Letrinas: A lo que no vuelve

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Por Amado Ademar

A lo que no vuelve

A Cristian Aguilar Galindo
            I
Recuerdo que los veranos te gustaban azules
e ibas a los fines de la tierra
y olvidabas el color de la lluvia
para ver si encontrabas una brasa de agua.

Y sacabas todo de ese color de niño
que empezaba en tus venas y terminaba
en mi garganta de ave sola.

Fue ayer, para no decir muchos años, lo que pasó
en el ancla de baja marea, una orfandad
que no quedó, de otra, hacerla beber,
llenándome, extendiéndome lo que fue, lo sucedido.

No me permitió mi propia cárcel enseñarte
lo que puede ser lo que siento en ti,
que más sincera y verdadera pudo
ser mi propia carencia de hombría.

El otro, el otro amor, yo soy el otro amor,
el lado oscuro de la siembra de tus
ímpetus sueños, el que siempre recibió
el aire transformado de algo que no tenía
nombre y queríamos los dos.

Se te olvidó que este sentimiento nació
               m u y   g r a n d e
y mi pecho se me inflaba de tranquilidad
al oír el murmullo de la hierba
que habías trabajado
–yo sabía de su felicidad danzante–
igual que un perro ve el atardecer
y siente que su hermano puede
aparecer en cualquier momento,
diciendo: escucha, he visto crecer
las gotas de la noche en la punta
de la espiga, la luz tenía un rostro,
uno que parecía un viento manso,
ahí hallé la serenidad de llevarme,
de volverte a ver.

La estación de a su lado
se encontraba a varias leguas
igual que un viaje que se repite,
igual que una primera memoria
sumergida y emergida.

Mi bien restante, azul era tu color
y no quisiste que dejara de ser pedestre.
Yo quería decirte
que estas ataduras nunca iban a pesar
y te llevarían a los lugares
donde nunca hubieras podido ir
solo.
Ahora que las estaciones pasan,
cuando uno no quiere que cambien,
se va perdiendo lo que un cielo
lleno de estrellas prometió ser un día.

           
          II
No tengo secretos, he dicho la verdad,
pocos sabrán lo que digo,
soy el único que sé
que a ti te gustaban que los veranos fueran azules
y este hombre cansado estuvo
dispuesto a ofrecer una vista en adamar.
Porque recuerda esta persona tuya,
que nunca fue azul en ninguna de sus partes,
que te agradaba su lírica voz
en aquellos fuegos bajos
llegando a ser otra nieve en el manto
                   oscuro
y estiraba su cuerpo, lo que más podía,
mientras lo besabas
y el mañana llegaba y venías con él.

            III
¿Qué puente lleva a ti?
Quiero descansar de la distancia
impuesta que no quedó de otra
dejarla en la entrada.

            IV
Se amontonó la caída de las hojas
en mi camino de saberme sin ti.
Entre luces solas está el verano,
que azul era su color,
uno que tomaba su forma en la silueta
de los altos bienes
como tres pulsaciones en respuesta
de este instrumento.
Pequeño albor mío, azul era una condena
porque el mar lo hallabas muy lejos
a pesar de estar en la orilla
de los recuerdos que brotan
en las rocas saladas, tus compañeras
de juego.

Pero el azulado verano no pudo andar
más de lo que debía y en el puerto,
con las gaviotas y pelícanos,
con la pesca de vez en cuando,
se sienta a embarbecer 
y me abraza en sus dos formas.
Dice adiós a esos pueblos,
aquellos encuentros con uno mismo
y con otro mismo,
se despide de las alturas de los árboles
sembradas en los corazones de los pequeños,
un retintín de pelota
en las tardes de quejumbrosos
rincones;
me echará de menos, yo igual,
solsticio de marcado azul.
Yo sé que tú le gustabas,
más en la distancia que hay del viento
al mar.




Amado Ademar. Lic. en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Fue becario de “Los signos en Rotación” Festival Interfaz–issste, Acapulco 2014, colaborador del suplemento cultural “Arteria” del periódico El sol de Tlaxcala, del fanzine La culpa. Un poema suyo está incluido en el mediometraje Retrato a nosotras mismas, Tlaxcala, México, 2014. Ha tomado talleres de creación poética. Ha participado en varios encuentros y lecturas de poesía. Tiene publicada la plaquette de poesía Hombre con complejo de soledad, El puente, 2015.
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