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Letrinas: Ofrenda



Ofrenda
(este texto es la adaptación de un meme)
Alejandro Carrillo


resulta curioso el día de muertos, el altar de muertos en específico que cada año pone mi madre religiosamente en un rincón de la casa con la mayoría de elementos necesarios para llamar a los difuntos, agua flores sal pan y calaveritas, y ahí en el centro de la ofrenda la foto del abuelo flanqueado todos los años por el tequila siete leguas reposado que casi lo mata en múltiples ocasiones y por muy diversos motivos, y al otro lado la cajetilla de cigarros delicados que eventualmente lo matarían por fin y de una vez por todas, y que mi madre guarda desde hace años con el único y firme objetivo de ofrendarla en el altar, ya que ahora esos cigarros se llaman chesterfield y primero muerto el abuelo que fumarse el inexorable paso del multinacionalismo salvaje, y yo le digo a mi madre, madre tira ya esos cigarros que acabaron con el aire y la vida del abuelo, pues aunque no tengo experiencia alguna cruzando el inframundo no me gustaría emprender ese largo y sinuoso viaje tan bien descrito por los estudios disney pixar para encontrarme con la causa de mi muerte, pero parece que a mi madre no le importa revictimizar al abuelo chovinista y fumador y yo le digo que el tema es serio madre que debe ser tratado a la brevedad por la secretaría de cultura ya que puede lastimar las relaciones familiares interdimensionales del país pues bajo esa lógica habría que poner en el altar también el agua del río bravo que se tragó el tío felipe cuando quiso y no pudo cruzar la frontera o bien en un futuro algo lejano, espero yo, en la ofrenda de la abuela en vez de poner las gardenias que nunca le dio su marido, sería menester acomodar bien las botas de casquillo y el cinturón de cuero de su finado esposo que tras una vida de chingadazos muy probablemente desencadenó en la demencia prematura que tiene postrada a la abuela en una casa de retiro ¿de retiro de qué? de retiro de la vida, o bien en el altar de mi padre habría que poner un tren a toda máquina o una bayoneta o un sismo o un machetazo o una jauría de perros o un nido de ratas, o cualquier cosa que haya matado a ese viejo, porque yo no puedo, ojalá pudiera, ojalá esté muerto ese puto viejo, y la cosa se torna aún peor porque habría que situar, madre, un casquillo en los altares de kurt cobain de hemingway de jaime torres bodet de luis donaldo colosio y cuarenta capsulitas de barbitúricos para marilyn monroe ¿quién mató a marilyn? y otras tantas para elvira mi noviecita de la secundaria, y un montoncito de piedras para virginia woolf y otras tantas piedras más para mis amigos artistas contemporáneos muertos y el hashtag #metoo para mis amigos artistas contemporáneos vivos, y la negligencia del imss para doña amparo la de los jugos y la lista de espera de órganos para efraín, qué joven que era efraín, y mariposas monarcas para el señor activista defensor de las mariposas monarcas y así por todos los altares del país haciendo ofrendas inverosímiles con objetos inconcebibles, tan solo en esta ciudad se venderían kilómetros de soga para las festividades madre, imagínate a las familias viendo tutoriales en youtube para hacer con esa cuerda el nudo del ahorcado que debe llevar como mínimo seis vueltas y el número de vueltas siempre debe ser impar, madre, urge legislar porque por último pero no menos importante, tendría, con todo el dolor que me embarga, en verdad me vería obligado a colocar en el altar ese manjar emponzoñado que la vecina le dio a la gata el mes pasado, y en ese mismo orden de ideas en la casa de la vecina se verían en la penosa necesidad de ofrendar los dulces con vidriecito molido que les di a sus hijos ayer por la noche que vinieron a pedir dulce o truco y elegí truco, madre, elegí truco y siguiendo el curso natural de las cosas y el duro brazo de la ley, para el próximo año habrías de poner junto a mi foto un picahielo o un desarmador o cualquier filerillo en el mejor de los casos y en el peor de ellos la manga de un pantalón ¿sí se le llama así, madre? o un par de calcetines o una sábana hecha trizas o cualquier prenda que sirva para morirse en una cárcel, de momento se me ocurren esas ideas, y es que eso no puede ser madre, porque yo en mi ofrenda quiero molito con pollo y chicharrón en salsa verde. ac

Letrinas: El milagro mexicano


El milagro mexicano
Por Alejandro Carrillo


Tras meses de vanos esfuerzos para detener la pandemia, nadie imaginó que el milagro viniera del tercer mundo. Los ojos de todos los gobiernos, organizaciones y farmacéuticas miraban estupefactos a los especialistas mexicanos que anunciaban que, efectivamente, la cocaína curaba el virus. 

Como dictan las sagradas escrituras, la clemencia antecede al milagro: uno de los desahuciados en el INER se dio un pase a escondidas para bien morir y la recuperación fue evidente. Raudos los especialistas hicieron más pruebas con los casos graves y ¡eureka!

