7NN: Bebé gorila

Parece un bebé gorila - bromeó Marco y abrazó a su mujer cuando un par de lágrimas rodaron por la cara de ella.

Bebé Gorila 
Por Quetzalli Aquino


La primera vez que lo vio apenas era una burbuja en la pantalla y no sintió nada. Se emocionó cuando la prueba de embarazo fue positiva. Aún más cuando le dio la noticia a Marco, su esposo. Pero durante ese primer ultrasonido, en el consultorio del ginecólogo y con sólo una burbuja por hijo, Adriana no sintió nada. Nada de nada.

Con el tiempo cambió de forma. Se convirtió en un frijol. Después en un pequeño alien, hasta que por fin pudo reconocer los dedos de sus manos y el puchero en su boca.
- Parece un bebé gorila - bromeó Marco y abrazó a su mujer cuando un par de lágrimas rodaron por la cara de ella. Por fin Adriana sentía algo, tristeza al no tener sentimientos por aquél bebé gorila.

Cuando llegó el día del parto, Adriana cayó en cuenta que no estaba preparada. No sabía que debía hacer con un desconocido en brazos. Una personita que dependería de ellos y no sabría ni pedir lo que necesitaba. Al llegar al hospital sus ojos reflejaban pánico. ¿Qué demonios debía hacer con un bebé gorila?

Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no vió la expresión preocupada de quienes la rodeaban. No escuchó la seria charla que tuvo el doctor con ella y su esposo. Sentía que se desvanecería en cualquier momento, pero eso seguramente era normal, estaba por expulsar a un ser vivo de su cuerpo.
Recuperó conciencia de su entorno cuando la subieron a una camilla en la que la llevaban a toda velocidad.
-       Marco, ¡Marco! - lo llamó buscándolo. Él le tomó la mano manteniendo el paso.
-       Todo va a estar bien, - la tranquilizó.
-       Pero...
-       Todo va a estar bien, - repitió con firmeza.

Llegaron a un pasillo donde detuvieron a Marco mientras el resto del equipo continuaba avanzando. Adriana movió la cabeza para ver su rostro una vez más. Su esposo le regaló una sonrisa que ella nunca olvidaría. Se miraron hasta que una puerta los separó por completo.

Estar dentro del quirófano fue tal y como lo había visto en la televisión. Una tela que no le permitía ver el resto de su cuerpo. Una enfermera que se tomó apenas un segundo para mirarla antes de regresar su atención a lo que sucedía al otro lado de la cortina. Conversaciones con palabras irreconocibles. El sonido quedo de aparatos que la arrullaban con sus constantes bips.

Los párpados de Adriana parecían pesar tres veces más de lo normal, obligándola a cerrarlos. A partir de hoy tendría un bebé gorila. Su bebé gorila. Era tan extraño ser dueña de alguien. Por que era suyo ¿cierto? Para toda la vida, ¿y si lo echaba a perder? Una contracción atravesó su cuerpo y abrió los ojos jadeando por el dolor.
-       Se debilita - escuchó a la enfermera.
Las voces a su alrededor se convirtieron en murmullos hasta que finalmente se callaron. La obscuridad de sus ojos cerrados se transformó en imágenes, parte de una película en la que Adriana era la única espectadora y olvidó todos los temores que la invadieron en las últimas horas. Por primera vez en todo ese tiempo pudo visualizar al pequeño. Lo sintió suspirar mientras lo mecía. Lo escuchó reír mientras caminaba torpemente hacia ella en sus primeros pasos. Lo vio con el corazón roto por una chica en la secundaria. Reconoció el orgullo en su cara cuando se graduaba de la universidad. Se acercó para abrazarlo cuando el dolor y un grito desgarrador la regresaron al quirófano.
-       ¡Doctor! - reclamó alguien al otro lado de la cortina. Silencio.

La actividad frenética a su alrededor la sorprendió. Adriana sentía manos en sus entrañas. Lágrimas mezcladas con sudor corriendo por su cara. Quiso hablar pero sólo jadeos y quejidos escapaban de su garganta. Volvió a cerrar los ojos y se refugió en la película que continuaba tras ellos. No sabía ser madre, pero lo era. Había mantenido vivo a este bebé durante nueve meses y continuaría haciéndolo. Echó un último vistazo a la escena donde Marco caminaba con la mano del niño entre la suya. Su niño. Con esa imagen se encerró en sí misma, sintiendo su cuerpo transformarse en un capullo que protegía a su hijo.

Un par de horas más tarde, un nuevo padre estaba de pie frente a un ventanal que daba vista a una habitación con varios recién nacidos, entre ellos el suyo. Su mirada se fijó en la tarjeta con el nombre del pequeño: “Adrián”.

Nadie vio a Marco llorar desconsolado frente a los cuneros.




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Editorial

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