Una semblanza de Gabriel García Márquez

Como dice Julio Scherer García, llegó el tiempo de llorar a García Márquez; pero también llegó el tiempo de acercarse a sus obras.





Después de ser candidato durante cuatro años consecutivos al premio Nobel, el 21 de octubre de 1982 la academia sueca de letras otorgó a Gabriel García Márquez, periodista y escritor de origen colombiano radicado en México desde 1961, el premio Nobel de literatura: “por sus novelas e historias cortas en las que la fantasía y la realidad se combinan en un mundo rico de imaginación, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.  Esta fue la culminación de una vida dedicada a la creación literaria, recorriendo un arduo y sinuoso camino iniciado en la zona bananera del caribe colombiano. El anterior escritor latinoamericano en recibir el Nobel de literatura había sido el poeta chileno Pablo Neruda en 1971. 


Viviendo en la ciudad de México, durante 18 meses de intenso esfuerzo creativo, en los años 1965 y 1966 García Márquez había escrito su novela “Cien años de soledad”, considerada por los críticos y sus lectores su primera obra maestra. Cuenta García Márquez que cuando envió el original de la novela a la Editorial Sudamericana en Buenos Aires, al llegar a la oficina de correos, el empleado pesó el paquete y Gabriel descubrió que no le alcanzaba para cubrir el porte completo. En ese momento decidió dividir la novela en dos partes. Días más tarde, pudo enviar la segunda parte. 


Esto nos da cuenta de la difícil situación económica que atravesaban García Márquez y su familia mientras escribía la novela que lo lanzaría a la fama mundial y lo consagraría como escritor de enorme talento literario. “Cien años de soledad” fue publicada en junio de 1967, y su éxito fue inmediato. Gabriel García Márquez ya había cumplido 40 años de edad. Esta es una advertencia para los jóvenes que piensan que el éxito en la vida está a la vuelta de la esquina.


En tres años se vendieron medio millón de copias, y fue traducida a 24 idiomas. Actualmente, las ventas de la novela superan los 50 millones de ejemplares, y se ha traducido a más de 40 idiomas.
   

Todo mundo recuerda el primer enunciado de “Cien años de soledad”: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” 


Pero pocos recuerdan el último enunciado de la novela: ”Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Buendía acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”


Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, cerca del mar Caribe y de la desembocadura del Río Magdalena, el 6 de marzo de 1927. Sus padres fueron Gabriel Eligio García Martinez y Luisa Santiaga Márquez Iguaran. Gabriel fue el primero de 11 hermanos. Gabriel Eligio era telegrafista cuando conoció a Luisa Santiaga, el padre de ella se opuso a que su hija se casara con un hombre pobre y la envió lejos para separarla del pretendiente, pero éste se mantenía en contacto con ella por el telégrafo. 


Años después, en la ciudad de México, en una cena con su amigo Álvaro Mutis, éste le comenta que tenía una idea para escribir una novela de amor sobre una pareja que en su juventud, por diversas razones, no puede mantener la relación y se separan. Cada uno hace su vida por su cuenta, pero ya ancianos los dos se reencuentran y es entonces que reanudan la relación amorosa suspendida por tanto tiempo y se unen hasta la muerte. 


Después de un tiempo, García Márquez le pregunta a Álvaro si pudo avanzar sobre su novela y Mutis le contesta que no había logrado cuajar la idea. Entonces, García Márquez le pregunta si puede tomarla para uno de sus libros. Álvaro le dice que adelante, escriba su novela. Gabriel toma ésta idea, junto con la historia de sus padres, para escribir “El amor en los tiempos del cólera” publicada en 1985.


Los primeros 8 años de su vida los pasó con sus abuelos maternos porque sus padres se cambiaron a Sucre, donde su padre ejercía el oficio de farmacéutico. El abuelo le hacía leer un diccionario con ilustraciones palabra por palabra, como si fuera un libro común. Cuando murió el abuelo, el niño se fue a Sucre, con sus padres; y empezó su educación secundaria en el colegio jesuita San José, en Barranquilla, un puerto en el Caribe donde desemboca el rio Magdalena.


