Beanpole: los cuerpos y el dolor


Por J. Alejandro Becerra González

La guerra es el territorio de hombres y así se ha reflejado en el arte cinematográfico: a través este se ilustran sus luchas, su dolor, su muerte, etcétera. En Beanpole (2019), el joven director ruso Kantemir Balagov propone mirar las consecuencias del conflicto armado en las mujeres de una ciudad y una nación recién devastadas por la Segunda Guerra Mundial: Leningrado, Unión Soviética, invierno de 1945.

El dolor y la destrucción ocasionados por la guerra son palpables a cada momento de la película: calles y fachadas ruinosas, hombres mutilados, hambruna y la constante charla sobre la muerte de infantes. Un aire de miseria generalizado pesa sobre los personajes de la película, habitantes desdichados que no han recobrado aún las ganas de vivir, pues aún se reponen del trauma colectivo de la guerra (recordemos que la entonces Unión Soviética tuvo el mayor número de bajas de todo el conflicto).

Entre ellos se encuentran Iya, cuyo sobrenombre Dylda le da nombre a la película y Masha, camaradas cuya amistad surgió durante la defensa de la patria. Masha partió al frente con el Ejército Rojo, mientras que Iya sufrió una lesión en combate que le ocasiona ataques de catatonia (se ha señalado que se trata de secuelas del estrés postraumático), durante los cuales se paraliza involuntariamente, abriendo la película con uno de estos soponcios.

Un hospital en Leningrado se ha convertido en su refugio. Allí se desempeña como enfermera, atendiendo a los soldados heridos en combate. Un hombre que ha quedado parapléjico le dice que algún día se casarán. El médico a cargo le regala raciones adicionales para que alimente a su hijo, el diminuto Pashka. Pero una tragedia deshace la tranquilidad de su nueva vida. La cámara de Balagov encuadra este momento de tal forma que, como audiencia, sentimos la impotencia de lo inevitable. La muerte del diminuto Pashka es una de las escenas más devastadoras e impactantes de memoria reciente. 

Iya resume su vida como puede, pero el regreso de Masha del frente ocasiona un quiebre, pues el niño no era de Iya, sino de Masha, quien lo tuvo en el frente y lo dejó al cuidado de su amiga. La muerte de Pashka es un suceso que resuena a lo largo del filme, envolviendo a las protagonistas en un proceso de duelo que toma muchas formas.

Al igual que su compatriota ruso Andrei Tarkovski, Balagov permite que las secuencias retraten la vida con muy pocos cortes, haciendo que Beanpole tenga escenas largas que permiten escrutar los rostros de sus personajes, así como la melancólica belleza de sus decorados de interiores.

Como en el cine de Tarkosvki, las largas secuencias dan pie a un realismo. Ello contrasta con los vibrantes colores que portan las protagonistas, así como las paredes de sus principales escenarios, pues recuerdan más al realismo mágico, un poco cursi de Amélie (Jeunet, 2001). Pero el resultado no es contradictorio, pues la vivacidad de sus decorados y de su vestuario funciona como elemento simbólico que complementa una película con escasos diálogos (otro elemento que añade al realismo no dramático, es decir, alejado de las convenciones dramáticas de una obra de teatro).

Los efectos de la guerra sobre el cuerpo es una de las principales preocupaciones del director ruso. La herida de Iya le ha impedido llevar una vida heroica, combatiendo contra los invasores alemanes. El cuerpo de Masha ha sufrido los embates de los hombres del frente repetidamente y su percepción de la realidad se ve alterada debido al trauma sufrido, no en la guerra, sino ante sus compatriotas y los misóginos mecanismos del Ejército Rojo. El médico que dirige el hospital donde trabajan ambas mujeres, Nikolai Ivanovich, ha visto tanto sufrimiento que basta convencerlo poco para aplicar una eutanasia y la pesadez de su rostro denota el cansancio de ver la muerte y la desfiguración de tantos jóvenes. Este punto de análisis es consolidado si se toma en cuenta la subtrama de Stepan, el soldado que ha quedado parapléjico, cuya serenidad esconde un convencimiento de que su vida no vale la pena vivirse, opinión secundada por su esposa.

La fantasmagórica Iya –una formidable Viktoria Miroshnichenko debutante– ha perdido parcialmente el control de su cuerpo, pues sus ataques de catatonia llegan sin aviso, sorprendiéndola en los peores momentos, ocasionando la consabida muerte de Pashka. Antes de ese momento, ella parecía caminar con la certeza de que su condición la hacía poco útil entre sus compatriotas, comportándose retraídamente, dedicándose de lleno a sus labores como enfermera. Después del suceso, Iya carga consigo la culpa de la muerte de un inocente y es esta culpa la que Masha explotará para conseguir su cometido de obtener un nuevo hijo, pues su cuerpo también ha dejado de funcionar y no le puede proporcionar lo que ella más desea. En su caso, esta incapacidad la lleva a la locura, simultáneamente colocándola lejos de la realidad pero con una perspicacia que le otorga la habilidad del chantaje y le permite alcanzar niveles preocupantes de crueldad, siendo indiferente de la violencia que ejerce contra su única amiga. 

