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Muerte Caracol: el libro como presentación del lector


Por Alis Flores | Falses Beatniks


La novela llegó a mis manos hace apenas un par de días. Lo primero que captó mi atención fue el color llamativo de su portada. Dicen por ahí que “quien de amarillo se viste, en su belleza confía”. Aunque coloquialmente se dice que no se debe juzgar a un libro por su portada, esta me llamó a gritos y yo quería comprobar su osadía. Muerte caracol es una novela mexicana escrita por Ivonne Reyes Chiquete y republicada por la editorial Casa del libro de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) en 2023.

Desde un inicio, la autora pone al lector en el centro de su juego. Nos hace pensar si, acaso, el libro en nuestras manos tiene algún problema de imprenta. “¿Y los demás capítulos?”, te preguntas. Conforme la trama avanza, lo notas. Sin embargo, las preguntas no dejan de surgir. Muerte Caracol no sigue una estructura lineal, en su lugar, hace uso de la narración enmarcada, es decir, cuenta una historia dentro de otra con el propósito de profundizar en la psique del personaje principal

La novela comienza en in media res y está organizada en once capítulos numerados de acuerdo a la historia secundaria. Ésta se empalma de manera en que cada acción en ella provoca una reacción o un pensamiento decisivo en el protagonista. Del mismo modo, recurre a una variedad de voces narrativas y tiempos que se entrelazan entre sí, brindando una perspectiva diferente de la historia.

El personaje principal, Carlos Sobera, es un lector ávido de la novela negra, esta práctica es su tarjeta de presentación. Carlos es un hombre solitario con una vida aparentemente cotidiana; trabaja en el área administrativa de un hospital, regresa a su hogar en transporte público y descansa en la soledad de su departamento después de su jornada laboral. Tiene, además, una rutina particular; antes de checar su salida pasa por el área de urgencias y siempre está leyendo como una manera de sobrellevar la realidad. “El asesino del caracol” es su lectura del momento, contiene una trama policial con personajes que van tejiendo en él una reflexión detallada sobre la pregunta: “¿qué hace a un asesino?” pregunta que se encuentra también en la contraportada del libro en mis manos.

La atmósfera impregnada en la novela está cargada de violencia, incluso en la descripción de actos comunes o rutinarios. Por ejemplo, comparar el sonido de un checador con el sonido de una guillotina u observar a alguien más en el transporte público, imaginándolo en situaciones intensas. Así mismo, apela a la experiencia como lector, pues refleja los modos propios al leer como un recurso para conectar emocionalmente con la trama a través de acciones como resaltar frases, doblar las páginas del libro para marcar el avance, ensimismarse en un libro hasta perder la noción del espacio y del tiempo o sospechar sobre los posibles giros en la trama.

De esta manera, puntualiza la introspección en el reflejo de algo nuestro entre las páginas de un libro, como si la autora quisiera recordarnos continuamente que estamos leyendo sobre algo de lo que somos parte de una u otra forma. Por esta razón, los temas de su obra no son ajenos a nuestro contexto actual, a la realidad que podemos ver, escuchar o sentir todos los días. La novela nos posiciona en el centro de un tema muy debatido, a saber, la naturaleza del mal en el ser humano. ¿Es, acaso, innata o su origen está en las circunstancias? La autora sólo plantea las preguntas, pero es el lector quien debe responderlas por su cuenta, tal como su protagonista lo hace a través de la exploración de la otredad reflejada en “El asesino del caracol”.

Por otro lado, la figura del libro funciona como metáfora del espejo: “Cuando por suerte se encuentra con algún lector, no necesita nada más que echar un vistazo al título para conformar toda la personalidad. Dime qué lees y te diré quién eres, piensa” (p. 28). En Japón, por ejemplo, la gente acostumbra a cubrir las portadas de sus libros con fundas de tela o de papel, pues creen que revela mucho sobre la personalidad de una persona y, al cubrirlas, pueden tener cierto control sobre su privacidad. Esta puede ser una idea algo controversial e incluso incómoda, pero no irracional. La figura del libro es también una herramienta que el ser humano tiene para acceder a su fantasía: “Las novelas que más le gustan son aquellas que lo han retratado, que al entrar a la página 23 le dicen algo así como “este personaje podrías ser tú” y que en la 102, le expone una tesis con la que él está completamente de acuerdo” (p. 40).

El recuerdo es un factor útil de esta fantasía y de la necesidad de comprender el origen de todo. Los personajes de “El asesino del caracol” funcionan como una especie de guía y, a la vez, como el reflejo de las personas que marcaron la infancia y la juventud de Carlos Sobera, quien puede contemplarlos desde “lo alto”. La narración de los personajes en la segunda historia va conformando un todo en el entendimiento del protagonista sobre sí mismo y su relación con personas cercanas a él.

Otro punto importante dentro de la novela es, justamente, la contemplación de los otros, formando una espiral de acciones y reacciones. Para escribir, es necesario hacer uso de nuestros sentidos, pues a través de ellos podemos comprender el mundo y nuestra posición en él. Observar es parte de esto, no se escribiría sobre algo que no se conoce y, la violencia, en todas sus facetas; rechazo, burla, golpes, etc., es algo que el ser humano parece conocer demasiado bien, aunque aún no responda a la pregunta de su origen. La novela no pretende ser una crítica de la sociedad, o al menos no de manera explícita sino más bien lúdica. Expone los argumentos conocidos sobre la naturaleza del mal en el ser humano, pero lo hace desde la imparcialidad, como un: “mírate, míralos, míranos, ¿qué opinas?”. Al final, queda en el lector de Muerte Caracol encontrar sus respuestas y su postura.

En conclusión, considero que es una novela con una trama llamativa igual o más que su portada. El cambio constante en los tipos de narradores provoca que la novela se perciba fragmentada en algunas partes y algo pesada por momentos, como si estuviera descuartizada, pero supongo que ese es su propósito. El final fue mi parte favorita, creo que fue muy humano, pero sobre todo conciso y con una decisión que no me esperaba por parte del protagonista. Un acto tan impredecible, tal como a él le gusta.

