Víctor Jara no murió


Por La Tija | 

El cuerpo de Víctor Jara fue víctima de las patadas del gobierno, durante horas torturado, sus manos fueron manchadas a pisotones pero él no dejó de tocar su guitarra, todos los encarcelados presenciaron cómo los fusiles de la fuerza armada se enterraban uno a uno en las costillas de Víctor, el cual quedó firme, dando así entereza a los demás presos para no rendirse, fue su canto en ese momento escuchado con más fuerza, su cara fue cubierta poco a poco de sangre y fue obligado a comer las hojas de su libertad en donde escribía las letras que jamás perecerían, pese a esto, su boca no calló. El príncipe, presuntuoso culpable de la muerte de Jara lo golpeó hasta cansarse y pidió a otros cobardes que lo mataran si se movía; siguió cantando así que decidieron fracturarle los brazos, sin importarle, Víctor cantó más fuerte, retratando el gobierno de Allende, la impunidad del los golpistas y por otro lado levantando en su voz la bandera de la Revolución.

Hijo de la rebeldía chilena, Quiriquina lo cobijó en su seno por allá del año 1932, fue hijo de una familia pobre, en donde su madre, Amanda, era el pilar de la familia. Las notas que ella le regalaba en cada canción de la guitarra a lo largo de su infancia hicieron que Víctor conociera la música, los valores y la hermandad del pueblo. Jara vivió su inocencia al lado de sus hermanos, entre los paisajes y la diversidad de su país, lo que permitió fácilmente empaparse de ambientes y anécdotas para que crear las melodías que más adelante lo convertirían en el máximo representante de la Nueva Canción Chilena.

Son los años cincuenta y Chile atraviesa por una situación difícil, el presidente en curso Gabriel González rompe sus promesas de campaña ante las imposiciones del imperialismo y dicta la llamada Ley Maldita, en la cual se prohíbe la existencia del Partido Comunista. Varias figuras públicas se ven afectadas y llevadas a los campos de concentración por ser considerados líderes radicales, entre ellos el poeta chileno Pablo Neruda, quien más adelante fungirá como un personaje clave en la vida de Jara. A fines de esta década Salvador Allende, líder de la izquierda chilena, es propuesto como candidato del  Frente de Acción Popular.

Víctor estudió teología cuando era joven lo que complementó su formación, al poco tiempo se convierte en cantor, vocación que le cambiaría la vida por completo. Con el paso de los años sigue desarrollándose profesionalmente y forma parte del folclor chileno integrándose al grupo Cuncumén y a la par a las Juventudes Comunistas de Chile. El hambre de clamar justicia vivió en él desde joven, logrando descubrir en sí mismo facultades nuevas, entre ellas la composición el canto y la actuación. En todas sobresalió de manera inmediata y gracias a su talento como director de teatro logró conocer diferentes países del mundo, entre ellos Cuba, que le permitió tener una visión más amplia del mundo y orillándolo a definir la ideología revolucionaria. Durante este periodo escribe la canción “El Elegido” como homenaje a Ernesto “El Che” Guevara, cumpliendo una vez más con el embargo de escribir canciones de protesta cuyo sello delimita la nobleza y el coraje de manera conjunta en cada palabra.

La lucha en contra del imperialismo toca el corazón de artistas como Violeta Parra, Pablo Neruda y el mismo Jara quien empieza a involucrarse de manera directa en una batalla cultural defendiendo al pueblo y preservando las tradiciones latinoamericanas que en ese momento se unían para derrocar a los fascistas. Todos identificados con el amor a los campesinos a defender su tierra y hablar de una nueva canción que el propio Jara  describe como revolucionaria porque lucha contra la penetración imperialista y nueva porque está destinada a crear una nueva sociedad. 

Víctor se hace compañero de grandes figuras como las que comparten ideales y sin dejar a un lado su compromiso con la sociedad canta al pueblo al lado del grupo Quilapayún, Inti-Illimani, Rolando Alarcón  y Violeta Parra de quien se hizo gran amigo. En el teatro conoció a su compañera de vida, la coreógrafa Joan Turner, quien le daría dos hijas Manuela y Amanda. En ese momento Víctor estaba realizado como persona, contaba con el cariño de amigos, de su familia, y trabajo en un país hermoso pero lleno de injusticias. -En los jóvenes está la respuesta – decía, por tal razón decide dar clases en la Universidad técnica de Chile.

Allende llega al poder gracias a la Unión Popular y el pueblo festeja como nunca antes; esa situación se transformó en un parteaguas en la historia del país y del mundo, porque se había logrado lo que en ningún país latinoamericano antes: que la izquierda se consumara en el poder de manera democrática. Los ojos del mundo en este momento, voltearon a ver a Chile.

