John Frusciante: de un paso a la muerte a otro al amor

Por Jorge Augusto Pérez Peña


John Frusciante estuvo internado en una clínica de rehabilitación desde noviembre de 1997 hasta abril de 1998, fecha en la que Flea, lo invitó a volver a los Red Hot Chili Peppers, luego del fracaso del One Hot Minute.

El posterior éxito del Californication, lanzado en 1999, es un tema al que difícilmente se podría aportar algo nuevo, sin embargo, durante las grabaciones del mismo, llevadas a cabo en las casas de los miembros de la banda, el guitarrista compuso un álbum profundamente personal en el que vertió sus experiencias anímicas, y las alucinaciones de las cuales fue objeto durante su proceso de desintoxicación; el trabajo discográfico del que versa este texto fue publicado el 13 de febrero de 2001, y su autor lo tituló To Record Only Water for Ten Days, porque es una oración que se puede interpretar como "grabar agua durante diez días", o "para grabar, agua durante diez días".

Esta segunda traducción es más coherente con las corrientes filosóficas que, en entrevistas para la radio estadounidense, ha compartido lo han influenciado, como la de Jiddu Krishnamurti, un filósofo proveniente de la India, que nunca escribió un libro, pero del cual, sus estudiantes transcribieron conferencias, y las convirtieron en su obra literaria.

Krishnamurti, argumentaba, entre otras cosas, que prácticas ascetas, como el ayuno, la abstinencia onanista, e ingerir solo agua durante varios días, llevan a un estado elevado de consciencia.

Por otro lado, el sonido del agua corriendo en el río, es uno de los elementos sonoros que la filosofía del zen poetiza para lo que llama "disolver el ego", por lo que desde el título, este álbum habla de la búsqueda de una trascendencia espiritual, y corpórea, es decir, la conexión del que creemos ser, con la esencia más pura de nuestro ser, sin sus abolladuras, cuarteaduras, ni fisuras, en suma, ese que hubiéramos sido de no haber estado tanto tiempo en ese campo de batalla que llamamos hogar, libre de influencias identificatorias y ambientales.

La purificación espiritual es un tema que inspiró a John Frusciante para abordar aquellas cosas de la vida a las cuales le pareció vale la pena aferrarse, especialmente en un momento en el que la melancolía y la depresión parecen invencibles.

Estando cerca de perder la vida por su adicción, se aferró al amor que había perdido por sí mismo y produjo un álbum con una estética sonora lo-fi, que exploró por primera vez, al menos para el artista en cuestión, la combinación de sonidos del synth-pop, synth-wave y blues. Innovador para quien sea, en pleno 2001, año del lanzamiento de esta considerada joya en su discografía, según lo comentado por sus fans en diversas discusiones de Reddit.

Entre las letras donde se hacen más explícitas las influencias de las corrientes filosóficas anteriormente mencionadas, está la de "Going inside", traducible como "yendo hacia dentro", en la cual habla de buscar quién eres mediante la práctica de la meditación, y contemplar la vida sin el velo de las expectativas; algo evidentemente sacado del zen.

En "With no one's" habla de disolver lo que él llama "oscuridad interna", y así limpiar el alma por medio de los pensamientos; de nuevo, una letra influenciada por filosofías de oriente y medio oriente.

Como ejemplo final, mencionaré "Someone's", una canción que va del amor, una de las cosas que más elevan nuestro instinto de vida, y que nos hacen superar la etapa narcisista del ego.

"Someone's", que es la segunda pista de este álbum, trata de una canción en la que John Frusciante describe la sensación divergente de sentir un amor profundo por una persona, pero al mismo tiempo la certeza de que ese amor es tan hermoso como frágil, tanto que cualquier mal movimiento lo puede disolver, sin embargo, eso significa que todo el amor del mundo, eterno, por naturaleza, es este mismo instante singular e irrepetible.

«Esto no es una canción de amor», es una novela de rock en vivo


Cortejando la ruina | Por Juan Mendoza

            

Estaba en la página de Paraíso Perdido buscando comprar la novela The Empire del portugués Joao Valente traducida por Ave Barrera, aprovechando que era semana de FIL y tenían descuentos. Descubrí que si la compraba en “paquete rockero” recibía un muy buen descuento y me hacía de otros tres libros. Así fue que una semanas después llegó a mí un ejemplar de Esto no es una canción de amor, novela de Abril Posas que fue editada en noviembre de 2020 y que ya la leí, incluso antes que The Empire.

Y descubrí que es una novela de nostalgia. Una oda de amor a la década de los noventa.

            Mi voz interna me dice: ¡No puede ser una oda al amor, juanito! ¡el título lo dice!

Y sin embargo lo es.

Aunque también es una novela iniciática, que también tiene despedidas. De desencuentros y pérdidas que llevan a nuevas relaciones, aunque no necesariamente buenas relaciones. De desapego, pero también de empatía. De haters en Twitter y un ocasional pogo en una tocada punk.