Es una obra que recomendaría leer a quiénes no son fanáticos de las novelas policiacas, creo que es un buen inicio porque es solo un guiño a ellas y una crítica a la vez. Quién sabe, igual y despierta su curiosidad o trae sus memorias de regreso, tal como le pasó al protagonista. Aunque, claro, es un libro para todo tipo de lectores. La recomendación es que no subestimen Muerte Caracol, no es solo una portada bonita.


Observaciones fuera de lugar que quizá no sirvan para nada:

Por momentos, algunas citas me recordaban a canciones o series, porque, si lees y tu mente no divaga, ¿de verdad estás leyendo? A continuación, algunas divagaciones sobre el libro:

  1. “¿Cómo se había atrevido a siquiera pensar que la venganza no era motivo suficiente? ¿Qué no era Dios el ser más vengativo?” (p. 96) Me recordó a: “Si quitáramos la venganza de las sagradas escrituras, no quedaría texto suficiente ni para llenar un panfleto” Blair Waldorf, Gossip Girl (serie). Creo que es un argumento muy común para  justificar la venganza. Y algo osado, si me lo preguntan. 
  2. “Podrán acabar conmigo, pero siempre habrá alguien más” (p. 84) Me recordó a Heathens de Twenty One Pilots (canción). Uno de los puntos que el libro referencia es que cuesta imaginarse a sí mismo y a los demás como posibles agresores, quienes sólo necesitarían un detonante para activar ese lado.
  3. “Es una idea ya muy manida esa de que el criminal en el fondo es igual al detective que intenta atraparlo. Los dos tienen las mismas dudas, el mismo dolor, solo que uno erró el camino” (p. 97) Me recordó a Death Note (anime). Creo que se explica por sí mismo: en mis tiempos, ser team Kira o Team L decía mucho de ti. 

"Wicked: por siempre", secuela entretenida, pero sin números musicales sublimes



Cinetiketas | Jaime López



Aunque no tiene la misma fuerza visual y musical que su antecesora, "Wicked: por siempre" es una propuesta que complacerá a las y los fanáticos de la obra creada hace más de 20 años por Stephen Schwartz.

Ello debido a que se trata de una adaptación lo más fiel posible al segundo acto que conforma la exitosísima obra de Broadway, que a su vez reimagina la historia de "El mago de Oz" desde la perspectiva de las antagonistas, es decir, de las brujas.

En ese sentido, "Wicked: por siempre" sigue destacándose por su crítica contra quienes controlan los medios de producción en una sociedad y, por tanto, contra quienes manipulan las narrativas para influir en el comportamiento de la gente.

Asimismo, la exitosa saga sigue retratando los momentos de luz y oscuridad entre dos amigas opuestas en personalidades, pero que tienen la similitud de luchar contra sus propios dolores o demonios internos.

Rechazo, aceptación, egos lastimados, enojo y autocompasión, son algunos de los sentimientos por los que transitan "Elphaba", la Bruja Mala, y "Glinda", la Bruja Buena, protagonistas de la historia.

Ambas nuevamente son interpretadas por Cinthya Erivo y Ariana Grande, respectivamente, pero es la segunda la que posee un mejor desarrollo en la secuela fílmica, porque en el guión se explican parte de sus frustraciones y temores, lo que genera una mayor empatía hacia ella.

Además, la también cantante sigue transmitiendo un halo de inocencia y valentía a su rol, que aparentemente incurre en algunos estereotipos, pero en el fondo representa a un amplio sector de la población que solo busca aceptación.

En cuanto a la historia, continúa el señalamiento contra el personaje de "El mago de Oz", que es una metáfora de aquellos seres siniestros que simulan tener una conducta intachable con el propósito de alimentar su ego o intereses mezquinos y egoístas.

Eso último se agradece infinitamente debido al mundo de falsos profetas en el que actualmente estamos inmersos, que ha llevado a la decadencia a varios países o naciones.

Ahora bien, uno de los principales problemas de "Wicked: por siempre" es que no tiene canciones sublimes como "Desafiar la gravedad", la cual se pudo escuchar al final de la primera película.

Ese tipo de himno o secuencia escénica hace falta en la continuación fílmica, lo que le resta puntos a la nueva producción comandada o dirigida por Jon M. Chu.

Por otro lado, hay situaciones o ideas que se van resolviendo apresuradamente para hacer avanzar la historia, lo que provoca una narrativa no tan orgánica como la primera parte.

Por lo que respecta al diseño de producción, los vestuarios y los efectos visuales, no hay realmente problemas en esos rubros, pero tampoco existen elementos inéditos que los hagan memorables.

Al final, "Wicked: por siempre" es disfrutable, sobre todo, para las y los seguidores del musical, pero se queda corta en ejecución y desarrollo de su historia. Dominguera, ni más ni menos.




El destino es redondo: Sísife

 


Por Pablo Rodríguez | Fotos: Eka Ríos


A inicios de los ochenta, el dramaturgo Samuel Beckett llevó a televisión cuatro seres que ejercitaron el vacío. Cuerpos que no podían rozarse y que, sin embargo, trastocaron todo. Como recuerdo y partida de esta obra de Beckett, Sísife es una puesta dancística que busca recorrer el espacio escenográfico e íntimo de sus espectadores. Esta pieza, encabezada por Selene Beltrán y David Flores Ortega dimensiona el movimiento de la ya conocida piedra de un Sísifo que nunca llega a la cima. Ahora, una Sísife nos muestra su danza, juego o condena alrededor de un destino redondo que es, al mismo tiempo, todas las formas y ninguna.

