Letrinas: Breve antología poética de Marco A. Pérez

Marco A. Pérez. Poeta originario de San Martín Texmelucan, Puebla. Publicó el libro de poemas 'La fortuna de las moscas' (2021).


 

Breve antología poética de Marco A. Pérez




LOS QUE ENTENDIERON LA REALIDAD

No vamos a engañar a nadie:

después de la tormenta

nunca llega la calma.

Nos quedan la inundación

y la tristeza de los árboles mutilados.

 

¿Qué nos espera a nosotros

si hasta un tronco atado a la tierra

se inclina ante la tempestad?

 

Habrá que renunciar

al heroísmo,

dejarnos llevar por

estas cloacas

que nos arrastran

inevitablemente

como cuerpos de animales muertos.

 

No nos mintamos,

aquí ni ganan los buenos

ni los hijos de puta

reciben su merecido;

aquí apenas se salvan

los que entendieron la realidad

y se arrojan al mar

atados a su peso.

 

Benditos sean los suicidas:

si tuviera una religión,

ellos serían mis santos.

 



HOY HE LEÍDO A VALLEJO

Hoy no tengo ganas de nada

ni siquiera de estar muerto.

 

Mis manos pesan

como puños

de boxeador noqueado.

 

Me he forjado esta boca

besando la lona

más que tus labios.

 

Apenas puedo escuchar

la cuenta regresiva

y levantar mi voz

para intentar sostener

algo mío en alto.

 

Alcanzar el cielo

es asunto de pájaros,

yo me limito a pensar

con las alas de los libros:

abrir páginas

para no destaparme el cráneo.

 

Y me bebo la vida

como un alcohólico

a las diez de la mañana.

 

No quiero saber nada

de la esperanza:

que venga la muerte

a ver el mundo a mi lado

y entonces sabrá

por qué la deseamos tanto.

 

Pienso en toda la gente

que me ha querido,

por cinco minutos o cinco años,

no importa la medida

cuando es equivalente el daño.

 

Pediré perdón por última vez,

aunque uno se cansa

de recibir clemencia.

 

No me despido,

hoy he leído a Vallejo,

perdonen la tristeza.

 

 

 

ANIMALES DOMÉSTICOS

Me duele el perro del vecino.

Atado.

Limitado a un pequeño

espacio todo el día

a cambio de techo y comida.

 

Triste, pero seguro...

¿Seguro de qué?

¿De su soledad entre ladridos

de ansiedad?

¿De dos o tres caricias

que no valen la condena?

 

Me apena el perro del vecino,

como si mi corbata

asfixiara menos que su correa.

 

No hay mucha diferencia

entre mi horario de oficina,

el miedo,

y su docilidad doméstica.

 

Mientras él se acostumbró

al tintineo de sus cadenas,

yo me voy acostumbrando

al sonido de estas teclas.

 

  

 

SOY

Soy el poema mal hecho de otro imitador de Bukowski.

La canción más desafinada de Corcobado.

El loco que no se atreve a ser rey de su propio mundo

imaginario,

aterrado del resplandor blanco

en una habitación marginada del viejo hospital.

Soy la sonrisa salpicada de sangre en el rostro del

asesino serial.

La bala dorada que perforó el cráneo del niño soldado.

El pensamiento perverso del sacerdote,

o sus dedos,

persignándose.

Pálidos dedos que minutos antes

se introducían húmedos en la entrepierna de otra víctima.

Soy el político sonriendo en la foto con el pobre.

El vagabundo que morirá de frío y nadie notará.

El cáncer que matará a tu madre en cinco años.

El niño que no volverás a ser.

Soy la tierra sobre tu ataúd.

La cuerda que alguien tirará

después de descolgar tu cuerpo aún tibio.

El perro atropellado por un conductor borracho

que se destrozará el cráneo a un kilómetro de ahí.

 

Soy el mundo destruido por el hombre.

 

Y tú,

¿me reconoces?

 

 

 

SEGURO QUE ESTA HISTORIA TE SUENA

Hoy vi a un niño llorando

al lado del cadáver

de su pequeño poodle.

Otro perro más grande

lo había matado.

 

Ese tipo de cosas siempre me ponen mal.

 

Pensé en qué es

lo que se le puede decir.

Cómo explicarle.

Pero sólo vino a mi mente

el verso final

de un poema de Iribarren:

 

es la vida, hijo...

y no ha hecho más que empezar.

 


 

EL DOLOR MÁS PROFUNDO

Aquí no hay poesía,

sólo esto:

la realidad.

 

Más allá de las palabras que inventamos,

más allá de la fuerza de todas las catástrofes,

la soledad es lo único que sobrevive.

 

El miedo es la unidad de medida de la muerte

y la muerte es la máscara del tiempo.

 

Pero hay un dolor más profundo

que supera todos nuestros temores.