El mismísimo presidente de la república dio la noticia y en directo durante la mañanera inhaló, acompañado de su gabinete, la farlopa servida en bandeja de plata del Palacio Nacional, para exhortar a la población sobre la importancia de tomar medidas en todos los hogares. Los músicos dejaron de hacer conciertos en streaming para en su lugar grabar tutoriales de consumo responsable y los literatos empezaron a publicar en sus redes sociales inacabadas listas de dealers de confianza y picaderos en lugar de sus repulsivos textos y petulantes links a PDF's de la vanguardia. San Lázaro fue uno de los primeros recintos libres de virus, el Canal del Congreso televisaba en vivo las sesiones de los diputados y senadores esnifando largas rayas de coca frente a sus curules. Otro día en la oficina.

Los grandes cárteles de la droga firmaron una amnistía y en un acto de humanidad se comprometieron a poner sus servicios y productos al alcance de la población. Por la madrugada aparecían camiones repletos de mercancía frente a los centros de salud con narcomensajes diversos: "GOBIERNO Y PUEBLO DE MÉXICO: DE ESTA SALIMOS JUNTOS... COMO EN LOS VIEJOS TIEMPOS. ATTE. CÁRTELES UNIDOS". 

La Guardia Nacional atesoraba “la medicina” y la Secretaría de Salud la distribuía de forma eficiente y gratuita. Filas interminables en las clínicas del IMSS de todo el país para administrar la cura a millones de mexicanos que entraban incrédulos a los consultorios y salían atarantados manoseándose la nariz con desesperación.

La Naciones Unidas enviaron a cientos de cascos azules por el polvo maravilloso en aviones inmensos de carga que aterrizaban y despegaban de nuestras principales pistas clandestinas en Sinaloa, Tijuana y Juárez. Poco a poco la curva epidemiológica se estabilizó a nivel mundial, la ONU nombró a Diego Armando Maradona como embajador de buena voluntad y así el milagro mexicano llegó hasta el último rincón para aliviar al último infectado.

Ese año el país creció 67 por ciento.

Letrinas: Ciudadano cero











Ciudadano cero
Por Alejandro Carrillo


"Era un individuo de esos que se callan por no hacer ruido,
perdedor asiduo de tantas batallas
que gana el olvido."

Joaquín Sabina

Andrés despertó cerca de las cinco de la mañana, víctima de la tristeza. Una profunda náusea lo llevo al retrete y de ahí a la ventana de la habitación. Sintió la primera brisa mediterránea y el vértigo de saberse nueve pisos por encima de la Diagonal. Por un momento sintió fortuna y contuvo el llanto.

Como cada martes, lo invadió la pesadumbre del fracaso y la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Durante el café pensó en Ana, la última fuente de su voluntad y de su vida. Casi sin querer, recordó su denso cabello, sus ojos grandes y su láctea piel; le vino a la mente algún gesto burlón y por un momento creyó escuchar el susurro de su voz hablándole por encima del hombro durante el desayuno. Una voz cuya tesitura tuvo la bondad de calmar la sobrecarga emocional de un hombre delgado, incapaz de controlar sus impulsos.

“Un día voy a hacer algo por lo que todos recordarán mi nombre”, se dijo para sus adentros como otros tantos martes, y bebió el último sorbo de café. Se metió a la regadera y canturreó la única tonada capaz de salvar el mundo conocido. Zapatos, pantalón, camisa. Se anudó la corbata con cierto recelo frente al espejo y salió con el saco en una mano y el equipaje en la otra. Entregó la llave de la habitación y abordó un taxi con rumbo al aeropuerto. Su avión despegaba a las 9:55.

Durante el trayecto, sintió el nervio común que antecede cualquier viaje y como tantas veces recordó las palabras con las que su madre lo reprendió aquel día de hace veintitantos años; el día que se sintió pájaro y aterrizó de emergencia en el jardín trasero y con la pierna en tres pedazos: “Vuela todo lo que quieras, pero nunca llegarás a Neptuno”. 

Se le hizo temprano y compró el diario antes de abordar el vuelo 9525 que lo llevaría a casa. Leyó noticias hasta donde su malograda vista se lo permitió. Sintió tensión y angustia, le sudaron las manos, le temblaron las piernas. Fue al baño a vomitar hiel, se refrescó la cara y con un buche de agua se pasó la olanzapina que tanto bien había traído a su vida desde el abandono de Ana.

Pasó la angustia y subió al avión a las 9:30. Saludó a la tripulación y le dio el primer reporte al capitán. A las 10 en punto, como tantos martes, Andrés volaba al norte a bordo del vuelo 9525 con destino a casa. 

Ya más relajado, Andrés supo atender las trivialidades y la jerga aeronáutica del capitán  durante veinte minutos. A las 10:27, el A-320 alcanzó los 38 mil pies de altura y el capitán le pidió al copiloto preparar el aterrizaje, -vamos a ver, ojalá- respondió Andrés. El capitán abandonó la cabina para ir a orinar. A las 10:31 inició el declive.

Cuatro minutos le bastaron a Andrés para convertir el tedio matinal en adrenalina, cuatro minutos para ocupar el asiento del capitán, cuatro minutos para cerrar la puerta de la cabina y activar el sistema de descenso, cuatro minutos para recordar esas vacaciones invernales de la infancia, cuatro minutos para grabarse  la cara de Ana, cuatro minutos para ver de cerca el paisaje alpino a setecientos kilómetros por hora y cuatro minutos para caer diez mil metros en picada -cuatro minutos para hacer algo por lo que todos recordarán su nombre-.