Jara es nombrado Embajador Cultural por el presidente Salvador Allende y con ello  conoce a fondo los pueblos chilenos llevándoles su música. -La mejor escuela de canto es la vida- decía. Los mineros, y la gente más humilde se convirtieron en la motivación de sus interpretaciones. Víctor luchaba por mejorar el panorama que se está viviendo en Chile con la mejor arma que en repetidas ocasiones se escuchó en el canto de todos. Siempre respeto a todo aquel que se contraponía a sus principios y buscó nuevas formas para persuadir al pueblo y demostrar así el gran compromiso que tenía con la sociedad. –A veces quisiera ser diez personas para hacer diez veces loque el pueblo necesita-.

El golpe de estado se veía venir desde que Salvador Allende fue acusado de reformista y así fue como el 11 de septiembre de 1973 el último llamado al pueblo por parte de presidente llegó. El Palacio de la Moneda fue testigo de la presión del ejército el cual tomaba fuerza, afortunado para los seguidores de Augusto Pinochet, pues era el comienzo de una dictadura que dudaría 17 años, pero no así para la izquierda de Chile. Allende debía entregar su puesto, en caso de no hacerlo El Palacio sería bombardeado y atacado. “¡Nunca!” respondió el presidente quien decidió no moverse demostrando así la lealtad a su pueblo. A las pocas horas un comunicado dictaba: “Misión Cumplida. Moneda tomada, el presidente ha muerto”. Allende, el hombre de la paz, había muerto en batalla.

El Jara de 1972 estaba consciente de que en la economía estaba pasando por un mal momento; el mercado negro se apodera de Chile y las empresas nacionales empiezan a perder dinero, por lo que Jara junto con otros compañeros realizaron trabajos comunitarios para impedir que se detuviera. La gente a partir de entonces lo escuchaba, admiraba y cantaba, convirtiéndolo en uno de los líderes más importantes  de la época.

Víctor se encontraba en la universidad cuando se entera de la muerte de Allende, donde decide llamar a los estudiantes y juntos comienzan a cantar. Las ametralladoras se acercaban y su voz se escuchaba cada vez menos, estudiantes y obreros entonces cantaron a gritos y ambos sonidos compitieron. La universidad se convirtió en un fuerte, en una fortaleza que poco a poco fue rodeada por tanques y sobrevolada por aviones militares, los estudiantes de convertían para el nuevo gobierno de Pinochet en una amenaza que irónicamente lo único que pedía era paz.

Los medios de comunicación ignoraron a Víctor Jara, pero el pueblo empezó a exigir sus canciones y la radio comenzó a hacerse también a favor del pueblo, nuevos artistas nacieron y la diversidad musical creció. Mediante canciones la gente comenzó a conocer más de su propia historia y de los movimientos sociales y políticos del resto de mundo. Jara compone entonces “Plegaria a un labrador” que más que una canción es un himno al campo, cuyo título hace referencia a los campesinos que regalan el trabajo de sus manos, dicha trova le otorgó el premio de la nueva canción chilena en el estadio de Chile, mismo donde después moriría.

Las radio emisoras del país intentaban comunicar de manera rápida al pueblo de  Chile la situación que el país atravesada, la vista en el país era cada vez menos favorable. La emisora comunista Magallanes que decidió seguir hasta el final a pesar de los ataques aéreos transmitía “El pueblo unido” en voz del grupo Quilapayún cuando la transmisión fue censurada y con ello el pueblo quedó incomunicado. La respuesta de Víctor ante tal situación fue aún mejor “Cantaremos más fuerte que cualquier emisora”.

Su música y el talento por el teatro se internacionalizan y es invitado a Helsinki el Encuentro Internacional con la Juventud Vietnamita. Víctor admirado por su cultura, regresa a Chile para compartir sus experiencias y organiza marchas de Paz. Agradecido por la gran experiencia y con gran respeto escribe en honor al Presidente y poeta Ho Chi Minh la letra el “Derecho de vivir”.

Los estudiantes resistieron, desafortunadamente los cañonazos permitieron después de horas la entrada del ejército a la Universidad, Víctor Jara donde fue reconocido y junto con otros luchadores sociales fue llevado al estadio de Chile, ya que las cárceles del país estaban llenas de gente, demostrando que había cientos de miles de chilenos dispuestos a luchar por la causa. El Estadio Nacional de Chile -hoy llamado Estadio Nacional Víctor Jara-, mismo donde fue aplaudido por tantos anteriormente cuando le fue otorgado el premio de la nueva canción chilena, se convertía en esta ocasión en uno de los escenarios más atroces y terribles antes imaginados: cuerpos apilados, torturas por doquier, reflectores que cegaban, gritos, pánico, horror. No obstante, Víctor con esa sonrisa característica de los chilenos animaba a los alumnos de la Universidad cantándoles y en esos cantos transmitía la paz que sólo él podía darles en ese momento; Jara era padre, hijo y hermano para todo aquel que quisiera unirse a la lucha.

El compromiso con el pueblo se acrecienta y un acontecimiento vuelve a marcar su vida. La muerte de un obrero en una manifestación en contra el terrorismo sirve de inspiración para una de las canciones más belleza compositor, “Cuando voy al trabajo” que narra la travesía de muchos trabajadores que en el pensamiento siempre llevan a aquellos seres que más aman sin imaginarse los contratiempos del destino.