La violencia sutil de una sociedad devastada por la guerra es palpable en Beanpole. Masha –una sorprendente Vasilisa Perelygina, debutando en un papel perverso, sensual, vulnerable y desesperado hasta la locura– la ejerce en contra de su querida amiga de manera similar a la que el Estado ha ejercido en su contra. Es una víctima cuyo profundo trauma la convierte en victimaria, redirigiendo la violencia que ha sufrido en su persona hacia otros, incluso si estos son sus últimos asideros a la realidad. El mismo Ivanovich, el médico que dirige el hospital, realiza un acto deleznable con profunda apatía e indiferencia por el bienestar del prójimo. En algún momento Iya le dice a Masha que está vacía, es decir, que no está embarazada, pero es una frase que bien puede describir a los personajes que pueblan la Leningrado del invierno del 45.

A pesar de esto, la cinta de Balagov no es una experiencia depresiva, pues encuentra la belleza de la solidaridad entre los soldados heridos confinados en el hospital, animando al pequeño Pashka a participar en su juego de pantomima, en la que es sin duda alguna la escena más conmovedora y hermosa del filme. Balagov subraya la ternura del minúsculo infante al mirarlo de espaldas, mientras este mira hacia los rudos hombres que, reducidos a piltrafas humanas en el hospital de la posguerra, se han convertido en divertidos compañeros de juego, turnándose para imitar a perros, pájaros y aves, siendo estas últimos un poderoso símbolo de sus almas, libres al viento a pesar de la jaula que los aprisiona. Una mascada adornada con aves se convierte en un recordatorio de la culpa que Iya lleva a cuestas, con el recuerdo de Pashka animando su devenir, sin importar cuán horribles y detestables acciones le sean impuestas como penitencia.

Los colores verde, amarillo y rojo dominan la pantalla, adornando las vestimentas de Masha e Iya, así como los interiores –en contraste, los exteriores son grises y desprovistos de vida–. El rojo de los atuendos de Masha señala el trauma que carga consigo, así como su locura apasionada con expresa su deseo de ser madre. El verde de las ropas de Iya señala su fertilidad, su inocencia y su timidez. Es por ello que Masha tiene un ataque de locura al probarse el vestido verde, con el cual después admitirá su verdadera historia frente a extraños, pues en el fondo ella sabe que se trata de un disfraz que contiene una promesa que ella no puede cumplir. 

Asimismo, el final sugiere que la solidaridad, el cariño y la compasión son los elementos que hacen la vida posible en un entorno adverso. Es por ello que Masha corre a su departamento comunal tras presenciar un perturbador suceso. Es el motivo por el que Iya se queda a su lado a pesar de que la obligue a actos abominables y contrarios a su naturaleza –el cariño de Iya hacia Masha abre la puerta a un análisis de Beanpole como una representación del deseo reprimido queer–. Ambas saben que están solas en la ciudad, pues los hombres que las rodean o están rotos –literalmente– o las acosan y solo las quieren para usarlas como objetos. 

Es por ello que Beanpole se antoja como una obra mayor, ilustrando la solidaridad y el amor como los remedios al dolor y la locura ocasionados por la guerra. Balagov utiliza todos los recursos del medio para presentar una historia desgarradora, trágica pero esperanzadora, como la vida misma.



Ficha técnica:
Título: Beanpole
Título original: Dylda
Dirección: Kantemir Balagov
Año: 2019
País: Rusia
Guión: Kantemir Balagov y Aleksandr Terekhov
Fotografía: Kseniya Sereda
Edición: Igor Litoninsky
Productor: Alexandr Rodnyansky, Sergey Melkumov, Natalya Gorina y Ellen Rodnianski
Producción: Non Stop Production
Reparto: Viktoria Miroshnichenko, Vasilisa Perelygina, Konstantin Balakirev, Andrey Bikov.
Música original: Evgueni Galperine

Porfiado: baladas rock sobre las contrariedades de crecer

Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez 

Como adolescentes lo sabemos: muchas de las cosas que vemos, no nos agradan. Situaciones como la indecisión, el miedo a crecer, el odio y la soledad son cosas que son inherentes al crecimiento humano, resulta curioso que exista un álbum que aborde estos temas de forma tan ligera y los lleve a un punto por demás gracioso y reflexivo al mismo tiempo.