Lejos de esa cabina quedaron los gritos de la tripulación y las súplicas del capitán pidiendo que “por el amor de dios, abriera la maldita puerta”. Andrés no tuvo tiempo de escuchar los alaridos de horror de ninguno de los setenta y tres alemanes, ni de los treinta y cinco españoles, ni del holandés, ni de la británica, ni de las dos mexicanas, ni del matrimonio argentino. Tampoco escuchó las llamadas de la torre de control ni las alertas de pérdida de altitud. 

Lejos quedaron la vista nublada, los trastornos psicosomáticos y los antidepresivos; lejos quedó la restricción del psiquiatra para volar, lejos la voz de Ana, lejos el insomnio, lejos la náusea, lejos el vacío, lejos Neptuno, lejos la amargura, lejos las nubes.

Son las 10:41 y Andrés con la piel eriza frente a la ventanilla de la cabina, siente nuevamente la primera brisa mediterránea y el vértigo de saberse nueve pisos por encima de dios. Siente por un momento fortuna y no puede contener el llanto. Andrés frente al macizo de Trois-Évêchés, canturreando la única tonada capaz de salvar el mundo conocido.


Letrinas: Maullido




Por Alejandro Carrillo | 

Maullido

I


He visto a las mejores mentes de mi generación pálidas y absortas
bebiendo café instantáneo en una oficina
asfixiadas de ocho a seis por el nudo de una corbata,
sentados frente a un ordenador
maquinando hojas de Excel.

Arrastrándose en los parabuses
para llegar al fin de semana
al fin de mes
al fin de año
al fin de su pinche vida.

Los he visto desnudando sus cerebros
al buen juicio de un político
de un burócrata
de una institución
de una transnacional
de un hijo de puta que ‘la supo hacer’.

Súcubos rondando multifamiliares minimalistas
con cochera para dos
con cama para dos
con perros y gatos para dos
con baño y medio para dos
y con almohada para uno
porque los sueños son rebasados por el ingreso per cápita
el historial crediticio
y el agua caliente por la mañanas.

He visto los ojos de los que solía llamar
‘compañeros de lucha’.
Perdidos y amarillentos por los electrochoques
y la lobotomía que acarreó la Revolución
que nunca ganaremos.

He visto a hombres con almas buenas carentes de dios
y hombres buenos hechos a pulso que temen de dios
atestados por una necesidad urgente de morir
en plena misa de seis, de ocho,
recibiendo la sangre y el cuerpo
de un dios mortal que se parió a sí mismo
y que un día se suicidó por amor.

Me he visto durmiendo días y semanas enteras
siendo despertado por la tristeza
en la mugrosa habitación oscura de siempre.

Me he visto al espejo
pobre, harapiento y ojeroso
apolillándome en la inmundicia del alcohol y las drogas
sucumbiendo a la rémora del pinche desencanto.

He visto mi rostro en el último trago de whisky
que también es el primer trago de whisky
y vi el rostro del viejo Hank
-ruega por nosotros ahora
y en la hora de nuestra muerte-
y también intenté abrocharme el pantalón
y la camisa y las botas
y también grité:

-Oh, dios mío
¿y ahora qué?-

Y tuve pesadillas y desperté en la mesita desnivelada de un tugurio
y ahí conocí a la señorita Adriana Lynch que bailaba sobre mí
con su cabello de fuego
y sus piernas como fuego
y su culo y sus tetas como fuego
y sus ojos de neón que me pedían que la llevara a casa
en un baile sin fin.

Y perdí un día la noción del tiempo
y perdí el tiempo vagando
hambriento y solitario
y una mujer me dio de comer
y me dio fuerzas para verla a los ojos
y vi a los ojos al monstruo de las mil cabezas
y me inmolé y aticé mi corazón por un momento.

Y aquel monstruo de las mil cabezas se apartó
se fue de la mano de un apuesto y fracasado oficinista
y aquella mujer que me alimentó
hizo lo propio.

Y desperté otro día y salí de mi madriguera
y encontré a una vecina nueva
un semáforo nuevo
un centro comercial nuevo
un perro viejo
una recién casada que nunca más se acordaría de mí.

Y caminé toda la noche rumiando tragos y mujeres
en los peores –mejores- lugares de la ciudad.

Liándome a golpes con sujetos frenéticos
resquicios de hombres idénticos a mí
yonkis que mueren en cuartos de hoteles baratos
genios que mueren de hambre por el anhelo de mejorar el arte.

Y entonces perdí la fe y caminé entre marginados sin moral y sin ley
y esos marginados me dieron un lugar y fui uno de ellos
y evité el sufrimiento y sentí hostilidad
y vi que eso era bueno y me sentí bien
y sentí cierto dolor y fui un hombre bueno por unos momentos.

Y vi a la muerte apostando en el hipódromo
y me senté junto a ella y ella me ofreció un cigarrillo y yo lo tomé
y le pregunté a ella por dios
y ella me hizo la misma pregunta.

Y una buena noche dormí en la cárcel
y desperté en un mal día y salí por la mañana
atravesando ciudades perdidas en barrancos de cientos de pisos
y seguí mi camino por las vías del tren durante días y días
y llegué hasta aquí en mis cuatro patas y caminé por la cornisa.