Víctor Jara fue torturado y golpeado de manera brutal, tachado de ser un líder de la oposición soportó durante horas el maltrato por parte de los militares, costillas rotas, manos pisadas por las botas, humillaciones, fracturas. Cuando los soldados se cansan de golpearlo, Víctor conversaba con otros presos, algunos actualmente testigos de los momentos tan atroces que vivieron, Víctor cuenta entonces que no escribe al amor y a la vida por casualidad, sino por naturaleza, pero más del amor y a la vida, Jara parece enfocarse a la lucha social del pueblo quizá por su pasado humilde en el campo, quizá por el amor a su patria que inspiró a muchos, dueño de esos ojos que vieron más allá de la crueldad, ese pulso firme para retratar la hermandad y los personajes tan terrenales que dentro de toda su dureza logró encontrar una luz de esperanza, pues ellos, decía, sólo reciben órdenes.

Jara empieza a organizar eventos masivos en donde la gente puede acercarse aún más a la música homenajeando a uno de sus más cercanos amigos, Pablo Neruda, el cual recientemente había ganado el Premio Nobel de Literatura, orgullo nacional. Neruda, fue el primero en advertir a la población acerca de la conspiración, Víctor y otros se unieron una vez más para luchar por sus derechos y los de la gente; no iban a permitir que lo que habían logrado en tanto tiempo se viniera abajo. Víctor convirtió en canción algunos poemas de su gran amigo que retrataban precisamente el luchar y no dejarse vencer. Jara luchó durante horas cantando, cantando, protestando pacíficamente, defendiendo Chile.

Las horas pasaban y con ello los días y Víctor seguía en el estadio, sentado en una silla de madera vieja en un pasillo donde veía gente entrar, pero nunca salir. Jamás se desanimó, brindaba sonrisas a todos aquellos que lograban reconocerlo, sonrisas que a muchos reconfortaban el alma porque Víctor supo darle vida a una situación muerta. Debido a los reflectores perdieron la noción del tiempo, Víctor pidió una pluma y una libreta, y fue concedida por alguno de los prisioneros y a pesar de encontrarse luchando por su propia vida no dejo en ningún momento de pensar en los demás, y decidió plasmar en ella lo que estaba pasando, fue así cuando adolorido por los golpes, los ojos cerrados por hinchazón y las manos deshechas escribió “Somos más de cinco mil”,  versos que retratan el espanto  que la gente vivía en el interior del estadio.

El 16 de septiembre de 1973 Chile se vistió de luto, Víctor Jara había sido asesinado, su muerte marcó un hito en la historia del socialismo en el país, una vida más que cobro la dictadura para algunos, una vida menos para otros, pero una vida que ni la muerte supo callar. El otro ejército, el de la paz, conformado por mineros, obreros, estudiantes, y el pueblo; luchó sin imaginarse la pesadilla a la que se enfrentaban, pero convencidos de algo, no iban a dejar ver su país en manos de fascismo, no al menos,  sin dar batalla.

“Así me enseñaron a comer en mi tierra” dijo cuando le dieron huevo crudo para comer, era lo único que sus labios tocaron en dos días, los golpes y las torturas no paraban, pero los ánimos de Víctor tampoco. Finalmente dos soldados arrastraron a Victor a donde sería el lugar de su muerte, él, logra arrojar la libreta en donde logró capturar sus últimos momentos, presentía que su hora había llegado, la gente al ver que se lo llevan no dejo de llorar y clamar justicia. ¡Viva Allende! Gritaban. Víctor Jara a los pocos minutos y después de ser brutalmente golpeado una vez más, fue acribillado. Su cuerpo fue arrojado a una pila de muchos otros que no resistieron. En la morgue fue identificado tiempo después por Joan, la mujer que lo amó y luchó junto a él durante todo este tiempo. La autopsia dio como resultado más de cuarenta balazos y fracturas en todo el cuerpo. José Paredes es el único procesado vivo, el pueblo a la fecha sigue exigiendo justicia a la memoria de Víctor. Debido a la represión el cuerpo de Jara no pudo tener una sepultura digna de un mártir. Dos personas acompañaron a Joan Jara en su entierro clandestinamente. Augusto Pinochet, considerado como uno de los principales genocidas en el mundo impuso una dictadura durante más de una década y el crimen jamás se resolvió.

Una nueva autopsia realizada a los restos de Víctor años después, confirmó las torturas que todo mundo sabía porque nadie se había atrevido a decir, y al callarlo lo único que hicieron fue darle más fuerza a su voz que supo llevar en alto el pueblo chileno. Actualmente podemos escucharlo aún con sonrisa y alegres notas de voces de otros grandes que han decidido rendirle tributo como Silvio Rodríguez, Lila Downs, los Fabulosos Cadillacs, U2, Manuel García y Víctor Manuel entre otros.