Selene y David, como en un poema de Wisława Szymborska, tocan una piedra ya no para saber una respuesta, sino para preguntar. En escena vemos dos cuerpos que se empujan, cargan, equilibran y se dejan caer. Cuerpos que se infligen a ellos mismos con la intención de saber dónde termina uno y empieza el otro. La interpretación, así, se abre: una danza que con sus juegos de luces y música muy al estilo de Takashi Kokubo, recorre la densidad de las cosas que, simbólicamente, cargamos: el amor, el deseo, el futuro, el tiempo, la frustración y todos los nombres, nuestras piedras y pasiones posibles.



Resaltan, entre las interacciones de les dos bailarines, el juego con la piedra: una que les dobla el diámetro y altura, hecha de retazos que, más que utilería, es sujeto vivo. Vemos tensos hilos que la rodean; brazos y piernas que sobresalen ante cualquier movimiento. Una redondez que no termina porque pertenecemos a ella, a sus (nuestros) fragmentos. Les bailarines se rodean y son rodeados por la piedra; giran y el aire les sostiene; dimensionan el peso y, con lentitud, saben nombrar las pieles que son, que fueron y que serán. Tal vez esa sea la metáfora que brilla entre las respiraciones de los cuerpos en movimiento: la única manera de habitar el cuerpo presente es volverse su propio peso, dimensionar qué tanto se piedran (sí, como verbo, no como sujeto) las demás pieles.

Y como quien mira la cuesta y no teme volver a empezar, Sísife se recorre a sí misma y su intención no es llegar a ningún lado. No hay inicio y fin, como en los trazos del Quad de Beckett: hay una con-tensión hacia el centro. La piedra que somos para nosotres mismes y para les demás es arrojada, pero también abrazada, fundida en silencio: un caracol que viaja hacia su centro. Un volver a empezar cada que agachamos la espalda y una carga nos espera.


“SÍSIFE / Las pieles que hemos sido” se presentó el viernes 28, sábado 29 de noviembre y los próximos viernes 5 y sábado 6 de diciembre en el Foro de Arte y Cultura como parte de la programación de Habita la Escena Jalisco 2025. Boletos disponibles en la boletera voyalteatro.

 

 

Pablo Rodríguez (Xalapa, Veracruz, 1997)

Poeta, gestor y editor. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la UV. Becario del PECDA Veracruz, del Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la f,l,m. y del Festival Cultural Interfaz, los tres en el área de poesía. Textos suyos han aparecido en medios digitales e impresos como Periódico de Poesía, La Revista de la Universidad, La Razón, Casa del Tiempo, Punto de Partida, Carruaje de Pájaros, Punto en Línea, Casapaís, entre otros. Ha participado en diferentes antologías dentro y fuera del país y ha encabezado proyectos de promoción del libro y de la lectura.

Letrinas: Visitas de medianoche


Visitas de medianoche

Ali S. Martínez


Tengo 10 años y no entiendo nada, pero lo recuerdo todo.

Recuerdo la bicicleta, el viento en mi cabello largo y rizado mientras bajo a toda velocidad por la avenida. Mis piernas flacas pedaleando con una fuerza que no sé de dónde sale. Más rápido, más rápido, esta vez Julio no me va a ganar.

Luego, el camión doblando la esquina.
Luego, el golpe.
Luego, nada.

Después, la ambulancia, las luces en mi cara, los doctores hablando en voz baja y mi madre llorando cuando escucha la palabra “coma”. Yo pensaba que “coma” era un signo de puntuación de la clase de español, no esto: sentirlo todo sin poder moverme, escuchar sin poder hablar, estar despierto con el cuerpo dormido.

Mi madre está sentada junto a mí en la habitación blanca del hospital. Las cortinas verdes se mueven con el viento de la noche. Ella está agotada, casi dormida, cuando entra una enfermera:

—Señora, ya es casi medianoche y terminan las visitas. Vaya a descansar. Mañana puede volver. Nosotras cuidaremos de Toño.

Mi madre se levanta resignada, me besa la frente. Su cara demacrada, la mujer deshecha en la que se convirtió. Luego se va.

Quedo solo con el silencio del hospital. Apenas lo rompe el reloj en la pared: tic, tac.

Al marcar la medianoche exacta, la puerta se abre.

Entra un niño con uniforme escolar: pantalón negro, camisa a cuadros. Lo reconozco de inmediato. Soy yo.

Se sienta en la silla de mi madre y dice:

—Ya salimos del coma, Toño. Nos abrieron la cabeza y la cosieron. Mira —me muestra una cicatriz que baja por su frente izquierda—. Todo está bien. Estamos en sexto de primaria y tenemos un nuevo mejor amigo: Paco.

Sale justo cuando el reloj marca las 12:01. Entra entonces un joven de unos 18 años, alto, chaqueta de cuero, jeans. La misma cicatriz.

—Paco es un cabrón, Toño. Y pensar que era nuestro mejor amigo. Mamá decía que era “parte de la familia”. Lo acabo de ver besando a Dorian. A nuestra novia. Y yo como idiota. Escucha: la vida está llena de traidores. Por lo menos ya nos vamos a la universidad en la Ciudad de México. Al carajo este pueblo pitero llamado Veracruz. Puerto de buitres.

Cuando el reloj marca las 12:02, aparece un hombre joven, traje negro, un ramo de rosas blancas. Tristeza contenida. La cicatriz intacta.

—Se nos fue, Toño. Mamá se nos fue. Primero papá cuando teníamos tres años y ahora ella. Hijo único, Toño. Ahora estamos solos. Esa mujer que no era santa pero cerquita de ser un ángel. Tan buena con todos, y el mundo tan desgraciado con ella. Ese cáncer maldito…

Se marcha. A las 12:03 entra otro joven, agitado, sudado, camisa rota y sucia.

