Pronombres Posesivos

Excomborāre-
Por Breña Román-

El breve espacio que solía delimitar tu ausencia ahora se ha ido expandiendo hasta ser lo único que me rodea. Por las tardes camino desnuda en este departamento, que era tan nuestro y ahora que es tan mío, sólo mío. Me duermo en el viejo sillón donde tantas veces te escuché hablar de socialismo mientras fumabas puros y me abrazabas, este sillón fue testigo de tu afición al fútbol y a los filmes franceses, y es el mismo sillón que dejaste aquí para irte con esa rubia de piernas largas que usa iPhone y comulga con el tío Sam. 

Siempre despierto a la medianoche, a esa hora siento que algo me aprieta, me sofoca, no me deja respirar; así que me pongo pantalones, tenis y la sudadera gris que antes era tan tuya, y que ahora es sólo mía. Abandono el edificio y camino por las calles lanzando colillas de cigarros por las alcantarillas, observando gatos entre las sombras y escuchando el silencio que abriga a esta ciudad durante la madrugada. Es el mismo silencio que solía flotar entre nosotros cuando despertábamos en la misma habitación. De regreso al departamento me veo obligada a pasar por calles llenas de burdeles y bares de mala muerte, a veces me dan ganas de entrar, me gusta pensar que la suerte estará de mi lado y que bailando una vieja canción con algún desconocido encuentre el amor, aunque me dure tan sólo unas cuantas horas. Pero nunca lo hago, nunca me atrevo a entrar, la melancolía que se me escurre por debajo de los ojos me hace sentir irremediablemente vulnerable. 

Me tumbo en la cama y me vuelvo a dormir. Cuando despierto pienso en llamar a cualquier amigo, pero me doy cuenta de que no tengo ni uno sólo, y que en este departamento solo existe lugar para ti, para mí y para las extravagancias que compartíamos. Me llena de tristeza pensar en esa soledad que era tan nuestra, y ahora es sólo mía. Me preparo algo de comer, le doy un trago a la botella de mezcal y me meto a bañar. Me siento en el suelo de la regadera y abrazo mis piernas, siento el agua caer por mi espalda y recuerdo todas las veces que tus labios la recorrieron. Pienso en mí y me vienen a la mente esas escenas de películas de drogos que se quedan sin coca y se ahogan en su desesperación. -Chingada madre- me digo en un susurro -es un pendejo-, y aunque no quiera, y aunque tú seas un pendejo, me pongo a llorar. Es el único momento del día en el que me permito ser débil. Salgo del baño y contemplo mi figura en el espejo, mis huesos saltan a la vista de inmediato, mientras que las recién adquiridas ojeras adornan mis ojos y demandan atención. Me desconozco, de verdad parezco una yonki en abstinencia, no soy la misma de hace dos semanas que era tan tuya, a la de ahora, que soy tan mía.


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