Hablemos de "Tick, Tick… Boom!"

Una auténtica bocanada de aire fresco, un apapacho bien necesario para el alma, un recordatorio doloroso acerca de la perseverancia y el rechazo.

Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


No les miento: llevo poco más de dos meses intentando redactar este artículo pero, simplemente no encuentro la forma de hacerlo sin ser demasiado intensa y vomitarles (en sentido figurado) todo lo que significa para mí este peliculón llamado "Tick, Tick… Boom!", la vida en sí de Jonathan Larson y por supuesto, mi amor y eterna admiración por el increíble genio capricorniano que los dioses musicales decidieron llamar Lin-Manuel Miranda, quien hace su debut como director y es el encargado de que mi cabeza no tenga un solo descanso en estas últimas ocho semanas (si quieren, luego les cuento por qué). Así que relájense, téngame muuuuucha paciencia y resígnense a leer un artículo cero objetivo o imparcial.


No es ninguna revelación que me gustan las películas musicales (y mucho), tanto así que hace un par de años (casi cuatro para ser exacta) les compartí una lista de mi Top 10 que, con mucha alegría, puedo afirmar que se ha modificado a lo largo de estos años y me parece excelente que así sea porque, en palabras de mi muy sabia psicóloga: "todo aquello que no cambia, muere" y dudo que mi amor por las pelis musicales, muera any time soon. Pues bien, en aquella ocasión coloqué a "RENT" en el lugar número diez y les hablé un poquito de la importancia de este musical de rock irreverente en la historia moderna de Broadway, al revolucionar por completo al teatro musical y por supuesto, de lo desafortunada que fue la repentina muerte de Jonathan Larson la noche del último ensayo de vestuario, previo al estreno de la obra Off-Broadway (término que, según lo poco que sé e intuyo, es la antesala a un estreno en Broadway). Y si bien hace años conocía o me era familiar la historia personal y profesional de Larson, nunca me había interpelado tanto como hasta ahora. Y vaya que duele.

“Tick, Tick… Boom!”, en palabras de su director, “[…] no es una de esas películas biográficas donde ves a Mozart escribiendo su gran obra maestra. Esta es una película acerca del fracaso y de cómo recuperarse, y de cómo la obra maestra de Jonathan Larson está justo delante de él; es esperanzador porque tal vez también la tuya esté justo delante de ti”. 

En varias entrevistas, mi querido Lin-Manuel ha expresado su amor y devoción por el cine dado que, desde pequeño, su sueño era ser cineasta (y hay muchos videos caseros de la familia Miranda que nos lo confirman). En 1997, a la tierna edad de diecisiete añitos, Miranda tuvo la oportunidad de ver “RENT” cuando la obra ya había sido estrenada en Broadway y rápidamente se posicionaba como EL espectáculo que TODAS y TODOS debían ver y, palabras más palabras menos, es un suceso que le cambió la vida; no solo la obra lo impactó y lo dejó boquiabierto (como a toda una generación) gracias a su frescura, dinamismo e irreverencia, sino que realmente lo inspiró y animó a explorar y crear su propio arte (porque aceptémoslo, “RENT” caminó para que “Hamilton” pudiera correr, como dicen por ahí). Al paso de los años y estando ya en la universidad, se inclina por el teatro y en particular por el teatro musical y no es ninguna novedad que ha hecho cosas ASOMBROSAMENTE LEGENDARIAS en este ramo (sí, con M A Y Ú S C U L A S). En 2014, Lin-Manuel tiene la oportunidad de interpretar el papel de Jon en un breve reestreno que tuvo “Tick, Tick… Boom!” Off-Broadway, al lado de los talentosísimos Leslie Odom Jr. en el papel de Michael y Karen Olivo en el de Susan, por lo que podemos deducir que es una obra y una historia que le apasionan y que más allá de conocerla a fondo, le atraviesa de mil maneras. Ya cuando Lin adquiere cierta presencia y notoriedad en el medio artístico, insiste en que, si algún día tiene la oportunidad de dirigir una película, tendría que ser “Tick, Tick… Boom!”, deseo que se le cumplió en 2019 gracias a la productora Julie Oh quien le comentó en aquel entonces, que finalmente había obtenido los derechos para filmarla, a lo que Miranda le contestó rápidamente que “no habría un mejor director que él para hacerla”. ¡Wow! ¡Eso es tener confianza en sí mismo, carajo!  Así que Lin hizo hasta lo imposible para crear un film exitoso en toda la extensión de la palabra. Y a mi parecer, lo logró.