Y al llegar aquí grite tan fuerte
y mi maullido fue desgarrador
y pude escuchar a otros gatos
a otros perros a otros lobos
y escuché a Allen Ginsberg
y por fin, después de mucho tiempo
pude lamer mis heridas
y por primera vez en siete vidas
deseé no estar solo.



El Autor: Escribidor, mecánico tornero, periodista, rockero tumbado, diputado legítimo, corredor y corredor de apuestas, revolucionario de congal, fotógrafo, cinéfilo, miembro del Proyecto Mayhem y bebedor semi-profesional. Me enamoro de todo, me conformo con nada. @alexiliado


Letrinas: ¿De qué murieron los quemados?



Por Alejandro Carrillo-


Preguntas urgentes sobre Ayotzin 
(Marque con una cruz )

Son 43 estudiantes
y 49 niños
y 52 más en un casino

y una puerta
                  del Palacio Nacional


¿de qué murieron los quemados? (marque con una cruz)

de ardor
de dolor
de miedo
de asfixia
de vergüenza


¿quién mató a los quemados? (marque con una cruz)

fue un mexicano
fue el Estado
fue un policía malintencionado
fue el que mató a Lucio y a Genaro
fuiste tú y fui yo


¿cómo mataron a los quemados? (marque con una cruz)

con un cerillo
con un garrote
con una bota de casquillo
con una cuchara sopera y una navaja
con un arma
                  -exclusiva del ejército-
con el combustible
                           de Petróleos Mexicanos


¿cuándo mataron a los quemados? (marque con una cruz)

fue hace un mes
fue en julio de hace dos años
fue hace veintiséis años
fue en 1968
fue ayer y hoy
será mañana


¿dónde mataron a los quemados? (marque con una cruz)

fue en Guerrero fue en Sonora fue en Monterrey
fue en Acteal fue en Aguas Blancas fue en Atenco
fue en Oaxaca fue en Tlatlaya fue en San Cristóbal de las Casas
fue en Tlatelolco fue en Ciudad Juárez fue en la frontera norte y en la frontera sur
fue en la cárcel de Lecumberri fue en la Universidad Autónoma de Puebla
                                                                             
fue en la televisión
fue en las urnas
fue detrás de la puerta
                                 del Palacio Nacional


¿por qué mataron a los quemados? (marque con una cruz)

porque fue una orden de arriba
porque eran estudiantes
porque eran pobres
porque nacieron en México
porque estuvieron en el lugar y momento inadecuados
porque pronto empezaría a llover


¿qué hacer por los quemados?

quemarnos
arder en las calles
en las plazas
en las fosas clandestinas y en los basureros
en los salones de clase
o en el pasto tirados
                              consumiéndonos

caminemos
sobre la hoguera
de los quemados

como brasas encendidas
-molestas y dolorosas-
consternados y rabiosos

y no dejemos que se apaguen
los quemados
lentamente -vergonzosamente-

como puerta
                  del Palacio Nacional.



El Autor: Escribidor, mecánico tornero, periodista, rockero tumbado, diputado legítimo, corredor y corredor de apuestas, revolucionario de congal, fotógrafo, cinéfilo, miembro del Proyecto Mayhem y bebedor semi-profesional. Me enamoro de todo, me conformo con nada. @alexiliado

Letrinas: Visita dominical



Delirium Tremens-
Por Alejandro Carrillo-
"Es como querer cargar un gato callejero"
-Xavier Velasco


Aquella mañana me desperté en la banca de un parque, no sé si me despertó el frío, la sed o la luz del sol. Esa noche soñé que me moría en la cama de un hospital. Los servidores públicos municipales ya regaban los camellones y barrían las hojas de los árboles, lo cual me recordó que el otoño había llegado esa mañana y con él las mandarinas, las flores amarillas y el olor a muerte que siempre me llama en esta época del año. Aún era temprano, calculé que serían las siete de la mañana del domingo pues no había mucha gente ni autos en las calles; el sonido del semáforo de la esquina me condujo a la cama de un hospital donde me moría durante la noche anterior en un sueño. Atribuí que la resonancia del semáforo –idéntico al de un pulsioxímetro de terapia intensiva en un hospital- me mantuvo consciente de estar vivo.

En efecto era domingo. Las puertas de la catedral estaban abiertas de par en par y la gente caminaba con el optimismo inútil de no saberse atrapados por la mañana en un cubículo de tres por tres. Como es costumbre -cuando por equivocación me encuentro cerca de catedral- entré a las criptas a leer los nombres y las fechas de los que fueron más afortunados que yo –más como un hobby que como una purga-. Es de todos sabido que descansar tus restos en las criptas de la catedral es sinónimo de estatus y una muestra de que durante tu vida fuiste parte de la crema y nata de la época. Hasta en eso la historia del mundo y de las ciudades, es la historia de la lucha de clases; la familia, la propiedad privada y el amor.

Las señoras guaguaronas y fufurufas apenas salen de misa presumen que su raza de alto pedorraje ya acabó de pagar su lotecito en el lugar, y si paras bien la oreja hasta te enteras de los chismes de los muertitos, como aquel de cierto gobernador que por andar con su amante mandó a matar a su esposa y al poco tiempo también a su amante porque ésta lo amenazó que si la volvía a madrear lo iba a delatar de que había matado a su esposa –ahora ex esposa y difunta-. Total que el muy cabrón pagó dos cajoncitos contiguos a perpetuidad para tener juntitas a sus viejas mientras él pidió ser enterrado en el Panteón Municipal con el pueblo, ‘pues al pueblo siempre se debió’. Léase: antes muerto junto a los jodidos, que jodido y muerto junto a las arpías. Un chingonazo, pues.