—¡Puto gobierno, Toño! Les dispararon a todos. A todos. Tlatelolco está lleno de sangre. Mataron a Mario, a Julio, a Pepe… y a Fátima… —Se hunde en la silla como si el mundo lo aplastara—. Fátima… No volveremos a amar. No podemos. Su sangre está allá todavía, en la Plaza de las Tres Culturas. Ese presidente genocida va a conocer nuestro nombre. Te lo juro.

Sale arrastrando una pierna, gimiendo.

A las 12:04, entra otro hombre: delgado, traje negro, cicatriz como un recuerdo que no cicatriza del todo. Lleva un bebé en brazos.

—Mírala, Toño. Es nuestra hija. Se llama Matilda, como mamá —los ojos de la bebé brillan—. Su mamá es Isabel. Sí pudimos volver a amar, Toño.

Tarareando una nana, desaparece por la puerta.

A las 12:05 entra el mismo hombre, ahora con traje gris, corbata roja desfajada, ojeras hondas.

—Qué ingenuos fuimos, Toño. ¿Diputados? Obvio que no íbamos a ganar. A este país ya no le importa la justicia. Treinta años desde aquella masacre y mira… perdimos la elección. Creímos que desde la Cámara podríamos arreglar algo, honrar a los muertos. Pero los fantasmas pertenecen al pasado, y quizá sus ideales también. Es hora de rendirse.

Se va.

A las 12:06 aparece otra versión: traje negro, cabello ya entrecano, ojos encendidos.

—Secretario de Gobernación, Toño. Mira hasta dónde llegamos. Mamá estaría orgullosa. Y se lo debemos a Isabel, que no nos dejó rendirnos aquella noche. Se vienen buenos tiempos. De verdad.

Sale. Y un minuto después regresa, ahora viejo del todo, cabello blanco, ojos que no alcanzo a descifrar. Se sienta.

—No pertenecían a este mundo, Toño. Ni mamá, ni Isabel, ni Matilda. Quizá es mejor así. Ya no queda país donde vivir. Nada queda. —La puerta se abre detrás de él: un pasillo iluminado, hombres de traje corriendo con rifles y papeles. Una bandera de México flamea. Una mujer militar aparece en el marco—.
“Señor Presidente, las tropas extranjeras ya tomaron el Zócalo. Avanzan por Reforma. Debemos evacuar.”

Él no la escucha. Se inclina hacia mí, me toma la mano.

—Si la vida va a estar llena de dolor, Toño… por favor no despiertes. Por lo que más quieras: no despiertes.



Ali S. Martínez, novelista mexicano independiente en Amazon Kindle con títulos como "México y la Guerra Azul" e "Infamia en la Laguna Verde". Sus textos han sido publicados en diversas revistas literarias de México y España. Instagram: ali_s_martinez

“Casi lo confundo con mi hogar”: una conversación con Jesús Ernesto Guevara


En 2024, la Editorial Agujero de Gusano publicó Casi lo confundo con mi hogar, el primer libro del joven autor bajacaliforniano Jesús Ernesto Guevara. Desde entonces, la obra ha rondado ferias, presentaciones y las manos de lectores que, a lo largo del país, apuestan por la literatura emergente nacional.

“Un drag por accidente, la despedida recurrente entre un abuelo y su nieto, parejas improbables, una intervención vudú contra la violencia de género… en los cuentos de «Casi lo confundo con mi hogar» hay una profunda exploración de las relaciones humanas con especial énfasis en la familia y una visión desde las nuevas masculinidades para lo referente a padres e hijos. En este, su primer libro, Jesús Ernesto Guevara transmite el desconcierto y los anhelos contradictorios de la existencia, narrando con humor e ironía las sutilezas de la vida cotidiana y, con una ternura casi lírica, las terribles violencias que laten detrás de todo aquello tocado por los hombres”. Elma Correa

Si aún no te adentras en sus páginas, este es un gran momento para hacerlo. Casi lo confundo con mi hogar es una invitación a mirar de cerca la intimidad, el desconcierto y la contradicción que acompañan el tránsito hacia la adultez. Sus cuentos dialogan con la memoria, el afecto, la identidad y las nuevas masculinidades con una frescura que lo convierte en una lectura imprescindible de la literatura joven del norte del país.

Con este debut, Guevara se suma a una generación que redefine los afectos, la memoria y los vínculos desde una sensibilidad personalísima. A propósito del libro y del camino que lo trajo hasta aquí, conversamos con él.

***

Para comenzar, cuéntanos un poco de ti. ¿Quién eres y por qué escribes?

Me llamo Ernesto Guevara (sí, como el Ché; no, el libro no es propaganda comunista). Vivo en Mexicali, Baja California, y escribo porque es una actividad profundamente lúdica: se siente como jugar. Cuando somos niñxs, inventamos canciones, imaginamos historias, damos personalidad a los juguetes. La creatividad es natural, pero al crecer el miedo a “no ser lo suficientemente buenxs” nos paraliza. Para mí, escribir es escuchar a ese niño que sigue adentro, ansioso por contar historias.

También disfruto la parte de la escritura que sucede lejos del teclado: lo que va antes y lo que viene después. Antes, investigo para que la ficción se sienta verosímil; para este libro leí sobre brujería vudú, arte drag, cultura pop de los sesenta y más temas que me intrigaban. Escribir es otra forma de aprender.

Después viene la comunidad. Aunque se piensa en quien escribe como alguien aislado, para mí el oficio también es colectivo. Sí, prefiero encerrarme a escribir, pero luego comparto mis textos con mis compañerxs de talleres. Aprecio su retroalimentación y disfruto leer lo que ellxs hacen. La escritura me ha abierto puertas que no hubiera imaginado y me ha permitido aprender de autoras y autores a quienes admiro profundamente.


Háblanos de tus influencias literarias y del origen de este libro.

Cuando empecé a tomar cursos de escritura creativa leía a autores estadounidenses como Raymond Carver y J. D. Salinger. Su informalidad y su capacidad para retratar lo cotidiano con profundidad marcaron mi manera de escribir. Me fascinaba que sus historias le podían pasar a cualquiera.