Jonathan Larson tardó ocho años en escribir “Superbia”, una obra musical de rock satírico de ciencia ficción, inspirada en la aclamada novela de George Orwell, “1984”. La historia retrataba a una civilización futurista pegada a sus pantallas, viendo las vidas extraordinarias de los ricos como programas de televisión (¿les suena familiar?). Jonathan quemó sus “roaring twenties” suplicándole a múltiples productores para que le dieran una oportunidad a “Superbia”. Tras numerosos y dolorosos fracasos y por ende un sinfín de puertas cerradas, Larson al borde de cumplir los temibles 30, escribe y estrena “Tick, Tick… Boom!” (que originalmente se llamaba “Boho Days”), un “one man show” acerca de todo el proceso creativo que implicó hacer y eventualmente no hacer “Superbia” y que retaría a los productores a que le pusieran otro pretexto que no fuera el costo en sí de la producción. Nunca fue la creatividad con lo que luchó Jonathan; fue con el rechazo, el fracaso, la duda, la falta de visión y originalidad de otros y por supuesto, la falta de capital que financiara su arte.  


La película comienza con Larson, interpretado de manera excelsa por Andrew Garfield (sí, sí… Spider-Man pues), dándonos la bienvenida a su monólogo. Filmado en el New York Theatre Workshop (donde Larson originalmente estrenó “Tick, Tick… Boom!”), el personaje de Jonathan nos introduce a su obra musical con algo de resignación y hasta presume las múltiples cartas de rechazo que tiene en su poder pero, de pronto cambia su actitud cuando nos cuenta que está por cumplir 30 años en tan solo un par de días y la carga que ello representa. Y justo así comienza la canción “30/90” y de inmediato nos sitúa en el mood ideal para el resto de la película y nos succiona a la mágica cotidianidad del Larson de inicios de los noventa. No saben cómo me hubiera gustado conocer esta canción cuando cumplí mis treinta, pero supongo que ahora a mis treinta y tres, no cambia mucho la cosa ¡duh! En ese momento, Larson tenía ya un par de años trabajando como mesero en el icónico “Moondance Diner” y así continuó hasta prácticamente el estreno de “RENT”. Su familia y amigos platican en el documental “No Day But Today: The Story of RENT” que Jonathan en realidad encontraba muy cómodo su trabajo; le permitía dedicarse exclusivamente a escribir y crear sus musicales de lunes a jueves, y de viernes a domingo, trabajaba todo el día en la cafetería. Lo hacía por la comodidad del horario, para pagar la renta de tu infame departamento (que Lin y la producción replicaron con asombrosa exactitud) y tratar de sobrevivir a la jungla urbana que es Nueva York y vamos… en ese sentido, creo que todas y todos sabemos lo que es tener (sí TENER) que trabajar en lo que tienes que trabajar para lograr hacer aquello que en verdad queremos hacer.


Jonathan decide crear una oda al “Moondance Diner” titulada “Sunday”, una especie de plagio/inspiración/modernización/sátira de otra canción llamada “Sunday” que es la famosa culminación del primer acto del musical “Sunday In The Park With George”, escrito por su mentor e ídolo personal y profesional, el gran Stephen Sondheim, quien fue una leyenda de Broadway y que desafortunadamente, falleció el pasado 26 de noviembre de 2021. Tanto en la película, como en la vida real, vemos cómo Sondheim y Larson tienen/tuvieron una relación maestro-discípulo, en donde los consejos y observaciones de Stephen eran el oro más preciado para Jonathan quien, sin miedos ni inseguridades, solía enviarle letras, partituras y grabaciones de melodías constantemente. Sondheim nunca dudó de la enorme capacidad creativa de Larson, cuyo talento era indiscutible y de primera clase, sin embargo, nunca pudo ayudarlo más allá de lo que él hubiera querido, aunque sus palabras y la fe que tenía en él bastaron para que Jonathan nunca desistiera, a pesar de que la vida y las circunstancias le pedían a gritos que lo hiciera. Lin-Manuel quiso extralimitarse (algo que aprendió de Jon M. Chu, director de “In The Heights”) y hacer de “Sunday” una de las escenas más icónicas de toda la película y regalarle a Jonathan Larson, el coro de estrellas de Broadway con el que siempre soñó. Mi hermana Elo es testigo que, cuando aparecieron Adam Pascal, Daphne Rubin-Vega y Wilson Jermain (los actores originales de “RENT”) en pantalla, pegué un grito ENOOOOORME y es increíble la cantidad de cameos que Lin consiguió para este número en particular, desde Chita Rivera, Bebe Neuwirth, Howard McGillin, Joel Grey, Bernadette Peters, hasta mis Schyler Sisters, Renée Elise Goldsberry and Phillipa Soo.

