Letrinas: La sonrisa de la Muerte

-Bienvenido a mi tripulación, querido –me dijo mientras me miraba con esos ojos de color verde.

Por Cuerpodeperro Serna |


Las olas me movían de un lado a otro. Me sentía como un bebé siendo acunado. Era relajador; derecha, izquierda, derecha… Un timón de color negro se encontraba frente a mí. El día era oscuro, el aire nos invadía de todos lados. Sentía las bofetadas de aire por todos lados, la mano fría de la querida dama vestida de blanco en su enorme corcel vestido del mismo color. Las olas mecían mi barco de un lado a otro, las olas iban y venían. Mi tripulación entonaba una canción que habíamos escuchado en un bar de la pasada aldea, donde bebimos la cerveza del lugar directo del barril y escapamos después de terminar con la gente que se encontraba dentro. Alguna vez había escuchado que la gente le gustaba entonar canciones mientras se encontraba en su jornada de trabajo para así poder tener una mayor eficacia en lo que hacían. Me gustaba escucharlos cantar, me hacían pasar desapercibido el constante sonido del agua siendo azotada por un enemigo sólido y más con este aire que no dejaba de zumbar en mis orejas. Nuestro vigilante que se encontraba en las velas nos dio el mensaje de que se estaba acercando un barco. Antes de seguir escuchando las características del barco tomé mi catalejo y me enfoqué hacia donde me habían indicado que se acercaba el barco. El tamaño que tenía era un poco superior al de nosotros, tal vez nos tomaba un poco de altura. Pude identificar las armas que llevaban consigo, tenían más armamento que nosotros. Esperaba que al menos fuera un barco propiedad de algún país que estuviera en intercambio marítimo hacia otro. La bandera era de un color gris oscuro que se ondeaba con las bofetadas del aire. Enfoqué la vista en busca de la tripulación que se encontraba en el barco, pero no había nadie. El barco estaba abandonado, pero aun así seguía tomando rumbo hacia nuestra dirección. Mientras más se acercaba me preparaba para dar la orden de asalto. El barco seguía vagando hacia nosotros. Se acercó y estuvo a punto de golpearnos, pero frenó en el momento en el que daba vuelta al timón. Di el grito de asalto pero mi boca no emitió ningún sonido, estaba completamente mudo. Solté mi timón y comencé a caminar en dirección hacia el barco enemigo. La tripulación no dejaba de cantar mientras yo caminaba, al parecer no se daban cuenta de lo que estaba sucediendo, ninguno me volteaba a ver y ninguno me dirigía la palabra. Me acerqué lo suficiente y encontré el tramo menos extenso que se encontrara entre ambos barcos. Salté y pisé el barco de bandera gris. A cada paso me daba cuenta de que este barco estaba habitado por otra cosa que no se veía claramente. Pasaba junto a contornos muy poco visibles, eran el contorno de una sombra un poco difuminada. Se escuchaba otra canción que no logré identificar, surgían voces de los puestos de cañones, desde la altura de las velas, observaba pero sólo seguía distingüendo los contornos, sólo me rodeaban voces desconocidas. 

El viento dejó de azotar y comenzaron a caer pequeñas gotas de agua. Paso a paso me daba cuenta que esta no era mi época, aun así seguí avanzando para dirigirme al timón y tomar el barco como de mi propiedad. Crucé el barco y comencé a subir los escalones para llegar a la parte del timón. Cada rechinido que sonaba de las escaleras comenzaba a figurar el contorno de un cuerpo humano en el timón. Era una mujer la que llevaba el timón, vestía una túnica que dirigía diferentes colores dependiendo del lugar donde la estuvieras observando. El pelo le colgaba hasta los hombros, un pelo de color rojo y lacio. Una mirada cálida me observó subiendo hacia el lugar donde se encontraba ella y entonces una sonrisa me recibió.

-Bienvenido a mi tripulación, querido –me dijo mientras me miraba con esos ojos de color verde.

-A menos que yo sea el primer tripulante de este barco, no creo que a esto se le consideré una tripulación –contesté en un tono burlesco- Será mejor que me entregue el barco de buena gana y tal vez le dejemos en una aldea cercana, donde podrá buscar qué hacer con su vida.

-Qué generoso eres querido, pero no creo que el tiempo onírico que te resta te sirva para llevar a cabo todas tus amenazas. Por lo que será mejor que me escuches…

-¿Tiempo onírico? –pregunté interrumpiendo lo que decía-

-Será mejor que te diga la razón de este encuentro tan extraño para ti. Te lo explicaré rápidamente antes de que Morfeo se ponga como una fiera a discutirme, es un poco estricto y un amarguetas. –me respondió mientras se rascaba la parte trasera de la oreja derecha- 

-¿Morfeo? –pregunté confuso-

-¡Demonios! –me dijo haciendo caer su pie derecho en el suelo- En fin –suspiró- Al parecer tengo a alguien que de alguna forma te pertenece; tu querida esposa está en mi poder –me dijo mientras apretaba su puño- Lamento que te enteres de esta forma, pero esta es la forma en la que se enteran los que creen en la muerte. Es el trabajo que tengo que hacer –dijo alzando ambos brazos-

Pero… pero… -le dije mientras caía hincado frente a ella, mientras me miraba ambas manos, las cuales le comenzaban a derramar algunas gotas desde la altura- ¿Qué le pasó? ¿Por qué la escogiste a ella? –le dije entre sollozos-

-Sólo recibo órdenes –me respondió con cara seria- Cuando se termine tu tiempo, sabrás que ocurrió con ella. 

Sacó una pistola que llevaba en una bolsa de su túnica. La recargó y me la acercó a la frente. Sentí el frío del arma, el poder de millones de personas que han utilizado esa clase de cosas para acabar con vidas, sentía el poder de la vida y la muerte en un gatillo. Tomó mi cara desde la barbilla y la levantó para que la viera a los ojos. Sus ojos ahora eran de un color gris sin vida, se había disuelto la calidad de su cara. Su piel se veía seca como barro.

-Sólo dile que... –No tenía exactamente palabras que le fueran entregadas a ella, no me venía nada a la mente, sólo sentía decepción por lo que ocurriría después de que se acabara mi tiempo. Y entonces recordé.- ¿Qué pasa con el bebé?

Volvió a mostrar su gran sonrisa, una sonrisa que mostraba lo cálido que podía llegar a ser la señora muerte.

-Lo siento –me respondió- Yo no hablo con los muertos.

Entonces jaló el gatillo.
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