Fue hasta hace algunos diciembres que los restos de Víctor pudieron reunirse nuevamente con su familia para darle el funeral merecido sin tener que esconderse como hace más de 30 años, sin embargo como si hubiera sido ayer, el coraje y la pasión de los chilenos por la lucha no cesa, y Víctor devolvió el espíritu revolucionario a su patria una vez más después de muerto y el pueblo se unió más que nunca para alzar la cabeza y agradecer a su tierra por la democracia. Hoy Víctor deja la vida volar en sus canciones y acompaña a la cordillera chilena con su canto, el pueblo agradece su vocación de cantor y a los cantores mismos que han acompañado la ideología de Jara a lo largo del tiempo porque eso es ante todo su gran obra, un reflejo en la lucha social revolucionaria.

Zapandú, el álbum irreverente de Valgur

Por Erick Araujo


Valgur es una agrupación de tres talentosos jóvenes conformada por: Elizabeth Valdivieso, Hugo Valdivieso Julio Sánchez. Son originarios de la ciudad de Juchitán de Zaragoza en Oaxaca y ésta misma fue la musa en la creación de su más reciente placa discográfica Zapandú.

Su primer material discográfico titulado Trébol los llevó a participar y llevar su propuesta musical a lo largo del país, en diversos foros culturales de la talla del Lunario del Auditorio Nacional, El Imperial, Foro del Tejedor, Foro Moby Dick y Festival Barnasants, éstos dos últimos en España.

La propuesta musical interpretada por estos jóvenes se basa en la inclusión de elementos de la cultura zapoteca –asentados en Oaxaca, Guerrero, Puebla y México- a sonidos pop ochenteros y noventeros con synths característicos de la época.

El álbum Zapandú desprende nueve canciones donde podemos encontrar los sencillos: Rogelia, Vampiro, Zapandú y El Pozo. Esta última versa en torno a la lamentable situación de feminicidios y desapariciones que vive México, un hecho que inspiró a la agrupación para apoyar a todas aquellas voces que han sido silenciadas u ocultadas en el país, irónicamente la misma canción fue retirada de su setlist en la presentación de su álbum en un programa de televisión nacional.

“Todos callan, ¡qué mal! No aparezco en los diarios. Todos callan, ¡qué mal! No aparezco en la radio.”

En el aspecto sonoro, Zapandú es un álbum que se disfruta de inicio a fin en por toda la armonía que genera y además, la instrumentación que transporta al sur de México para conocer un poco más de las raíces de la cultura zapoteca. Esto sin dejar pasar las líricas que tocan temas muy sensibles en una sociedad en transición, destacan Infancias Trágicas, Zapandú y Desnudx.

Zapandú no sólo desprende hits como cualquier material discográfico, sino que toca temas profundos y reflexivos en un intento de acercarse a la sociedad y abrir el diálogo en torno a las problemáticas que surgen desde la comunidad.

No puedes dejar pasar la oportunidad de escuchar este magnífico álbum que da apertura a nuevos horizontes sonoros. 

Joaquín Sabina en aguas profundas



Joaquín Sabina, navegante de aguas épicas…

Hombre que mira más allá de las fronteras…

Embaucador profesional…

Solitario en compañía…

Cantante tan poeta…

Poeta tan poeta…


El escritor y periodista argentino Christian Masello, una década atrás, se embarcó en un pequeño navío para descifrar los perfiles de Joaquín Sabina. El resultado fue “Tras las huellas del capitán Sabina”, un libro entrañable, indispensable en la biblioteca de cualquiera que se precie de auténtico sabinero.

Parecía que no había más para decir sobre el bucanero de la voz tan gratamente cascada, pero el autor acaba de anunciar la publicación de “Sabina. 23 puertos”, donde una vez más, zarpa en su barquito literario tras el trasatlántico del pirata bonachón.

Según ha trascendido, por las páginas de la nueva obra deambulan artistas de renombre, como Ana Belén, Víctor Manuel, Luis Eduardo Aute, Pablo Milanés y un largo etcétera. Pero, también, aparecen personas no tan reconocidas aunque conectadas con Joaquín: la dueña de un bar que fue su hogar en Buenos Aires, una librera que le solía vender primeras ediciones, un cantante que interpretaba sus canciones en locales nocturnos chilenos, el verdadero cartero de Neruda, y muchísimos más. También surgen las voces de varios compañeros poetas.

Además, claro, de la palabra del propio Joaquín, que se brinda entero en un par de conversaciones íntimas. Todos los testimonios hilados con el tono personal de Christian Masello, dueño de una pluma que hizo, en su momento, que el propio Sabina le soltara un inolvidable: “¡Escribes de puta madre!”.

Aquellos que quieran hacerse con su ejemplar de “Sabina. 23 puertos” pueden hacerlo a través de la página de Verkami, sitio en el que la editorial española “El ángel caído” propone distintas opciones: a un precio promocional, desde cualquier lugar del mundo, se puede adquirir el libro e incluso artículos promocionales.

“Sabina. 23 puertos”, un viaje literario que aspira a calar profundo en el alma de los admiradores de Joaquín Sabina.

