La estirpe de Caín (Editorial Agujero de Gusano, 2025), de Sergio Martínez, es una antología de cuentos que se adentra en una pregunta tan antigua como incómoda: ¿el mal se elige o se hereda? Desde distintos registros narrativos —realismo sucio, alegoría, reescritura bíblica, horror cotidiano— el libro construye un universo donde la violencia no irrumpe de golpe, sino que se filtra, se normaliza y se transmite como una marca familiar.
Los cuentos que integran el volumen dialogan entre sí a partir de un mismo eje: personajes comunes enfrentados a situaciones límite en las que el daño aparece como una respuesta posible, a veces incluso justificada. Aquí no hay héroes ni redenciones fáciles. Hay cuerpos expuestos, vínculos rotos, silencios prolongados y una sensación persistente de fatalidad.
Uno de los mayores aciertos del libro es su coherencia temática. Aunque cada relato funciona de manera independiente, en conjunto componen una genealogía del mal: padres que heredan violencia a los hijos, instituciones que fallan, familias que juzgan, comunidades que callan. El título no es solo una referencia bíblica, sino una declaración de principios: Caín no es un personaje aislado, es una condición que se reproduce.
La prosa de Martínez es directa, contenida, a ratos áspera. No busca embellecer la tragedia ni suavizar sus consecuencias. En varios relatos la violencia es explícita; en otros, apenas sugerida, pero siempre presente como una fuerza que modela la conducta humana. El libro incomoda porque se rehúsa a explicar o disculpar: observa y deja al lector frente al espejo.
Los textos finales del volumen funcionan como un cierre potente y revelador. Paradoja mutante, uno de los relatos más extensos, utiliza la pandemia como escenario para construir una alegoría inquietante: un hombre que, tras el encierro y la acumulación de tensiones sociales, descubre que puede transformarse. Lejos del tono heroico, la mutación se convierte en una herramienta para ejercer una justicia torpe, casi primitiva. El silencio que obtiene al final no es redención, sino alivio. Un gesto mínimo que dialoga con el resto del libro: a veces el mal no se castiga, simplemente se tolera si resulta funcional.
Soterrada, el cuento que cierra la antología, adopta el punto de vista de una mujer que presencia su propio velorio. Incapaz de comunicarse con los vivos, observa cómo la familia se fragmenta, cómo el juicio y el abandono pesan más que el duelo. Es un relato de inmovilidad y condena, donde la violencia no proviene del golpe, sino de la indiferencia. El cierre es seco, sin concesiones, y deja una sensación de soledad que persiste más allá de la última página.
Que La estirpe de Caín haya sido realizada con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales, a través del PECDA Aguascalientes 2025, subraya el carácter de una obra que se arriesga a pensar el presente desde la ficción. No se trata de una colección de cuentos complacientes ni de ejercicios formales aislados, sino de un proyecto literario con una postura clara.
Con este libro, Editorial Agujero de Gusano reafirma su línea editorial: publicar textos que incomodan, que no buscan la corrección moral ni el consumo rápido, sino el diálogo con una realidad fracturada. Un proyecto literario paralelo a Revista Sputnik que comparte su vocación crítica y su interés por narrativas que se atreven a mirar la herida sin prometer consuelo.
La estirpe de Caín no ofrece respuestas. Plantea, insiste, vuelve sobre la misma pregunta desde distintos ángulos. Y quizá ahí radique su mayor fuerza: en recordarnos que el mal no siempre llega de afuera, que a veces se hereda, se aprende y se ejerce en silencio.
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