Y de dos cosas que particularmente me interesa subrayar:

1.- Está novela es un rock en vivo.

Un concierto en un bar pequeño de un grupo de covers que durará hora y media que abre con Ring of Fire de Johnny Cash y cierra con Club de Fans de John Boy de Love of Lesbian, revisando por igual Mulder & Scully de Catatonia o Half a person de los Smiths y mientras tanto pasa de todo y al mismo tiempo no pasa nada. Y esto me lleva a pensar en aquella literatura en castellano que tiene bandas de rock, ficticias o no, como protagonistas en la historia. Mencionaré a los Suásticos en De Pérfil de José Agustín, Outsiders de El Ritual de la Banda de Fidencio González Montes, Los Coyotes Hambrientos en el Blues del Chavo Banda de Eduardo Villegas, La Móndriga Crisis en Matar por Ángela de Hugo García Michel (ésta inspirada en La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio), Los Hijos del Ácido en Las Jiras de Federico Arana, Filia en Fuimos una Banda de Rock de Enrique Escalona,  La-Banda-de-la-que-nunca-conocemos-el-nombre donde milita Diego Iturrigaray en Polvos de la Urbe de Víctor Roura, La Maquinita de Pachuca en Diario Íntimo de un Guackarroker de Armando Vega Gil, Las Ratas de Coyoacán en Rocanrol Suicida de Rogelio Flores, Los Desesperados en la novela homónima de Joselo Rangel, Las Duelistas en Rompepistas de Kiko Amat o Los Tampones en Tratado de Hortografía de Patxi Irurzun. Todas giran, en menor o mayor proporción, en una banda que compone música original.

Pero no había, hasta la fecha, una novela de una banda que toque covers de las que existen miles. Los Incómodos se hacen llamar y esta historia es lo que pasa por la cabeza de Romina, cantante de la banda, alrededor del último show. No hay grandes giras de despedida, ni anuncios previos, ni onerosas ventas de boleto. Un integrante dejará la banda y tendrán su ultima tocada antes de su partida. Y eso quizá no le importé más que al pequeño universo que se forma cuando tocan en el estrado para algunas personas que nunca se enterarán de que algo está muriendo para siempre. Como ha pasado por toda la vida con las bandas de covers. Como le pasa a Rom, la protagonista de esta novela, que nos lleva a la otra cosa que voy a subrayar (alerta de spoiler que no es spoiler porque lo sabemos desde que inicia la novela):

 2.- El fuerte vínculo maternal de Rom.

Cuando leí la novela, la madre de Romina había muerto trece años atrás, y ella desconocía que todas esas cosas que hacían juntas, como pequeños rituales, con el tiempo afinarían mucho ese vínculo; eso hace más y más complicado dejarla ir. Cuando leí la novela mi madre aún vivía. Y desconocía lo mismo que Romina. Quizá por eso es que ahora noto ese vínculo fortísimo que se mantiene intacto y presente en toda la novela, porque al igual que en nuestra novela que es la realidad, permanecerá durante toda la vida. En todas las cosas que hagas, a cualquier lugar que vayas. A menos que te llames Mersault y termines matando un árabe en una playa.

Cuando pensé en escribir acerca de ésta novela, mi madre aún vivía. Si hubiera escrito entonces quizá no le hubiera dedicado al tema más que alguna mención casi accidental. Pero mi madre murió hace pocos días. Escribirlo es fácil, pero supondrás (o sabrás) que es algo bastante feo. En la vida te encuentras con una montaña de cosas que impactan y mientras creces van siendo cada vez menos las cosas que llegan a sorprenderte. La muerte de alguien con llevas conviviendo algún tiempo es una de las que pega más duro. Sobre todo si es la muerte de alguno de tus padres. Quizá lo único peor a ese sentimiento sea la muerte de un hijo. Quizá.

          Tampoco se me ocurre mucha literatura en español dedicada a la presencia onírica de una madre fallecida. Quizá El Extranjero de Albert Camus. Pero Mersault no sabe ni cuando se murió su madre y pronto lo olvida. ­Quizá Canción de Tumba de Julián Herbert, pero durante la historia la madre está moribunda, más no muerta. Eso creo. Ya me lo dirán los que leyeron la ópera prima de Herbert, la neta es que no lo he leído porque no he podido conseguirla. También se agradecería que nutrieran la lista con novelas del tema que se me escapan o desconozco.

              Igual esas cuya trama tenga que ver con grupos de covers.

