Reyes Rojas
¿Qué tan vigente será, hoy en día, dicha expresión? Esta pregunta es la que se hace la artista visual y escritora Andrea Pizarro. A
partir de esta pregunta surge su Manual
para el nuevo hidrocálido.
Pizarro no redacta un folleto turístico. Levanta un manual de supervivencia urbana con tipografías retro y consignas que invitan a “dirigirse a las torres”, expresión que hace alusión al crecimiento o boom vertical que tanto se vende como parte del supuesto y exitoso desarrollo del llamado Gigante de México.
Su Manual observa
el centro de Aguascalientes, retrata la vivienda
abandonada y parodia el lenguaje que promete plusvalía garantizada. El resultado no sermonea. Instruye con ironía.
“Me pregunté qué tanta vivienda abandonada existía”, dice Pizarro durante la entrevista.
La pregunta guía el proyecto y sostiene el humor negro
de los afiches, que exhortan a identificar
al enemigo en los jóvenes con pensamiento crítico y sin posibilidad real de
adquirir una vivienda digna. El enemigo no llega del exterior. Habita las
políticas que celebran nuevas torres mientras calles rotas y multifamiliares
cumplen cuarenta años en deterioro.
¿De dónde
sale este manual?
Andrea Pizarro camina su ciudad, la estudia, recorre
el primer cuadro y reconoce dos detonantes. Primero, la memoria ferroviaria y
un pasado que imaginó progreso a toda máquina. Segundo, el dato duro: el INEGI reporta que, en 2020, había 70 mil
viviendas deshabitadas en Aguascalientes. Ella añade un cálculo que circula en la conversación pública tras el
caso La Pona:
“Creo que al menos hay 100 mil viviendas abandonadas”.
Pizarro no presume certezas. Confirma en fuentes oficiales y levanta alertas visuales. El INEGI
aparece como brújula.
La artista planea una siguiente entrega centrada en
datos y cartografías. Por ahora articula señales:
anuncios que prohíben estacionarse “ni por un minuto”, puertas selladas,
fachadas que exigen atención. Los
fantasmas urbanos no nacen del mito. Nacen de una red de servicios que se deteriora.
El manual no
demoniza la altura.
Andrea lo aclara: “Apoyo la vivienda vertical bien
pensada”.
Su crítica apunta a torres que funcionan como oasis privados y separan barrios con muros y amenidades encapsuladas. Ese modelo densifica sin tejido y multiplica inseguridad, plagas y focos de infección en el entorno
inmediato.
El lenguaje gráfico desarma esa promesa. En una lámina
aparece un caballero con sombrero que apunta al lector: “¡Hidrocálido!
Es hora de salir a construir”.
En otra, dos jóvenes reciben la etiqueta de “promotores del reuso” por querer
habitar lo existente. Con humor
muestra la lógica del mercado: construir, vender, mantener vacía la
propiedad para que la demanda nunca
muera.
Esa lógica gana eco en discursos empresariales y
académicos que hoy dominan la conversación regional. Hablan de eficiencia del suelo, densificación inteligente y ciudades de 15 minutos. Prometen plusvalía, liquidez y preventa como
vehículo. Señalan que la gente ya no
quiere vivir lejos y enfatizan que la
verticalidad acerca servicios,
oficinas y parques. Plantean tasas
y seguridad como variables
decisivas. El manual no discute los
conceptos. Los interroga desde
los vacíos que deja el entusiasmo.
Lo que
dicen los números y lo que muestran las calles
El auge inmobiliario local no se entiende sin migración y empleo industrial. Distintas fuentes del sector insisten en una demanda creciente de vivienda; algunas
incluso calculan más de 200 mil llegadas
anuales a la entidad y proyectan una proporción
70/30 entre vivienda horizontal
y vertical dentro del Tercer Anillo.
El relato inmobiliario añade cinco argumentos recurrentes:
● Crecimiento del PIB de la
construcción
● Protección contra la
inflación
● Tasas en descenso
● Inversión extranjera al
alza
●
Estabilidad frente a la incertidumbre.
El Manual del
nuevo hidrocálido coloca estos
mensajes junto a escenas del centro histórico. En una página, la leyenda “Atención, ciudadano obediente” se
sobrepone a la imagen de un inmueble sostenido
con puntales, donde “hogares huecos” y “vagabundos en modo decorativo”
conforman el panorama.