Porfiado, el decimotercer álbum de la banda uruguaya del Cuarteto de Nos, se vuelve en cada pista, una balada rock sobre las contrariedades de crecer. Lanzado en Abril de 2012, ganador a mejor álbum Pop/Rock y mejor canción rock de los Grammy Latinos en ese mismo año, ha sido uno de los mejores trabajos de la banda dirigida por Roberto Musso.

Posterior a discos como Raro, Bipolar y Cortamambo, el Cuarteto de Nos logró retomar los mejores puntos de su trabajo para traernos -el que para mí es- el mejor álbum de la banda. De mano de la sátira a situaciones comunes o humor parecido al de la canción de Mamá, el bajista me está pegando, bailando siempre entre el pop y el rock alternativo, es posible que Porfiado prolongue aún más el legado de la banda en la historia del rock latino.

Desde canciones como Buen día Benito y Lo malo de ser bueno, podemos encontrar la tónica de las letras y el ritmo tan dinámico que caracteriza el disco; siempre con cierto humor y teatralidad que dan un estilo único a las expresiones que impulsan el hilo principal, ser un necio que se resiste a crecer.

Si no supiéramos que Roberto -quien compuso gran parte de las canciones- tiene 59 años, sería fácil creer que las letras salieron de una pluma adolescente.

Ahora, fuera de lo reflexivo que puede resultar, hay canciones que sirven de cierta forma como un alivio cómico, caso de El balcón de Paul, que con sus bromas y referencias constantes, dan la sensación de realmente estar en una fiesta tremenda que se desparrama en la propia canción y en la melodía de la guitarra como los gritos de la gente. No te invité a mi cumpleaños, podría ser otro ejemplo, con una letra que cualquiera podría dedicar a su ex y con un sentido de catarsis como forma de vivir. Y aunque estas dos canciones son las más evidentes en su intención, todas las canciones siempre llevan ese doble filo para identificarse e identificar a otros en las canciones.

Pero no es solo la forma en que se adoptan estos temas lo que hace tan atractivo el disco, sino la experimentación de la combinación del rock con otros géneros que parecerían muy lejanos como la cumbia. El final de Vida ingrata y la canción de Enamorado tuyo parecerían una broma para un fanático de Iron Maiden, pues, aunque podemos escuchar las guitarras y las baterías como base de la canción, son los cencerros y los güiros quienes llevan el ritmo propio de un sonidero.

El resultado tan bizarro y atrayente que resulta, hace que Porfiado sea un álbum que se puede escuchar mirando el techo, causando destrozos en nuestra habitación o bailando con nuestros amigos en el pasillo de la escuela. El hecho de ser tan abierto y reconocible para el público, hace que ponerle atención a la lírica sea un acto inconsciente que al término de cada canción, nos haga ser más cercanos a la siguiente hasta acabar el disco.

WandaVision: la época de las cartas de amor

Por Fernando Juárez


En estos años, donde se ha vuelto costumbre adjudicarle el calificativo “carta de amor” a cualquier intento artístico por salir de lo convencional o retomar estilos olvidados por la modernidad, se ha plagado el catálogo de plataformas de entretenimiento de películas y series que en automático son denominadas de esta manera y de inmediato se asume que son joyas que deben ser consagradas y recordadas al mismo nivel de Macario, Simitrio o Tizoc.
 
La más reciente carta de amor que pueden ver y que en este momento se encuentra en el cenit de la popularidad entre el publico de 15 a 40 años es la serie WandaVision disponible en Disney+.
 
A grandes rasgos y dependiendo a quien le preguntes, se trata de un spin off (exprimirle los más que se pueda a una franquicia antes de que caiga en el hartazgo social) en donde nos presentan la feliz vida de matrimonio de dos personajes “queridos” en el Universo Cinematográfico de Marvel; Wanda Maximoff (no confundir con Wanda Seux) a.k.a Bruja Escarlata o Scarlet Witch, para los que vamos en el nivel 3 del Duolingo y Visión, un señor que vino de ser una I.A. de Tony Stark a convertirse en superhéroe.
 
La serie WandaVision tendrá una duración de 9 episodios liberados de manera semanal y poco a poco se nos ha ido revelando la verdadera trama, lo que al parecer era un sitcom promedio se está perfilando al misterio y tal vez un poco al terror psicológico, en espera de grandes escenas de acción y derroche de efectos especiales a lo que nos tiene malacostumbrados Marvel Studios.
 
Y antes de que piensen que se me olvidó el encabezado, la serie ha sido descrita como “una carta de amor a la época de oro de la televisión”, situación que para la audiencia norteamericana si aplica bastante bien, pero para nosotros los hijos del Quinto Sol no aplica tanto, pues las series nos llegaron aquí con unos diez años de diferencia en la transmisión y nos presentaban como novedad shows que ya habían sido cancelados o que había caído en el desinterés para el público de EU.
 
