El devenir de Emir Kusturica

Kusturica es un tipo difícil de descifrar, alguien que traduce de forma perfecta el caos y lo lleva a buen fin.


Jorge Tadeo Vargas | 


Aunque la carrera cinematográfica de Emir Kusturica no inicia en 1995, cuando ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Oscar a mejor película extranjera por Underground, este fue el año que lo conocí y que comencé el recorrido hacia atrás de su trayectoria, buscando sus películas anteriores. Una rápida búsqueda en el incipiente internet de aquellos años y un amigo que vivía en la Ciudad de México me ayudaron con esto. Él las buscó, las consiguió y me las mandó vía correo postal en formato VHS hasta la ciudad de La Paz, que era donde yo estaba comenzando mis estudios universitarios.

Así fue como vi “Papá esta en viaje de negocios” (1985) con la que inició el camino hacia la internacionalización y el reconocimiento global, ganando su primer Palma de Oro y recibiendo su primer nominación al Oscar como mejor película extranjera. Esto con apenas treinta y dos años. También conseguí “Gipsy Times” (1988), que se convirtió en mi película favorita del director por muchos años, una belleza de lo absurdo y el realismo mágico, con la que hace una denuncia al racismo y la violencia hacia lo diferente, hacia aquellos que tienen una forma de vida distinta a la que el sistema nos dice que debemos de tener, una visión totalmente contraria a la visión occidental que impera en muchos directores de cine, incluso en aquellos que son críticos al sistema.

La tercera (aunque las conseguí en un mismo paquete) fue “Arizona Dream” (1993) su primera (y última) incursión en el cine norteamericano. Una comedia negra, absurda, muy a su estilo que no tuvo el éxito que pudo haber tenido, con un Johnny Depp logrando una de sus mejores actuaciones al lado del genial Jerry Lewis y la maravillosa Faye Dunaway. Con esta, mi colección de la filmografía de Kusturica estaba completa, claro que le sumaba Underground, con su maravillosa banda sonora y el espectacular poster que la acompañaba y que me agencié en el videoclub donde trabajaba. Solo me tocaba estar atento a sus nuevas películas.


Muchos años después conseguí (en DVD) ¿Te acuerdas de Dolly Bell” (1981) donde va mostrando su estilo de sobra conocido, lleno de una elegancia estilística propia de su forma de ver el mundo, su obsesión de enfrentar a sus personajes al caos mientras todo se va resolviendo entre lo absurdo y el realismo mágico. Tal vez esta forma de ver la realidad es lo que lo hace sentirse tan cercano a América Latina, pues entiende a la perfección este surrealismo arropado por la magia, del cual nos sentimos tan orgullosos.

Kusturica es un tipo difícil de descifrar, alguien que traduce de forma perfecta el caos y lo lleva a buen fin, a la par de ser un producto de sus propias contradicciones que lo persiguen para que las traduzca en forma de historias absurdas, hilarantes, esas mismas contradicciones con las que viene lidiando desde la desaparición de Yugoslavia.

Y es que el nacido como bosnio, musulmán, en algún momento tomó la decisión de reconocerse como serbio y se convirtió al cristianismo ortodoxo, a la par de iniciar un viaje al nomadismo que lo ha llevado a vivir en muchos otros países y ciudades. Es como se siente más cómodo, siendo un gitano sin patria que defender o de la cual renegar según sea la situación o las necesidades.


Tal vez es la razón por la que se siente como pez en el agua tocando y girando, primero con la banda punk Zabrajenjo Punsenje o en lo que se convirtió esta agrupación con el paso de los años que es la Emir Kusturica and the No Smoking Orchestra, su espacio seguro desde hace varias décadas y al que regrese siempre de que lo necesita, este espacio colectivo donde es uno más de muchos creativos a la hora de componer y tocar.

En 1998, sumaba a sus otros premios el León de Plata de la muestra de Venecia como mejor director por la película “Gato Negro, Gato Blanco”, una comedia absurda, negra, donde una comunidad gitana es la protagonista. Ambientada en las riberas del Danubio cuenta la historia, cual es su costumbre, de unos marginados que buscan desde su propia visión sobrevivir a este sistema. Aquí la banda sonora es parte fundamental de la historia por lo que toma un papel protagónico, a la par de la dirección de fotografía o de arte. Kusturica mantiene el absurdo, el realismo mágico para contar la historia de quienes sobreviven al borde de la sociedad poniendo en marcha su creatividad para engañar a los privilegiados. Todo esto desde la visión nada occidental que Emir tiene del mundo.

En 2001, estrena el documental Super 8 Stories, donde narra las peripecias de la banda a la que pertenece, los No Smoking Orchestra, mostrando la relación tan cercana que existe entre los integrantes, con lo que hace uno de los mejores documentales de música que he visto. Mas allá de la crítica que se le ha hecho, lo que retrata de manera muy objetiva es la convivencia diaria de una banda más allá de las actitudes y vicios de rockstar que siempre están presentes en este tipo de documentales. No es sobre la caída y la redención, es sobre el amor y la amistad.