En 1947, siguiendo el deseo de sus padres, se traslada a Bogotá para ingresar en la facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Es ahí donde empieza a leer todo lo que le cae en las manos. La primera obra que le causa una impresión profunda es “La Metamorfosis” de Franz Kafka. El primer enunciado de la novela es: “Cuando Gregorio Samsa se despertó después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. Cuando leyó esto, Gabriel se dijo a sí mismo: Si alguien es capaz de escribir algo así, entonces es posible escribir cualquier cosa.


En abril del año siguiente, es asesinado el político liberal Jorge Eliecer Gaitán y se inicia un periodo de revuelta social conocida como el Bogotazo, que produjo, extraoficialmente, más de 3 mil muertos. La universidad es cerrada y García Márquez se traslada a Cartagena para seguir sus estudios universitarios.


Viviendo en condiciones precarias en Cartagena, Gabriel enferma de pulmonía y se traslada a la casa de sus padres para curarse. Durante su convalecencia, envía un mensaje a sus amigos en Bogotá Alvaro Cepeda, Ramón Vinyes y Germán Vargas, pidiéndoles que le manden algo para leer mientras se recupera. Cada uno de sus amigos prepara una caja de libros y las entregan a uno de los hermanos de Gabriel que se encarga de hacérselas llegar.


Las cajas contenían lo principal de la novela contemporánea norteamericana y europea: Mientras agonizo, Luz de agosto y El Villorio de William Faulkner, Manhattan Transfer y otras novelas de John Dos Passos, Contrapunto y Mi tío Spencer de Aldous Huxley, El camino del tabaco de Erskin Caldwell, La señora Dalloway de Virginia Wolf.


A la orilla del rio entre los árboles y tirado en una hamaca, Gabriel se dedicó a desmenuzar cada relato y cada novela hasta desentrañar los múltiples y complejos mecanismos del arte de la narrativa. En líneas generales, García Márquez aprendió la técnica para escribir novelas. Inspirado por “Mientras agonizo” pudo escribir su primera novela “La hojarasca”, los recuerdos de su infancia y la historia de Macondo-Aracataca, el pueblo donde nació.
    


En 1950, envía la novela a la editorial Losada en Buenos Aires, para su publicación. Sufre una decepción muy grande cuando recibe una carta del español Guillermo de Torre, agente editorial de Losada, donde después de reconocerle un cierto toque poético, lo descalifica como novelista negándole un futuro como escritor y recomendándole que se dedicara a otra cosa. Mucho tiempo después, Gabriel García Márquez reconocería que de no haber sido por su intensa e indeclinable vocación de escritor, hubiera abandonado para siempre la literatura.


Mucho se ha escrito y discutido acerca de las influencias literarias en la obra de García Márquez. En diversas ocasiones, él mismo declaró que después de haber leído a William Faulkner, entendió que debía dedicar su vida a escribir. Los temas predominantes en la obra de Faulkner son la tradición del sur norteamericano, el caos contemporáneo y el destino del hombre.


En 1963, cuando todavía no había empezado a escribir “Cien años de soledad”, Ernesto Volkening nacido en Bélgica pero avecindado en Colombia dedicado a la crítica literaria, escribe un artículo en el que analiza el paralelismo de la obra del ya consagrado Faulkner con la obra del incipiente escritor García Márquez. Volkening analiza la influencia de Faulkner en “El Coronel no tiene quien le escriba” y “Los funerales de la mamá grande”. Señala las similitudes del norte caribeño colombiano donde está Macondo, con el sur profundo norteamericano donde transcurren las novelas de Faulkner. El ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal  señala: “Si se estudia la influencia de Faulkner en García Márquez es porque el narrador colombiano ha sido capaz de hacer algo más que repetir a su maestro.


Una de las novelas de Faulkner que más influyó en la obra de García Márquez es “El sonido y la furia”. El título está tomado del famoso acto quinto, escena quinta de “Macbeth” de William Shakespeare, acerca de lo absurdo y efímero de la existencia. El colombiano utiliza el procedimiento de desarrollar, en desorden cronológico, varios hilos narrativos; y dos o tres personajes describen una misma escena con visiones diferentes. Tanto Faulkner como García Márquez recurren a la técnica del monólogo interior, es decir, dejan que el subconsciente fluya y se exprese libremente. La misma técnica utilizada por James Joyce y Virginia Wolf.


