Letrinas: Visita dominical

No te creo nada, vienes cada fin de mes a decirme lo mismo. Que ya encontraste a la verdadera conquistadora de tu alma seca, a la que te va a salvar por fin, a la que te va a regresar al mundo de los vivos, a la que tiene todas las esferas del dragón. Qué risa me das, Alejandro.


Delirium Tremens-
Por Alejandro Carrillo-
"Es como querer cargar un gato callejero"
-Xavier Velasco


Aquella mañana me desperté en la banca de un parque, no sé si me despertó el frío, la sed o la luz del sol. Esa noche soñé que me moría en la cama de un hospital. Los servidores públicos municipales ya regaban los camellones y barrían las hojas de los árboles, lo cual me recordó que el otoño había llegado esa mañana y con él las mandarinas, las flores amarillas y el olor a muerte que siempre me llama en esta época del año. Aún era temprano, calculé que serían las siete de la mañana del domingo pues no había mucha gente ni autos en las calles; el sonido del semáforo de la esquina me condujo a la cama de un hospital donde me moría durante la noche anterior en un sueño. Atribuí que la resonancia del semáforo –idéntico al de un pulsioxímetro de terapia intensiva en un hospital- me mantuvo consciente de estar vivo.

En efecto era domingo. Las puertas de la catedral estaban abiertas de par en par y la gente caminaba con el optimismo inútil de no saberse atrapados por la mañana en un cubículo de tres por tres. Como es costumbre -cuando por equivocación me encuentro cerca de catedral- entré a las criptas a leer los nombres y las fechas de los que fueron más afortunados que yo –más como un hobby que como una purga-. Es de todos sabido que descansar tus restos en las criptas de la catedral es sinónimo de estatus y una muestra de que durante tu vida fuiste parte de la crema y nata de la época. Hasta en eso la historia del mundo y de las ciudades, es la historia de la lucha de clases; la familia, la propiedad privada y el amor.

Las señoras guaguaronas y fufurufas apenas salen de misa presumen que su raza de alto pedorraje ya acabó de pagar su lotecito en el lugar, y si paras bien la oreja hasta te enteras de los chismes de los muertitos, como aquel de cierto gobernador que por andar con su amante mandó a matar a su esposa y al poco tiempo también a su amante porque ésta lo amenazó que si la volvía a madrear lo iba a delatar de que había matado a su esposa –ahora ex esposa y difunta-. Total que el muy cabrón pagó dos cajoncitos contiguos a perpetuidad para tener juntitas a sus viejas mientras él pidió ser enterrado en el Panteón Municipal con el pueblo, ‘pues al pueblo siempre se debió’. Léase: antes muerto junto a los jodidos, que jodido y muerto junto a las arpías. Un chingonazo, pues.

La historia me dio ternura y me hizo pensar en la fragilidad de un hombre -sin importar qué hombre- postrado ante la voluntad de una mujer. Sentí tristeza y fui al panteón a dejarle flores a Matilde. No la encontré en su lugar, así que olvidé las flores por ahí y caminé a la siguiente sección-pasillo 31-lápida 17. Ahí estaba ella, sentada en mi tapita de mármol, limándose las uñas-:

‘Aquí yace Alejandro Mata, ahora muerto también por dentro’.

-¿Otra vez sin flores? – refunfuñó cruzada de piernas-.
-No vine a verte a ti, Matilde.
-Por favor, Alejandro, te pareces tanto a mí.
-Bueno ¿y qué haces aquí? – pregunté haciéndome el tonto -. 
-Pues vine a arreglar tu desmadre porque parece que ni tu madre ni tus pocos conocidos se han enterado de que ya estás muerto, o les vale. Y sabes que odio el desorden; mira hasta me robé unos tulipanes de por allá para ti.

Lo cierto es que Matilde siempre tenía razón en todo e incluso a esas alturas la consideraba no mi amiga -porque yo no podía darme el lujo de tener amigos de esa calaña- pero sí mi secuaz o mi compinche. Siempre fue bueno hablar con ella, sobre todo después de muerta.

La historia de Matilde se remonta al periódico jurásico de la juventud y los buenos tiempos, justo antes de exiliarme en el submundo de la humedad y los charcos, cuando solía ser un sensible escritor de cosas inciertas y ella una hermosa mantis religiosa. Como era de esperarse mis haikús -la mayoría dedicados a vivaces saltamontes, grillos de poca monta y orugas metamorfóbicas- sucumbieron a la rémora del despecho de la mantis y un día –idéntico al de Colosio en Lomas Taurinas-, la mantis asesina se acercó entre el tumulto de lectoras aduladoras de la prosa hipócrita y adulterada y ¡pum! Con un tiro entre el hígado y la dignidad, y otro certero entre ceja y oreja, me mandó al mundo del olvido, para después salir corriendo a tirarse al río y nunca más salir. C'est fini, porque el café ya no lo tomas junto a mí, my love.