              Lo cierto es que su lectura me refirió a otra “primera novela”: Salida de Emergencia de Maira Colín. Novela editada por La Cifra en 2016 que habla sobre la inconsistencia de la cotidianeidad cuando es manoseada por las otras partes de la ecuación llamada amor, y demuestra que todas las relaciones amorosas son enfermizas. Su autora además de ser gran seguidora de los Pixies, también es la lead singer de la banda Los Burocratics. Ignoro si Abril y Maira se conozcan, si alguna vez compartieron cheve de una jarra oscura mientras escuchan canciones de pop inglés que salen de una rockola previamente alimentada con muchas monedas para no interrumpir el ritual con pausas inútiles. Definitivamente sus personajes lo harían. Imagino a Laura, Regina, Gabriel y Rubén liando algo y confabulando en el antro donde se lleva a cabo un concierto de Los Incómodos… y si no saben de que carajos hablo, sólo vayan a conseguir las novelas. Para que se animen cheedo: ambas se hermanan porque son libros con soundtrack muy similar.  

            Y para muestra, la liga al playlist de Esto no es una canción de amor, que descubro, tiene el mismo mood y se pueden complementar con el de Mi Reflejo en una Montaña Cubierta de Nieve, pero esa es otra historia.

Los Gypsies: rock sesentero entre Puebla y Chiapas

Por Polo Bautista

Existen numerosos grupos que lamentablemente no lograron registrar su música, las causas pudieron haber sido muchas e indefinidas. Pero su importancia y legado resultan suficiente como para darles una merecida mención en los anales del rock and roll mexicano.

Los Gypsies o Los Gitanos fue un conjunto poblano surgido presumiblemente en 1963. Por sus filas pasaron músicos importantes que hicieron ruido dentro y fuera del estado; así como predecesor directo de la afamada banda Los Frailes. Su primera alineación estuvo compuesta por Arturo Álvarez (guitarra), Enrique González “El Gallo” (guitarra), Ismael Espinoza “Donis” (trompeta), José Madrid “El Cherokee” (saxofón), Raúl Fernández “La Boa” (bajo) y Alberto Reyes “El Tles cuatlos” (batería). La mayoría pertenecientes al Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec (CENHCH).

Los Gitanos se formaron principalmente de dos conjuntos juveniles que no prosperaron, por una parte Los Golden Stars fundado por los hermanos Espinoza, del cual se desprendió Álvarez; y Los Fantasmas del Rock donde participó González, quien espoleó a sus compañeros del CENHCH para formar Los Gypsies.

Al comienzo existieron muchas carencias de todo tipo, principalmente lo referente a instrumentos, por ejemplo, González empleaba una guitarra acústica para rocanrolear, por otra parte, Álvarez fabricó su primera guitarra eléctrica y usó la consola doméstica a manera de amplificador, lo mismo Reyes que practicaba sus ritmos con cucharas. Sin embargo, fue el padre de González quien los apoyó para adquirir sus primeros instrumentos. Reyes recuerda: “A él (Enrique González) le sacó su guitarra, a “La Boa” (Raúl Fernández) le sacó su bajo, a Ismael Espinoza una trompeta… Y así comenzamos a tocar canciones, ya que me ofreció una batería”.

Sus primeros temas fueron covers de conjuntos nacionales encumbrados como Los Rebeldes del Rock, Los Locos del Ritmo o Los Teen Tops. Comenzaron su trayectoria musical de la forma habitual para cualquier grupo incipiente, localizaban fiestas, eventos y reuniones en los que pudieran exhibirse sin paga alguna. Su primera presentación ocurrió durante un festival celebrado en el parque Paseo Bravo.

De izquierda a derecha: Juan Guerra, José Luis Ricart, Arturo Álvarez, José Madrid y Alberto Rey.

Gradualmente se hicieron de renombre, hasta que alternaron con bandas angelopolitanas consolidadas como los Demonios del Rock y Los Blue Jeans, con quienes se organizaban para realizar tocadas y eventos. También se presentaron en restaurantes como Tropicana, lo mismo que clubes exclusivos, por ejemplo, La Lave al interior del Hotel Gilfer, de igual manera, el balneario Agua Azul y en todas las fiestas escolares.

Así transcurrió algún tiempo y aproximadamente en 1964 Reyes había dejado la batería para desempeñarse como vocalista. Su lugar lo ocupó Miguel Ángel Rosado “El Yuca”, un músico más avezado y con aptitudes de liderazgo. Según Reyes, fue gracias a Rosado que tuvieron la oportunidad de audicionar y convenir un trato para grabar, pero al mismo tiempo esto causó su separación: “Nos consiguió un contrato en México, en la RCA Víctor y yo iba como cantante, no iba como baterista del grupo, y yo pensé ‘Nos van a tronar’. Pero no… para no hacerla larga nos dicen: ‘Sale, firmen el contrato’. Y firmamos Los Gypsies. Pero entonces surgió ahí la semilla de los compañeros, que sí que no y fue cuando nos dividimos… que cada quien haga su grupo. Entonces Arturo Álvarez quien era el guitarrista se salió, y yo y ‘El Cherokee’, casi medio grupo se salió y medio grupo se quedó, que es cuando surgen ahí Los Frailes”.

