Letrinas: Visitas de medianoche

Ali S. Martínez, novelista mexicano independiente en Amazon Kindle con títulos como "México y la Guerra Azul" e "Infamia en la Laguna Verde".

Visitas de medianoche

Ali S. Martínez


Tengo 10 años y no entiendo nada, pero lo recuerdo todo.

Recuerdo la bicicleta, el viento en mi cabello largo y rizado mientras bajo a toda velocidad por la avenida. Mis piernas flacas pedaleando con una fuerza que no sé de dónde sale. Más rápido, más rápido, esta vez Julio no me va a ganar.

Luego, el camión doblando la esquina.
Luego, el golpe.
Luego, nada.

Después, la ambulancia, las luces en mi cara, los doctores hablando en voz baja y mi madre llorando cuando escucha la palabra “coma”. Yo pensaba que “coma” era un signo de puntuación de la clase de español, no esto: sentirlo todo sin poder moverme, escuchar sin poder hablar, estar despierto con el cuerpo dormido.

Mi madre está sentada junto a mí en la habitación blanca del hospital. Las cortinas verdes se mueven con el viento de la noche. Ella está agotada, casi dormida, cuando entra una enfermera:

—Señora, ya es casi medianoche y terminan las visitas. Vaya a descansar. Mañana puede volver. Nosotras cuidaremos de Toño.

Mi madre se levanta resignada, me besa la frente. Su cara demacrada, la mujer deshecha en la que se convirtió. Luego se va.

Quedo solo con el silencio del hospital. Apenas lo rompe el reloj en la pared: tic, tac.

Al marcar la medianoche exacta, la puerta se abre.

Entra un niño con uniforme escolar: pantalón negro, camisa a cuadros. Lo reconozco de inmediato. Soy yo.

Se sienta en la silla de mi madre y dice:

—Ya salimos del coma, Toño. Nos abrieron la cabeza y la cosieron. Mira —me muestra una cicatriz que baja por su frente izquierda—. Todo está bien. Estamos en sexto de primaria y tenemos un nuevo mejor amigo: Paco.

Sale justo cuando el reloj marca las 12:01. Entra entonces un joven de unos 18 años, alto, chaqueta de cuero, jeans. La misma cicatriz.

—Paco es un cabrón, Toño. Y pensar que era nuestro mejor amigo. Mamá decía que era “parte de la familia”. Lo acabo de ver besando a Dorian. A nuestra novia. Y yo como idiota. Escucha: la vida está llena de traidores. Por lo menos ya nos vamos a la universidad en la Ciudad de México. Al carajo este pueblo pitero llamado Veracruz. Puerto de buitres.

Cuando el reloj marca las 12:02, aparece un hombre joven, traje negro, un ramo de rosas blancas. Tristeza contenida. La cicatriz intacta.

—Se nos fue, Toño. Mamá se nos fue. Primero papá cuando teníamos tres años y ahora ella. Hijo único, Toño. Ahora estamos solos. Esa mujer que no era santa pero cerquita de ser un ángel. Tan buena con todos, y el mundo tan desgraciado con ella. Ese cáncer maldito…

Se marcha. A las 12:03 entra otro joven, agitado, sudado, camisa rota y sucia.

—¡Puto gobierno, Toño! Les dispararon a todos. A todos. Tlatelolco está lleno de sangre. Mataron a Mario, a Julio, a Pepe… y a Fátima… —Se hunde en la silla como si el mundo lo aplastara—. Fátima… No volveremos a amar. No podemos. Su sangre está allá todavía, en la Plaza de las Tres Culturas. Ese presidente genocida va a conocer nuestro nombre. Te lo juro.

Sale arrastrando una pierna, gimiendo.

A las 12:04, entra otro hombre: delgado, traje negro, cicatriz como un recuerdo que no cicatriza del todo. Lleva un bebé en brazos.

—Mírala, Toño. Es nuestra hija. Se llama Matilda, como mamá —los ojos de la bebé brillan—. Su mamá es Isabel. Sí pudimos volver a amar, Toño.

Tarareando una nana, desaparece por la puerta.

A las 12:05 entra el mismo hombre, ahora con traje gris, corbata roja desfajada, ojeras hondas.

—Qué ingenuos fuimos, Toño. ¿Diputados? Obvio que no íbamos a ganar. A este país ya no le importa la justicia. Treinta años desde aquella masacre y mira… perdimos la elección. Creímos que desde la Cámara podríamos arreglar algo, honrar a los muertos. Pero los fantasmas pertenecen al pasado, y quizá sus ideales también. Es hora de rendirse.

Se va.

A las 12:06 aparece otra versión: traje negro, cabello ya entrecano, ojos encendidos.

—Secretario de Gobernación, Toño. Mira hasta dónde llegamos. Mamá estaría orgullosa. Y se lo debemos a Isabel, que no nos dejó rendirnos aquella noche. Se vienen buenos tiempos. De verdad.

Sale. Y un minuto después regresa, ahora viejo del todo, cabello blanco, ojos que no alcanzo a descifrar. Se sienta.

—No pertenecían a este mundo, Toño. Ni mamá, ni Isabel, ni Matilda. Quizá es mejor así. Ya no queda país donde vivir. Nada queda. —La puerta se abre detrás de él: un pasillo iluminado, hombres de traje corriendo con rifles y papeles. Una bandera de México flamea. Una mujer militar aparece en el marco—.
“Señor Presidente, las tropas extranjeras ya tomaron el Zócalo. Avanzan por Reforma. Debemos evacuar.”

Él no la escucha. Se inclina hacia mí, me toma la mano.

—Si la vida va a estar llena de dolor, Toño… por favor no despiertes. Por lo que más quieras: no despiertes.



Ali S. Martínez, novelista mexicano independiente en Amazon Kindle con títulos como "México y la Guerra Azul" e "Infamia en la Laguna Verde". Sus textos han sido publicados en diversas revistas literarias de México y España. Instagram: ali_s_martinez
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