Letrinas: La noche que estuve a punto de conocer a Frank Turner

Jorge Tadeo Vargas; escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena.



La noche que estuve a punto de conocer a Frank Turner

Jorge Tadeo Vargas



Mi teléfono suena a las diez. Había pasado toda la noche despierto peleando con Diana y justo a las seis de la mañana ella salió del departamento para irse a trabajar. Yo me quedé dormido en la sala. No alcancé a contestar; tenía cinco llamadas perdidas de Edgardo. Decidí regresarle la llamada. Era editor en un periódico, y si me estaba llamando seguro era por trabajo.


—¡Cabrón ¡ —me dice en cuanto respondo —tengo un buen rato llamándote. ¿Dónde andas?

—Líos con Diana. Me dormí ya amaneciendo y no escuche el teléfono. ¿Qué pasa?

—Hoy toca Frank Turner en la ciudad. Es un concierto gratuito, sin publicidad. Mucha prensa y unos cuantos fans. Mi jefe quiere que tú lo cubras para el periódico. No me vas a decir que no, ¿verdad?

Hace cinco años conocí a Diana en un concierto de Frank Turner, recién llegado a la ciudad de Nueva York. Estaba pasando un mal momento y dejé todo para probar suerte, no en la búsqueda del sueño americano, eso ya no se lo cree nadie, solo probar que podía hacer algo más que mi trabajo de periodista habitual. Mi plan era trabajar en los lugares donde suelen emplear indocumentados e ir escribiendo un libro de crónicas sobre esto. Al final no lo terminé, pero esa es otra historia.

En ese momento estaba trabajando, pintando casas, pagaban bien y no era tan pesado como las cocinas. Además que era un trabajo diurno y cuando vives con ocho personas más en un pequeño departamento, siempre es un alivio.

Una de las razones por las que había elegido irme a Nueva York era la cantidad de conciertos a los que podía asistir. De entrada tener el festival de Asbury Park a la vuelta de la esquina ya era un plus. A los meses de haber llegado se presentaba Frank Turner en un pequeño bar de Manhattan.

Ahí fue donde la vi por primera vez. Una morena con el cabello negro casi a la cintura, con un pantalón de mezclilla azul, un suéter rojo, bufanda negra y unos zapatos que hacían juego con el color de la blusa. La vi, tenía que hablarle. Me acerque a ella, me presenté diciéndole que era mexicano, que me daba la impresión de que ella también (le hable en español obviamente).

Para mi sorpresa no me respondió diciéndome que yo era el clásico acosador que piensa que puede conquistar a cualquier mujer, al contrario, continuó hablado conmigo. Me dijo que también era mexicana.

Vivíamos en la misma ciudad, no sé por qué no nos habíamos encontrado en algún otro evento o tal vez sí, pero no nos fijamos uno en el otro a hasta ese momento.

Ella estaba de vacaciones visitando a una amiga, era arquitecta e iniciaba con un pequeño despacho con otras dos amigas. Habían ganado una licitación bastante importante y se había dado ese regalo. También era fan de Frank Turner desde la época de los Million Dead. Eso era hablar con toda una conocedora.

Después de uno de los mejores conciertos que he visto de Turner; nos fuimos a tomar a un bar cercano. Platicamos toda la noche, compartimos nuestros números de teléfonos y por meses nos mantuvimos en contacto por ese medio y por correo electrónico. Un año después y una visita de un par de días que ella hizo a Nueva York, yo estaba de regreso en la ciudad y comenzamos a vivir juntos.

A mi regreso comencé a escribir el libro de crónicas, me puse a trabajar de freelance en algunos medios locales, con suerte me publicaban en algunos nacionales, ganando muy poco, así que prácticamente vivía del sueldo de Diana. Me parece que eso jodió la relación, o al menos mi capacidad de aceptar que ella fuera quien pagara las cuentas. Fue lo que deterioró lo que teníamos. Esa dinámica fue la que generó la mayoría de los conflictos. Eso y mi irresponsabilidad afectiva, tengo que reconocerlo.

Siempre nos quedaba Frank Turner. Lo fuimos a ver las dos veces que ha venido a tocar a México; lo disfrutamos tanto como la primera vez. Hasta puedo asegurar que nos inyectaba nueva energía para continuar intentándolo. Se convirtió en nuestro Forget Paris como en la película de Billy Crystal y Debra Winger, hasta que ya no hubo más.

Después de cuatro años de vivir juntos todo explotó. Justo un día antes del concierto incógnito de Turner en nuestra ciudad como parte de una gira de promoción de su nuevo disco.