De esta forma Los Gypsies se dividieron, por una parte Rosado y sus partidarios se reorganizaron para formar un conjunto nuevo llamado Los Frailes, integrado por Espinoza, Fernández y González; también integraron al ex Demonio Rodolfo Apango y José Arabi (vocalista). Ellos retomaron el contrato con RCA Victor, que culminó hasta donde se conoce en la grabación de dos sencillos, un EP y su inclusión para algún LP acoplado de rock and roll. Por su parte, los gitanos continuaron siendo Reyes, Madrid y Álvarez; así como el ex Demonio Juan Guerra (vocalista y bajo) y José Luis Ricart “Ricachá” (teclado), a manera de reemplazo para sus anteriores compañeros. 

Sin embargo, Los Gypsies no menguaron. A mediados de aquella década la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma los contrató para una gira programada de nueve días en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde fueron bien recibidos al igual que promovidos por la familia Chapital, quienes tenían contactos con periódicos y radiodifusoras locales: “El señor Chapital era compadre del papá de ‘Ricachá’, eran poblanos pero se fueron a vivir a Tuxtla Gutiérrez Chiapas y ahí hicieron un negocio que por cierto se hicieron ricos… El señor Chapital lo hacía porque su hija era novia de ‘Ricachá’, inclusive nos dieron una casa, nos compraron camas, nos daban de comer, nos conseguían tocadas…”, comenta Reyes. Un contrato de nueve días que terminaron siendo dos años.

Su estancia en el estado del sureste fue un éxito. Recorrieron prácticamente todos los municipios chiapanecos y tocaron en ferias, cafés, al igual que los mejores restaurantes como el Flamingos. Sin embargo, debido a la lejanía familiar y muy probablemente al hastío, Los Gypsies decidieron volver a Puebla y disolver el grupo.

Algunos se incorporaron a la etapa final con Los Frailes, como fue para Reyes, Álvarez y Madrid; Guerra se integró o formó otros conjuntos destacados, por ejemplo, 2 + 2, posteriormente 2 + 2 de Colombia, Juan Guerra y su Rock Music. Y Ricart emprendió interesantes aventuras en la escena roquera tanto capitalina como poblana de los setenta con diversas agrupaciones: Bandido, Freeway, Tryciclo y El Trio que suma 7.

Para 1970 la primera generación de rocanroleros angelopolitanos se había extinto casi por completo (a saber, los Demonios del Rock, Los Blue Jeans y Los Teddy Gangs), dando paso a una nueva camada de músicos y grupos influenciados principalmente por la “Ola inglesa” y posteriormente el jipismo con su inherente psicodelia. Los Gypsies no sólo surcaron parte de aquel tránsito generacional rocanrolero, también fueron instrucción musical para posteriores exponentes importantes, y en suma, llevaron su trabajo fuera de la entidad poblana con mucho prestigio. Infortunadamente no existen grabaciones de su música, por lo que resulta necesario recurrir al memorial colectivo, que si bien es falible, aporta suficiente información para reconstruir a grandes rasgos parte de la historia del rock and roll angelopolitano. Una memoria que debería preservarse lo mejor posible.

Defecto de fábrica: llorarán nostalgia



Defecto de fábrica: llorarán nostalgia

Por Gema Mateo

 

Mientras la caja metálica se eleva a mil pies de altura, me invade una sensación de aflicción y vislumbro la ciudad destruida a mis pies. En los confinamientos de las ruinas, más allá de lo que era el Ángel de la Independencia, los túneles subterráneos se conectan en enjambres.

De manera particular mis dedos se sienten entumecidos, de principio a fin mi dispositivo móvil está vorazmente conectado a la pirámide central. Los circuitos resplandecen hasta el punto de cegar mis pupilas, pero escucho su voz familiar y todo parece tener sentido, me dice que nos encontremos en el mismo lugar para platicar.

El elevador central del edificio solar pertenece al conglomerado de la sección Beta. Vivimos en un rascacielos radiante que recibe al astro poniente cada amanecer, disfruto de sus magníficos atardeceres cuando se oculta por el oeste.

Los guardias en la Apertura principal solo permiten a los nuevos residentes pasar: inspeccionan sus valijas, sus signos vitales y su permiso activado que los hace acreedores a un piso de esta sección. No he tenido referencia de nuevos vecinos en el edificio desde hace 5 años, de hecho, mis memorias solo alcanzan el periodo de un lustro. La doctora a cargo de nuestros registros de salud me ha dicho que es consecuencia de la desintoxicación 3-0-3.

Al cruzar el umbral hacia el interior del elevador, el paisaje se torna pleno de aluminio dorado, percibo un olor a metal y químicos. Presiono el botón T, el cual indica descenso en la Terraza. Allá me espera Cintia, mi mejor amiga.

Tomar el elevador para llegar al último piso del edificio Beta me entusiasma, porque al cerrar los ojos llegan a mí imágenes de lo que solía ser la ciudad, de un tiempo lejano, antes de que ocurriera el fatal episodio del que nadie quiere hablar.