Big Search: un gran hallazgo

Blue Street | Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco

@H7GO

En las artes, hay constelaciones que brillan en solitario en medio de la gama de oscuridades que circundan su universo, que al igual que el universo descrito por Carl Sagan o Neil deGrasse Tayson, se encuentra desde su origen, en constante expansión. Los azares parecen en este sentido, una ley gravitacional que ayuda a desentrañar los caprichosos descubrimientos, el magnetismo explicable e inexplicable hacia ciertos polos que atraen otros cuerpos, creaciones; algunas fugaces, algunas permanentes en la memoria colectiva, y otras discretas, silenciosas, dibujadas entre el destello y la fuga: sólo se alcanzan a ver por unos cuantos afortunados, mientras se quedan atentos a cierta hora de la noche, frente a un trozo de esa inmensa bóveda que es el cielo estrellado. Así pasa con la música, la pintura, las letras y otras tantas artes.

Durante la presente reseña, quiero compartirles el encuentro con un pequeño trozo de ese cielo, mientras hurgaba las profundidades de Spotify en busca de música, que entre otras cosas, no sólo me ayudara a sobrellevar el confinamiento voluntario en el que nos tiene la pandemia, sino también, que estrujara mi fibras más sensibles; a veces para encontrar un poco de quietud inercial, otras, para retomar un segundo impulso, un viento suave para la balsa de certezas, en medio de la marea que nos impone la rutina. En mi caso particular, encontré a Big Search, un proyecto de Matt Popieluch; con apenas veintitrés mil oyentes mensuales y menos de siete mil reproducciones en Youtube, ha sido para mí, un gran hallazgo. En esta ocasión, abordaré un par de canciones (To feel in love y Stillness in the Air), que personalmente, me impactaron, aunque sobre decir que, hurgando el material a fondo, se descubren otras joyas ocultas, basta escuchar los álbumes Role Reversal (2014) y Slow Fascination (2019) para darnos cuenta.

 

Desde la ignorancia o el impulso, uno siempre se cuestiona ¿qué sentido tiene volver a cantar una canción, reinterpretarla? ¿qué sentido tiene volver a revivir ciclos que además, fueron de otros? Big Search nos demuestra que siempre hay algo qué decir, aún bajo la misma lógica, dirección y sentido de los acordes, de las letras. Con To feel in love, logra cuarenta años después, añadir ese sello particular que tiene la voz de Popieluch, que no es sino una lluvia que desentierra paciente las palabras, encarrilando la letra de sus canciones como un murmullo que va dejando huella. Este cover cuyo intérprete original fue el italiano Lucio Battisti, es reinterpretado en la voz y guitarra de Matt Popieluch, apoyada a su vez por la voz y el sintetizador de Toby Ernest, por el bajo de Carl Harders, y la batería de Garrett Ray; juntos, conforman la tripulación de un viaje que dura poco más de seis minutos.

En el caso particular de To feel in love, a pesar de que vamos navegando aguas tranquilas durante los primeros tres minutos y medio, cada instrumento parece, un coro de voces mixtas que te murmura lo que es el amor, lo que se siente ese verbo caprichoso que llamamos amar. La batería es durante el trance, un péndulo topando los bordes de la balsa, y el bajo, una serie de piedras que se avientan de manera sincronizada, formando ondas sobre la leve corriente que se forma al escuchar la canción; entonces, cuando ésta parece agotarse, haberlo dicho todo, cuando ya no hay más por escuchar, llega la flauta de Joe Santa María para alcanzar el climax del viaje: a partir de los tres minutos con treinta y nueve segundos, ya nada vuelve a ser igual. Hemos caído bajo el breve hechizo de esa armonía, donde además, el sintetizador, nos extiende la sensación de soñar despiertos.

Por otra parte, también está la canción Stillness in the Air, compuesta por Popieluch, y que resulta una revelación en el sentido de su musicalidad, sobrecogedora cuando se leen a conciencia las letras. Lily, quien es el personaje a la que se refiere durante la canción, puede ser cualquier persona a la que, frente a la tormenta que se avecina, se vuelve un faro, una imagen a la cual buscamos aferrarnos. Súplica moderna, crónica de lo que viene, atemporal, demuestra que a cualquier hora, en cualquier espacio, nos mantendría suspendidos durante los cuatro minutos que dura; la imagen del álbum a la que corresponde Stillness in the Air es una representación fiel de dicha sensación.

Ambas canciones, por supuesto, no son una especie de sedante cursi, y ese es el principal mérito de Big Search, no renunciar con la melodía formada, a alumbrar la estética del dolor, que, aunque discreta, puede sentirse a lo largo de estas y otras piezas, como delgado trazo, producto de esa dialéctica ondulatoria que define las emociones humanas, entre la fragilidad y la fortaleza. Sentimos el mar de las canciones, con sus olas, quietudes y contrastes, toda vez que acostumbrados, nos percatamos que se han activado los sentidos.

Finamente, queda desear que pronto, más personas se vean envueltas por su extraordinaria música, y que Big Search tenga larga vida y siga expandiendo ese hermoso universo, al que nunca le sobrarán buenas canciones.

