Esto es porque como los seres humanos hemos globalizado el mundo desde finales del siglo XX, el conocimiento se guarda en una especie de inteligencia colectiva que comparten todos los miembros de una misma especie.

 —Aún no entendemos cómo funciona, pero los pioneros en el campo son los científicos a cargo del experimento del centésimo mono, puedes buscar sobre ello en el internet de tu época. ¿Cuántos casos de efectos septiembre pueden recordar hasta ahora? —me preguntó Cronos.

Creo que lo correcto sería contar cómo fue que le conocí. Verá usted apreciable lector (y le agradezco por continuar hasta este punto), esto ocurrió hace ocho años, en aquel entonces trabajaba como oficial de tránsito en Shenzen, China. Esa noche detuve la patrulla porque se me había ocurrido una idea para continuar mi novela policiaca. La verdad sea dicha, pocas veces le llega a uno la inspiración frente al ordenador, escribimos mientras hacemos las cosas cotidianas, es cuando nos llega la luz y uno debe atraparla, como si de una luciérnaga se tratase, para luego vaciar la idea en la hoja en blanco. Lo que hacemos sentados es más parecido a transcribir, que a escribir per se. Como le decía, orillé mi vehículo a mitad de la cuadra, bajo un poste de luz. Escuché el ruido característico de un carrito de baozis rellenos; un sonido agudo de corneta, similar al de los eloteros en mi natal México, incluso tiene la misma estructura de un triciclo que facilita el transporte. Eran tres treinta y cuatro de la madrugada, es normal ver a transitar a los vendedores desde muy temprano ya que algunos comienzan su venta desde las cinco. El ruido me hizo levantar la cabeza para verlo, apenas lo distinguí, puesto que no traía luces, iba cruzando la avenida cuando vi el camión. Es más fácil para mí narrarlo en retrospectiva, porque puedo ralentizar los hechos, lo que vi ocurrió en un instante y si hubiese parpadeado me lo habría perdido.

Por la velocidad a la que iba el camión, estaba seguro que se llevaría al triciclo; el vendedor ambulante moriría sin lugar a dudas. Entonces lo vi, parecía que salían rayos de los pies al correr. Mi primer pensamiento fue Flash (el súper héroe); el sujeto movió al hombre con todo y carrito y lo llevó a una orilla de la calle, luego le preguntó algo (después me revelaría que la pregunta fue acerca de su estado de salud y si se sentía bien). El chofer del camión frenó en seco y se bajó para ver lo ocurrido. El sujeto que salvó al vendedor ambulante se alejó caminando, como intentando no llamar más la atención, pero yo le seguí.

Cuando percibió mi presencia, lejos de escapar, se acercó a mi patrulla. Con las luces del auto pude distinguir el color de su ropa, vestía un traje gris, todo, pantalón, saco, camisa y corbata, incluso el calzado, que eran unos tenis color plata.

—¿Me puedes llevar?

—¿Cómo hiciste…?

—Te lo contaré si me llevas, necesito ir a Shatou, a la calle Shangsha.

—¿Qué hay ahí?

—Te cuento en el camino.

Mi yo oficial de tránsito no lo habría subido, pero era mi lado de escritor quien estaba al mando de mi mente en ese momento. Y un escritor siempre desea una buena historia.

Lo primero que me dijo fue que no podía revelar su nombre, luego me soltó que era viajero del tiempo. Lo dijo con tal seriedad y seguridad que me fue imposible reír, aun así, no lo creí.

—¿No me crees? No te culpo. Detén el auto.

—¿Por qué?

—Necesito que anotes algo.

Obedecí. Fuese un truco o no, me resultaba de lo más interesante.

—Este mes arrestarán y condenarán a 15 años de prisión a Wang Lijun —mientras hablaba movía los ojos, como si estuviese leyendo algo —¿te gusta el fútbol?

—Eh… sí.

—Los siguientes campeones del mundo serán: Alemania en 2014 y Francia en 2018.

—¿Me estás dando datos del futuro?

—¿Estás escribiendo? —preguntó esto último con un tono de molestia. En ese momento pensé echarlo del auto, sin embargo, escribí —En 2013 Xi Jinping asumirá la presidencia de China y la mantendrá hasta el 15 de agosto de 2020, cuando escribas sobre tu encuentro conmigo. Ese mismo año, el mundo sufrirá una pandemia, que comenzará en Wuhan y que pondrá al noventa y ocho por ciento de los países en cuarentena.