En su novela “Ulises”, James Joyce intenta registrar lo que un hombre dice, ve y piensa; y lo que ese decir, ver y pensar causa en el subconsciente. Virginia Wolf propone: Registremos los pensamientos como vayan cayendo en la mente, sin importar la aparente anarquía o incoherencia de los mismos. El producto de todo esto es lo que se ha dado en llamar “el fluir del subconsciente” o “el monólogo interior”.


Por ejemplo, como es típico en Faulkner, en “El amor en los tiempos del cólera” García Márquez empieza su relato en un momento próximo al final de la novela. Para García Márquez el primer enunciado de una novela es de fundamental importancia: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. El argumento de la novela se resuelve en un solo día, un domingo de Pentecostés. Por la mañana, apenas clareando el día el doctor Juvenal Urbino de 84 años, uno de los tres protagonistas de la historia acude a la casa de su amigo y rival en el ajedrez, el fugitivo haitiano inválido y fotógrafo de niños Jeremiah de Saint Amour que se ha quitado la vida con cianuro en un sahumerio de oro. Dispensa la autopsia, extiende el certificado de defunción y ordena que sea enterrado ese mismo día. Cuando regresa a su casa para el desayuno con su esposa Fermina Daza de 70 años, la segunda protagonista, se entera que el loro, mascota de la familia apreciada por sus habilidades, se ha escapado porque inadvertidamente le han crecido las alas y puede volar.


Después del mediodía la pareja asiste a una fiesta para celebrar las bodas de plata de un matrimonio amigo y por la tarde, al regresar a su casa la servidumbre le informa que el loro ha regresado y está en una rama del mango en el patio trasero de la casa. El doctor se acerca al árbol y le dice: “Eres un sinvergüenza” mientras intenta alcanzarlo; pero el loro se aleja caminando sobre la misma rama y le responde: ”Más sinvergüenza eres tú, doctor”. El doctor sube por una escalera pequeña recargada en el árbol y cuando atrapa al loro, la escalera resbala y Fermina Daza apenas tiene tiempo de despedirse de su esposo que muere por la caída.


Durante el velorio aparece el tercer protagonista de la historia, Florentino Ariza de 76 años, director de una empresa comercial de barcos de vapor que recorren el rio Magdalena, y primer novio de Fermina Daza en su lejana juventud. Con diligencia y discreción atiende las necesidades del velorio. Acarrea de su casa las sillas faltantes y suministra el brandy para la concurrencia que se ha trasladado de la fiesta al velorio. Cuando el loro regresa, antes de empezar con sus impertinencias, Florentino lo atrapa y lo encierra en un cuarto.


Juvenal Urbino y Jeremiah de Saint Amour quedan enterrados bajo la sombra del mismo árbol, el doctor dentro del cementerio en suelo sagrado, y el fotógrafo fuera del mismo como corresponde a los suicidas; solo los separa una barda. Al final del sepelio, Florentino es el último en irse y cuando se despide le dice a Fermina: “He esperado ésta ocasión durante más de medio siglo para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre”. Indignada porque el cuerpo de su esposo todavía está caliente, le contesta: “Lárgate y no te dejes ver en los años que te queden de vida, que espero sean muy pocos.”


Todo esto ocurre en un domingo de Pentecostés y en las primeras páginas de la novela. Después, durante más de trescientas páginas García Márquez se dedica a contar una de las historias de amor más sensacionales de todos los tiempos. García Márquez decía: “Cuan equivocados están los hombres que piensan que ya no pueden enamorarse porque han llegado a la vejez, cuando en realidad los hombres empiezan a envejecer cuando dejan de enamorarse”.


En 1948 y 1949 escribió para El Universal de Cartagena. De 1950 a 1952, con el seudónimo de Septimus, en homenaje a uno de los personajes de Virginia Wolf; escribió una columna llamada “La jirafa” para El Heraldo de Barranquilla. A petición de su amigo Álvaro Mutis, en 1954 se fue a Bogotá para trabajar en El Espectador como periodista y crítico de cine. Al año siguiente publica un reportaje, en 14 partes, sobre el naufragio de un destructor colombiano y contradice la versión oficial del gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla. Gabriel García Márquez, por razones de seguridad, tiene que salir de Colombia y es enviado a París como corresponsal de El Espectador.