Mis visitas en el piso C son frecuentes. La Central médica siempre me ha dado el mismo diagnóstico: consecuencia de la desintoxicación 3-0-3. Sin embargo, esa sensación de aflicción continúa, mi curiosidad no me deja en paz y sigo investigando. Me han dicho que después de aquel incidente global, las personas pueden presentar confusión, destellos de la vida pasada, entumecimiento en las manos y pies.

Cuando visito el piso B acelero el paso entre las y los jóvenes que invaden la sección de Acercamiento Virtual para llegar al área clausurada de Historia. Logro pasar desapercibida por mi estatura: soy pequeña, rápida, invisible. Logro desactivar las bandas de nano-sensores y desconecto la ubicación de mi móvil. Me adentro en el largo pasillo cubierto de polvo, busco información en los escasos libros físicos que, intactos de otras manos, aún existen para llegar a mi objetivo.

“Las personas morían sin lograr un diagnóstico médico. Las ciudades superpobladas no contenían la infección, era necesaria la desintoxicación 3-0-3.”

El trayecto del elevador termina cuando suena esa melodía demasiado aguda para mis oídos, se abren las puertas y cada rincón en aquella caja dorada es visitada por la luz natural que, tímida, se cuela por el domo que cubre la terraza.

        ¿Por qué no podemos respirar el aire?

        Amalia, deja de hacer tantas preguntas. Venimos a la piscina, hoy hace un buen clima.

Es cierto, el sol está justo encima de nosotras, el clima no es caluroso, la ventilación inteligente del domo nos envía una brisa peculiar. Se proporciona la exacta luminosidad para que las personas se puedan broncear, nadar y reír, pero yo solo me quedo contemplativa hacia el astro, el cual se ve muy pequeño, como la pelota de tenis amarilla con la que juegan dos hombres a unos metros de donde nos sentamos.

        Deja de soñar despierta Amalia. Ven, tómame una foto. La voy a compartir. No, mejor un vídeo, quiero presumir mi traje de baño.

        Está bien – le respondo sin muchas ganas, con una punzada en mi pecho, como si en realidad estuviera en otra parte y no aquí.

        ¿Qué te sucede hoy? Estás rara.

        No lo sé, desperté somnolienta.

        Deberías ir a una consulta en el piso C.

        No, no obtengo las respuestas que quiero allá.

Aunque es mi mejor amiga nunca me he atrevido a decirle que visito la sección prohibida en el piso B. Cuando la observo con detenimiento a veces me parece una desconocida, pero cuando oigo su voz mis pensamientos toman un camino lógico y se ajustan a lo que ella dice.

Quisiera contarle qué siento, es una sensación extraña de la cual no he escuchado a nadie nombrar. Decido enfocarme en lo que me pide: tomarle la foto, compartir su video para que otras personas en remotas secciones como Alfa, Gama o Delta lo vean.

Mientras intento tomar la foto, las risas escandalosas de unas chicas, que tienen una fiesta privada muy cerca de la gran piscina rectangular, llaman nuestra atención. Es inevitable preguntarme por qué no tenemos más amigas y amigos, quizá es porque soy extraña y la mayoría de mis pensamientos se concentran en descubrir más sobre los tiempos antiguos, investigar en qué consistió la desintoxicación 3-0-3 o desactivar las rutas de rastreo digital para seguir siendo invisible.

No obstante, Cintia es una chica agradable, es decir, le gusta platicar sobre los temas en los que todos están interesados. Es alta, de cabello azul celeste, pero carece de habilidades sociales, mira qué ironía analizarla cuando yo tampoco platico con alguien más. Mientras sigo este camino de ensimismamiento, un chico bronceado se acerca. Ni siquiera me mira, pero se fija en Cintia y le pregunta si quiere unirse a la fiesta que tiene lugar cerca de la piscina.

        Claro, eso me gustaría mucho – le dice emocionada.

        Oye, Tío – le gritan las chicas de la risa estrepitosa – ven aquí. ¿Qué estás haciendo? – le preguntan sin bajar un solo tono en su voz.

        Solo la invitaba a unirse a nosotros.

        Llevas menos tiempo que nosotras aquí, así que te diremos cómo son las cosas. Ella no es digna de asistir a las fiestas, su familia pertenece a Lambda.

Jamás había escuchado que alguien pronuncie aquella letra, de qué sección proviene, qué significa. Cintia baja la mirada y me dice que nos alejemos, mientras continúan riéndose y el chico la observa entre suspiros.

        ¿Por qué dijeron eso? Nunca me has dicho nada sobre Lambda. Ni siquiera creí que hubiera otras letras que pudiéramos nombrar.

        Olvídalo Amalia, mejor quedémonos aquí, bajo la sombra de este árbol – me dice mientras baja la mirada y se sienta.