Letrinas: Todos los bichos del mundo

Todos los bichos del mundo

Por Jorge Orlando Correa

 

Pedro observa a la araña y la araña observa a Pedro; el par de ojos fijos ante lo que parece ser un conjunto de gotitas amontonadas. Con la mayor quietud que puede, Pedro extiende el brazo izquierdo y su dedo índice con la intención de tocar. Se encuentra en una de las esquinas del cuarto de sus padres, frente al escenario de lo que para él ha sido el espectáculo de la semana: un moscardón violáceo, cada día más cubierto de seda y ya sin dar señales de un próximo aleteo. Un par de gritos lo desconcentran; parpadea, contiene la respiración.

Sus padres, con insultos, lanzan preguntas hacia un José fuera de sí, sentado en una silla de plástico de Coca-Cola, con la cabeza recostada sobre el respaldo; la vista hacia al techo, ambos brazos inertes pendiendo a sus costados y una herida, en el centro de su cráneo, de la que manan los chorros de sangre que humedecen el cuello de su playera.

El padre descuelga su sombrero de un clavo en el centro de la puerta y dice que ahora viene, que no tarda. Sus pasos son alargados y recios, como si intentara enterrar la suela de sus botas con el siguiente. A la madre se le enrojecen las mejillas y comienza a decir cosas al aire sobre el alcoholismo, ahorrar dinero y ser un hombre de bien, Pedro, tú no vayas a ser como tu hermano, ve como está; es una vergüenza, pero esas son las pendejadas que se aprenden en la calle. Y José, noqueado aún, no puede decir nada al respecto. Pedro arruga la nariz y traga saliva; conoce a su padre y la forma en la que camina lo hace pensar que algo malo está a punto de suceder  Sí, mamá, contesta.

 

*

Después de asentar un trozo de gis sobre la rendija metálica del pizarrón, la maestra dijo, si tienen dudas, pregunten. Pedro y Cristina alzaban la vista, entrecerraban los ojos y volvían la mirada a sus cuadernos. La tarea consistía en hacer un equipo en binas y recolectar la mayor cantidad de insectos posibles, clavarlos con alfileres o tachuelas en un pliego de papel cascarón, escribir sus nombres debajo de ellos, explicar a qué clase pertenecen, las partes que los componen y de qué se alimentan. Toda la información, contestó la maestra, después de que una alumna alzara su mano para preguntar, la encuentran en las planillas que venden en Estela, volteando a ver a Cristina, porque esa era su casa y el negocio de sus padres.

             Sonó el timbre que indicaba la hora del descanso.

          Pedro y Cristina buscaron una sombra debajo de las anaranjadas hojas del almendro del patio. Compartieron sus desayunos y ambos bebieron del mismo popote del refresco embolsado de Pedro. Los demás niños del grupo pasaron frente a ellos. Uno hizo una broma, refiriéndose a Pedro y a Cristina como novios y todos se soltaron en carcajadas.

          Solos, Cristina apretó una de las manos de Pedro, como diciéndole, no importa, no hagas caso. Pedro la vio con una sonrisa contenida que Cristina pudo leer perfectamente; era como si Pedro le hubiera dicho, está bien, no te preocupes, no me ha afectado.

 

*

El padre vuelve a la casa con Bárbara, que lo primero que hace es negar con la cabeza al ver el estado de José. Otra vez, lo mismo de siempre, dice la madre, con la intención de que la doctora también se moleste con su hijo. Esto va a necesitar al menos diez puntadas, responde, mientras termina de meter su mano derecha en una de las mangas de su bata. También pide un recipiente con jabón y agua revueltos. Coloca su cuadrado y metálico maletín sobre la mesa, lo abre y de él saca la aguja con forma de anzuelo y el rollo de hilo que utilizará para hacer la costura. Frente a esta escena, el padre cierra un puño y con él se tapa la boca, su respiración aumenta, camina en círculos.

 

*

Pedro y Cristina volvieron a sus casas tomándose de las manos. En el camino quedaron de verse a las tres de la tarde en la esquina del campo, después de la comida. Del sitio acordado caminarían hasta las afueras del pueblo, para internarse en una brecha arbolada que conocían muy bien y que daba con una de las venas de Río Hondo; el espacio de pasto abierto en donde muchas veces antes han nadado y en el que han visto bichos de todos los colores.

 

*

Pedro sigue a su padre con la mirada, lo ve entrar al cuarto y casi sacar de su sitio al único cajón del pequeño mueble junto a la cama. El traqueteo de la madera y los movimientos bruscos hacen que Pedro sienta un nudo en el estómago. Y el nudo aprieta porque el padre ha encontrado su revolver; infla el pecho y acomoda el arma entre su estómago y el pantalón. Sube al coche, le dice a Pedro, antes de tronarse los huesos del cuello con un movimiento circular.

 

*

Los moscos zumbaban cerca de sus orejas, ellos reaccionaban con rápidas negaciones. El crujir de hojas secas, el trinar de grillos, al frente, a sus costados y espaldas, fueron los sonidos constantes durante todo el trayecto. Pedro sostenía una cubeta con ambas manos, Cristina picoteaba el camino con una rama, asegurándose que, al siguiente paso, no estaría una serpiente a punto de desplegar sus colmillos contra ella o Pedro. El borbotear del agua fue la señal de que estaban cerca.

