Época de Cerezos: matrioshka de la tragedia

La escritora Laura Baeza nos muestra que la desgracia vive en todas partes y que con el más mínimo esfuerzo se puede desatar.

Por Alejandro Carrillo | Foto: Paraíso Perdido

Es difícil el oficio de narrar en México. Además del reto y la incertidumbre de plantarse frente a la hoja en blanco, nuestros narradores tienen la sinuosa encomienda de escribir en un país en donde el mar se incendia, los trenes se caen del cielo y la tierra se abre de la noche a la mañana para tragarse casas, niños y perros; un país cuya realidad es más aguda que cualquier ficción.

Laura Baeza (Campeche, 1988), ganadora del Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo 2017, nos recuerda en Época de Cerezos (Editorial Paraíso Perdido) que de este lado del mundo la desgracia vive en todas partes y que a veces solo es necesario el más mínimo esfuerzo para desatarla.

Tomando como hilo conductor un desastre nuclear atómico en el olvidado sureste mexicano, la autora nos narra lo largo de una decena de historias entrelazadas que las tragedias más brutales son las más íntimas, con las que cargamos diariamente y que nos desploman y abaten por completo; más allá de los edificios colapsados, las nubes de polvo y el cielo quemado.

El vapor se condensaba en gotas a la hora del baño caliente: veía disolver su paso líquido por la ceniza pegada en el espejo en algo semejante a lágrimas oscuras mientras me afeitaba. Catalina me hablaba poco, como si en silencio nos pusiéramos de acuerdo para convivir con toda esa mugre decorando el fastidio de nuestro matrimonio.

Con una narrativa ágil, capaz de dibujar en pocos renglones una escena situada entre el polvo conyugal y el catastrófico, la escritora campechana muestra personajes propios de la idiosincrasia mexicana en todos sus estratos y la obra puede navegar tranquilamente entre el realismo mágico y la crítica mordaz al sistema político-social e incluso de salud. Difícil no asociar algunos pasajes de Época de Cerezos con la crisis sanitaria que estamos viviendo:

Íbamos de una clínica a otra transportando heridos para que se reencontraran con sus familiares, el personal no se daba abasto a la hora de acomodar enfermos porque ya no había camillas para los recién ingresados por algún choque o pleito callejero. El servicio médico debía continuar como fuese (…)

En lo personal, destaco el relato “La Carretera”, cuyo personaje principal me atrapó por completo, y me recordó en todo momento a la Leonora de Edgar Allan Poe, “la reina muerta que murió tan joven”; y también el último cuento que la da nombre y sentido al libro, haciéndonos saber que la tragedia también es cambio, que todo cabe en una maleta de ruedas y que seguramente hoy pertenecemos a otros lugares, historias y fantasmas.

Una semana fue suficiente para darme cuenta de que ya no pertenecía a casa de mis padres, ni a la ciudad, ya no tenía amigos ahí a quienes visitar ni nada más productivo por hacer en ese infierno bochornoso.

En síntesis, se puede decir que el libro de Laura Baeza es una matrioshka de la tragedia que irónicamente tiene como punto de partida una explosión como boom narrativo para conocer historias y personajes que en apariencia todos conocemos en el contexto mexicano, pero que solo son la punta de lanza de una obra cuya mayor virtud es adentrarnos en la psique de una sociedad enferma y contaminada por una catástrofe transexenal.

Solía preguntarme en silencio, si acaso los genes transmitían la locura.

 


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