Todo comenzó como comienzan las cosas que parecen chiste y
terminan volviéndose destino: un puñado de tipos sentados en un bar, intentando
engañarse a sí mismos con la idea de que el futbol podía ser una cura temporal
para la resaca eterna, para las malas mañas, para ese cansancio de la vida
adulta que se pega a los huesos. No pasó así. Pasó algo mejor.
El dueño de la idea, músico en fuga de su propio horario, ya
ni viene; pero fue él quien tuvo la chispa. Y aunque muchos se quedaron en el
camino —porque no cualquiera despierta un sábado con el hígado protestando para
ir a correr bajo el sol— otros fueron llegando desde rincones improbables.
De ahí nació este ejército mal organizado, esta hermandad
improbable, este grupo de WhatsApp con el nombre menos épico de la historia: Amigos
Futbol Sábados.
Un nombre hecho al vapor, sin poesía, sin glamour… y que hoy ya no nos
atrevemos a cambiar porque ahí adentro vive una parte importante de nuestra
vida.
Ahí están los mensajes a deshoras, los “confirmo”, los “en
camino”, los “voy tarde”, los “estoy repedo”, los memes, las mentadas, las
alineaciones, las discusiones inútiles y los silencios cuando alguien no
aparece porque está pasando por algo pesado. Ahí está el pulso del grupo.
Y en la cancha están ellos. Todos ustedes.
Cuando cayó el régimen del músico —cuando la rutina le ganó
al entusiasmo y la resaca fue más fuerte que su voluntad— apareció Esaú.
Nuestro dictador benevolente. El hombre que tomó el caos y lo convirtió en
calendario. El que convoca, reparte, cobra, insiste. El que nunca dejó que esto
muriera. Inteligente, terco, solidario. Sin él, no habría cancha, no habría
grupo, no habría sábados. Y eso hay que decirlo en voz alta.
Alan, cañonero hambriento, pelea ahora contra su
rodilla como si fuera un enemigo jurado. Y aun así, cuando no está, falta el
ruido: falta su pólvora, falta su amenaza. Familia.
Betito, el poeta, el hombre que escribe como juega o
juega como escribe: con esa mezcla peligrosa entre lo sublime y lo torcido en
la misma jugada. Capaz de una gambeta que parece metáfora y de una caída que
parece un verso roto.
Preci, fundador, romántico del futbol viejo,
necaxista. Uno de mis hermanos de vida, guerrero sin armadura, que ha
sobrevivido a golpes más duros que cualquier entrada. Un hombre que ha
aprendido a levantarse tantas veces que ahora se levanta también por los demás,
incluso antes de que toquen el piso.
Alonso, arquero y cronista, guardián del arco y
documentalista de la memoria del glorioso Hidra. Especialista de los penaltis. Cada
atajada suya parece un pequeño milagro.
Chiki, tosco por fuera, noble hasta la médula. Llega
cada sábado buscando un pegamento distinto. Y lo encuentra. A veces en un pase,
a veces en una carcajada, a veces en una charla futbolera. Pero vuelve a
armarse, siempre vuelve a armarse. Quizá el que mejor entiende para qué sirve
la reta.
Dani Ibarra, defensa elegante, se peina antes de ir a
chocar y despeja como si el estilo fuera táctica. Luis Miguel de fondo, donjuán
y marcador serio. Convierte cada cruce en una coreografía.
Didiego, mi hermano. Incansable aunque el cuerpo
proteste. Un corredor del alma más que de las piernas. A veces juega con
pulmones prestados, pero siempre con corazón propio.
Diego Reyes poeta del gol y casanova del mundo. El
que convirtió la capoeira en un idioma para anotar goles hermosos. Él no mete
los goles, los baila. Más goleador en el área chica de las féminas.
Arka, el que cura, el que aconseja, el que se emputa
si le das mal una pared. Médico de cuerpos ajenos y atleta de alma entera, un
tipo que parece creado para jugar futbol. Todo en él es balance: tocar, pasar,
ayudar, sanar. Dentro y fuera de la cancha.
Chuy Flores, el que viene poco pero cuando viene no
se rinde y eso vale más que cualquier habilidad. Su terquedad es un
recordatorio de por qué jugamos. Es malísimo y admirable a la vez. Y además, trajo
a Taquero, así que todo perdonado.
JP, mi arquero favorito, mi amigo, mi mosquito, mi
rey lagarto. Reflejos imposibles, nobleza infinita. Siempre queriendo mejorar, en
la vida y en la cancha. A veces ataja balones, pero siempre ataja nuestras
tristezas. JP siempre en mi equipo.
Taquero… qué se puede decir. Nuestro santo no
canonizado. El más querido, el más popular, 40 millones de seguidores, no lo
vas a entender jamás.
Waz, amigo tardío y necesario. Bigote mítico, asador
místico. Un tipo que llegó sin aviso y se volvió un pilar del grupo y en lo
personal uno de esos regalos que solo la adultez sabe dar. Gracias a él hay
cancha y terceros tiempos INCOMPARABLES. Los mejores del mundo.
Luisillo, es como el hijo de todos, el hijo problema
que nadie quiere tener pero que nos vemos en la necesidad de cuidar: rebelde,
contestatario, genio y figura. Tormenta
con piernas. Un tipo que disputa batallas invisibles más consigo mismo que
contra el rival y aun así siempre aparece. Su bondad y su amistad, siempre,
siempre ganan los partidos que importan. Te quiero mucho Distinto19.
Moro, torero viejo, clase intacta aunque el tiempo le
robe metros. Juega con la dignidad de quien sabe que se está acabando algo… ¡pero
no hoy! Y ahora comparte la cancha con su hijo. Eso ya hace que el sábado valga
la pena.