Jonathan Larson luchó por hacer arte, no porque no tuviera talento, sino porque Nueva York era (es) una ciudad terriblemente cara y competitiva, más hablando de Broadway. La tragedia de ser un artista es que a veces nacen en el momento equivocado, en la generación equivocada. Todos sabemos que, en su vida, Van Gogh vendió solo una pintura; nunca fue famoso y murió atormentado y en la pobreza. Hoy en día, sus obras son de las más apreciadas y vendidas a altísimos precios y comercializadas y reproducidas en cualquier tipo de producto de consumo que pudiéramos imaginar (wink wink a la taza de “Noche estrellada sobre el Ródano” que le regalé a mi amigo René ¡ayñ!). Según expertos en arte, Van Gogh habría sido el artista más rico del mundo. Hoy en día, hemos sido testigos de las cuantiosas historias futuristas que se nos presentan en televisión, en el cine, en la literatura, en los podcasts, etc. La ciencia ficción vende y muy bien, y para Jonathan Larson “Superbia” cumplía todos los requisitos necesarios para atraer inversores y un público que conectara con la temática, pero en la década de 1990, simplemente no fue posible y francamente yo sí creo que le rompió el corazón. Después, escribió “RENT”, explorando el tema del SIDA, las drogas, la comunidad LGBTTTIQ, la lucha incasable por sobresalir y dejar huella y… el resto es historia.

Ganador de tres Premios Tony, el Premio Pulitzer de Drama y autor de uno de los espectáculos de mayor duración en Broadway y que ha recaudado más de 300 millones de dólares alrededor del mundo. Aunque Larson obtuvo el reconocimiento que merecía, llegó demasiado tarde: todos estos reconocimientos le fueron dados post mortem. Así como les comenté hace unos párrafos, Jonathan falleció a los 35 años de una disección aórtica mal diagnosticada (los doctores le decían que era estrés). Ese miedo de no llegar a los cuarenta, se le cumplió; una auténtica tragedia. Pero si el viaje de un artista se encuentra en sus tragedias, entonces, de hecho, Larson vivió una gran vida artística. Para mí, Larson es una especie de Van Gogh de finales del Siglo XX.

Dos años, una pandemia, el guion de Steven Levenson (creador de otro hit de Broadway llamado “Dear Evan Hansen”), numerosas visitas a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (donde se albergan muchos documentos originales de Jonathan Larson), rearmar el orden de las canciones, quitar unas, aumentar otras, la aprobación de Julie Larson (la hermana de Jonathan encargada de salvaguardar su legado), el casting perfecto de Andrew Garfield, quien aprendió a cantar, a bailar y a tocar el piano en tiempo récord, la visión particular de Lin-Manuel… todos estos, factores importantísimos e imprescindibles que hacen de “Tick, Tick… Boom!” una auténtica bocanada de aire fresco, un apapacho bien necesario para el alma, un recordatorio doloroso acerca de la perseverancia en el arte y el rechazo inminente. Porque sí, aceptémoslo, ser un artista (o querer ser uno), es vivir con miedo y dudas constantes; es crear algo todos los días y esperar (sí, es-pe-rar) que algún día alguien te lea, te escuche, te vea. Esperas que tu creatividad sea lo suficientemente buena y diferente como para cambiarle la vida a alguien; ese es EL sueño. Y como todo buen sueño, suele ser bizarro, sin un principio y fin claros, efímero y/o que solo se le concede a los realmente suertudos. ¿O acaso estoy siendo demasiado negativa? ¡En fin! Dense la oportunidad de ver “Tick, Tick… Boom!” las veces que sean necesarias y ojalá se les estremezca el corazón tanto como a mí.

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