La Asistente: entre monstruos y sueños perdidos

Dirigida por Kitty Green, retrata las labores mundanas de Jane (Julia Garner), quien se desempeña como asistente de un productor de cine en NY.

Por J. Alejandro Becerra González


La rutina puede ser algo maravilloso, un asidero que le da un sentido de seguridad a nuestra vida cotidiana, aunque en el capitalismo tardío a menudo se traduce en una labor repetitiva, desgastante y mal pagada que nos sumerge en la miseria de la explotación laboral; la soportamos únicamente porque nos encontramos desprovistos de mejores alternativas o porque se nos promete el cumplimiento de nuestros sueños a cambio de nuestras almas. La asistente, dirigida por Kitty Green nos coloca en este último escenario, siguiendo las labores mundanas de Jane (Julia Garner), quien se desempeña como asistente de un productor picudo en Nueva York.

Kitty Green (Melbourne, 1984), debuta como realizadora de ficción con este largometraje, habiéndose desempeñado como directora, escritora y editora de los documentales Ukraine Is Not A Brothel (2013) y Casting JonBenet (2017) –este último disponible en Netflix–. La asistente refleja su formación como documentalista, pues la cámara se coloca como un testigo mudo del día a día de su protagonista, creando un ambiente naturalista, fluido y verosímil. La directora utiliza la cámara para establecer una perspectiva de primera persona, negándose a proporcionar explicaciones de lo que sucede en la oficina o en la mente de Jane, permitiendo que las imágenes lo transmitan por sí mismas. Desprovista de recursos comunes como la voz en off, La asistente requiere la participación activa de su audiencia.

Green presenta una jornada de Jane, asistente en la base de la pirámide jerárquica en una compañía de producción cinematográfica cuyo esquema meritocrático establece que, para escalar sus peldaños, es necesario sufrir primero, en este caso, fungir como el achichincle del monstruo en turno. Esta labor malagradecida requiere no solo de un avanzado sentido de la organización, pues el costo incluye el alma propia.

La asistente nos presenta el momento justo en que Jane se da cuenta de ello, durante una de sus secuencias más emocionalmente devastadoras, en la que las palabras horripilantes salidas de la boca de un burócrata gris sirvan como el clavo en el ataúd de las aspiraciones de la joven protagonista. 

El retrato de lo mundano en esta cinta de Green recuerda a la atención al detalle de Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Akerman, 1975), que miraba la vida cotidiana de una ama de casa belga que gradualmente perdía los estribos. En ella, la repetición conducía a la locura, revelando la labor doméstica como una actividad alienante que destruía el espíritu humano. No obstante, la cámara de Green es más inquieta, retratando las labores de Jane siempre en relación con su jefe, basado en el caído en desgracia Harvey Weinstein, prolífico criminal sexual que también producía películas. Su invisible presencia mantiene en el terror a la protagonista y a sus compañeros, que trabajan todo el día para satisfacer sus necesidades y caprichos, guardando sus secretos y aguantando sus desplantes.

Jane puede tolerar el trabajo de sol a sol, el ser ignorada e insultada al mismo tiempo por su jefe y por su esposa, pero el cinismo del burócrata antes mencionado propicia una reflexión silenciosa sobre su lugar en la compañía productora, así como su rol como mujer en una industria dominada por hombres. El monstruoso productor se mantiene fuera de campo, llegándose a escuchar únicamente su espantosa voz, caprichosa y furibunda. No obstante, me queda la impresión que el mantenerlo al margen completamente hubiera sido un recurso mucho más útil. El fuera de campo puede ser una herramienta útil para sugerir una figura, ya sea ideal o de un horror incomunicable, como en el caso de Rebecca (Hitchcock, 1940) o El Bebé de Rosemary (Polanski, 1969). Me parece que Green erra al mostrar aunque sea su voz, sin embargo, el retrato indirecto del productor sin nombre funciona muy bien como la fuerza misteriosa que aprisiona no solo a Jane, sino a sus compañeros de oficina.

La Asistente nació de la una meticulosa investigación por parte de su directora, quien al conocer las revelaciones sobre Weinstein, entrevistó a empleados de Miramax e hizo las lecturas necesarias, lo que le ha permitido una mayor verosimilitud.

Green demuestra una gran atención al detalle que le sirve para construir un ambiente hostil y una tonalidad de terror apenas sugerido. La Asistente es entonces una obra coyuntural que trata de resolver las preguntas surgidas tras conocer los muchos crímenes de Weinstein, quien se mantuvo impune durante tantos años gracias a su cuidada red de lealtad que le ayudó a encubrir sus abusos. Se trataba de personas como Jane, cuyo deseo por cumplir el sueño de trabajar en la industria cinematográfica los llevó a comportarse como burócratas indiferentes que consentían los crímenes de los poderosos –muy parecido a lo que Mario Puzo, autor de El Padrino, llamó omertá: la ley siciliana del silencio a la que se apegaban los gamberros de la mafia–.

Al presentar las particularidades de un caso muy conocido con un ojo documental –alejándose así de la dramatización de la vida real tan amada por la Academia que entrega los premios Óscar–, Green excede sus objetivos originales, pues la sombría rutina gris de Jane, el retrato patético de la vida Godínez, la normalización de la masculinidad tóxica de los hombres en el poder, así como la naturaleza alienante del trabajo, contribuyen a crear una película sobre el estado del trabajo en el siglo XXI, y cómo los poderosos alimentan un sistema que nos engaña al hacernos creer que los sueños se encuentran al alcance, cuando en realidad su cumplimiento está reservado a aquellos con el pasaporte social indicado, cuya meritocracia se revela como una estructura infranqueable, imposible de escalar. Es decir, Green se enfoca en lo particular, pero descubre lo universal. Resultado nada despreciable.

Julia Garner –a quien pueden ver en Ozark y Maniac de Netflix– lleva la película a cuestas, mostrando con delicadeza el cansancio, la rabia reprimida y la decepción de Jane hacia el mundo. Green aprovecha sus rasgos para mostrarnos su pérdida de inocencia, utilizando hábilmente la cámara para mostrarnos su menudez física y metafórica como una tuerca en la máquina que torna a seres humanos en masas amorfas, obedientes al poder e incapaces de cuestionarlo. 

La asistente es un vívido retrato de las dinámicas de poder prevalecientes no solo en Hollywood, sino en una oficina cualquiera. Es necesario darle una oportunidad a su naturalismo, lo que puede resultar aburrido para algunos, pero que en el fondo resulta en una experiencia verídica y devastadora que invita a la reflexión.

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