Letrinas: Ojos de amanecer (sus labios me sabían a mona)

Nunca he “moneado” pero pues según yo es como thinner en una bolita de algodón... creo. Así como olía el taller de carpintería en la secundaria.



Ojos de amanecer (sus labios me sabían a mona)

Por Chrys Sainos


— Agárrate fuerte y tranquila, nada malo pasará.

Aferré mi cuerpo contra el suyo y entonces me perdí en el amanecer de sus ojos.

Reaccioné cuando una camioneta casi nos hace papilla.

Siempre tuve miedo a la velocidad pero mis fobias no me iban a privar del placer de rodear su cuerpo con mis brazos.

Ajustaba el enorme casco a mi cabeza cada tres minutos para que no volara a mitad del periférico provocando un accidente al puro estilo de destino final.

Te reíste tanto de mi cara pálida y de mi forma de llorar cuando un tráiler casi nos lleva de corbata.

Llegamos a nuestro destino y te besé con desesperada ansiedad al despedirme. Necesitaba dormir profundamente después de casi verte morir.

Hoy desperté pensando en ti.

Cada mañana de lunes el mismo martirologio. Café, sueño, la mañana nublada… Pero esta vez fue diferente gracias a tus ojos de sol.

Una rola de Catana sonaba en el tocadiscos. Sí, ahora lo vintage es cool otra vez; o ¿es una moda surgida de esa atemporalidad y sensación de muerte cercana que nos dejó una epidemia mundial?

Como sea, en mi mente la música se mezcla con nostalgia y emoción.

A mis treinta y tantos no suelo emocionarme por un idilio de fin de semana, por eso no entiendo porqué no dejaba de sonreír cada vez que a mi mente volvía el recuerdo de tu sonrisa dulce, tus manos fuertes y tu piel de fuego.

"Debo dejar de buscar el amor y convertirme en una adulta funcional", me repito mientras explotan estrellas en mi estómago al mirar la última foto que subiste a IG, "las relaciones a distancia no funcionan" repito mientras recuerdo el sabor embriagante de tu saliva y me regaño cuando recuerdo que te mentí diciendo "aquí nadie se va a enamorar" antes de verte partir.

Sus besos me sabían a mona.

Nunca he “moneado” pero pues según yo es como thinner en una bolita de algodón... creo. Así como olía el taller de carpintería en la secundaria. Rico, mareador, a peligro.

Él era para mí mucho más que un cuerpo bien formado de hermosas proporciones. Tenía la sonrisa dulce; como olor a pan recién horneado  y la mirada cálida como un amanecer en la playa.

Sus ojos me ponían mal, nerviosa y sonsa. Hasta ganas de escribir poesía me daban.

No soy poeta. Nadie lo es.

Esos remedos de Cortázar y Bukowski que deambulan entre la intelectualidad y el ocio son sólo borrachos patibularios que en la poesía encontraron una forma de justificar su miseria, con pretexto de un concepto de belleza más rancia que sus saquitos de terciopelo.

Esos son mis pares. Pero no son poetas.

Encontramos una utopía romántica entre la rebeldía  de mis demonios y el fuego de los suyos. Nada podía salir mal.

Cinco años de sexo salvaje, gatos y arte.

Pasabas temporadas largas entre mis piernas haciendo música con el viento, mientras mi pluma sangraba tinta cada que el timbre de tu voz incendiaba  mis entrañas y aceleraba mis latidos.

Construimos la vida que jamás quisimos pero siempre soñamos. Sobre una motoneta fiada recorrimos caminos prohibidos y senderos olvidados.

— Agárrate fuerte y tranquila, nada malo pasará.

Aferré mi cuerpo contra el suyo y entonces me perdí en el amanecer de sus ojos.

Desperté un día en una cama extraña, incómoda y gris. La enfermera me puso al tanto de los últimos años.

Todo había cambiado.

¡Mi cara, cuerpo y mirada! La persona en el espejo me era completamente ajena.

Pregunté por ti. Sin recibir respuesta. Cómo si jamás hubieras existido. Nuestro departamento en Cholula, mis libros, tus tocadas, la línea de joyería artesanal que lanzamos juntos.

Nada pasó realmente.

Cada noche sentados en la azotea mirando las estrellas con un porro y tus ojos encendidos de fuego al hacerme el amor fueron solo un producto de las benzodiacepinas que consumo desde hace años para sobrellevar una realidad que jamás pude afrontar.

Desde el momento en que subí a esa motocicleta supe que algo no iba bien. Tus maniobras eran más imprudentes que intrépidas. El colmo de mi ansiedad llegó cuando pasamos entre dos tráilers de doble eje y tú reías al tomar el periférico como si de una pista de motocross se tratara. Las mentadas de madre de los automovilistas, mis manos sudorosas apretando fuerte tu pecho, mi mente gritando "¡basta, detente!" y luego...

Agárrate fuerte y tranquila, nada malo pasará.

Aferré mi cuerpo contra el suyo, me perdí en el amanecer de sus ojos y entonces... llegó la oscuridad.


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