Luce cohibida, aunque me ha dicho que olvidemos aquel comentario se nota humillada. Aquí en Beta no hay comunidad, se congregan en pequeños grupos que muy rara vez se conectan con otras personas. Leí sobre ese término, comunidad, en el piso B, en la sección de Historia de civilizaciones perdidas. An no comprendo porque nadie habla sobre los cimientos en los que se construyó nuestra civilización, la vida humana era caótica, pero guardaba esas finas líneas de entrelazamiento, creando comunidades, redes vecinales y conexiones emocionales.

Me aventuro a platicar con Cintia sobre lo que siento, una sensación de confusión y vacío, como si me llamaran desde otro lugar, como si me pidieran regresar a días en los que nunca viví.

        ¿Has observado que casi nadie enferma aquí? La doctora me dice que los síntomas de entumecimiento son comunes, pero nunca encuentro a alguien más visitando el piso C.

        ¿De qué hablas Amalia?

        Es que siento algo dentro –  al decir esto me observa con desconcierto y me pide que nos vayamos.

Caminamos de regreso al elevador.

        ¿Te sientes enferma? – me pregunta confundida, atropellando esa última palabra, como si en mucho tiempo no hubiera sido pronunciada por sus labios.

        No lo sé, no es algo físico, es más …

Nos introducimos al elevador con una señora y un niño, él y yo nos observamos, sus ojos verdes fulminantes me inspeccionan de abajo hacia arriba, pero la señora no me ve, solo a Cintia. Se saludan, él y yo no decimos nada, una función lógica dentro de mí no se activa en ese momento para saludar con cortesía.

        Es más bien una sensación que una dolencia física. ¿Eso tiene el nombre de alguna enfermedad?

        No sé si estés enferma, debes ir al piso C – al decir esas palabras, noto que la señora la voltea a ver con repudio, se recluyen en una esquina del amplio elevador.

Una notificación llega al dispositivo móvil y me indica que debo ir al piso C, la función lógica en mi cerebro también me lo hace saber, mis pensamientos se dirigen de inmediato a tomar la decisión de descender en aquel lugar.

        Si está enferma debes reportarla, nadie se ha enfermado desde la desintoxicación 3-0-3 – le dice a Cintia mientras cubre con sus manos los oídos del niño y bajan en el piso quince.

        No tiene de qué preocuparse. Hasta luego – le dice contundente Cintia.

        ¡Qué diantres sucede! ¿Por qué la señora no se dirigió a mí? Me lo pudo haber dicho y… ¡qué significa eso de que nadie ha enfermado! – exclamo enfadada y en voz alta, Cintia lo nota, su mirada es de total sorpresa.

        Calma, dirígete al piso C, te tienen que revisar – de nuevo el tono de su voz me tranquiliza, me ordena un comando.

Ella baja en el doceavo piso, me dice que me escribirá más tarde. Cuando abandona el elevador y éste sigue descendiendo, un choque neuronal se produce en mí. Cientos de escenas aparecen en mi mente, todas enredadas, como en un torbellino. Un zumbido me estremece y un dolor infernal de cabeza me ataca. Me quiebran de dolor aquellas imágenes borrosas, como si un destello de la luz más intensa rebotara en mis pupilas y mi cerebro explotara al sonido del estruendo de un gong. Me estremezco al punto de doblarme y caer, pero estiro mis manos para sostenerme y, por descuido, aprieto un botón del ascensor.

Después de soportar el estruendo dentro de mi cabeza, de ver escenas de lugares en los que nunca he estado, personas que jamás he conocido, sensaciones que no sé cómo nombrar, identifico un lugar, una estatua, el Ángel de la Independencia; me reincorporo. La horrible melodía suena y me doy cuenta que desciendo en el piso Z, jamás he estado acá.

Al cruzar las puertas quedo de frente a una enorme sala, con compuertas de madera abiertas de par en par, adentro hay muchos monitores, con escenarios diferentes del Beta, pero también de otros lugares que parecen ser los enjambres de las ruinas de la ciudad. Me quedo alucinada ante las pantallas.

        ¿Qué haces aquí? – sale a mi encuentro un joven enclenque, de uniforme color rojo.

        ¿Qué es este lugar? Tienes que decirme – le exijo.

        Déjame ver tu muñeca.

Se la muestro sin poner resistencia mientras contemplo con más detalle las escenas de las pantallas.

        Tienes que irte – me dice asustado al no encontrar lo que sea que esté buscando en mi muñeca.

        ¡No! ¿Tú quién eres? ¿Qué es este lugar?

        Es la sala de vigilancia, ahora vete.

        He estado muchas veces en el piso B y nunca he leído algún informe del Beta que dé conocimiento de este lugar. Es más, no había notado en el tablero del elevador el botón Z – le replico.

        ¡Tienes que irte! – se horroriza más.

De pronto, descubro entre las escenas de las pantallas, en los enjambres marginados de las ruinas, unas agrupaciones de viviendas y, de entre los escombros, me veo emerger. Visto unos harapos grises, pesados, como armadura, con un semblante más maduro, pero soy yo.  El horror, el mismo con el que me dice el vigilante de uniforme rojo que me vaya, me inunda y mis manos se vuelven a entumecer.