También me han influido cuentistas argentinas contemporáneas como Samanta Schweblin, Mariana Enríquez y Camila Sosa Villada.

Más recientemente, los talleres a los que he asistido han sido cruciales. Este libro nació en los cursos de la Dra. Elma Correa durante la pandemia. Fue invaluable escuchar y aprender de escritoras y escritores como Ana Fuente, Liliana López, Priscila Rosas, Samanta Galán, Gilberto Cornejo, Samantha Arenas y Michelle Annel Peña. Con ellxs he encontrado una comunidad de la que me enorgullece formar parte.


¿Cuál es el hilo conductor de los cuentos de Casi lo confundo con mi hogar?

Son relatos que pueden inscribirse en el género del coming-of-age. Mis personajes enfrentan emociones que los obligan a crecer y a tomar decisiones para escapar de la “jaula” en la que se encuentran, a veces por elección propia y otras porque alguien más los puso ahí.


¿De dónde surge el título del libro?

El título proviene de una frase de la canción “Cuarteles de invierno” de Vetusta Morla: “Fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar”. Elegí usarla incompleta por dos razones: porque la frase entera sería un título larguísimo y porque, recortada, se vuelve más precisa.

En los cuentos no siempre es un duelo lo que se confunde con lo permanente. Puede ser una despedida repetida, la angustia de expectativas incumplidas o un lugar donde no se nos valora. Quise capturar esa sensación de permanencia involuntaria.


¿Cómo conjugas elementos de la cultura popular con historias tan íntimas y singulares?

Las referencias pop ayudan a situar a los personajes en un tiempo, un espacio y un ambiente específicos. Creo que la música, el cine y los libros que consumimos revelan mucho de nosotrxs. Por eso, al construir a un personaje me pregunto qué ve, qué lee y qué escucha: estos detalles lo vuelven más humano.

Antes de escribir una historia necesito conocer a quien la protagoniza; solo así su comportamiento se siente natural y verosímil. Ojalá lo haya logrado con estas siete historias: será labor de lxs lectores juzgarlo.


¿Cuál es la importancia de las editoriales independientes en el panorama literario nacional?

Hace poco abrí Letrinas del Cosmódromo, también de Editorial Agujero de Gusano, y me encontré con esta frase:

“Esta obra fue posible gracias al apoyo de colaboradores, artistas, creadores y la tripulación de Revista Sputnik, y NO por la buena voluntad de funcionarios, gobierno o instituto cultural alguno.”

Los cuentos de esa antología son de gran calidad. Habría sido una pena que no llegaran al papel por culpa de la burocracia. Eso es lo que permiten las editoriales independientes: libertad creativa, procesos ágiles y la posibilidad de que nuevas voces encuentren un camino. Estoy muy agradecido con Revista Sputnik y con Agujero de Gusano por confiar en mi trabajo y publicar mi primer libro.


¿Cuánto de tu vida está presente en estas historias?

Antes me incomodaba que mi vida se filtrara en los cuentos; ahora lo acepto más, aunque trato de disfrazarla. En este libro varía entre historia e historia. La primera, por ejemplo, está inspirada en mis experiencias conviviendo con mi abuelo, quien padecía Alzheimer.

La frontera y el norte también atraviesan el libro, y siento que están cada vez más presentes en mi escritura. Hay cuentos que no toman prestadas personas o lugares de mi vida, pero sí emociones muy íntimas.

Creo que puedo escribir sobre lo ajeno si investigo lo suficiente, pero la escritura es más poderosa cuando habla de lo que uno siente. Puedo narrar un ataque epiléptico sin haberlo vivido, pero describir un golpe de calor es más convincente cuando vives en la ciudad más caliente del mundo.

Martin Scorsese dijo: “Lo más personal es lo más creativo.” Coincido plenamente.


Además del libro, ¿dónde podemos leer más de tu trabajo?

He publicado cuento en revistas físicas y digitales como ERRR Magazine, Marabunta y Pez Banana. Este año aparecieron dos antologías con textos míos: Extrañamientos, que reúne cuentos nacidos en un taller, y Raras e inquietas, una colección inspirada en la obra de María Daniela y su Sonido Láser.

*Puedes conseguir el libro Casi lo confundo con mi hogar en este link.

El futbol como religión apócrifa: rituales, supersticiones y santos inventados

Editorial | El Otro Mundial


El eco hacia 2026: la tribuna que viene

El Mundial de 2026 —que por primera vez será organizado por tres países: México, Estados Unidos y Canadá— no solo será el más grande de la historia, con 48 selecciones y 104 partidos, sino también el más cercano en geografía y cultura para millones de aficionados latinoamericanos. Para México, el torneo significa un regreso a casa tras las ediciones de 1970 y 1986; para Estados Unidos, la consolidación del “soccer” como espectáculo masivo; para Canadá, la oportunidad de presentarse ante el mundo como una nueva plaza futbolera. Pero para la afición, para la tribuna real —la que vibra, sufre, canta y sostiene a los equipos más allá de las estadísticas— el torneo abre un nuevo capítulo emocional.

En los estudios recientes sobre comportamiento de hinchadas se observa un fenómeno interesante: el sentimiento de pertenencia aumenta cuando un torneo global se celebra en territorio compartido o cercano, lo que genera un incremento en consumo cultural deportivo, búsqueda de contenidos especializados y participación en comunidades digitales. Según un estudio de Nielsen de 2024, el interés por el Mundial creció un 57% en México y más del 30% en Estados Unidos entre jóvenes de 18 a 34 años, un rango que cada vez más combina el estadio físico con la tribuna digital.