Algunos ejemplos de series que pueden ver y que se consideran de la época de oro son; I love Lucy, Bewitched, The Addams Family, The Munsters, The Fugitive o Star Trek (la mayoría se pueden ver en Amazon Prime o en Youtube).

En resumen y para aquellos que se saltaron al final de esta columna de opinión, es una buena serie, apenas se esta desarrollando y espero que pueda seguir manteniendo nuestro interés como lo han hecho hasta el momento, ojalá eviten caer en la mala practica de dejar pendientes en el argumento con miras a producir una segunda temporada.

Letrinas: 3 poemitas de desamor para San Valentín

Por Angel Acecam


Enséñame

 

Enséñame a amar

como tú lo haces,

sin perderte en el

camino sinuoso

del dolor.

 

¿Cómo lo haces?

Quiero aprenderlo,

yo amo como tonto

con el alma y la

vida hirviendo,

 

pero siempre

me condeno al

hades del desamor,

ya no quiero morir

otra vez.

 

Enséñame a amar

un tanto sin alma,

un tanto de mentiras,

un tanto así,

como amas tú.

 

  

 ¿Qué hago?

 

Aquellos momentos

donde atiendes mis

pensamientos

se van consumiendo,

penas añejas

se alojan en

el hostal

de mi alma.

 

¿Volverá el desamor?

Seducido por los deseos

de tu presencia

te busco en mis infiernos,

solo encuentro demonios

que destrozan

mis afanes amorosos

¿Perderé tu amor?

 

Me asusta imaginar

mis caminos de aristas

como puntillas clavadas

en mis pies,

la zozobra

de no sentirte mas

me atormenta.

 

Atiende mi sombrío devenir

Dime ¿Cuánto tiempo me queda de vida?

Porque si te vas

moriré sin duda,

dime entonces;

¿Preparo el funeral o la cena?



Sin ti

 

En silencios te llamo

a gritos ahogados

por mi llanto,

 

mi cuarto

inundado esta

desde que te alejaste

así nada más,

 

tus risas

ya no se escucharán

pues las paredes vida

ya no tendrán,

 

esta casa

sin sueños

se torna

mas gris,

 

ya no tengo

más que decir,

adiós, solo

queda callar,

 

y reprimir

tu recuerdo

para no mencionarte

jamás.

 

  

 

Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, Estado de México, Marzo 1985) poeta arbitrario, amante de las albas y los ocasos, sus textos versan principalmente de la soledad, la muerte y el desamor, ha participado con poesía para revistas de Estados Unidos, España, Brasil, México y América Latina, sus textos han sido traducidos al ingles y portugués, actualmente cursa la maestría en tecnología educativa.

Crash: revisitando el polémico thriller de David Cronenberg

Por Juan Rey Lucas

“Hundirse en la locura no es una fatalidad, quizás es, también una elección”

A. S. Brasme

 

“Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es insanamente cuerdo”

Julio Cortázar

 

La película de David Cronenberg hecha en 1996 basada en el libro de J. G Ballard nos relata la historia de una pareja: un productor de cine y ejecutivo de publicidad y su atípica esposa (James Spader y Deborah Kara Unger) quienes llevan una relación bastante fuera de lo normal en cuanto a sus encuentros sexuales. Tras un accidente de James de regreso al trabajo colisionará -anímicamente- con un grupo tanto más anormal que ellos para ir en búsqueda de nuevas nociones con respecto a lo sexual, lo voraz, el hambre, y el cuerpo como aparato de deseo de cómo se encuentra concebido.

Liderados por un admirador de los choques de estrellas de cine del pasado (Elias Koteas) y entre más singularidades por una entidad parapléjica de ojos azules y atestada de cuero (Rossana Arquette). El cuerpo es el primer aparato por descodificar de sus entrañas. El corpus es el aditamento por el que los dolores, las furias, los rencores pueden desenvolverse a-significantes. Es decir, darles otra funcionalidad. Será cuestión de ir sopesando las experiencias-experimentales con los que nos enfrentamos. Aquí la relación con la materia no tiene que ver con fetichismos o parafilias: eso es tan sólo la primera reacción a proceso de transponer por el que se despliega una distinta geografía. Los accidentes no son detrimento sino enlaces de una conexión aún no sabida. Es cierto que hay todo lo implícito, pero es sólo el primer paso. La desarticulación de la carne, de los órganos, de las extremidades, de las funciones de cada miembro para la aventura del progreso exento de la personalidad. Lo espectacular no tienen que ver con las imágenes o con la rudeza sexual, o con las proporciones de la producción. El prodigio tiene que ver con lo inconcebible de las relaciones a fusionarse. El auto cataclismo como reorganización en pro de un proyecto disparatado e inclasificable.