Para 2004, regresa a terrenos de la “ficción” con “La vida es un milagro” y uso comillas para resaltar la palabra ficción pues el impresionante trabajo que hace con esta cinta para rescatar la memoria histórica de la guerra yugoslava, la convierte en posiblemente el mejor trabajo de Kusturica hasta el momento. Su objetividad, su madurez como cineasta, son muy claros, además de sumarle significativamente su rechazo a la visión cinematográfica e histórica occidental. Para él, el diálogo no es necesario, mucho menos demostrar algo a la hegemonía occidental (a la cual nunca le ha hecho reverencias). Su cine va más allá de ellos y su visión miope. Para cerrar con “La vida es un milagro” y la recuperación de la memoria presenta el corto “Blue Gipsy” (2005) dándole voz a los niños de la guerra en tan solo diecisiete minutos.

Para 2007, la comedia absurda, el realismo mágico, los marginados y su forma de enfrentar la vida son los protagonistas de la historia de “Prométeme” contando cómo se sobrevive en el borde, ese que el sur global conoce tan bien, lleno de muertos, desaparecidos, de violencia, la cual Kusturica sabe disfrazar muy bien, para soltarla en forma de humor negro, políticamente incorrecto.

Su gusto por el futbol y sus cercanías ideológicas, lo llevaron a filmar en el 2008, “Maradona by Kusturica”, un documental sobre Diego Armando Maradona y el culto que se vive en torno a él, no solo en Argentina, sino en todo el mundo. Aquí también da constancia de la cercanía del diez con cierto sector de la izquierda latinoamericana, y da constancia de ese apego ideológico. Este es un documento fílmico que intenta ser lo más objetivo posible, aunque también lleva mucha carga de sentimentalismo y parcialidad por parte del director, lo cual tampoco es un pecado, al final, el documental narra la historia de un personaje al cual Kusturica admira como jugador y como persona. De nuevo salen a flote sus contradicciones.


En 2014 retoma el cine de ficción participando en el ejercicio “Words with Gods” filmando uno de los nueve cortos de este proyecto fallido que intenta armar un diálogo sobre la existencia de Dios, el cual tristemente queda reducido a historias pretenciosas y faltas de ritmo.

Para 2016 regresa a la dirección con “On the Milky Road” y aunque su estilo se mantiene ha perdido de cierta forma esa visión absurda, de confrontación con el occidente, tal vez como producto de todos sus años viviendo justo en esos países, pero en esta película se le nota autocomplaciente, sin crítica, sin ofrecer nada distinto, incluso su decisión de tomar el rol protagónico junto a Mónica Bellucci, se siente forzado, lejos de lo que nos había dado. Este es posiblemente el peor ejercicio cinematográfico de su carrera, ni siquiera el soundtrack es capaz de salvarlo, tomando en cuenta que para Kusturica esta parte siempre ha jugado un papel importantísimo a la hora de contar sus historias.

Desde 2016 no ha regresado a filmar ficción, aunque en 2018, regresa al terreno de los documentales con “El Pepe: una vida suprema” donde narra la vida de José Mujica, desde sus años en el activismo hasta la llegada a la presidencia. Con este rinde homenaje a uno de los personajes de la izquierda institucional más coherente que han existido y que sin embargo está lleno de contradicciones, tal vez fue la razón por la que Kusturica decidió contar su historia, no podemos ignorar que en las contradicciones propias del director, en 2014 apoyó abiertamente a Vladimir Putin, y actualmente ha declarado su repudio al presidente de Ucrania, en esta guerra contra Rusia. Es claro que sus apoyos tiran más hacia la izquierda, sin hacer un verdadero cuestionamiento. Aquí Kusturica sufre del mal de todas las celebridades de izquierda, una falta de conocimiento real de la problemática, con mucho mainstream de por medio. El apoyo a Mujica, a la vez que Putin no muestra sino sus contradicciones y su intento de navegar más allá del caos.


Emir Kusturica ha declarado en múltiples ocasiones su deseo de dejar de dirigir, de retirarse del cine y dedicarse por completo a la No Smoking Orchestra, sin embargo ha regresado al menos en un par de ocasiones, y es que el cine le ha dado mucho, lo mismo que él nos ha dado a los espectadores y tal vez por eso se mantiene aquí, por ser el lugar desde donde puede arremeter con más fuerza contra las visiones hegemónicas del sistema, desde donde puede debatir ideologías y creencias, desde lo absurdo y surreal, desde donde puede poner en entredicho sus contradicciones e intentar ordenar el caos.



Enero, 2023
Desde algún lugar en el exilio.

Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia
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