En ese contexto, las barras tradicionales se mezclan con nuevas formas de afición: grupos que viajan para vivir la experiencia completa, comunidades que se organizan desde la migración o la diáspora, y una audiencia enorme que vive el torneo desde pantallas múltiples. Eso significa que la emoción ya no se concentra únicamente en el estadio, sino en cada espacio donde un grupo de personas decide mirar, debatir y sentir el partido. La tribuna se expande y se vuelve más compleja, más híbrida.

Para 2026 se espera que más de 5 millones de aficionados internacionales viajen a Norteamérica —la cifra más alta registrada para una Copa del Mundo— y que el impacto económico total supere los 10 mil millones de dólares entre sedes, infraestructura y turismo. Pero lo más interesante no es la derrama: es el relato que se formará. Inmuebles como el Estadio Azteca, el SoFi Stadium o el BMO Field funcionarán como templos modernos en los que se cristalizará una narrativa compartida por tres culturas futboleras distintas, unidas por la misma pulsación: el deseo de pertenecer a algo más grande, aunque sea por 90 minutos.

El Mundial 2026 no solo será un espectáculo; será una prueba para medir cómo ha cambiado la afición latinoamericana, cómo se conecta la tribuna del barrio con la tribuna global, y cómo se construyen nuevas identidades deportivas en un continente que por fin comparte una sola cancha.

Abrimos esta sección porque el futbol no solo se juega: se cree.
Se canta, se reza, se adora.
Y la cultura —la música, la literatura, la pintura, la filosofía— ha encontrado en él un espejo fascinante.

Aquí inicia un recorrido por el lado cultural, emocional y a veces místico del juego más popular del mundo.


Un templo sin púlpito

El sociólogo francés Christian Bromberger, uno de los mayores estudiosos del futbol, definió los estadios como “los grandes teatros de la modernidad”. No exagera: en un partido convergen hasta 70 mil personas repitiendo gestos, ritos y cánticos que han sobrevivido por décadas. Solo en la temporada 2022–23, la Premier League reunió más de 15 millones de asistentes, una cifra comparable a festivales religiosos de escala nacional.

Las gradas funcionan como templos laicos donde la gente deposita fe, miedo, identidad. En México, el Estadio Azteca —con capacidad para 83 mil 264 espectadores— ha sido descrito por cronistas como “la catedral de los milagros improbables”. En Argentina, La Bombonera resuena con un movimiento sísmico medido más de una vez por sensores cercanos. Literalmente: la fe hace temblar la tierra.


La liturgia secreta de los hinchas

El manual de las supersticiones futboleras podría competir con el de cualquier religión ancestral.

Carlos Bilardo llevó la cábala al extremo:

  • obligó a su equipo a repetir rutas exactas rumbo al estadio,

  • prohibió pronunciar ciertas palabras (“cábala” incluida),

  • y en el Mundial 86 pidió que se mantuviera una botella de Coca-Cola vacía porque “traía suerte”.

No era un chiste: jugadores como Burruchaga y Ruggeri confirman que la botella terminó viajando con ellos varios partidos.

Pero la superstición traspasa fronteras:

  • Gigi Buffon admitió usar siempre la misma camisa térmica en torneos importantes.

  • El delantero español Fernando Torres comía siempre un plato de pasta con atún.

  • El brasileño Ronaldo Nazário se afeitó la cabeza dejando el famoso “casquito” antes de la final de 2002 porque “era lo único que podía controlar” entre tantas presiones y una lesión.

Y del lado de la afición, los patrones se repiten: el sillón "de la suerte", la playera que no puede lavarse, el ritual de cerveza por gol, la postura exacta en los penales. Un estudio de la Universidad de Colonia registró que el 63% de los hinchas europeos admite tener al menos un ritual supersticioso relacionado con el futbol.



Santos que no pasaron por el Vaticano

Si una religión necesita iconos, el futbol los tiene en abundancia.

La Iglesia Maradoniana, fundada en Rosario en 1998, cuenta con más de 350 mil seguidores en todo el mundo. Sus “mandamientos” incluyen frases como: “No serás cabeza de termo y no le preguntes a Diego lo que hizo con su vida; mira lo que hizo con la tuya”.
Celebran navidad el 30 de octubre (nacimiento de Maradona). No es parodia: es devoción (en México hay una capilla en Cholula, Puebla).

Messi, sin quererlo, también se ha convertido en un santo laico. En 2021, el artista Maximiliano Bagnasco terminó un mural de 12 metros en Buenos Aires donde el capitán aparece con aureola dorada. En Barcelona, otro mural de Lionel —con estética bizantina— se volvió punto de peregrinación turística.

En México, basta caminar por Tepito, Iztapalapa o Nezahualcóyotl para ver altares mixtos: virgencitas acompañadas de estampas de Cuauhtémoc Blanco o algún otro ídolo americanista. No hay ironía: hay cariño espiritual.



Coros que son oraciones, cánticos como mantras

La FIFA estima que durante el Mundial de 2014 se cantaron más de 200 mil cánticos distintos en las 64 sedes. Pero los que perduran son menos: los himnos de tribuna funcionan como rezos colectivos.

En Argentina, “El que no salta es un inglés” existe desde los años 80. En Brasil, el “Eu sou brasileiro, com muito orgulho, com muito amor” se documenta desde los 70. En Chile, “Chi-chi-chi, le-le-le” se remonta a la Copa del Mundo de 1962.

Son frases simples, pero cuando se repiten por decenas de miles, liberan una potencia emocional comparable a un mantra religioso. El psicólogo deportivo Daniel Wann lo estudió: cantar en grupo reduce la ansiedad y eleva los niveles de oxitocina, la hormona del vínculo.

Por eso un estadio no solo suena: sana.


El estadio como laboratorio de emociones

El estadio concentra emociones en bruto. La final del Mundial 2022 entre Argentina y Francia fue vista por más de 1,500 millones de personas: casi una quinta parte del planeta unida por un mismo pulso emocional.