        ¡Qué es eso! – le pregunto al borde del grito.

        ¡Ya vete! – me responde de la misma manera.

        ¡No! No me iré hasta que me digas quién es, qué es, por qué se parece a mí.

Él se nota desesperado, acorralado porque no puede mover ni un centímetro de mi cuerpo, somos de la misma estatura, pero parece que mi peso corporal es el doble que el suyo.  Se rinde.

        Me arrepentiré de esto, yo te lo advertí. No sé cómo lograste presionar el botón que te condujo a este piso.

        Yo tampoco, tuve un dolor de cabeza atroz y por accidente puse mi mano en el tablero. Luego muchos destellos, confusión y descendí aquí.

Me mira como si me tuviera miedo y, a la vez, como si no se resistiera a decirme lo que sabe. Lo observo, pero también sigo observando las pantallas, busco a Cintia, pero ella no aparece en ninguna pantalla. No son tantas, encuentro al niño de los ojos verdes.

        ¿Por qué no veo a Cintia? Si este es el centro de vigilancia del Beta por qué no aparece ella.

        ¿Quién?

        ¡Cintia! – le repito ahora con angustia por no encontrarla.

        No sé, aquí solo veo a los androides.

Mis piernas tiemblan, otra vez el cumulo de imágenes se alborotan como abejas enardecidas tratando de llegar a su panal. El zumbido me hace tambalear y me sostengo de su hombro.

        Eres pesada, ¿qué tipo de trasplante te habrán heredado?

        ¡De qué hablas! – le digo al borde de una sensación que no logro reconocer, con impotencia y como si quisiera… – ¿Quién eres tú? ¿Qué son los androides? – le digo con la voz cortada, con un nudo en la garganta.

        Me mira con curiosidad, me analiza – después de unos minutos, me he recuperado y comienza a explicarme – Esto no es la sala de vigilancia. Soy Fausto, el encargado del inventario de androides en Beta. También soy uno de ellos, como todos los que están en las pantallas, como tú. Mi programación neurolingüística me permite tener esta información para poder operar esta actividad.

No digo nada, lo observo helada, sin comentarios, dejo que hable.

        Los androides no saben lo que son, su programación es específica en cada caso. A veces hay niños que se sienten hijos de una familia, amigas, como tú, que sienten afinidad con su enlace. Supongo que Cintia es tu enlace.

Sigo sin decir nada, parpadeo una que otra vez, pero no me muevo, mis manos siguen entumecidas.

        Las personas que viven en Beta adquieren los androides para no sentirse solas, les asusta la soledad. También porque perdieron familia, porque no tuvieron hijos, porque quieren tener amigas y amigos – me explica en un intento de que yo reaccione y diga algo, emita un sonido, una palabra o un quejido.

        ¿Existió la descontaminación 3-0-3? – por fin le pregunto, mi único conocimiento sobre la vida pasada.

        Sí, por supuesto. A partir de la 3-0-3 pudimos existir. Después de ese episodio muchas personas no pudieron acceder a la vivienda que se ofrecía en las secciones. El mundo se dividió en dos, en estos edificios inteligentes pero aislados, y en los enjambres de las ruinas. Pero mientras las personas eran transportadas a zonas seguras y se construían estas secciones, los sobrevivientes en los enjambres comenzaron revueltas.

El llamado inició, la descontaminación 3-0-3 tuvo lugar. No se permiten personas enfermas en las secciones, con alguna diferencia o limitación física. Los que viven en Beta han sido cuidadosamente seleccionados, dejando fuera a muchas personas, incluso de su mismo núcleo familiar. No querían revueltas, así que las corporaciones más poderosas decidieron quiénes podían entrar aquí y los configuraron a su modo de ser.

        Espera – lo detuve en su explicación – ¿qué significa que Cintia pertenezca a Lambda? Lo mencionaron hoy.

        Lambda fue una de las corporaciones que defendió la política de no selección. Querían que aquellos que contaban con la adquisición económica pudieran acceder a la vivienda sin importar enfermedad, diferencia o limitación física, pero nadie les apoyó, tuvieron que someterse también al proceso de selección. Supongo que tu enlace debe ser de las únicas de su familia sin enfermedad y por eso vive aquí, pero su linaje no es bien visto.

        ¡Y qué buscabas en mi muñeca hace unos minutos!

        Quería corroborar tu nano-sensor enlazado, pero en efecto está desactivado.

        No, no entiendo, nada. Esto debe ser un error – le digo sollozando, mientras llevo mis manos entumecidas hacia mi cabeza confundida.

        ¿Acaso quieres llorar? Debe ser defecto de fábrica. Ningún androide ha llorado jamás, son emociones complejas e, incluso, las personas que viven en las secciones cada vez menos las tienen, ya no sienten. Verás, están configurados a una perfección inalcanzable, a una creación robótica que somos nosotros.

