Fuera de mí todo es bosque
Alejandro Rosen
Obviamente, para Perrucha
Fuera de mí todo es bosque, ríos,
abetos, lagos. Fuera de mí todo florece, todo es vida. Lo intuyo, pero no puedo
asegurarlo; me fío de los mapas y fotografías que he llegado a encontrar. Lo percibo
también por las personas que en algún momento llegan hasta mí. Se les reconoce
felices, con agujas en el cabello, sudorosas y sonriendo entre sí; cómplices de
una felicidad con olor a pino, de tarde de domingo, a la cual nunca podré
acceder. Se les notan los recuerdos compartidos de paisajes impolutos. Les
envidio. Y cómo no. Si fuera de mí todo es vida y sol filtrándose entre las
ramas de los árboles, pajaritos que cantan al amanecer -como diría mi madre-
agradeciendo al Señor. Así, fuera de mí todo es pasado, todo es piel, labios,
abrazos de Perrucha. Sin embargo, nunca podré comprobarlo fehacientemente.
Antes tenía a una mujer en la que confiaba, que veía y recordaba por mí. Fue un
pacto implícito que surgió una noche en que dormíamos juntos, antes de que ella
roncara con su maullido de gatito. En su momento me pareció un buen trato: pasar
con avidez la lengua por su culo y sus axilas a cambio de que me ayudara a ver
fuera de mí. Grave error. Ahora que no
está conmigo y sigo perdiendo la vista debo hacer mis inferencias y aun mis
propios recuerdos. Supongo que al tenerla conmigo percibía lo que los dedos de
esa mujer recorrían. Ahora quiero convencerme que cuando me acariciaban llegaba
a sentir esa oleada de deseo que -supongo- era semejante a la mía. Bajo esta
premisa quisiera pensar que en algún momento la hice feliz, aunque ahora todo
es sospechoso y desconocido; por ejemplo, me resulta intrigante la palabra
“bosque”, ¿es sólo un conjunto de árboles? ¿Es un coño hermoso y perfumado
donde se bebe y respira felicidad? Ahora no sé qué soy. Los monstruos evitamos
los espejos. Quiero pensar que la sospecha de ese mundo verde me humaniza.
Jadeo, respiro con dificultad. Requiero de ese aire lleno de verdes recuerdos.
O quizá esa fantasmagoría es la que me está perdiendo. Reconociendo mi
incapacidad para percibir adecuadamente, me fío de la opinión de cualquiera que
se ofrezca como lazarillo, como aquel que hace siglos buscó despertarme a
gritos diciéndome que me aleje de todo aquello que se relacionara con los
bosques pues están llenos de los bárbaros que destruyeron a nuestra
civilización, están llenos de lo que enloquece mi presente. Su voz me llega en
este momento. Asustado me levanto (¿no los bosques eran coños húmedos?) y manoteando
con un bastón corro entre las carpas del campamento, entre soldados perplejos
que con certeza me ven como un chiflado. Siguiendo la conseja corro hacia la
luz, pero ésta me evade y provoca que me caiga. Escucho risas. Nunca me había
percatado que las baldosas de la Vía Apia tienen forma de gato, y que fuera de
mí, todo es bosque, o al menos todo tiene el olor engañoso que emana de un
pinito que se bambolea en el retrovisor de un automóvil en movimiento, siempre
en movimiento.
ALEJANDRO ROSEN (Ciudad de México,
1972). Maestro en Comunicación, y Doctor en Ciencias Sociales. Ha publicado en
los periódicos Excélsior, El Financiero, y en La Jornada Semanal. Tiene
publicado un libro de microrrelatos: “Arco voltáico (Los Reyes, 2005). Proyecta
teatros de sombras mientras duerme.