El antropólogo británico Desmond Morris analizó al hincha como “el último miembro de una tribu premoderna”: alguien que necesita rituales para lidiar con un mundo incierto. Por eso las cábalas, las promesas, las prendas sagradas. El futbol no es un deporte racional: es un sistema emocional.



¿Por qué creemos?

Una estadística explica mucho: solo 2.6% de los partidos en grandes ligas terminan 0-0 (no aplica España).
Casi cualquier cosa puede pasar en noventa minutos.
Un gol en el segundo 90+8 puede cambiar historias, fortunas, memorias familiares.

Ese margen mínimo entre lo previsible y lo imposible es el espacio donde nacen las supersticiones. Sin caos, no habría fe.


La fe que se comparte

Un estudio del MIT detectó que en un estadio, cuando una multitud salta al unísono, el movimiento puede igualar el equivalente a un temblor de 1.5 grados.
Es casi literal: la fe futbolera se mueve.

Lo que sucede cuando un gol se grita no es solo ruido: es sincronía. Un instante donde miles de personas respiran al mismo tiempo, un breve acuerdo colectivo que en la vida cotidiana es prácticamente imposible.

Ese es el verdadero milagro del futbol.

El diablo en el camino: la penitencia como viaje y la culpa como territorio

Úrsula Márquez |


Con El diablo en el camino, Carlos Armella vuelve a esa zona áspera donde lo humano y lo sobrenatural se contaminan mutuamente. Su nuevo largometraje —que llega a salas mexicanas el 11 de diciembre— es, ante todo, una inmersión en la conciencia fracturada de un hombre que intenta cargar con lo que ya no puede soltar: el cuerpo de su hijo, su memoria, su culpa.

Armella, conocido por una mirada visual que convierte el paisaje en un estado mental, plantea aquí un relato que cruza lo místico con lo terrenal sin subrayados. La película sigue a Juan (interpretado con una fuerza contenida por Luis Alberti), un desertor del ejército federal marcado por la Guerra Cristera y perseguido por un diablo que parece más interno que externo. La premisa es brutal en su sencillez: caminar, literalmente, con el ataúd de su hijo a cuestas, rumbo a El Porvenir, su lugar de origen. Pero cada paso abre una grieta. Cada kilómetro revela el peso espiritual de un país desolado y de un pasado que no deja de morder.

La fotografía de Mateo Guzmán Sánchez convierte esa travesía en un espacio simbólico, donde el polvo, la noche y el silencio funcionan como adversarios. Nada es accesorio: la luz y la sombra dialogan con la angustia persistente del protagonista, mientras el relato se tensa entre el suspenso y la alucinación.

El diablo en el camino no busca el susto fácil ni el misticismo decorativo. Lo que propone Armella es un descenso íntimo hacia los fantasmas personales, a través de una narrativa que combina precisión formal con un pulso emocional que nunca se desvía hacia el melodrama. La cinta explora la culpa como herida abierta, el destino como condena y la redención como una posibilidad tan remota como necesaria.

Sinopsis:
Tras desertar del ejército federal al final de la Guerra Cristera, Juan es asediado por una figura diabólica que puede ser tanto una presencia real como la manifestación de su trauma. Con el cadáver de su hijo recién muerto a la espalda, inicia una caminata hacia El Porvenir. En un México devastado, su viaje se convierte en un enfrentamiento con los espectros de su pasado, una espiral de horror íntimo donde cada decisión revela el precio de sobrevivir.

Armella entrega una obra inquietante, profundamente atmosférica, donde el camino no solo se recorre: se paga. Mira aquí el tráiler.


Título: El diablo en el camino
Género: Ficción
Duración: 108 min.
País: México
Dirección: Carlos Armella
Producción: Yadira Aedo
Compañía Productora: CIMA, B Positivo Producciones, Tita B
Productions, Zensky Cine, The42Films, Pierrot Films, Godius, DVision
Fotografía: Mateo Guzmán Sánchez
Reparto: Luis Alberti, Ricardo Uscanga, Aketzaly Verástegui, Mayra Batalla, Roberto Oropeza y Osvaldo Sánchez

"Mátate, amor", una experiencia visceral no apta para espectadores ávidos de protagonistas perfectos


Cinetiketas | Jaime López


La nueva película dirigida por Lynne Ramsay, "Mátate, amor", no es recomendable para mentalidades conservadoras o repletas de prejuicios, que siguen romantizando temas como la maternidad.

Tampoco es apta para espectadores ávidos de protagonistas cuasi perfectos o discursos digeridos, que solo desean pasar un buen rato en la sala sin incomodarse.

Basada en la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz, "Mátate, amor" se adentra en la mente de "Grace", quien acaba de convertirse en mamá y que padece un colapso emocional en la casa de campo en la que vive con su pareja.

A partir de esa premisa aparentemente sencilla, la cineasta de origen escocés plantea un retrato sin concesiones acerca de la depresión, los micro machismos, la salud mental y la falta de comprensión para las mujeres que no se apegan al rol de madres abnegadas.

Es ahí en donde la interpretación de Jennifer Lawrence se siente como un viaje feroz y sublime por distintas emociones que habitualmente la sociedad occidental busca reprimir.

La actriz ganadora del Oscar aborda a su "Grace" con una empatía salvaje, que sorprende, incomoda, pero también conmueve.

Ramsay propone una concatenación de imágenes no lineales, las cuales no buscan complacer a las grandes audiencias, sino retarlas a vivir una experiencia fílmica distinta, instintiva.

Ello con base en situaciones alejadas de lugares comunes, que causan escozor como lo que logró en sus anteriores producciones, "Tenemos que hablar de Kevin" o "Nunca estarás a salvo".

Para la cineasta, la condición humana no está sujeta a retratos edulcorantes sobre temas tabúes, siendo un ejemplo de esto las madres primerizas que sienten rechazo respecto a sus vástagos.

