
A Leo Messi, argentino; con el número diez en la espalda y el brazalete de capitán, llevó a su selección a ganar la Copa del Mundo; ganó, además, el trofeo al mejor jugador del torneo.
Con el rayo, con la fuerza de los galgos hambrientos todas
leguas recorridas de Rosario a Catar,
todas posibles latitudes pintadas de fútbol,
todos corazones marcados por los sueños de uno
que sueña lo que todos quieren: el amor en tiempos de ceniza.
el olor quemado, su sabor como fuego
tallar madera con las uñas a pesar de la sangre,
en levantarte de los goles
y los golpes asestados en tu contra.
Difícil camino porque no existe:
¿quién contra los árabes diría la derrota?
Si bien sufrido es el torneo que señala la grandeza,
¿no el dolor, por contraste, acrecienta la victoria?
que se posa en la rama de un naranjo:
levando temperaturas
y sudores a ras de cancha:
ojo que es el mismo de entonces y de ahora, infalible testigo
de los cuerpos yacidos en Malvinas, de la voracidad trasatlántica
que aquellos anglos profesan envilecidos:
¿cuánto sur se llevarán al norte?
¿Cuántas almas apenas retoñando
El sol, estelar estatua,
vio secarse la carne perforada de balazos
en precios que se elevan
o a utilizarla en el vicio de la soda;
secándose, como los cuerpos de mis hermanos argentinos
se vio al diez argentino tomar el balón
desde esa pobreza ultrajada
que es común en nuestro pueblo,
y dribla en control orientado a uno,
y los ingleses no lo alcanzan,
un poco más a la derecha
y le quiebran el tobillo pero no importa
si no al dulce corazón
¿Qué es ese movimiento de la red
que van a la mina, a la oficina,
en fin, que congregan la razón del hambre
para marcharse al laburo
e iniciar de nuevo esa negra melodía
que componen el quebrantamiento de huesos
en una repetición idiota.
Y quizá también alguno de esos hombres,
pueda confundir en la cancha
la sonrisa, el éxtasis de estar vivo,
el paréntesis en medio de la sangre y la escasez
que también es la tarde,
después del colegio y los deberes,
en que los niños salen a jugar al fútbol,
y las inventadas del barrio,
con las alineaciones imperfectas
y el balón y los botines que en el juego
y escriben en la remera, con rotulador indeleble,
su nombre y número específicos.