Letrinas: Sweet Girl

Eva Sulim Campos Martínez ha publicado cuentos en diferentes medios como Licor de Cuervo, Estrépito, Nudo Gregoriano y Revista Sputnik.



Sweet Girl

Eva Campos

Hoy era mi última noche como auxiliar de registro de una empresa de maniquíes. No había renunciado porque el salario fuese malo, ni mucho menos porque hubiese un ambiente de trabajo feo. De hecho, pensar en la razón de mi renuncia, me hacía sentir como una completa estúpida; incluso, tuve que mentir diciendo que el turno nocturno había sido muy pesado para mí, a tener que revelar mi verdadera razón, pues yo sabía que, sin duda, me tomarían por loca; porque, era por ella, una sweet girl de plástico.

            Recuerdo que la primera vez que llegué a la oficina me sentí muy incómoda en el sitio, al principio lo atribuí a la forma que tenía el lugar; pues el piso era cuadrado con un enorme hueco en medio, que dejaba ver los pasillos de los siguientes pisos; lo único que apartaba al corredor del abismo, era un simple barandal de barrotes metálicos. Sin mencionar, que en ese nivel sólo se hallaban dos oficinas, una paralela a la otra, divididas por la abertura del suelo; una de las oficinas era la bodega, de donde debía sacar las cajas de los registros que tenía que capturar en la otra oficina, por lo que debía cruzar todo el nivel para poder realizar mi trabajo.

Sin embargo, pronto descubrí que la ansiedad no era por el diseño del edificio, sino se debía a un maniquí que se encontraba en la bodega. Me puso la piel de gallina cuando me topé con Hortensia. Era un maniquí de un aspecto muy desagradable. Su cabello era negro, corto y muy despeinado, tenía piel de silicona color blanco. Y su rostro… apreté la mandíbula, su rostro era lo que más me incomodaba, pues sus rasgos parecían a los de una persona real. Sus ojos eran redondos, de color café, estaban tan detallados que, incluso, era capaz de ver sus iris; tenía pestañas tupidas, nariz alargada, labios gruesos de un material carnoso y sus pómulos eran muy pronunciados. Jamás había visto un maniquí que tuviera características así de humanas, al grado de simular tener piel. Ella era parte de una colección de maniquíes que tenía por nombre Sweet Girl, que había sido creada hace doce años; por lo que me contó Iván, mi jefe, su venta había sido un total fracaso, pues todas las personas que veían a las Sweet Girl, experimentaban lo mismo que yo había sentido; aborrecimiento y espanto.

En un inicio traté de ignorar su presencia, convenciéndome sobre que ella sólo era una muñeca. Las primeras semanas logré hacerlo; cuando iba hacia la bodega trataba de no mirarla, de tomar las cajas que ocuparía e irme lo más rápido posible. Por un momento, creí que, de verdad, podría sobrellevar la ansiedad que me provocaba su aspecto. Sin embargo, no fue así. Con cada día que pasaba me sentía peor, no entendía por qué me ocurría aquello, simplemente lo sentía hasta mis huesos. Hortensia me angustiaba al grado que, incluso, había comenzado a tener pesadillas con ella; en mis sueños ella me sonreía y después me tiraba por las escaleras. Desde que tuve esos sueños, había comenzado a sentir que, Hortensia, realmente me miraba y, por eso, es que había decidido renunciar. 

Sólo debía cumplir con este turno, y podría irme por la mañana, para no regresar nunca más. Mis manos temblaron. Me había hecho el propósito de no ir ni una sola vez a la bodega, para no verla. Observé el cristal blancuzco que tenía la puerta de la oficina, los latidos de mi corazón se volvieron rápidos, miré fijamente la sombra que allí se reflejaba. Respiré aceleradamente. La forma de la sombra se parecía a la silueta de Hortensia. Sabía que era imposible que ella estuviera de pie, afuera de la oficina, esperándome, pero la sola idea de pensarlo me provocaba espasmos violentos en el estómago.

Tragué despacio y cerré los ojos. A lo mejor sólo estaba alucinando, a lo mejor la ansiedad que sentía me estaba provocando visiones. Respiré profundo y abrí los ojos. La sombra seguía allí. Mis piernas temblaron.

—¿Iván? ¿Eres tú? —susurré despacio. No obtuve respuesta—. Por favor, Iván, si esto es una broma, de verdad me estás asustando.

Respiré profundo una vez más, caminé despacio hacia la puerta, sin quitarle la mirada a la sombra, y giré la perilla, poco a poco. Sin esperar más, abrí de un zarpazo y salí hacia el pasillo rápidamente, como si quisiera sorprender a alguien en medio de su travesura. Mi cuerpo se sobresaltó. No había nadie. No estaba Iván, ni Hortensia, ni nada que hubiera podido proyectar sombra alguna. Miré a todos lados y abracé mi cuerpo, el ambiente estaba muy helado y olía muy mal, como a perro muerto. «Tranquila, Martha, no pierdas la cabeza», me dije mentalmente. Seguramente, sí eran mis nervios los que me estaban provocando todo esto. Di media vuelta, dispuesta a entrar de nuevo en la oficina, pero un sonido me detuvo; giré mi rostro hacia el final del pasillo. Se escuchaba como si alguien estuviera chocando sus dientes unos contra otros, una y otra vez. Fruncí las cejas, ¿qué era eso?

Me quedé de pie, mirando fijamente hacia donde provenía el sonido, pero no lograba divisar nada que pudiera provocarlo. Un escalofrío recorrió mi espalda. Respiré despacio, la atmósfera no sólo era fría, sino que ahora se había vuelto pesada, como si estuviera en un lugar completamente cerrado, con muy poco aire. El sonido desapareció y el silencio reinó. Todo estaba tan callado que, incluso, mi propia respiración se escuchaba muy fuerte. De pronto, un cosquilleo me invadió de pies a cabeza, moví mis ojos de un lado hacia otro, sentí un sorpresivo repelús. No sabía cómo, pero estaba segura de que algo estaba ahí conmigo. Algo estaba mirándome.

Un mechón de mi cabello se movió, y al tiempo sentí una respiración en mi nuca. Me petrifiqué. Mis labios temblaron, y viré mi rostro hacia atrás. Allí estaba. Sin explicación lógica, sin razón; Hortensia me estaba sonriendo de oreja a oreja. Grité horrorizada y corrí despavorida hacia las escaleras. ¡Lo sabía! ¡Sabía que estaba viva! ¡Por eso me sentía así con ella, porque todo el tiempo estuvo mirándome! Seguí corriendo, mientras gritaba «¡Está viva, está viva!».

Cuando llegué a las escaleras, miré de nuevo hacia atrás, sólo para asegurarme de que ella no me estuviera siguiendo; pero al igual que con la sombra, ella ya no estaba. Bajé las escaleras sin esperar a que volviera a aparecer, pero entonces, la vi al final de éstas, estaba allí, esperándome. Regresé sobre mis pasos y subí corriendo tan rápido que, inevitablemente, resbalé y rodé escaleras abajo. Lo último que vi, antes de perder el conocimiento, era a Hortensia, asomada por el barandal, riendo, igual que en mi sueño.


Eva Sulim Campos Martínez ha publicado cuentos en diferentes medios, como El Velador en Licor de Cuervo, La mosca en Estrépito, Petunia y su hambre en Nudo Gregoriano y Revista Sputnik. Así como también, ha sido parte de dos antologías, una de la Editorial Tinta de Escritores TDE, con su cuento Un labial y un vestido de 1922. Y la segunda en la Editorial Lebri, con su cuento La casa de mi abuela.
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