Un esquema aún por desentrañar. ¿Hace daño, será la supremacía, será la degradación última, tiene algo que ver con el arte o la psicosis? Mientras se revela en el trayecto, es en la excursión y la peregrinación donde sabremos a qué impetuosidades y virulencias se irá encaminando. A veinte y cinco años de su exhibición es indudable que ha obtenido enzima en su conservación del tiempo. Todo proceso al nuevo encuentro con la materia tiende a ser tildado de estúpido, de loco, de enfermo. Pero es quizá por esas vías que de otra manera es como funcionan: siendo imbéciles o transgresores de las zonas de confort para disponerlas a los demás apocados o temerarios de desvelar la audacia subyugada en la humanidad.

No es un film comercial, ni entretenido. Es una película que apela a algo más grande, más tenaz, más inmerso en la carne. Quiebra el pensamiento, pero es ese su gran valor y audacia. 

Para distraer y amenizar hay miles más de películas. Pero para hacer grieta en la piel será Crash la que perfore la mente y la aviente a los abismos de lo que nadie entiende o de lo que no quiere darle el concepto de entendimiento. Porque las áreas del conocimiento a veces no requieren discernimiento sino concomitar con ellas para ir manufacturando nuevas aleaciones o amalgamas desconocidas o aún por exhibirse al mundo.

Tanto el autor del film como del libro han logrado la puntuación a sobresaltar: es el coche el paradigma y la epitome de la vanagloria del humano. Los accidentes y choques del metal se vuelven también convulsiones con la piel, el cuerpo y la pulpa. No son una extensión o un disfrute desorbitado: será una prótesis, una ortopedia que extienda las fuerzas y las vehemencias a través tanto de ellos como de su espíritu y el mundo. No es cuestión de psicoanalizar o de diagnosticar. El asunto tiene que ver con lo que el cuerpo será capaz de realizar, de diseñar, de conglomerar con sus deseos, con sus afanes, con sus afectos. Lo enfermo no tiene que ver con la infección; y lo estropeado no tendrá distinción con lo envilecido. No es la causa y efecto de las supuestas consecuencias, sino los altibajos y los desniveles de lo que las emanaciones son competentes para manufacturar. Un cuerpo sin órganos como estilización de lo indómito.

Joaquín Sabina, el arte de escribir canciones

Por Sergio Martínez


Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) es un cantautor que, con sus canciones, ha escrito microcrónicas de su tiempo, de su espacio, de sus vivencias, de sus lecturas, en resumen, del mundo que le ha tocado vivir. Observador perspicaz de lo cotidiano ha extendido su obra musical a los sonetos, décimas y rimas para regalarnos una lírica con un sello personal inconfundible en nuestros días. Influenciado por su padre, por la literatura del Siglo de Oro español, de los poetas de la generación del 27, la generación de los niños de la guerra, la literatura latinoamericana, Dylan, Cohen y Georges Brassens, entre otros, ha logrado construir un mundo donde confluyen todos los géneros en los que ha vertido su pluma.

La marginalidad urbana: Ciudadano cero, Medias negras; la noche: Viridiana, Negra noche; la historia: De purísima y oro; el amor: Y sin embargo, A la orilla de la chimenea; la observación: Calle melancolía, Caballo de cartón; América Latina: Por el bulevar de los sueños rotos, Con la frente marchita, Postal de La Habana; la vitalidad: Más de cien mentiras, Ahora que, Noches de boda; la cotidianidad: Eclipse de mar; la sensualidad: Y si amanece por fin; la nostalgia: Cuando aprieta el frío; la soledad: Así estoy yo sin ti, Que se llama soledad; el fracaso: Nacidos para perder; el amor juvenil: Una de romanos; la pareja como motivo: Tratado de impaciencia nº 11, Besos de Judas, Mentiras piadosas, Contigo, Incompatibilidad de caracteres, Eva tomando el sol; el desamor: Como un explorador, Amor se llama el juego; y la autobiografía: Cuando era más joven, Tan joven y tan viejo, La canción más hermosa del mundo, A mis cuarenta y diez, Lágrimas de mármol, Lo niego todo; son algunas de las postales que nos regala Sabina en sus canciones. La mirada, el léxico y los recursos estilísticos que propone para llegar a los oídos o a la lectura del espectador, es lo que hace a la obra sabinesca peculiar. Sabina poetiza la palabra y ve donde pocos saben mirar, lo que le ha valido para que su obra sea transgeneracional, mérito que no han logrado muchos de sus colegas contemporáneos.

Esa geografía construida durante 40 años, donde ha grabado más de 20 discos y publicado varios libros nos da cuenta de la obra sabinesca que hoy es estudiada ex nihilo en ensayos, tesis de grado académico, libros y documentales, donde se analiza la intertextualidad, la estética y se resalta la calidad literaria de las canciones que sostienen los estudiosos del tema: borda la poesía. Sabina, como ningún otro compositor, es una rara avis que ha logrado utilizar el español como vehículo para escribir canciones, para contar historias:

“La canción es el enlace entre la vida y la literatura” ha mencionado Sabina en algunas entrevistas, él mismo se asume como cantautor y no como poeta, en cambio reconoce: “[…], cojo el lenguaje de la calle para devolvértelo literariamente dignificado”.