La historia me dio ternura y me hizo pensar en la fragilidad de un hombre -sin importar qué hombre- postrado ante la voluntad de una mujer. Sentí tristeza y fui al panteón a dejarle flores a Matilde. No la encontré en su lugar, así que olvidé las flores por ahí y caminé a la siguiente sección-pasillo 31-lápida 17. Ahí estaba ella, sentada en mi tapita de mármol, limándose las uñas-:

‘Aquí yace Alejandro Mata, ahora muerto también por dentro’.

-¿Otra vez sin flores? – refunfuñó cruzada de piernas-.
-No vine a verte a ti, Matilde.
-Por favor, Alejandro, te pareces tanto a mí.
-Bueno ¿y qué haces aquí? – pregunté haciéndome el tonto -. 
-Pues vine a arreglar tu desmadre porque parece que ni tu madre ni tus pocos conocidos se han enterado de que ya estás muerto, o les vale. Y sabes que odio el desorden; mira hasta me robé unos tulipanes de por allá para ti.

Lo cierto es que Matilde siempre tenía razón en todo e incluso a esas alturas la consideraba no mi amiga -porque yo no podía darme el lujo de tener amigos de esa calaña- pero sí mi secuaz o mi compinche. Siempre fue bueno hablar con ella, sobre todo después de muerta.

La historia de Matilde se remonta al periódico jurásico de la juventud y los buenos tiempos, justo antes de exiliarme en el submundo de la humedad y los charcos, cuando solía ser un sensible escritor de cosas inciertas y ella una hermosa mantis religiosa. Como era de esperarse mis haikús -la mayoría dedicados a vivaces saltamontes, grillos de poca monta y orugas metamorfóbicas- sucumbieron a la rémora del despecho de la mantis y un día –idéntico al de Colosio en Lomas Taurinas-, la mantis asesina se acercó entre el tumulto de lectoras aduladoras de la prosa hipócrita y adulterada y ¡pum! Con un tiro entre el hígado y la dignidad, y otro certero entre ceja y oreja, me mandó al mundo del olvido, para después salir corriendo a tirarse al río y nunca más salir. C'est fini, porque el café ya no lo tomas junto a mí, my love.

-Matilde, debes saber que ya no voy a venir a verte.

-Ah mira qué cabrón ¿y ahora por qué? ¿No me digas que ahora sí ya me vas a enterrar? 

-Pues sí.

-No te creo nada, vienes cada fin de mes a decirme lo mismo. Que ya encontraste a la verdadera conquistadora de tu alma seca, a la que te va a salvar por fin, a la que te va a regresar al mundo de los vivos, a la que tiene todas las esferas del dragón. Qué risa me das, Alejandro. 

-Ella es de verdad.

-Por dios, si ya me dijeron que cada día estás peor. Cazando aves de paso, malvendiendo tus poemas en los tugurios como si fueran chicles o rosas – ¿un verso para la dama, joven?-, rumiando prendas y robando besos a quien se deje. Ya deberías renunciar a esas chingaderas que no van contigo y dejar que te dé cristiana sepultura. ¿No te da pena? 

-Puede que todo eso sea cierto, querida, pero esta vez te equivocas. Ella me mira de verdad, me siente y me besa de verdad. Y lo que es mejor aún, tiene unas ganas extraordinarias de encontrar un infierno más grande y tú sabes, querida, que las llaves de ese pent-house sólo las tengo yo. Además es una buena muchacha y le gustan mis poemas. ¿Qué le pides?

-Ay no, me vomito con tus cursilerías, hasta pareces poeta de verdad. Pues le pido lo que le pido a todas, corazón, que no sean pendejas y se vayan, porque de ti una no debe enamorarse sino más bien echarte pesticida de vez en vez. 

-Ahora sí me hiciste reír con tus golpes de pecho, Matilde. Hasta pareces Inmaculada. Dirás misa, pero eso de andar limosneando una buena cogida entre asalariados y oficinistas es demasiado bajo hasta para ti. ¿Qué te pasó? ¿Dónde están los filósofos, los intelectuales, los artistas, los yonkis-tatuados, los vagabundos? No te ofendas, querida, pero tu forma de mal morir es el vivo ejemplo del fracaso de nuestro sistema educativo y económico. Estás para morirse de hambre.

-Y todo es tu culpa, cabrón, por eso te quiero velar.

-Pues entonces deja de ponerme altares con cigarros, mezcal y chicharrón en salsa verde, cabrona farsante.

-No, todo es broma, la verdad es que me divierte mucho verte hecho mierda. Ya hasta bien me caes.

-Mira Matilde, te voy a dar una receta para que dejes de penar entre las covachas de las fábricas y los cuartos de limpieza de las oficinas. Las mujeres como tú deben buscar una noche de luna llena a tres hombres diferentes. Pon atención: naturalmente, el primero será bueno para coger. El segundo deberá llenarte de conversaciones estimulantes y el tercero atenderá al llamado de la selva. Una vez hecho esto, podrás olvidar a cualquier escritor, darling.

