Happier than ever: el registro de cambios

Un disco que representa algo de lo que se puede lograr con artistas con libertad creativa y de distribución.
Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez |

Pasaron tres años desde el lanzamiento de When we all fall asleep, where do we go?, un gran álbum introductorio para la carrera de cantante de Billie Eilish y para su hermano Finneas O’Connell. Éxitos como Bury a friend o Bad Guy, dejaron expectativas altas para el resto de su obra musical; Happier than ever, como un álbum que retoma algunos elementos de su predecesor y le suma muchos otros más personales, es una buena continuación a lo logrado con su primer disco, pero que causa un extraño efecto en su primera impresión.

Lanzado el 30 de julio de este año, en medio de una pandemia global y sin la posibilidad de tener una gira mundial, hizo uso de uno de los servicios de distribución de plataformas como Spotify, y si bien este tipo de formas de distribución no es nueva, es curioso ver cómo la producción de contenido se amolda a las nuevas realidades. Respecto a si es la mejor forma de distribución o no, no es un tema que nos compete tratar aquí.

Dentro del lanzamiento en Spotify, podíamos disfrutar de tres versiones -no muy distintas una de la otra- del mismo disco. Uno con las anotaciones de Billie Eilish en algunas canciones, otro organizado de distinta forma al disco base -por llamarlo de alguna forma-, y el disco tal cual podemos encontrarlo en el formato físico.

Además, a inicios de septiembre, el disco contó con una película -semianimada- distribuida por la plataforma de Disney +; Happier than ever: a love letter to Los Angeles, es un concierto inmersivo muy parecido a lo que podría ser un MTV Unplugged de la artista, acompañada de la filarmónica de Los Angeles -que hacen un trabajo magnífico al interpretar música que aparentemente no tendría nada que ver con lo que hacen habitualmente.

Hablando sobre el contenido del disco, las primeras ocho canciones sirven como una recapitulación de ritmos y estilos de lo que ya conocíamos de Billie Eilish, tanteando con un espléndido trabajo de producción y melodías muy silenciosas pero cautivadoras tanto en letra como en compás rítmico. Canciones como Oxytocin, Billie Bossanova, I didn’t change my number o GOLDWING, tanto en el concierto acompañado como por sí solas, juegan con el sonido estéreo, el volumen y los bajos que contrastan con la voz de Billie. Además, la mayoría de estas canciones hablan del crecimiento que ha tenido la artista desde aquel lejano 2016 cuando lanzaba Ocean Eyes. Habla un poco del cómo se siente desde la fama tan acelerada que obtuvo y se abre a temáticas más generales como la atracción y su propia experiencia en ello.

Las ocho canciones restantes podrían funcionar como otro álbum, desde una catarsis en el interludio de Not my responsability y Overheated, siguiendo por pensamientos sueltos que llevan a su conclusión en Male fantasy. Temas un poco más pesados como el acoso social, la muerte, la superación personal y la asimilación van dejando su huella entre ritmos más pop y pocas experimentaciones como las de las primeras ocho canciones.

En general, un disco que representa algo de lo que se puede lograr con artistas con libertad creativa y de distribución, tal vez un precedente para que cada vez más discos sean presentados por entero de forma digital antes que física. En lo personal, recomendaría el concierto de Disney +, pues muchas de las canciones adquieren una profundidad armoniosa mucho más grande siendo interpretadas por la filarmónica, como el caso de mi favorita personal: Billie Bossanova. En resumen, si bien, la segunda parte del disco puede parecer extraña, vale la pena darle una oportunidad de brillar por separado a lo que ya conocíamos en When we all fall to asleep, where do we go? Y si es que solo buscamos algo ya conocido, el disco también cumple con ello, y de una gran forma.

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