Letrinas: O Rei

Samanta Galán Villa (Moroleón, Guanajuato,1991). Recientemente se publicó su primer libro de cuentos 'Amorfismos' (2022), con La Tinta del Silencio.


O Rei

Samanta Galán Villa


Al pensar en mi padre, puedo recordar claramente su cuerpo inmóvil frente a la imagen de O Rei. Un póster que consiguió en un mercado, en donde se ve al ídolo del futbol de espaldas, mostrando en la playera verdeamarela el número diez. Su cara de lado, sonriendo feliz de saberse el mejor futbolista del mundo.

Lo fue para muchos. Lo fue para mi padre.

No sólo coleccionaba varios recortes de periódico sobre las victorias de Pelé en el Santos FC o incluso algunas notas de revistas, también tenía un par de jerseys supuestamente autografiadas por él, colgadas en un gancho de madera y cubiertas con una bolsa de plástico. Muy parecido a como entregan los trajes en la lavandería.

El cuarto de mi padre era un santuario para do Nascimento. No había mujer que le reclamara su afición porque mi mamá falleció cuando yo tenía tres años por una angina de pecho. Según mi papá, no fue eso, sino los corajes que hacía ella porque siempre se hizo en esa casa su santa voluntad. Y es por eso que tengo este nombre, esta cruz. Pelé Reymundo González Chagoya.

Qué orgullo para mi papá presentarme con sus amigos diciendo mi nombre completo, haciendo énfasis en la última e de mi primer nombre. Pelé. En ese entonces, cuando tenía apenas diez años, llamarme así me ponía a la par de ellos y hasta más alto.

Nunca vi jugar a O Rei, pero mi papá me contaba historias increíbles sobre sus goles y sus Copas del Mundo. Decía, con aires de profeta, que si Pelé se coronaba como el rey en otro Mundial, entonces habría más ganancias en el negocio de tapicería que nos daba el sustento. Si Pelé gana otro Mundial entonces tú, hijo, serás igual de grande que él. Algún día tú llevarás a este país a la final y yo diré orgulloso que Pelé Reymundo es mi hijo. Eso decía.

Para mí no había labor más importante. La escuela era un desperdicio de tiempo. Salía corriendo de clases para tomar un balón que se desbarataba con cada golpe. Ponía dos cubetas como portería y practicaba penales. Con mis amigos jugaba a la hora del recreo y de la salida.

Nunca estuvimos en un torneo formal hasta que mi papá me inscribió en uno con muchachos más grandes que yo. En el primer partido me dieron una paliza. Un llegue arriba del talón me sacó del partido.

Entre mis lágrimas vi la cara de mi papá, diciendo que no. Arqueando las cejas como cuando un sillón ya estaba muy usado y no tenía remedio. Al siguiente partido no fue. Imaginé que ya se había arrepentido de llamarme Pelé Reymundo. Y a mí ya no me sabía igual patear la pelota si no era para llevar este nombre a la cima.

No volví a jugar futbol. Mi papá se encerraba en ese cuarto cada vez más seguido, escuchando las noticias de su ídolo. No sé por qué, pero lo sentí más ausente. Como si el futbol fuera ese lazo de amor que cualquier hijo quiere construir con su padre y que, si falla un penal, una asistencia o un tiro libre, entonces también fallan esos ratos en donde se sientan a las ocho a ver dos equipos enfrentarse. Enojarse porque el árbitro es un ciego que no ve esto o aquello y celebrar juntos cuando cae un gol a favor.

Mi padre nunca imaginó que el Pelé Reymundo al que le tenía tanta fe para llevar a México a la gloria en el Mundial, terminaría estudiando Leyes. Y cuando salí de ese universo en el que sólo existíamos mi papá y yo, me di cuenta de que mi nombre no era una bendición. Era un chiste.

El abogado Pelé Reymundo, ¿te imaginas?, decían las muchachas del salón y a mí me ardía la cara de vergüenza. Quería reclamarle su locura y su desmedida afición, pero, a fin de cuentas, mi papá me hubiera puesto ese nombre aunque naciera cien veces.

Entonces investigué todo para cambiármelo y ponerme uno como cualquiera. A lo mejor Silvestre como mi abuelo, Juan Carlos como mi tío. Rafael, como mi padre.

Pero una tarde me invitaron a cascarear afuera de la facu. Yo centro delantero. Nunca tuve problemas para correr ni cabecear. El ADN me bendijo con piernas largas y una flacura que yo muchas veces pensé insana.

El aire me daba en la cara, sentí cómo el sudor de mi frente y del pecho se secaban al tiempo de burlar a los defensas y anotar el primer gol. Un cabezazo que dejó al portero del otro equipo con la boca abierta, inmóvil.

Pelé Reymundo, Pelé Reymundo gritaban los curiosos que se juntaron alrededor de la cancha. Dicen por ahí que el cuerpo tiene memoria y que nunca olvida sus verdaderas pasiones. Y esa tarde hice seis goles, los que me hubiera gustado hacer en aquel torneo infantil ante los ojos de mi viejo.

Por primera vez en años sentí orgullo de llevar ese nombre. Los maestros me dijeron bien que te queda. A lo mejor te equivocaste de carrera y lo tuyo era el deporte. En la Selección Mexicana hace falta un Pelé como tú.

El aire de todo el mundo me cabía en los pulmones. Se me atoró la emoción en la garganta. Corrí, atravesé las avenidas, ensuciándome el pantalón con los charcos de agua, pisando chicles, esquivando perros y señoras con sus hijos.

Me quité la camisa para que el humo de los carros no ensuciara mi victoria.

Llegué a la casa y encontré a mi papá en el patio. Estaba sentado en un tronco de madera. Grapas en medio de los labios, midiendo un pedazo de tela de terciopelo azul. Las bolsas de sus ojos nunca me parecieron tan grandes. Las grapas temblaban entre sus dientes y un hilo de saliva le resbaló por la barbilla y cayó sobre su vientre, que se asomaba debajo de la camisa.

¿Qué quieres?, preguntó.

Papá, hoy jugué fut.

Su boca se abrió como una tumba dispuesta a recibirme. Se estaba riendo. Su barriga brincaba con las carcajadas y dijo apoco todavía se acuerda cómo jugar el señorito. ¿Y ganaste?

No, le respondí. Hoy tampoco pude.



Samanta Galán Villa (Moroleón, Guanajuato,1991) textos suyos se publicaron en medios como la Revista Pez Banana, Revista Estrépito, Sputnik, Neotraba, Monolito, Low-fi ardentía y en el periódico oaxaqueño El Imparcial. Actualmente, lleva un diplomado en Literaria, Centro Mexicano de Escritores y forma parte del taller de novela corta del escritor Eugenio Partida. Recientemente se publicó su primer libro de cuentos 'Amorfismos' (2022), con editorial La Tinta del Silencio.
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