-Eres un pendejo.

-Pero ya no tu pendejo. 

Sin perder el estilo le hice a Matilde alguna reverencia y me di la vuelta para regresar por donde venía. Matilde gritó a lo lejos:

-¿Y ella es mejor que yo?

-¡Sí! –grité sin voltear.

-¡¿Cómo lo sabes?!

Me detuve un momento y miré a Matilde.

-Porque me recuerda a ti antes de que yo te echara a perder.

Retomé el camino a la salida del panteón y encontré en una banquita las flores que le había llevado a Matilde. Las recogí y las dejé en la tumba de cierto gobernador, un chingonazo. Salí del lugar y busqué alguna cantina para evitar la cruda. El primer trago de mezcal me trajo a la mente los ojos, la lengua y los lunares –todos- de la nueva gran conquistadora de mi alma seca; pensé que fue un buen detalle de su parte haber llegado a la par del otoño, las mandarinas, las flores amarillas, el humo y el olor a muerte que tanto me llama en esta época del año; al tercer mezcal comprendí que aquella mujer era un pecado que estaba dispuesto a cometer y en la noche salí de la cantina sin importarme ya la pena del sacrificio de mi soledad. Fui a buscarla. Atravesé la ciudad en mis cuatro patas y escalé hasta su ventana, me relamí los bigotes y caminé entre sus tobillos hasta hacerla tropezar de una vez por todas. Miau, miau.

-Hey, flaca –llena eres de gracia-, aquí estoy, dame mis whiskas, sálvame.

(Ronroneo, ronroneo).

 

El Autor: Escribidor, mecánico tornero, periodista, rockero tumbado, diputado legítimo, corredor y corredor de apuestas, revolucionario de congal, fotógrafo, cinéfilo, miembro del Proyecto Mayhem y bebedor semi-profesional. Me enamoro de todo, me conformo con nada. @alexiliado

Letrinas: La misma calle



Y yo que me creía Steve McQueen,
¿cómo pudo sucederme a mí?

Delirium Tremens-


I

-Quince años después habría de regresar a la misma calle en donde se gestaron las mejores conquistas de mi vida. La misma calle en donde a sangre y fuego defendimos el honor de nuestros padres, hermanos y vecinos de la cuadra y vencimos cincuenta goles a cuarenta y nueve a los vatos del barrio contiguo en una batalla que duró años, todos los años de mi infancia. Todavía me levanto algunas mañanas con el dolor y la reuma y los raspones de ese partido infinito en el que nos hicimos inmortales. Quedan pocos de la banda, la gran mayoría se fue al gabo y ahora viven en barrio de bolillos adictos a los ácidos o están encerrados por vender ácidos o se están haciendo mierda debajo de un puente de Brooklyn por meterse ácidos o los agarraron unos gringos culeros que los deportaron porque intentaron ganarse la vida sin vender ácidos, sólo para regresar a México y no tener ni un pinche quinto para poder comprar un pasón de ácidos y morirse de una vez por pinches todas. Otros se casaron y tienen una vida socialmente aceptable, levantándose a las 5:30 de la mañana para alistarse, desayunar, dejar a los hijos en la escuela, llegar veinte minutos tarde al trabajo, hacerse pendejos, mentarle la madre al jefe, salir a comer y regresar veinte minutos después de la hora establecida por la compañía para regresar a la jornada de la tarde, manosear a la secretaria, despedirse de los compañeros y regresar a la casa para cenar, ayudar con las tareas de los hijos, lavar los platos y acostarse en una cama para dos sin hacer el amor hasta la quincena, dormir junto a un bulto odioso y soñar que esa misma noche se los chupa la bruja, sólo para oír el despertador de las 5:30 de la mañana y empezar de nuevo durante los próximos treinta años esperando que algo pase, pero nada pasa, pues ni la muerte se arrima a ese puto infierno. A veces me topo con algún otro que me reconoce y levanta la cabeza y alza la mano y me saluda mientras lava el tsuru o el chevy o la troca a medio tunear, lo único que lo mantiene cuerdo –qué onda carnal, cómo estás, chido, órale, luego te veo; y apresuro el paso para no hacer más alharaca y conservar sus rostros felices y llenos de granos en mi memoria como cuando teníamos catorce o quince años-. Después de todo, qué les iba a decir, sus vidas son una mierda, sí, pero por lo menos tienen algo –una vida terriblemente desprovista de interés-; yo en cambio regreso como un supuesto escritor -de los malos-, a la fecha no había publicado más que en revistas de poca monta y diarios locales, y para acabarla de chingar, venía saliendo de un par de meses en la peni quesque porque me encontraron no sé cuantos gramos de coca en mis bolsillos en una puta noche que nos cayó una redada de puercos en nuestro hoyo fonqui favorito. Quince años después, había regresado al lugar al que prometí no volver sino en una caja –grande o pequeña-. Y así fue, después de todo, y a estas alturas yo ya estaba muerto, por lo menos por dentro.