-Matilde, debes saber que ya no voy a venir a verte.

-Ah mira qué cabrón ¿y ahora por qué? ¿No me digas que ahora sí ya me vas a enterrar? 

-Pues sí.

-No te creo nada, vienes cada fin de mes a decirme lo mismo. Que ya encontraste a la verdadera conquistadora de tu alma seca, a la que te va a salvar por fin, a la que te va a regresar al mundo de los vivos, a la que tiene todas las esferas del dragón. Qué risa me das, Alejandro. 

-Ella es de verdad.

-Por dios, si ya me dijeron que cada día estás peor. Cazando aves de paso, malvendiendo tus poemas en los tugurios como si fueran chicles o rosas – ¿un verso para la dama, joven?-, rumiando prendas y robando besos a quien se deje. Ya deberías renunciar a esas chingaderas que no van contigo y dejar que te dé cristiana sepultura. ¿No te da pena? 

-Puede que todo eso sea cierto, querida, pero esta vez te equivocas. Ella me mira de verdad, me siente y me besa de verdad. Y lo que es mejor aún, tiene unas ganas extraordinarias de encontrar un infierno más grande y tú sabes, querida, que las llaves de ese pent-house sólo las tengo yo. Además es una buena muchacha y le gustan mis poemas. ¿Qué le pides?

-Ay no, me vomito con tus cursilerías, hasta pareces poeta de verdad. Pues le pido lo que le pido a todas, corazón, que no sean pendejas y se vayan, porque de ti una no debe enamorarse sino más bien echarte pesticida de vez en vez. 

-Ahora sí me hiciste reír con tus golpes de pecho, Matilde. Hasta pareces Inmaculada. Dirás misa, pero eso de andar limosneando una buena cogida entre asalariados y oficinistas es demasiado bajo hasta para ti. ¿Qué te pasó? ¿Dónde están los filósofos, los intelectuales, los artistas, los yonkis-tatuados, los vagabundos? No te ofendas, querida, pero tu forma de mal morir es el vivo ejemplo del fracaso de nuestro sistema educativo y económico. Estás para morirse de hambre.

-Y todo es tu culpa, cabrón, por eso te quiero velar.

-Pues entonces deja de ponerme altares con cigarros, mezcal y chicharrón en salsa verde, cabrona farsante.

-No, todo es broma, la verdad es que me divierte mucho verte hecho mierda. Ya hasta bien me caes.

-Mira Matilde, te voy a dar una receta para que dejes de penar entre las covachas de las fábricas y los cuartos de limpieza de las oficinas. Las mujeres como tú deben buscar una noche de luna llena a tres hombres diferentes. Pon atención: naturalmente, el primero será bueno para coger. El segundo deberá llenarte de conversaciones estimulantes y el tercero atenderá al llamado de la selva. Una vez hecho esto, podrás olvidar a cualquier escritor, darling.

-Eres un pendejo.

-Pero ya no tu pendejo. 

Sin perder el estilo le hice a Matilde alguna reverencia y me di la vuelta para regresar por donde venía. Matilde gritó a lo lejos:

-¿Y ella es mejor que yo?

-¡Sí! –grité sin voltear.

-¡¿Cómo lo sabes?!

Me detuve un momento y miré a Matilde.

-Porque me recuerda a ti antes de que yo te echara a perder.

Retomé el camino a la salida del panteón y encontré en una banquita las flores que le había llevado a Matilde. Las recogí y las dejé en la tumba de cierto gobernador, un chingonazo. Salí del lugar y busqué alguna cantina para evitar la cruda. El primer trago de mezcal me trajo a la mente los ojos, la lengua y los lunares –todos- de la nueva gran conquistadora de mi alma seca; pensé que fue un buen detalle de su parte haber llegado a la par del otoño, las mandarinas, las flores amarillas, el humo y el olor a muerte que tanto me llama en esta época del año; al tercer mezcal comprendí que aquella mujer era un pecado que estaba dispuesto a cometer y en la noche salí de la cantina sin importarme ya la pena del sacrificio de mi soledad. Fui a buscarla. Atravesé la ciudad en mis cuatro patas y escalé hasta su ventana, me relamí los bigotes y caminé entre sus tobillos hasta hacerla tropezar de una vez por todas. Miau, miau.

-Hey, flaca –llena eres de gracia-, aquí estoy, dame mis whiskas, sálvame.

(Ronroneo, ronroneo).

 

El Autor: Escribidor, mecánico tornero, periodista, rockero tumbado, diputado legítimo, corredor y corredor de apuestas, revolucionario de congal, fotógrafo, cinéfilo, miembro del Proyecto Mayhem y bebedor semi-profesional. Me enamoro de todo, me conformo con nada. @alexiliado

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