En otra página, un cuestionario pregunta: “¿Permanece
encadenado al glorioso pasado que lo hunde?”. Andrea rehúye el choque
frontal. Yuxtapone la promesa con la
otra ciudad con preguntas que podría
hacerse cualquier aguascalentense el día que el cura lo manda a rezar un padre
nuestro:
El manual adopta el lenguaje comercial típico del curso express que ofrecen supervivencia y plusvalía garantizada mientras invitan a mantenerse alerta y evitar
el mal gusto. La artista escribe con afiches, sellos falsos y logos de constructoras fantasma. La
ironía funciona como antídoto contra
la normalización.
Verticalidad
sin burbuja: la propuesta detrás de la sátira
La propuesta de Pizarro no cancela la vivienda en altura. Redirige la conversación. Andrea es una aficionada, una experta
autodidacta en cuestiones de urbanismo y arquitectura, y como tal propone usar primero lo construido, rehabilitar
multifamiliares y casas del primer anillo, y después densificar con criterios claros: conectividad, movilidad activa, agua
suficiente y mezcla de usos.
Ella pide espacios
que integren colonias, no moles
cerradas que bloqueen el barrio contiguo. El manual exhibe costos de no actuar. El abandono trae inseguridad, adicciones y trámites
olvidados.
El manual recurre al detalle mínimo para mostrar esos costos: un letrero que amenaza con
“se ponchan llantas”, una puerta con
la marca “ni por 1 minuto”, un
asiento público con el escudo local frente a un edificio descascarado. La composición sugiere una ciudad que mira hacia arriba y no
mira sus cimientos.
Además, Pizarro recuerda la dimensión comunitaria.
“Perdimos rituales”, explica. “Ya no organizamos posadas, rosarios ni redes vecinales”.
Ella admite que vive
en un complejo y no conoce a
todos sus vecinos. Esa confesión no moraliza. Dibuja un déficit relacional
que la verticalidad podría agravar o
reparar, según el diseño y la gestión.
Datos,
archivo y ciudad vivida: el manual que viene
La autora no deja el manual como pieza única.
“Quiero
dividirlo en varias partes”, anticipa.
La próxima entrega exploraría bases de datos, mapas y series históricas. También quisiera
construir un archivo urbano que
hable de ex haciendas demolidas, cines cerrados o edificios públicos con arquitectura
prehispánica reinterpretada. Ella valora ese patrimonio moderno y propone
una lectura sin nostalgia.
El proyecto crece como diario de campo. Cada casa
descubierta suma una página.
Cada historia barrial abre un pie de foto.
“Me parece agradable hacer de mi vida aquí un proyecto”, dice.
La frase resume la metodología: caminar, escuchar, fotografiar y cruzar esas observaciones con estadística
pública.
Entre el
eslogan y la política del suelo
La conversación local impulsa la verticalización como solución
a la escasez de tierra. Los manuales
corporativos promueven preventa, amenidades y rentas institucionales. Las escuelas privadas actualizan programas para formar
a la nueva mano de obra que
construye en altura. La narrativa enfatiza eficiencia
y sostenibilidad.
El Manual para
el nuevo hidrocálido no invalida
esa agenda. La complementa con una condición previa: habitar lo existente. Rehabilitar lo vacío reduce demoliciones,
rescate de arbolado y huella hídrica. Y, sobre todo, teje comunidad donde hoy predomina la puerta cerrada.
“Quiero
entender mejor la ciudad”, insiste Andrea.
En el Manual el lector no recibe órdenes. Encuentra instrucciones
que dudan. La ciudad ofrece promesas
de velocidad y torres con vista.
El centro reclama mantenimiento, política de vivienda y cuidado básico. Entre ambos extremos,
la ironía de Pizarro abre espacio
para una agenda mínima: contar las
viviendas vacías, priorizar su
rescate y diseñar verticalidad con
barrio.
Andrea Pizarro elige la risa
incómoda para reencuadrar la
conversación. El manual, entonces, funciona como espejo portátil. Quien lo abre lee
consignas y, al mismo tiempo, mira
las calles que esas consignas ordenan olvidar.
El Manual para
el nuevo hidrocálido puede consultarse en las redes de Andrea Pìzarro y de Neo Nada Estudio, un taller de producción
arquitectónica arte y diseño con sede en Guanajuato.
Andrea Arellano Pizarro
(Durango, 1998) es escritora y artista visual. Reside en Aguascalientes desde
2022, año en que publicó su primer poemario es posible amueblar una infancia,
presentado en espacios como el CIELA y el Museo de Arte Contemporáneo de
Durango. Su escritura dialoga constantemente con la arquitectura y las artes
visuales, campos en los que también se ha formado.