Letrinas: Cinderella


Fotografías: Stephie Vega 
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Delirium Tremens-
Por Alejandro Carrillo-


Octubre en martes trece. El inclemente rayo de sol de las 8:05am se relaja abruptamente sobre mis pies desnudos. El incómodo calor reactiva la resaca del día y me hace levantar del amarillento colchón con la única intención de acomodar la toalla negra que uso como cortina para impedir cualquier dejo de luz en la habitación. Las náuseas me invaden y corro al baño a tirar el mareo de una borrachera de días, quizá meses. Bajo a la cocina a buscar algo que me reanime –cerveza para dormir, café para despertar-. Como de costumbre no hay tazas limpias y busco alguna en los trastos sucios, una cucaracha muerta junto a la coladera me recuerda que quizá hoy sea mi cumpleaños. Si la gastritis no me falla estaría cumpliendo treinta.

Letrinas: Verborrea




Delirium Tremens-
Por Alejandro Carrillo-
 



No hay en este mundo individuos más cínicos que los poetas. Ahí van por la vida con sus versos tan meticulosamente medidos, con sus flores y sus ríos, con sus estrellas y sus soles, con sus noches y su viento, y con sus globos y sus palanquetas, y su puta madre.

Tan radiantes los infelices leyendo sus libritos en los cafés del centro, rodeados de señoritas con bufandas y gafas de pasta, y medias negras y blusas holgadas y deliciosos senos sudorosos, senos perdidamente enamorados, entregados a la voz tímida de un poeta, cualquier pinche poeta cínico.

Y uno rompiéndose la madre y el hígado y los riñones en los peores pinches tugurios del inframundo citadino, oliendo orines, fichando, inviertiendo en golpizas y enfermedades venéreas para tener una historia digna de ser escrita en las paredes de una cloaca.

Y vas y escribes de sudor y de mujeres, y también de drogas y de vómito, y de mujeres llenas de drogas y vómito, y de vómito lleno de drogas y perfume de mujer.

Y algunas de ellas te encontrarán brevemente interesante y si tienes suerte, podrás hacerles el amor -como dicen los poetas-. Pero ninguna prosa será capaz de hacerle frente al cinismo de un poeta. En la historia del mundo ningún Charles Bukowski ha competido en igualdad de condiciones frente a un Robert Frost, ninguna mujer dejará a un Benedetti por un Ibargüengoitia.

El colmo del cinismo radica en el bien cuidado uso de los verbos. Mientras uno se muere, ellos desfallecen; uno se desangra, ellos se llenan de vacío; uno coge y coge, ellos poseen los cuerpos desnudos; uno se llena la nariz de coca, ellos llevan su alma a niveles metafísicos; uno tiene orgías, ellos se enfrentan al deseo; uno es un degenerado, ellos son artistas.

A los poetas rebeldes los han llamado malditos; hubo alguno otro tan libre que lo encerraron hasta enloquecer, hoy a sus hijos nos llaman sádicos. El cinismo verbal ha perdurado desde los tiempos antiguos e incluso en los más despitados epigramas, como aquel de Cardenal -a quien le debo tantas Claudias- que versa en primera instancia en su forma más cínica y a posteriori lo parafraseo lleno honestidad. Sepan féminas que en cualquiera de ambos casos, todo se trata de verborrea desenfrenada, cupones intercambiables por unas piernas largas, largas, largas. Cuidado con esos putos cínicos.


Epigrama de Ernesto Cardenal:



Al perderte yo a ti,
tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras
lo que yo más amaba,
y tú, porque yo era
el que te amaba más.

Pero de nosotros dos,
tú pierdes más que yo:
porque yo podré
amar a otras
como te amaba a ti,
pero a ti nadie te amará
como te amaba yo.

Muchachas que algún día
leaís emocionadas estos versos
Y soñéis con un poeta

Sabed que yo los hice
para una como vosotras

y que fue en vano.
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Paráfrasis del Epigrama

de Ernesto Cardenal:


Al follarte yo a ti,
tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras
lo que yo más follaba,
y tú, porque yo era
el que te follaba más.

Pero de nosotros dos,
tú pierdes más que yo:
porque yo podré
follar a otras
como te follaba a ti,
pero a ti nadie te follará
como te follaba yo.

Muchachas que algún día
leaís emocionadas estos versos
Y folleís con un poeta

Sabed que yo los hice
para follar una como vosotras

y que fue en vano.


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El Autor: Escribidor, mecánico tornero, periodista, rockero tumbado, diputado legítimo, corredor y corredor de apuestas, revolucionario de congal, fotógrafo, cinéfilo, miembro del Proyecto Mayhem y bebedor semi-profesional. Me enamoro de todo, me conformo con nada. @alexiliado