Esa veta literaria-poética ya se vislumbraba en la lírica de Inventario. La retórica, sátira, la yuxtaposición de imágenes, el humor, la ironía, el oxímoron, la métrica, la irreverencia, la mordacidad y la enumeración son algunas de las características compositivas que hoy dan identidad a la obra de Joaquín Sabina, identidad que fue puliendo y consolidando con los años, hasta lograr un sello que podemos observar en dos de sus canciones de mayor éxito comercial: Y nos dieron las diez y 19 días y 500 noches. El éxito de sus canciones lo han vuelto un artista de masas, capaz de agotar las localidades en los foros que se presente de este y el otro lado del océano. Desde siempre los escuchas primigenios del natural de Úbeda han señalado la estética y el discurso de las rolas sabinescas, después el sagaz oyente descubrió la intertextualidad que sus canciones tienen con otros campos de arte, de un tiempo a la fecha algunos académicos se interesaron en determinar si la letra de sus canciones son poesía según el canon. Lo real es que Sabina, como ningún otro cantautor en español, ha logrado reivindicar su oficio y elevar la calidad de sus canciones por medio de un manejo exquisito del lenguaje. ¿Sus canciones son poesía? Sin duda lo son, concluyen los estudiosos del tema. Pruebe el lector leer, solo leer, alguna de sus canciones aquí mencionadas y lo comprobará. Desde hace años Sabina se había ganado un lugar en el imaginario de la cultura popular a base de sus versos, sonetos y canciones; Y nos dieron las diez es cantada por los mariachis en la Plaza Garibaldi, sin que estos sepan quién es el autor, aunque este último esté cantando con ellos in situ. Quien camine por las calles de Madrid encontrará a su paso esas descripciones de Pongamos que hablo de Madrid o Yo me bajo en Atocha, y con Dieguitos y Mafaldas o Con la frente marchita descubriremos instantáneas que captó la mirada de Joaquín que ahora son inmortalizadas en esas canciones. El gran mérito de Joaquín fue llevar la canción popular al canon de la poesía, no habría que escatimarle ningún reconocimiento.

Dylan abrió el camino, habría que enviarle a la academia sueca un paquete con la obra sabinesca completa para que escuche y lea en algún momento al genio de Úbeda, en congruencia deberán laurear al cantautor español.

“Sabina quiso escribir La canción más hermosa del mundo, no sé si lo logró, de lo que sí estoy seguro es que con sus canciones logró hacer un mundo más hermoso”. Anónimo.

¡Feliz cumpleaños, querido Joaquín!

Letrinas: Diva de motel

Diva de motel

Por Christian Sainos


EXP. 9 /0511 / SXNO

SUJETO FEMENINO DE 34 AÑOS DE

EDAD APROXIMADAMENTE.

PRESENTA MULTIPLES LESIONES

EN BRAZOS, PIERNAS Y ROSTRO.

CAUSA DE LA MUERTE ASFIXIA.

 

La luz roja iluminaba su rostro.

Afuera, los perros ladran…

La mirada perdida en las manchas del techo.

Vaivén de cuerpos, sonidos, olores, sensaciones.

Una cara desconocida.

Se agita la respiración; el pulso se acelera y luego…

Viene la explosión.

El mismo procedimiento de cada noche, de cada día, de siempre. Porque en este trabajo no hay horario, vacaciones ni prestaciones.

Mucho menos fama dinero o glamur

Suena el despertador.

Es medio día, pero la luz no atraviesa las gruesas cortinas de la habitación, la cabeza duele, la boca sabe a cenicero.

Ella se levanta en forma mecánica, se dirige al baño. Una desteñida bata intenta en vano cubrir su desnudez.

El agua que cae sobre su rostro le recuerda que aún sigue viva y que el show debe continuar.

Aún recuerda la mañana de abril cuando empacó sus pocas pertenencias, un puñado de sueños y la ilusión de llegar algún día a Broadway… o por lo menos a Televisa.

Con el futuro en la maleta y una extraña opresión en el pecho se despidió de Sandra el nombre que le recordaba el pasado, y era parte de todo lo que dejaba atrás; su vida poblana: las calles, la gente, su familia y su niñez.

Dos meses en la CDMX bastaron.

Ya no recuerda en qué momento Scarlet, su nombre artístico, dejó de frecuentar los tardados castings, las filas interminables y esperar el ansiado llamado que nunca llegó.

Un actorcillo de tercera le compró el boleto de regreso a Puebla después de una noche de sexo hardcore.