 

*

El padre sostiene el volante con los brazos estirados; sus manos se enrojecen por la presión con la que aprieta. Pedro va mordiéndose los cachetes por dentro de la boca, lastimándose, pero sin sentirlo; una sensación similar al entumecimiento lo recorre de pies a cabeza. Tampoco se fija en la manera que, con pequeños movimientos de arriba abajo, sus pies tiemblan. El motor del Tsuru ruge cada vez que doblan para tomar una nueva calle. Las ruedas pasan sobre zanjas y desniveles que hacen saltar y desbalancearse al coche. Pedro tiene que apoyar sus manos contra la guantera. Quiero que me escuches muy bien, dice el padre, sin quitar la vista del camino. Entonces comienza con un sermón sobre el respeto. Le dice a Pedro que nunca en la vida permita que alguien se sobrepase con él, que perder una pelea es vergonzoso y humillante, es preferible que lloren en casa ajena que en la tuya, grábatelo muy bien. Frenan de golpe, el carro se tambalea y don Martiliano le dice a su hijo que baje, porque va aprender una gran lección.  

Caminan entre carcajadas, humo de cigarro y el tintineo de botellas ronzándose entre sí. El cantinero le dice a don Martiliano que ese no es un lugar para niños. Don Martiliano saca el arma, jala al cantinero del cuello de la camisa y le estampa el cañón en la frente.

 

*

Cristina arrancó un trozo de corteza. Nada. Probó con uno más grande y debajo de este, zigzagueaba un ciempiés de escamas rojas sobre aquella madera suave y húmeda. Levantaron rocas, buscaron entre arbustos y se tumbaron sobre el pasto para encontrar más insectos. En menos de una hora capturaron suficientes para realizar su tarea. Escarabajos de armadura tornasol. Grillos. Hormigones rojos. Mantis religiosas. Bichos palo. Cucarachones de tierra. Libélulas verdes. Cigarras.

 

*

De nuevo en el coche, se dirigen a la terminal de autobuses. El cantinero, luego de orinarse en los pantalones y suplicar, con una voz temblorosa y atragantada, no dispare, por favor, don Martiliano, confesó que las personas que golpearon a José fueron un par de soldados de un cuartel establecido en otro pueblo, y que en ese justo instante deberían estar a punto de huir.  

*

Pedro enterró un alfiler en el tórax de una mariposa de alas azules y Cristina hizo lo propio, con las patas de un grillo. Tan entretenidos realizaban aquellas pequeñas crucifixiones, que no se dieron cuenta de lo que ocurría a su alrededor.

La señora Margarita acomodaba en cajas de madera para frutas los platos y vasos de la cocina, el señor Roberto hacía lo mismo, pero con la ropa de los cajones. Todo el material de la papelería yacía en bolsas jumbo. Esa tarde, don Roberto recibió una llamada que había esperado durante medio año. Su hermano consiguió trabajo en unas oficinas de administración pública para él y para su esposa. Se irían a la ciudad al día siguiente a primera hora.

Ahí viviremos mejor, le diría su padre a Cristina, cuando dejaran atrás a las últimas casas del pueblo. Ella, con la frente apoyada contra la ventana de la estaquita, sentiría el mismo nudo en el estómago que Pedro ante la mirada de don Martiliano.

Bastó una hora para que en el papel cascarón estuvieran postrados  todos los insectos que consideraron útiles e interesantes. Se pusieron de acuerdo sobre qué bicho le tocaba explicar a cada quien. La manera en la que el caparazón del escarabajo toro crujía al ser perforado les causó estremecimiento. Jugaron piedra, papel o tijeras, para decidir quién expondría a este último. Cristina resultó ganadora.

*

Los dos sujetos llevan el cabello corto, casi al ras de cráneo. Don Martiliano se baja del coche apuntándolos con el arma; insulta y amenaza de muerte. Una parte del grupo de personas que hacen fila para la siguiente combi, se esconde a un costado de la misma. Otras caminan hacia atrás, como intentando permanecer lejos y no tener nada que ver con lo que ocurre. El administrador, un señor de bigote negro, con una cangurera abrochada a la cintura, se para a un costado de don Martiliano y le dice que se calme, porque hay señoras y niños presentes. Pedro observa cómo su papá, con los ojos inyectados de sangre,  voltea a ver al administrador el tiempo suficiente como para que el par de soldados lo embistan. El arma vuela y cae a los pies de Pedro. Don Martiliano recibe puñetazos en el rostro y patadas en sus costillas, pero insulta, reta y maldice. Pedro se agacha y toma el arma, la sostiene con sus dos manos; le pesa lo que una sandía, pero en las dimensiones de un mango. Dispara, exige el padre, mientras forcejea y es cundido a golpes; que dispare y que no sea un maricón, que por una vez en su vida, sea un hombre. Pedro deja caer el arma entre sus temblorosos pies, cierra los ojos y se da la media vuelta. Escucha quejidos e insultos, el rumor de comentarios y ahora la voz de su padre que hace eco en su cabeza:  

dispara

                dispara

dispara

dispara

Pedro se echa a correr.

