La fuerza invisible de "Auliya": un viaje de amor entre la magia y el desierto.

Una reseña de "Auliya", de Verónica Murguía: una novela sobre el amor, la diferencia y el renacer en medio del desierto.


Falses Beatniks | Por Ale Ballesteros


En algún lugar del Medio Oriente existe una pequeña aldea llamada Achedjar. La arena blanca y el sol abrasador cubren todo a su paso y apenas algunas plantas crecen en la región así como algunas cabras que dan leche. Los habitantes sobreviven día a día.

Dentro de esta miseria nace Auliya, una pequeña que es marginada desde el instante de su nacimiento debido a, entre otras cosas, tener una pierna más larga que la otra. La postura del pueblo hacía Auliya se funda en el miedo: nace de la ignorancia, no entienden y, por tanto, temen. En consecuencia, la tribu la considera un mal presagio y sus padres no tienen más remedio que ocultar a su pequeña hija. Lo mismo para los dones que ella comienza a manifestar tan pronto comienza su niñez…

El temor a lo desconocido es un fenómeno universal. En él encontramos raíces psicológicas, culturales e incluso biológicas. La reacción “natural” es el deseo de alejarlo y negarlo, si no es posible eliminarlo. Sin embargo, nunca habrá de existir una explicación que justifique la crueldad.

Murguía construye la imagen de una joven devota tanto de sus padre como de su fe. Una personaje que tratará de desmentir los rumores que han crecido en Achedjar y cuya lucha no será suficiente para esperar que pueda conocer a alguien que se case con ella. Una vida de soledad es lo que habrá que aceptar.

El cuidado determina mucho de su esencia. Por ejemplo, cierto día, un joven casi moribundo de nombre Abú al-Jakúm quien recién emprendía un viaje de autodescubrimiento con rumbo al mar, llega en el lomo de un caballo y los habitantes asumen lo peor del forastero. Asociando su misteriosa llegada con el mal presagio que es Auliya y esta idea cobra fuerza cuando la joven coja muestra interés en el enfermo. Será la única que limpie cada día sus heridas, lo alimente y ore por su recuperación, mientras el resto esperan su mejora para ver su partida inmediata.

A diferencia de su tribu, Auliya no adopta una actitud de rechazo a lo desconocido. Al contrario, se interesa en saber cómo y de dónde pudo llegar un joven tan mal herido. En aquellos momentos breves de lucidez que comienza a manifestar Abú al-Jakúm, el moribundo, muestra interés en los rasgos singulares que posee la joven que siempre está a su lado. Como agradecimiento, le contará numerosos relatos y en ella nacerá un deseo de salir a conocer el mundo, como aquellos viajeros de los cuentos.

Observamos el nacimiento de un amor que sobrepasa los prejuicios que el pueblo tiene sobre ambos. La autora narra este encuentro no encerrándose en la confusión, sino en el sentir de sus presencias, en interesarse el uno por el otro a través de pequeños detalles que reflejan sus verdaderas emociones. El joven herido, a pesar de saber cual es la probabilidad de su recuperación, procura mantener en calma a Auliya, brindándole una sonrisa cada vez que ella lo alimenta o cura sus heridas con los remedios caseros que prepara.

No obstante, encontraremos un tratamiento donde el amor aparece como efímero y Auliya, a través de este elemento, hará conciencia de sus poderes, la conexión que sus emociones logran establecer en los sueños, los eventos climáticos y eventualmente en el reino animal. Así, emprende un viaje en busca del mar del que escuchó hablar en las historias de Abu al-Jakúm.

Verónica Murguía nos adentrará en esta travesía por el desierto, el cual refleja la madurez que crece en su personaje a medida que se enfrenta con cada dificultad. Desde aprender a mantener comunicación con las diferentes criaturas que la ayudan a seguir su camino, aprender a manejar sus poderes y hasta la repentina ausencia de ellos.

Su estilo narrativo en tercera persona encaja con lo que desea transmitir a lo largo de su novela, combinado con la atmósfera poética, mítica y fantástica que crea, con un toque de metáfora en el renacer de Auliya. Resurgir sin más, que tu cuerpo sin memoria alguna de quién fuiste o eres lo redescubre de una forma tan genuina. Es decir, Murguía no crea una heroína inquebrantable, sino una joven que se deja cautivar por sus alrededores, que duda de lo que experimenta, sufre la incertidumbre, al igual que tiene constantes caídas, pero no la retroceden sino que la fortalecen.

Por momentos podemos llegar a cuestionar si algún día terminarán los constantes obstáculos que nuestra protagonista debe atravesar. Sin embargo, una suave brisa de mar es la que nos conduce a su final.

La protagonista pasa de ser una criatura solitaria y, a ojos de los demás, “peligrosa” a ser una diosa de la abundancia, emanando una esencia de valentía pura, sin dejar de ser la misma chica. Auliya es una joven que con frecuencia se ve perdida en diferentes cambios, físicos y mentales, demostrando que son consecuencia de la imagen que crearon de ella.

Podríamos relacionar sus diversos cambios con diferentes etapas de la vida. El tiempo no se detiene, vivimos eventos que nos obligan a cambiar. Estos cambios son confusos, a menudo frustrantes, a veces nos perdemos pero siempre podemos renacer de nuestros propios miedos.

Al final, encontramos una reminiscencia con la maga Auliya, que conectó con el mundo y lo multiplicó. Su esencia radica en renacer en algo más especial cada vez.
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