Ella era una actriz, ¡y de las mejores!

Nadie podía gemir, ondularse y gritar como ella. Fingiendo el orgasmo era la mejor, toda una diva de esquina que esperaba en un sucio cuarto de vecindad al genio que la descubriera o al empresario que la patrocinara.

Mientras tanto tuvo que aceptar que en esta ciudad tendría que ganar el pan con el sudor de su espalda.

Madrugada en el Atenas. Una hora después de regreso a casa.

Dormir dos horas. Outfit de conejita en el Avia.

Lesbian show con Pamela en el Jacarandas y luego otro servicio en el Trébol.

Todos los días representar la misma tragicomedia.

Los actores cambian; el guion no.

Tarde en el París, servicio de tres horas.

El cliente ¡un sueño!

Un joven empresario recién casado. Atlético, impecable y tan ¡sexy!

Hubiese pasado toda la noche con él de habérselo pedido.

En unas horas la hizo princesa, esclava, diosa y pecadora.

Después le pidió un poco de sado.

Estaba acostumbrada a los golpes, a muchos clientes les gusta rudo.

Las bofetadas aumentaban la intensidad del momento.

La tomó de los cabellos; entrando una y otra vez susurró: mírame.

El susurro se convirtió en orden ¡mírame!

Un puño se clava con furia en la boca de la chica.

Un hilo de sangre tibia salpica su torso desnudo.

Cada golpe, cada grito le excita aún más.

Las manos aprietan el cuello de la chica quien intenta zafarse.

 Algo ha cambiado en el guion.

Ella se hunde en un abismo queen size. El aire se acaba.

Un cuerpo inerte, sangre, sábanas blancas.

En la ducha, los pecados se van con el agua.

 Él, sin remordimiento se viste.

Da un vistazo a su obra, arroja dos billetes de quinientos y se va.

Se cierra el telón.


Letrinas: Espantapájaros

Espantapájaros
Por J. R Spinoza

¿Quieres saber cómo terminé aquí? Fue a causa de los cuervos. ¡Vaya que son listos! ¡No! ¡No me pongas esa cara! Esto sucedió antes de que nacieras… ¡Ven, pósate sobre mi hombro! Te contaré la historia. ¿Dónde estaba? Ah, sí… ¡Ustedes son muy listos! Una vez vi un documental acerca de una parvada como la tuya que imitaba el aullido de los lobos. ¿El motivo? El lobo llegaba a la zona y capturaba a la presa que la parvada había visto y, luego de comer, dejaba la mesa lista para ellos.

 

Los cuervos son como nosotros, omnívoros y oportunistas, comen de todo y, por eso, al llegar al rancho del abuelo Hermes, no me sorprendió que intentaran comerse el maíz. Lo que me pareció increíble fue que un viejo y descolorido espantapájaros los mantuviera a raya. Digo, se supone que son tan inteligentes como para recordar rostros y hacer funerales a sus muertos. ¿Acaso, no se dan cuenta que aquel muñeco clavado en la tierra no puede hacerles ningún daño?

 

Eso mismo se lo pregunté un día al abuelo mientras veía por la ventana cómo uno de ustedes descendía en diagonal y frenó en el último momento, a pocos centímetros del espantapájaros. Las plumas negras se encresparon y pareció detener el viento. El cuervo hizo una elegante maniobra y dio media vuelta hasta posarse en un deshojado algarrobo, el más cercano al maizal y ahí se quedó…

 

—Tal vez no sean tan listos, no creas todo lo que dicen en la televisión. Una cosa sí te digo, de vez en cuando aparece uno muerto. Cuando eso sucede, los demás se reúnen alrededor del  árbol, como si le estuvieran haciendo un velorio.

—¿Y por qué se mueren? ¿Tienen algún depredador por los alrededores?

—Ya te lo dije, chico, no son tan listos.

 

            Quien sí parece muy listo es el abuelo Hermes. Agricultor de maíz, tiene un rancho muy grande y tres camionetas: una para trabajo forzado, otra para ir a la ciudad y una muy lujosa que rentaba para las fiestas de las quinceañeras y las novias del pueblo.

 

Habían pasado seis meses desde la muerte de mis padres, cinco desde que me había mudado con mi abuelo. De hecho, pasé un mes en el orfanato —un lugar donde viven los niños que no tienen familia—. Al parecer, el anciano tuvo que hacer mucho papeleo para poder tener mi custodia, una custodia es… bueno, no importa, la cosa es que el abuelo tiene dinero, mucho dinero. Su casa es del tamaño de ocho casas de la ciudad y su televisor es más grande que una puerta. Un televisor es… bueno, no es tan importante, el punto es que vive bien. Era natural pensar que quería compartir su riqueza con su único familiar vivo.