—¿Me lo dices con tan poco tiempo?

—Lo siento cabrón, no fuiste la primera opción, pero tienes que decir que sí. Hay muchos que quieren cubrirla, pero nadie que conozca al Turner como tú.

—Vale, vale. Es trabajo y el dinero siempre viene bien. Además, entrevistarlo es algo que suena muy bien. Mándame la información y yo me encargo de cubrir la entrevista y el concierto.

—¡Perfecto! Te lo mando a tu correo electrónico y bueno, te aviso que la entrevista tiene que estar en mis manos el domingo por la noche. Se publica el lunes.

—Sin fallas.

Me levanté del sofá bastante adolorido. Se había convertido en mi cama habitual, pero aún no me acostumbraba a él. Siempre despertaba con un fuerte dolor de espalda que me estaba convirtiendo en un adicto al tramadol.

Me preparo café, prendo mi laptop que está en la mesa de la cocina la cual se ha convertido en mi oficina desde hace algunos meses. Reviso mi correo, tengo un correo de Edgardo con toda la información para el concierto. Pienso en invitar a Diana, sé que le gustaría. De pronto escucho la voz de Billy Crystal en mi cabeza que dice Forget Turner! y descarto la idea.

Me pongo hacer un poco de investigación para la entrevista. Es a las ocho de la noche. Pongo en mi reproductor su nuevo disco, me paso a una página de ventas en línea para pedir el vinil, y leo algunas cosas para ir lo más preparado posible y no caer en las clásicas preguntas. Es por mucho una de las entrevistas más deseadas para mí.

Trabajo hasta casi las seis de la tarde, hora en la que llega Diana. Se sorprende de verme a pesar de todo lo que nos dijimos la noche anterior; me lo dice, además me recuerda que es su casa y que esperaba que después de ayer en que nos dijimos tantas cosas hiciera mis maletas y me fuera dejando de consumir sus energías y sus recursos.

Regresamos al pleito. Nos gritamos de todo, nos insultamos. No damos cuartel. Se queja de que no ayudo en casa, de que no hago nada y que no aporto en lo más mínimo. Lo usual. Yo le digo que como no aporto financieramente ella está resentida conmigo, la tacho de aspiracionista, de pequeño burguesa. Ella se ríe de mí, se burla, mientras me asegura que no es así, que no es algo que le importe.

Discutimos por horas, olvido la entrevista y el concierto.

Son las nueve de la noche cuando Diana decide poner fin a todo. Me pide que me marche. Hago una maleta con algo de mi ropa, le digo que iré después por mis libros, discos, cassettes, toda mi vida.

Me pide que no vaya, que me diga a dónde me lo manda. La mando al carajo y salgo. Es cuando veo los mensajes de Edgardo que está bastante enojado, no es para menos.

Pido un carro por la aplicación programada para eso. Se tardará unos minutos. Le mando mensaje a Edgardo diciendo que al menos al concierto sí llego. “Más te vale. Ya te cubrí en la entrevista”, es su respuesta.

Llego justo a la mitad del concierto. Edgardo que aunque está furioso conmigo, es mi amigo y me soporta. Me insulta, pero me dice que ya todo está cubierto, él hizo la entrevista que me toca transcribirla y ponerle de mi conocimiento sobre Frank Turner. Me deja el trabajo pesado.

En concierto aún alcanzo a escuchar un par de canciones de su nuevo disco, además de “Four simple words”, “Reason to be an idiot”, “Get better” y la canción con la que ha cerrado cada uno de los conciertos en que lo he visto: “I still belive”. Justo es cuando me doy cuenta de que estoy llorando. Es cuando entiendo que todo termino con Diana.

Edgardo y yo estamos sentados en un bar. Me pide que haga un buen trabajo con lo que tengo, es importante. Le digo que no hay problema que tengo los elementos necesarios para hacer una buena entrevista-reseña.

Son casi las tres de la mañana cuando nos despedimos. Me quedo por la zona, caminando sin rumbo, esperando a que amanezca. Sé que estoy equivocado, pero no pienso reconocerlo. Menos ante Diana, todo se ha acabado después de este último pleito. Ya no hay nada más que hacer.

Tomo el primer autobús de la mañana que va repleto de obreros, empleados de oficinas, domésticas y estudiantes que no saben que el sol se asoma, no lo pueden ver desde sus smartphones. Yo siento que es un nuevo comienzo, mientras sonrío.

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