Cógete a una lectora

Delirium Tremens | Por Alejandro Carrillo|


Cógete a una lectora mexicana, joven o no tanto. Aprovecha. Hoy en día cualquiera se siente –y en verdad creen serlo- artista, filósofo, escritor, intelectualillo de oficina o revolucionario de sofá –o congal, según mi caso-. Sácale jugo al momento histórico, el boom del hipsterismo anarco-capitalista –ay güey-. Exprime la vulgar falta de identidad, el desgajamiento de la patria -¡llévele bara bara, bara bara!-. Las lectoras están ahí, ávidas de un tipo, cualquier tipo que les venga manejando una decena de escritores, un par de lecturas previas de los clásicos, otro par de tecnicismos literarios, tres corrientes filosóficas bien estudiadas y varios ‘proyectillos en los cuales estoy trabajando en este momento’. Con eso ya chingaste, campeón. Poco importa que tu estilo literario se base en el watsapeo y la sustracción ilegal de tuits. Las susudichas están igual o peor que tú. Sal por ellas. No hay que hacer una búsqueda concienzuda, basta con darse una vuelta por los cafés del centro, barecillos rocanroleros, todos los sanborns, tiendas de discos y pelis, tu plaza pública más cercana y si te sientes animado, los puterillos y antros de medio pelo. El secreto está en la elección. Aléjate de las minifaldas, tacones exagerados y botas hasta las nalgas, las muy muy güeras no son buena idea, ni mucho maquillaje ni las perlas de la virgen. Deja todo lo banal a un lado. No te distraigas y sé serio, que esto no es un arte, sino más bien una profesión. Busca leggings o jeans bien ajustados, las blusas holgadas son buen augurio, el cabello preferentemente largo, recogido o sin recoger –de eso te vas a encargar tú-. Recomiendo castañas y pelirrojas apiñonadas. Pon tierra de por medio con jipis y feminazis. Ciclistas y ecologistas están bien. Ojo, de vez en cuando una mesera es la opción. Busca lectoras entre veinte y veintiocho años; si son menores está bien, pero ten cuidado con la ley, si son mayores y están casadas con hijos, escribe un blog. Pon atención a los detalles y sé paciente. No es una tarea fácil y hay que invertirle. Lleva dinero suficiente para pagar tus tragos y tus vicios, y un poco más para tus filias –uno nunca sabe cuándo va a picar el anzuelo una lectora-. No te embriagues hasta el colmo, sé discreto y no llames mucho la atención de todo el lugar. No te esmeres demasiado en el outfit, pero tampoco uses huipil y huaraches. Eres un rockstar y estás ahí por una razón que todos desconocen. Por ningún motivo uses playeras de heavy metal, carnal; las playeras con afiches cinematográficos se están poniendo de moda entre las lectoras –en realidad son más cinéfilas que lectoras las muy perras-. Esas playerillas las venden baratas en El Chopo y poco importa si viste o no la muvi. No pierdas el objetivo. Una vez que tienes la presa identificada, síguela con la mirada; pero no esa mirada de ‘soy un pinchemirrey y cojo súper rico’ –a menos que seas rico y cojo, eso es patético y nunca en la historia ha dado resultado-. Échale esa de ‘te estoy viendo en calzones justo ahora’ y dale un buen sorbo a tu cerveza –lager de preferencia, por puro estereotipo-. No seas obvio y mucho menos parezcas chairo puberto. Una vez que tienes a la lectora cerca de tus fauces no te atrabanques, sé modesto y muy elegante, por nada del mundo hables de política pero deja entrever tu postura de ‘todo el país está hecho mierda y lo único que puede salvarnos es el arte –eso no falla-. Métela en problemas y pregunta cosas como ¿has pensado en irte lejos de este pinche pueblo? -así estemos hablando de la Ciudad de México o Nueva York- o ¿qué piensas del noble oficio de las putas?  No quites tu vista de la suya, así ella esté diciendo mil pendejadas; recuerda que la quieres para coger, no para hacer una crítica literaria de las obras de Shakespeare. Por ningún motivo hables de deportes y no hagas comentarios de tipo sexual. En albañilería y pintura decimos: no se la des a oler. El secreto está en guardar tus secretos, aunque no los tengas, invéntatelos. Sé una incógnita y ten un depa a la mano siempre. Procura tener un par de vinillos chilenos y algo de mota. No olvides el arte de la elegancia, evita a toda costa los moteles –eres un rockstar, no un perdulario-. Llámala al otro día o mínimo mándale un mensaje, no te encules demasiado y si lo haces, no seas patético –recuerda que esto es una labor noble que muchos llevamos a cabo, no dejes en mal al gremio-. Sé muy paciente, insisto, las lectoras pueden caer en una noche, en un mes o en muchos meses. Sé optimista. El invierno será largo y algo encontrarás en las rebajas de enero. Sé agricultor. Las lectoras son como las plantitas, hay que cuidarlas y regarlas de vez en cuando, sobre todo cuando hay tiempos de sequía para ellas. Acércate y apapáchalas, la mayoría de ellas saben agradecer bien y son buenas amigas. Si la quieres para novia, que dios te bendiga, buena suerte y hasta luego. Son gajes del oficio, ni pedo. Si quieres entrar al club, bienvenido, pero la primera regla del club es que el club no existe y no se habla del club. Toma notas, reinvéntate, da y recibe consejos, ve a cursos de capacitación, a grupos de autoayuda y recuerda que si todo falla, siempre va a estar ahí y nunca nos va a faltar el porno nuestro de todos los días. Amén.



 
-Lectora con cabello recogido.


Pd. Si eres una lectora y por error estás leyendo esto, pues cógete a un escritor mexicano joven.


 El Autor: Escribidor, mecánico tornero, periodista, rockero tumbado, diputado legítimo, corredor y corredor de apuestas, revolucionario de congal, fotógrafo, cinéfilo, miembro del Proyecto Mayhem y bebedor semi-profesional. Me enamoro de todo, me conformo con nada. @alexiliado
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