        ¿Qué dices? ¿Quién te ha dicho todo esto?

        Mi creador, él hizo el trasplante con mi original, la persona que no sé si siga viviendo allá afuera. No puedo verlo, aunque vea el de todos los androides de Beta, irónico.

        ¿Tú original? Es decir que, aquella persona – señalo la pantalla donde recolecto unos escombros – ¿es mi original?

        Sí, así es. Pero esto nunca había pasado – me observa de nuevo con extrañeza – ¿Cómo fue que rompiste el comando con tu enlace? Ella te debió ordenar algo.

        Ya te lo dije, fue un terrible dolor de cabeza, muchas imágenes y luego me encontraba descendiendo en este lugar.

        Un choque neurocerebral – concluye decidido – Mi creador me contó de la posibilidad de llegar a este momento. Sobre todo, si el trasplante está conectado a través de una sinapsis que sigue viva, lo que mantendría unidas tus neuronas con las de tu original.

        ¿Pero ella sabe que existo?

        Ella fue quien se ofreció para que tú existieras. Te decía, con la 3-0-3 se prometió una vida mejor, pero quienes no tenían recursos económicos se enfilaron para lucrarse a través de la creación de su androide, a ellos les pagaban una suma y nosotros existimos.

        ¿Y por qué ella sigue viviendo en los enjambres?

        Pueden ser muchos factores, quizá no quiso dejar a su familia, tal vez, a pesar del pago no pudo costear un lugar para vivir en las secciones, quizá esté enferma, pero de estarlo ya hubiera muerto.

        Si nuestros originales mueren, ¿nosotros seguiremos existiendo? – lo cuestiono más por una preocupación hacia ella, al observarla a través del resplandeciente monitor, con su grisácea envoltura de telas, rodeada de humo espeso, con la cara demacrada, recogiendo escombros de cantera del pavimento levantado de lo que era el Paseo de la Reforma – ¿a dónde va? – le pregunto al verla marcharse y adentrarse a los enjambres, donde la cámara no tiene más visión.

        Las personas que habitan en los enjambres son seres que se guían por inercia, nadie sabe qué comen o cómo viven dentro de las viviendas adaptadas en la colmena urbana. No sé de ningún caso que su original haya muerto y, en consecuencia, haya dejado de existir. Somos una réplica, una mejora, pero no estamos conectados a ellos.

Decido que eso último es falso, toda la vida en este edificio lo es, no sé en qué nos hemos convertido, pero de lo que estoy segura es que puedo sentir como si estuviera allá, como si siguiera conectada a ella, pero no puedo enviarle alguna señal.

        ¡Déjame salir, quiero irme de Beta!

        ¡Estás loca! No digas más o tendré que mandarte a desactivar. No te das cuenta que tienes un defecto de fábrica, si alguien se entera solo lograrás la desconexión.

***

Tengo la sensación de que alguien me observa, quizá mi androide en Beta se ha dado cuenta, qué tonterías pienso mientras recojo las últimas piedras. El traje pesado me sofoca, pero protege mi piel. Siento la gran necesidad de alzar mi rostro hacia el enorme rascacielos y de hacer una seña, no lo haré. Sigo con la vista en los escombros, me pregunto si ella sentirá nostalgia de los días de tráfico y contaminación; de la comida callejera, el sonido de la guitarra de una señora que exhibe su talento en el semáforo, que se encuentra en rojo, para pedir alguna limosna.

Pienso si mi androide también se acordará de mi hija. Si mantendrá el recuerdo cuando hacía acrobacias una calle arriba de donde se encontraba aquella señora. Subía a mi hija en mis hombros y con destreza mi niña hacía malabares con una pelota amarilla de tenis. Claro que no extrañará esos días, allá vive en la opulencia, sin enfermedades ni sentimientos, ella no conoció la hermosa y miserable vida que teníamos antes de la descontaminación 3-0-3.

Me encuentro confundida, con una punzada en mi corazón, vivir con menor proporción de mi núcleo mayor me adormece y hace más lenta, pero sé que en Delta mi hija vive mejor. Jamás desearía que estuviera aquí, rascando las piedras, la mugre y los metales que dejó la destrucción. Por otra parte, de alguna manera siento que, con ella, con esa figura androide que nació de mi núcleo central, sigo conectada.

Tal vez sí podamos reconstruir la ciudad, estamos levantando nuevas casas con esta piedra que aún sirve. Nos alejamos de los enjambres para perdernos de la vista del espectro vigilante de las corporaciones. A miles de kilómetros, donde creían que la toxicidad había consumido todo, el lago de Chapultepec nos suministra de un hilito de esperanza. Allá arriba el Beta resplandece, sus paneles solares están recargados, la radiación incrementó hoy. Voy por la última recolección de piedra para vender, después comeré unos renacuajos verdosos que atrapé en el lago. Sentiré nostalgia por algo que nunca viviré.

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