No es de la muerte

de lo que en realidad huimos

sino de algo aún más inevitable.

Terrorífico.

Ordinario:

 

el olvido.

 



LA FORTUNA DE LAS MOSCAS

Somos nada

y a la nada pertenecemos.

Pequeños seres pretenciosos,

primates de un metro setenta

y a veces ni eso.

 

Más parecidos a las células de un cáncer

que a las estrellas en el cielo.

 

Nacemos, crecemos, follamos, fallamos y morimos.

Millones de ciclos repetidos

en una danza absurda entre la mierda y la soledad.

Almas frustradas, ancladas

al mismo deseo de eternidad.

 

Reafirmamos nuestra arrogancia odiando.

 

Creemos que no guardamos relación

con nada que consideremos inferior.

Ahí están las moscas, por ejemplo,

nos provocan asco y las preferimos lejos.

 

Nos cuesta admitir

que aunque no somos moscas

nos encanta la mierda.

 

Incluso,

nuestra fortuna es menor:

ellas,

en su miserable condición,

apenas viven unos días

y además saben volar.

 

Somos superficies,

limitados por cinco sentidos

y cuatro dimensiones.

 

No nos cuestionamos nunca nuestra existencia;

sólo aceptamos las ideas

con las que nos violaron la mente

nuestros padres.

Y las defendemos.

Nos aferramos a ellas

como si los muros de nuestra percepción

fueran un sagrado monumento,

pero sólo somos

maquinarias del miedo.

 

Para qué seguir.

Para qué insistir.

Para qué tanta palabra seca

taladrándome el cerebro,

si mañana vuelvo al mismo encuentro:

dormir, comer, cagar, trabajar, embriagarme

y comenzar de nuevo.

 

Si no nos jugamos la vida,

¿Para qué la queremos?

 

¿No sería entonces mejor la muerte?

¿El abandono por voluntad

y no esta permanencia por cobardía?

 

Tanto ruido y al final

nuestro cadáver apenas servirá

de patria para las nuevas larvas

que fundarán nuestro esqueleto.

 

Se desnuda la cruda anatomía del universo:

 

Morir no significa irse

sino regresar a casa.

 

A dónde pertenecemos.

 

A la nada.

 

 

 

LOS DÍAS NORMALES

Huimos de la trivialidad,

de la costumbre,

de la mediocridad,

de lo simple,

de lo común,

de lo insípido:

de lo que nos une al resto.

Huimos, en fin,

de los días normales.

 

Y sin embargo,

son lo que más nos sucede.

 

Observa a todos

esos perros en la calle,

avanzan como si supieran

siempre a donde van.

 

Quisiera tener

esa misma certeza.

Conservar el instinto.

 

No hay ni un rastro

de furia por las banquetas.

Ni un camino que

nos lleve a la deserción.

 

¿Civilidad o imbecilidad?

 

Incluso el árbol envejecido,

con raíces y paciencia, aprendió

a reventar el concreto usando

la sabiduría de su propia naturaleza.

 

A morir de pie entre los arrodillados.

 

Nos arrancaron la rabia

pero no la esperanza.

 

La trampa es mantener

nuestra pasividad intacta:

un rebaño de carne

anhelante y acostumbrada.

 

Porque un pueblo desesperanzado

sabe que morirá peleando.

 

No hay nada más incendiario

que la desesperación.

 

 

 

INCENDIO UNIVERSAL

Hay algo que se pudre,

que cruje cada vez que sonrío,

como una máquina averiada

en medio de un sistema productivo.

 

No es para ponerse de pie

que nos levantamos.

Es para continuar, simplemente.

 

Arrastrados por la inercia del propio juego:

la realidad que nos ha tocado

sin poder elegir la casilla de inicio.

 

Somos el insecto que el azar amenaza

poner bajo la bota.

 

Hemos hallado algunas salidas,

es cierto, pero no todos sobreviviremos

a los caminos que nos llevarán a ellas.

 

Mi corazón es del tamaño de un puño

y mi puño tiene el tamaño de la ira.

 

Nada es más inútil

que algo que funciona, impecable,

dentro de un cuerpo que no sabe

para qué sirve.

 

Reunamos toda la tristeza de nuestra generación

y prendámosle fuego.

 

Será el gran incendio universal:

las ciudades hermanadas por las llamas,

desatando su hedor a mierda y consuelo.

 

Arderemos

para cicatrizar el dolor en cenizas.

 

Y si no sobrevivimos,

al menos

iluminaremos.

 


Marco A. Pérez. Poeta originario de San Martín Texmelucan, Puebla. Publicó el libro de poemas La fortuna de las moscas (2021), en la editorial El Viaje y El Camino. Ha participado en festivales culturales como Tlalancarock, Encuentro de Blues del callejón y Encuentro Nacional de Poesía Max Rojas. Actualmente se encuentra trabajando en su segundo poemario. Es papá de Galia.
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