En "Mátate, amor", la realizadora no tiene temor en mostrar a una mamá que está más enfocada en satisfacer su sexualidad, que en dedicarse de lleno a labores domésticas.

Por otro lado, erige una extraordinaria crítica social contra los hombres rancios, que todavía siguen buscando en sus parejas a las madres perfectas, que supuestamente deben ser capaces de hacer muchas cosas al mismo tiempo.

Así, "Mátate, amor" es una experiencia visceral, pero imperdible, que se siente como una bocanada de aire fresco en medio de las propuestas superfluas que invaden las salas comerciales.



"Good boy", un gran protagonista y buenos enplazamientos de cámara, pero con algunos lugares comunes


Cinetiketas | Jaime López


"Good boy" es una película de bajo presupuesto que ha llamado la atención de las y los cinéfilos por contar una historia de terror desde la perspectiva de un lomito de carne y hueso, es decir, un perro que no está generado con efectos visuales ni con Inteligencia Artificial (IA).

Lo anterior es de destacarse, sobre todo, en el marco de las leyes actuales que rigen la industria fílmica, las cuales prohiben maltratar animales reales en sus producciones.

En ese sentido, el autor de "Good boy" y dueño del estelar, Ben Leonberg, ha explicado que solo filmaba tres horas al día y en sets controlados, lo que hace suponer que su objetivo era no estresar a su mascota.

Con menos de un millón de dólares de presupuesto, la principal fortaleza de la historia radica justamente en las reacciones de su peludo protagonista.

Ello debido a que dichas reacciones dotan a la película de una gran autenticidad y porque, obviamente, causan una empatía a flor de piel en la audiencia.

El filme comienza con el dueño de "Indy" mudándose a una granja familiar supuestamente embrujada y en donde el ser sintiente comienza a percibir energías extrañas.

Lo que sigue es una serie de emplazamientos de cámara bien resueltos para percibir las reacciones del lomito, que indudablemente son la mayor atracción de la película.

Así, sus miradas, ladridos y llantos elevan la premisa del argumento, uno que tiene el defecto de caer en algunos lugares comunes del género como incluir varios "jumpscare".

Un "jumpscare" es la aparición abrupta de un rostro o figura tétrica, así como la utilización de un sonido fuerte, que tienen la finalidad de causar mayor tensión en los espectadores.

En el caso de "Good boy" se puede identificar un constante uso de ese tipo de recursos, que desafortunadamente le restan profundidad a la premisa.

Además, la película apenas dura 75 minutos, pero por momentos se siente como una historia larga y pesada, lo que evidencia su irregular ejecución.

No obstante, "Good boy" es dueña de una cuidada paleta fotográfica, en donde se trata de evitar darle foco a los rostros de los seres humanos que aparecen en el relato.

Eso último se agradece infinitamente, porque logran que la propuesta se sienta profesional y bien planeada. También resulta admirable que el filme trata de ser lo más artesanal posible.

En cuanto a su discurso, es plausible que el terror solo es un pretexto para hablar sobre los duelos o la pérdida de un ser querido. Ojo a la última secuencia de la película, que también es otra de las grandes virtudes de la misma.

Al final, "Good boy" es recomendable en términos generales, que sí pone nerviosa a la audiencia por varios momentos, pero tampoco es la propuesta más sublime de este año.



Con "Frankenstein", Guillermo de Toro echa mano del monstruo para reflexionar sobre la condición humana


Cinetiketas | Jaime López


Las dos ocasiones en que un servidor ha podido ver en pantalla grande "Frankestein", la nueva película dirigida por Guillermo del Toro, hubo espectadores que terminaron llorando después de leer la cita textual con la que el realizador tapatío cierra su propuesta.

Se trata de un fragmento de la poesía de Lord Byron, quien fue el que desafió a la prestigiado Mary Shelley, dramaturga británica y creadora de "Frankestein", a escribir un texto de terror.

La cita habla sobre los corazones rotos y su supervivencia en un mundo hostil, que justamente captura la esencia de lo que quiso transmitir Mary Shelley y Del Toro.

Con su característico estilo visual gótico, el "Frankenstein" del creador mexicano plantea una historia acerca del perdón y de tomar la decisión de continuar existiendo a pesar de nuestras heridas personales o familiares.

Para quienes no conocen la sinopsis, el protagonista de la historia, "Víctor Frankenstein", decide rebasar los límites de la ciencia y crear vida como si fuera un Dios moderno, debido a un episodio doloroso que tuvo en su infancia.

Dicho episodio fue provocado por el yugo de su padre, un médico extremadamente frío que estaba más preocupado por su imagen y el legado de su apellido, que por el bienestar de su vástago.

A partir de ese argumento, y capturando el espíritu de la novela de Mary Shelley, Del Toro propone un discurso sobre el rechazo, pero también sobre la capacidad de las personas para seguir teniendo esperanza y amor, a pesar de la violencia que hay a su alrededor.

Todo esto sin apartarse de su estilo lleno de fantasía, así como sin prescindir de sus escenografía y musicalización góticas.

Además, el cineasta no tiene temor en mostrar secuencias sangrientas, que contrastan con la elegancia de sus decoraciones, pero que visualmente hacen más atractiva su paleta fotográfica.

En cuanto a las actuaciones, Jacob Elordi logra rebasar las limitaciones del maquillaje para entregar una actuación llena de una sensibilidad epidérmica con su "Criatura", mientras que Mia Goth interpreta majestuosamente a "Elizabeth", metáfora de la inteligencia emocional o de la compasión en la historia.

Acerca de Oscar Isaac he leído opiniones encontradas, pero cumple con su personaje, aunque no resulta memorable, algo que se lamenta, porque es el que tiene la mayor parte de la historia en sus hombros.

No obstante, el "Frankestein" de Del Toro es una de las mejores propuestas fílmicas que se ha estrenado este año, la cual evidencia que, pese al paso de los siglos, las heridas y dolores personales siguen definiendo la condición humana.


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