García Márquez llega a París en julio de 1955. Dos meses antes había publicado su primera novela “La hojarasca”. En esta novela menciona por primera vez el lugar mítico llamado “Macondo”, una recreación literaria de su natal Aracataca. Se hospeda en el hotel de Flandre, un pequeño edificio en ruinas administrado por el matrimonio Lacroix.


El 6 de enero de 1956, El Espectador deja de circular por órdenes del dictador Rojas Pinilla, Gabriel se queda sin trabajo, y empieza una época más de privaciones. Durante 7 meses pasó hambres y no podía pagar el alquiler de su cuarto. El matrimonio Lacroix le permite quedarse pero tiene que cambiarse a un cuarto en la azotea, la parte más fría y donde sólo hay un baño para 17 cuartos. García Márquez sobrevivió con la ayuda de sus amigos, recolectando botellas y periódicos que vendía a los recicladores del Barrio Latino; y cantando boleros, vallenatos y rancheras mexicanas en un bar llamado L´Escale. En esos meses en París escribió “El coronel no tiene quien le escriba” y “La mala hora”.


Por esas fechas llegó su amigo Plinio Apuleyo Mendoza a quien conoció en Bogotá en sus tiempos de estudiante; y quien después escribiría sobre García Márquez en “El olor de la guayaba”.  En el verano de 1957 Plinio Apuleyo compró un viejo Renault y decidieron viajar, junto con Soledad, hermana de Plinio Apuleyo, a Alemania Oriental. Gabriel cuenta: ”Tuvimos una terrible impresión porque era muy triste la situación de los alemanes del lado oriental, controlado por la Unión Soviética. Un alemán de Heidelberg nos invitó a su casa y nos contó del férreo control sobre la población, del autoritarismo y de la falta absoluta de libertad”. Meses después Gabriel y Plinio Apuleyo viajaron a la Unión Soviética para ver de cerca el experimento socialista soviético. Quedaron decepcionados de lo que ocurría en la Unión Soviética, pero a pesar de ello, García Márquez siempre mantuvo su posición de izquierda. En 1960, tras el triunfo de la revolución cubana, García Márquez viaja a Cuba y se incorpora a la agencia de noticias Prensa Latina. Es entonces que se hace amigo del comandante Fidel Castro y de Ernesto Guevara “el Che”.



En el año 2007, después de una fiesta ofrecida por la esposa del presidente colombiano Álvaro Uribe en Cartagena de Indias, camino a su casa, García Márquez confesaría a su amigo Juan Gossain que no escribiría más. -Pero Gabo, le contestó el periodista-, ¿Cómo está esa vaina de que no vas a escribir más? Si nos estás debiendo al menos dos tomos más de tus memorias. Eran por lo menos tres tomos los que nos habías prometido. En las primeras páginas de su autobiografía “Vivir para contarla”, publicada en 2002 había dicho que ese libro era el primero de tres. 
 

- No va a haber ni dos ni tres ni nada- contestó García Márquez. Ya no me acuerdo de nada, y yo, como todos los escritores, vivo de la memoria. Y la memoria, Juan, ya me abandonó. Durante dos horas de la madrugada, recorriendo las estrechas calles de Cartagena de Indias, García Márquez confesó a su amigo: -Así las cosas. Ya no me acuerdo de nada y esto es muy doloroso para mí porque creo que aún tengo varias cosas que contar.- ¿Sabes por qué me hubiera gustado escribir el segundo volumen de mis memorias?


-¿Por qué, Gabo?- Preguntó Juan. -Por una razón fundamental. Por contar mi participación en los sucesos políticos de América Latina. Hay cosas que la gente no sabe. Unas maravillas de historias. -¿Cómo cuáles?- Como la que me pasó con los sandinistas, el presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez y el general Omar Torrijos.-¿Qué te pasó?- Le preguntó Gossain. Y entonces García Márquez le cuenta su aventura ocurrida a principios de 1979, cuando los sandinistas le pidieron su ayuda, en su lucha para derrocar al dictador Anastasio Somoza.