Oscar El Pai, velocista, zurdo eléctrico,
carismático. Una estrella que no necesita estadio para brillar aunque juega
como si siempre tuviera público. Un tipo que convierte cualquier pase largo en
promesa de alegría. Diferente cada vez que toca el balón.
Pato, mi hermano desde los doce. Compañero de banda,
de vida, de heridas. Él que siempre da un pique cuando estoy a punto de caer,
dentro y fuera de la cancha. El que me ha visto triste, contento, destruido, y
aun así siempre me pasa el balón.
Rudy, la ardilla, el culto, el brillante. Un
escéptico natural, alma seria del grupo. Un tipo que opina fuerte, piensa hondo
y juega como si todo el caos del mundo pudiera ordenarse con un buen pase
filtrado. Pensador incómodo. Necesario. Un cineasta sin película, un filósofo
sin público, un jugador que entiende más de la vida que del deporte -pero aun
así ataja hermoso-.
Chuy del Futuro, maestro del francés, sacerdote de
los edits, nuestro cronista audiovisual. Bibliotecario de ¡LA FOTO! ¡LA FOTO! Gracias
a él no olvidamos quienes hemos sido en nuestros mejores sábados. Aunque es
pésimo escogiendo equipos: Pumas, Madrid, Marsella, Partido Acción Nacional; pocos
como él son tan generosos fuera de la cancha.
Vico, mi hermano del alma, presidente honorario de
este grupo, espíritu del Ummagumma, un tipo querido por todos y que siempre nos
abre las puertas. Aquí seguimos, carnal.
Charly, defensa duro, sobreviviente de verdad. Su
cuerpo trae historias que el balón nunca podrá narrar. Cada despeje suyo es un
acto de resistencia.
Eder y Fabián, hermanos, técnicos, incansables, obreros
del medio campo que trabajan como si cada pase fuera un oficio honesto. Fabián,
ejemplo vivo de resiliencia con su pierna recién curada; Eder, brújula
silenciosa que siempre está donde debe.
Alfaro, el fantasma fiel. Nunca lo verás pasándote
una chela pero sí corriendo al espacio. Casi nunca falta. Un misterio atado a
una constancia admirable.
Kevin y Luis Ozuna, defensas de los de antes, muros serios
y eficaces. Creadores de chistes involuntarios, pero también de entradas duras que
sostienen al equipo cuando todo se tambalea. El futbol es más sencillo si los
tienes a tu lado. ¿Alguien necesita un contador?
Miguel Ibarra, cuyeyo orgulloso, trabajador, amable.
Le da serenidad a cualquier cascarita. Incansable, noble, siempre alentando,
siempre corriendo, siempre ahí donde se necesite estar.
Pete, fundador, profeta, bebedor, ciclista,
conquistador de bares, fecundador de nalgóticas. Carisma puro. Querido por
muchos, odiado por unos cuantos, precisamente por eso: por su empeño, su
alegría, su terquedad luminosa.
Sam, bala humana, egoísta por talento, feroz por
naturaleza. Un tipo que juega como si el mundo le debiera prisa. Difícil de
alcanzar, imposible de ignorar.
Paquito, músico exiliado en techos ajenos, fundador
de primera hora. Cada vez que regresa ilumina el día: trae historias, trae
recuerdos, trae algo que solo él puede cargar. Como si hubiera vuelto un tío
querido.
Y luego están los cometas: Amaury, Cuauh, Dany Gallegos,
Emilio, Lalito, Nico, La Cobra, los amigos de la infancia y familiares lejanos de
Alfaro; y los que se irán sumando y restando como pasa en todas las
familias. Gratitud también a ellos por los momentos compartidos dentro y fuera
de la canchita.
Y pienso en mí, Carri, que creí que el futbol se me
había ido para siempre cuando mi rodilla explotó y la vida me obligó a ser otra
cosa. Que pasé dos años lejos de una cancha convencido de que ya no había lugar
para mí. Hasta que este grupo apareció como un milagro que no pedí pero que
necesitaba. Desde entonces no he dejado de jugar, ni ustedes de alivianarme.
Soy uno de los agradecidos, uno que volvió a nacer en una cancha rentada cada
sábado a las nueve de la mañana.
Porque este año en específico fue duro, muy duro, y sin
ustedes no lo hubiera atravesado igual. Sus pases, sus gritos, sus consejos,
los terceros tiempos con Juanito y Mari La Tetas, las risas, los parleys, las
discusiones inútiles, los silencios compartidos… todo eso me sostuvo más de lo
que creen.
Y yo los veo cada sábado, llegar a calentar como dios nos da
a entender, sin árbitro, sin uniforme, sin promesa de victoria, pero con una
especie de furia infantil que nos recorre a todos. Somos hombres cansados, derrotados
por la semana, trabajadores, rotos, tercos, confundidos, con pérdidas, con
deudas, con miedos. Pero cada sábado cuando el balón rueda, algo se acomoda.
Algo nos limpia.
El mundo deja de pesar como pesa entre semana. Y por dos
horas vuelve ese milagro sencillo de la infancia: correr sin saber por qué,
reír sin motivo claro, caerse sin sentir vergüenza.
Quizá la vida adulta sea eso: tener un lugar donde el mundo
no duela tanto.
Para nosotros, ese lugar es la Cancha #3 del Natural Soccer.
Para mí, ese lugar, son ustedes, mis hermanos.
Gracias a todos. Por estar. Por no soltar este grupo. Por
seguir apareciendo cada sábado.
Larga vida a Amigos Futbol Sábados.