 

Antes de esto, me gustaba vivir en el rancho. En primer lugar, el abuelo no creía en la escuela, así que no me obligaba a ir. Inclusive, llegué a pensar que en un futuro me heredaría sus bienes, así que aprendía con mucho gusto las labores del campo. Por la mañana revisaba las gallinas y tomaba algunos huevos frescos para el almuerzo. Después ordeñaba a Gertrudis, le ataba las patas, luego arrimaba un banquito y un par de baldes de metal. Por último, enjuagaba sus ubres y después bombeaba. La primera vez me dio mucho asco, pero con el tiempo se hizo algo automático.

 

El abuelo preparaba el almuerzo, casi siempre eran huevos con frijoles, aunque de vez en cuando desayunábamos cereal. Decía que debía comer bien para crecer muy alto y fuerte. Acostumbraba darme una segunda ración que siempre aceptaba con gusto. Por la tarde podía jugar videojuegos o escuchar música en mi habitación.

 

A veces, el abuelo se iba y me quedaba solo en la casa. No me daba miedo. A las seis era hora de recoger leña y el abuelo me había asignado, como parte de mis deberes, llenar dos carretas de leña cada segundo día.

 

Lo único que me molestaba un poco era la hora de dormir, el viejo era muy estricto con eso. A las 8:12 pm, hora en que caía la noche, debía estar en mi habitación y no bajar para nada hasta el día siguiente. No había justificación alguna porque mi cuarto tenía baño, así que no necesitaba nada de abajo.

 

            La noche en que todo esto me pasó, yo estaba recostado en mi cama, con mi mano entre las piernas, pensando en Dove Cameron, cuando algo chocó contra mi ventana. Me levanté de golpe y corrí hacia ella. Un ave negra se aproximaba al suelo y justo antes de tocarlo, desapareció. Me tallé los ojos y miré nuevamente, no había error, el cuervo chocó con mi ventana, cayó y se esfumó, como si se lo hubiera tragado el mismo viento.

 

            Salí de mi habitación descalzo, poniendo especial cuidado de no hacer ruido al bajar las escaleras. Cuando estuve en el recibidor, tomé la llave del portallavero y abrí la puerta. La cerré lo más despacio que pude. El suelo estaba cubierto por una especie de niebla color negro que no dejaba ver el pasto. Apenas bajé el escalón que separaba la casa del patio, perdí los colores. Todo el mundo era blanco y negro. Temeroso, volví a subir. Debí haber entrado en la casa, debí haber subido las escaleras y debí hacer como si no hubiese visto nada, pero no fue lo que hice. Volví a bajar. Caminé por ese mundo sin color. Pronto me di cuenta que tampoco había sonido, no escuchaba el viento, ni el trinar de los grillos. Sólo… graznidos. Sobre mí, volaba una parvada de cuervos. Descendieron y, coordinados, volaron a mi lado, hasta llegar al espantapájaros. No parecían tenerle miedo. Incluso algunos se posaron en sus brazos. Me acerqué para verlos mejor. Descubrí que el maizal había desaparecido. No había nada, salvo la casa, los cuervos y el espantapájaros.

 

—¡Hola!

—¿Quién ha dicho eso?

—Soy yo — el espantapájaros acababa de mover su boca.

—¿Tú…?

—Mi nombre es Atlas, ¿quién eres tú?

—Soy Pirítoo.

—Es un extraño nombre, ¿acaso tus padres no te querían?

—Mis padres murieron.

—Lo siento mucho —dijo y noté que había sinceridad en la disculpa del espantapájaros, quien no podía mover los brazos, pero agachó la cabeza un poco.

Ahora vivo con el abuelo Hermes.

—Ese no es tu abuelo, ni siquiera es un hombre.

—¿A qué te refieres?

            ¡Libérame y te lo diré!

            —¿Liberarte?

            —Desata mis manos y pies.

 

            Obedecí. El espantapájaros bajó de la cruz. Me sonrió y comenzó a desvanecerse.

            —¡Corre! - Viré. Un demonio gordo y gris, con garras en manos y pies, estaba junto a la casa. Corrí, corrí por última vez con todas mis fuerzas.

 

            —Pero te alcanzó.

            —Sí, me alcanzó.

            —¿Qué te hizo después?

            —Bueno, esa es una historia para otra ocasión. Amanecerá pronto.

¿Recuerdas qué pasa cuándo amanece?                    

 

            El pequeño Hugin abandonó mi hombro y voló hacia el algarrobo.

           

—Algún día traerá otro niño y necesitaré tu ayuda.



José Rodolfo Espinosa Silva. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Licenciado en Educación Primaria, ejerce como docente en la Secretaría de Educación Pública, desde 2013. Becario del PECDA, en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Taller de Apreciación y Creación Literaria del Instituto Regional de Bellas Artes de Matamoros. Asiste al Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020).
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