Otra de sus importantes participaciones en la política de América Latina fue su intermediación con el presidente Bill Clinton. Fidel Castro su amigo personal muy cercano desde la llegada de éste al poder en Cuba, se había enterado que García Márquez estaría en la universidad de Princeton, en Nueva Jersey, para hacer un taller de literatura en mayo de 1998; y le pidió que se entrevistara con Clinton para darle una información secreta sobre un plan terrorista en contra de Estados Unidos, que la inteligencia cubana acababa de descubrir. 


Esta es otra de las historias que García Márquez ya no pudo contarnos. Paradójicamente, en “Cien años de soledad” el escritor describe la peste del olvido sufrida por los habitantes de Macondo. Para recordar los nombres de las cosas, José Arcadio Buendía tuvo que colocar letreros, explicando su uso, en las cosas más cotidianas de la vida. Esta fue una de las tantas premoniciones que García Márquez tuvo durante su vida. 


El domingo 2 de julio de 1961, el mismo día en que se publicaba en los periódicos de todo el mundo la muerte del escritor norteamericano Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez llegó a la ciudad de México, procedente de Nueva York, donde había trabajado para la agencia cubana de noticias “Prensa Latina”; con 20 dólares en el bolsillo, acompañado de su esposa Mercedes Barcha y de su primer hijo, invitado por su amigo, el escritor colombiano Álvaro Mutis. Poco después, Gabriel decidió quedarse a vivir en México. Un día llegó Alvaro y le aventó un libro diciéndole: “Toma, lee esto”. Cuenta Gabriel que leyó y releyó hasta la madrugada el libro que le había dejado Mutis, quedando profundamente impresionado. El libro era “Pedro Paramo” de Juan Rulfo.


Gabriel García Márquez solía decir: “Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor”. Murió en la ciudad de México el 17 de abril de 2014, víctima del cáncer que padecía desde 1999.  La noticia se esparció por todo el mundo y la consternación llegó a todos los estratos sociales. En el hotel de Flandre, donde hay un monumento a García Márquez, los parisinos llegaron a entregarle ofrendas florales. El presidente colombiano decretó luto nacional por tres días y en México, en Bellas Artes, se le rindió un homenaje con flores amarillas, las preferidas de Gabo.


Como dice Julio Scherer García, llegó el tiempo de llorar a García Márquez; pero también llegó el tiempo, para aquellos que no lo han leído, en especial los jóvenes, de acercarse a sus obras, de disfrutar de la maestría narrativa y del espléndido e impecable manejo del idioma español de este extraordinario escritor latinoamericano. Leer sus libros es el mejor homenaje que se le puede hacer a Gabriel García Márquez.


En todas partes de éste mundo injusto y desigual que nos tocó vivir, hay aristócratas, burgueses, millonarios, clases medias; pero sobre todo, hay una  inmensa mayoría de seres humanos, los desheredados de la tierra a los que despectivamente se les llama la prole. De esto, Gabriel García Márquez tuvo conciencia plena porque de ahí salió. Aunque García Márquez declaró no ser comunista ni pertenecer a partido político alguno, siempre mantuvo una posición política liberal, progresista y socialista; y solía decir con el sentido del humor que siempre tuvo: “Si el saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”.


La clase aristocrática y burguesa colombiana jamás le perdonó a Gabriel García Márquez que habiendo salido de la pobreza absoluta, con su talento y persistencia, hubiera podido llegar tan lejos. Los conservadores colombianos no pudieron soportar que García Márquez fuera amigo de Fidel Castro y de la revolución cubana; y que prefiriera vivir en México, en lugar de haber regresado a Colombia para escribir la parte sustancial de su obra literaria que le permitió, sin abusar de nadie ni explotar a nadie, hacer mucho dinero vendiendo sus maravillosos libros, escritos con su talento y su propio y único esfuerzo. En el último párrafo de su discurso de aceptación del premio Nobel en Estocolmo, Gabriel García Márquez escribió:


Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en éste lugar: Me niego a aceptar el fin del hombre. No me sentiría digno de estar en éste sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a aceptar hace 32 años es ahora nada más que una posibilidad científica. Ante ésta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad, tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.




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