—¿Cómo estás tan seguro que escribiré sobre ti? La ciencia ficción no es mi género.

—Lo harás, cuando se cumpla todo lo que he dicho lo harás.

Sacó un reloj de bolsillo y revisó la hora en él.

—Arranca o llegaré tarde.

Mientras conducía le hice toda clase de preguntas. Me reveló que trabajaba para la policía del tiempo, que se hacían llamar los hombres de gris (en referencia los villanos de la novela Momo de Michael Ende).

—Nosotros nos encargamos de mantener el orden cronológico. Detectamos aberraciones de tiempo y les ponemos fin.

—¿Aberraciones de tiempo?

—En mi época es normal el turismo en el tiempo. Pero existen ciertas reglas que deben seguirse. Nosotros no interferimos a menos que alguien viole esas reglas. La piratería, por ejemplo, es anterior a la invención de la escritura y persiste en nuestro tiempo.

—¿Qué hacen con aquellos que rompen las reglas?

—Dejan de existir.

Me mostró un aparato que parecía la mezcla de un control de aire acondicionado del 2012 y una pistola. Era blanco y tenía una pantalla y un gatillo, Cronos lo llamó “Desvanecedor”.

—Necesito estar por lo menos a veinte metros para usarlo. Pero creo que tendremos que entrar. Acompáñame, será más fácil si vienes conmigo.

Después de mucha reflexión he concluido que dijo eso debido a que portaba uniforme en ese momento.

Entramos a un edificio con decenas de habitaciones.

—¿A cuál iremos?

—A la número 42 —dijo presionando el botón del elevador. Se escuchó un ruido y las puertas se abrieron. Subimos.

—¿Es un criminal peligroso?

—Sí y no. Es peligroso para la línea del tiempo, pero probablemente sea inofensivo para nosotros. Este tipo de delincuentes aplican la McFly.

—¿Cómo en Volver al futuro?

—Sí, viajan con almanaques deportivos o de números ganadores de lotería; esto está terminantemente prohibido, pero todos creen que pueden burlar la ley y quedarse en el pasado a vivir la gran vida.

Al llegar al apartamento, Cronos sacó una plastilina y la moldeó hasta darle forma de llave que introdujo en la cerradura. Luego abrió. Dentro del apartamento había un enorme televisor, un jacuzzi y una torre de dinero sobre la mesa.  En el sofá descubrimos la revista. Campeones de la Champions League en la primera mitad del siglo XX. Cronos la tomó y guardó en su bolsillo.

—¡Arriba las manos! —era un hombre delgado, de espeso bigote castaño y anteojos de pasta. Traía una escopeta en la mano.

—Por fin —dijo mi compañero y sacó el Desvanecedor; ambos dispararon al mismo tiempo. Sólo que el arma de Cronos no hizo ruido y la bala que debía matarlo se difuminó, como cuando soplas sobre un puñito de tierra. El criminal lanzó el peor grito que escuché en mi vida y despareció igual que la bala.

—¿Qué sucede?

—¡Vámonos! —apuró Cronos. Y mientras salíamos el televisor, el jacuzzi, el sofá y el dinero desaparecían también.

He soñado con ese hombre y todo lo que ha dicho Cronos se cumplió.

Esa noche me dijo una última cosa, sobre el criminal que liquidó. El desvanecedor busca en la base de datos al delincuente y uno de nuestros agentes lo asesina a los pocos días de nacido. El que tú lo hayas visto provocará un efecto Morfeo, y personas en el mundo a partir de ahora, soñarán con este desgraciado sin haberlo visto jamás.

—¿Cuántas personas?

—Puede que una o veinte, son las secuelas de este trabajo. Confío en que no apuestes con los resultados que te di.

—No yo…

—Si lo haces, tendré que venir por ti.

La idea me aterró, pero poco después soltó una carcajada.

—Es broma. Pero por favor, no lo hagas.

Después de eso regresó a su tiempo. Me encantaría poder narrar cómo fue, pero en esta ocasión si pestañeé. Sólo sé que el mundo está cambiando y que el tiempo es como un río.




J.R Spinoza - H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Becario del PECDA Tamaulipas, en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021). Para destruir el final y otros cuentos fantásticos (Winged, 2022).
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