Mad Max: Fury Road. El futuro presente.

Mad Max es una de las mejores películas veraniegas del año y, muy probablemente, una de las mejores de varios veranos recientes.
 Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |

          
A tres décadas y media de que se estrenó “Mad Max” (1979), aquella apocalíptica cinta de acción que catapultó a la fama al actor Mel Gibson,  George Miller  (escritor, productor y director australiano) estrena un nuevo capítulo cinematográfico relacionado con la misma, en el cual revitaliza al ex policía y “demente” antihéroe que recorre, en su peculiar vehículo y sin rumbo fijo, los kilómetros de un mundo paralizado entre la miseria y la esquizofrenia así como la escasez de petróleo, agua y buenos modales.

Pero Miller no sólo da nuevos bríos a los pistones, rugidos y peleas de su exitosa franquicia relacionada con el Loco Max, sino que reconstruye el cine de acción puro, ese que recurre a los efectos especiales hechos a la antigüita y con una extensa nómina de stunts en su crew. El resultado es una de las mejores películas veraniegas del año y, muy probablemente, una de las mejores de varios veranos recientes.

A muchos les podría parecer una simple y obvia película de persecución entre buenos y malos, pero el argumento es tan brillante, reflejo de un libreto concienzudo y bien armado, que en un abrir y cerrar de ojos, sin pretensiones, de manera ingeniosa, se critica a varios de los cánceres políticos y socioeconómicos que están mermando  nuestro mundo; cánceres derivados de la ambición y locura del ser humano, un ser adicto al oro negro y ensimismado en hacer inferior a su semejante. Esto último conlleva a pagar una de las deudas de la anterior trilogía de Miller: la de feminizar la batalla por la supervivencia en un apocalipsis cercano. La mujer se encumbra como la mejor utopía y rostro cálido de un nuevo alfa.


 
También queda clara la postura de Miller ante la frenética y cruel división de clases que se encuentran descarnadamente en el universo que él mismo ha planteado, lo cual es un símbolo o una alegoría de un futuro presente fragmentado, el cual no se puede negar,  no obstante estar en plena era de la digitalización y, en consecuencia, de la supuesta globalización de la comunicación integral e inmediata. 


Las máquinas y el petróleo son los que realmente han gobernado al ser humano, y no al revés, lo que ha provocado la automatización y desteñimiento de la esencia humana. Pero no todo está perdido. Miller propone un nuevo tipo de éxodo: el de ir, o más bien regresar, por lo que siempre nos ha pertenecido. 

         
“Mad Max: Fury Road” es una cinta que eleva los parámetros para las películas de acción o héroes; más para aquellas que únicamente acuden, de manera cansina en muchas ocasiones, a los constantes efectos digitales con el objeto de mantener a la audiencia entretenida, porque el largometraje futurista de Miller casi no hace uso de ellos, ni los necesita, para plasmar una historia emocionante, intensa, espectacular y profundamente oscura. Lejos de las constantes persecuciones y el trastornado ritmo de las mismas, se percibe un eco de desesperanza y melancolía en el relato del realizador australiano.

El grandilocuente diseño de producción, la orgásmica edición, el fastuoso manejo del encuadre, los delirantes vestuarios y maquillajes, junto con la actuación poderosísima de Charlize Theron (como la fuerte protagonista femenina Emperadora Furiosa), logran acentuar el penetrante discurso audiovisual de George Miller, ese en donde se trata de recuperar la humanización de un mundo objetivizado, heteropatriarcado y poseedor de una juventud enajenada por los falsos profetas.


 Los puntos que debilitan la historia de Miller, que evitan entregar una historia casi perfecta, quedándose cerca de un equilibrio ideal entre forma y fondo, son algunos clichés en los que cae el argumento  como los del villano imbatible o los secuaces deformados. Para los fanáticos de la saga, el punto más criticable seguramente será el pobre desarrollo que le otorgan al personaje central, Max, quien en la interpretación del actor británico Tom Hardy encuentra un convincente guerrero trastornado de las carreteras, pero maniatado por sus escasos diálogos y su restringida transformación emocional.


Sin embargo, Mad Max suele ser así y Miller consigue desbordar la pantalla con una caótica, pesimista y violenta arenga que establece cátedra entre los blockbusters cinematográficos, no tanto por sus detonaciones gráficas, sino por su explosiva narrativa alegórica. Las olas de arena se elevan, los seres que habitan el planeta han transmutado y la eterna soledad de un hombre dañado, la cual refleja nuestros más nauseabundos e intempestivos sueños erosionados, se hace brutalmente presente. 

Una distopía que causa un tremendo shock. Una brutal sacudida para por fin terminar con la demencia de considerar normal este podrido mundo nuestro.      
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