 

*

La maestra anunció el turno del equipo número cuatro. Pedro miró hacia la puerta. La maestra lo llamó en un tono de voz más alto. Entonces Pedro se puso de pie y salió del salón. Luego salió de la escuela. En medio de la calle empedrada, volteó a ver a su izquierda y a su derecha. El vaho de la temperatura formaba un espectro tembloroso hacia el final de sus costados, en el horizonte.

 

*

Corre con todas sus fuerza, con las zancadas más rápidas y amplias que puede, entre ladridos y correteadas de perros. Cierra los puños y acelera el paso. Pedro corre y lo hace a una velocidad a la que nunca ha llegado. Deja atrás el campo de fútbol, las oficinas municipales, la papelería ahora cerrada, su misma casa, deja atrás la escuela, la cantina El Barril y de pronto se ve corriendo con los ojos cerrados; las lágrimas resbalan por sus mejillas y el aire las seca. Corre y se interna en la brecha arbolada a las afueras del pueblo. Corre y pisotea las hojas secas y da algunos manotazos por los moscos que le zumban al oído, hasta que comienza a escuchar el borboteo del agua. Entonces deja de correr; trota, cada vez un poco más lento, cada vez con menos fuerza, hasta que camina, con la playera empapada de sudor, el cuerpo palpitante. Siente que su pecho que se infla y desinfla sin que pueda controlarlo. Con una mano se sostiene del árbol al que Cristina arrancó trozos de corteza. Recuerda sus palabras: parece que aquí están todos los bichos del mundo. Sonríe, por un instante, pero pronto esa sonrisa desaparece al imaginar a su padre quitándose la faja del pantalón. Se deja caer sobre el pasto. Cierra los ojos. El cítrico aroma a humedad, la brisa, el chillido de aves y el trinar de grillos terminan por adormecerlo.  El sol comienza a meterse y las sombras a cubrir todo tronco, pasto y arboladura. Lucecitas amarillas, verdes y rojas aparecen y desaparecen en esta oscuridad en aumento; una se apaga y dos nuevas nacen; se multiplican por dos, por tres, por cuatro, hasta que son decenas las luciérnagas que vuelan alrededor de Pedro dormido.  

Costalazos: grandes momentos de la lucha libre

Por Irving Montero

  

Lucha Libre: Modo imperativo en segunda persona,

de uso exclusivo para enmascarados y superhéroes mexicanos.

 

La lucha libre mexicana es única en su tipo y está presente en más aspectos de nuestra vida cotidiana de los que imaginamos; este deporte-espectáculo que llena arenas cada fin de semana con aficionados de toda la vida y extranjeros curiosos nos invita a presenciar la eterna batalla entre el bien y el mal. Rudos contra técnicos, en encuentros mano a mano o en espectaculares relevos australianos, máscara contra máscara o cabellera contra cabellera, se apuesta el honor y algo más preciado para el luchador, la incógnita. Llaves y contrallaves provenientes de otras disciplinas, topes, planchas desde la tercera cuerda, mordidas, golpes en el pecho con la mano abierta (pierrotazos), patadas y tijeras en el aire son sólo algunos de los elementos que se pueden ver en cada encuentro, siempre vigilados por la mirada centinela del referí, quien hace de mediador entre los gladiadores y se encarga de realizar la cuenta de tres o descalificar a los rudos cuando despojan de la máscara a sus rivales o practican algún movimiento prohibido como el temible y famoso martinete.

En esta ocasión he recopilado algunos momentos que se encontraban en mi memoria de aficionado y escuché en las transmisiones que sigo de manera casi religiosa cada viernes en la noche, en videos de luchas históricas, en documentales y en entrevistas a luchadores de antaño; es un pequeño homenaje a mis superhéroes favoritos, a los hombres que arriba del ring pueden volar y soportar dolor como nadie más, que hacen que las arenas tiemblen, que llueva dinero desde las gradas después de una gran lucha y que encarnan, en palabras de Carlos Monsiváis, a los enemigos de Dios y a los emblemas extenuados y sudorosos del paraíso.


El Hércules tabasqueño

El 12 de febrero de 1984, en el mítico Toreo de Cuatro Caminos, “El Principe Maya” Canek logró levantar los más de 250 kilos de André El Gigante y aplicarle un poderoso crush contra la lona, llevándose así la victoria e iniciando una rivalidad que duró varios encuentros. Años después, en su regresó al país, la prensa le preguntó a André qué recordaba de México, su respuesta fue inmediata: Canek.

 

Desafiando la física

Nadie se explica cómo lo hacía pero el As Charro castigaba a su oponentes con ‘La Patada Charra’, un movimiento aplicado desde el esquinero del ring hacia afuera, cayendo más de tres metros de altura con sus 95 kilos en una pierna y pateando con la otra el pecho de su oponente. El michoacano nunca sufrió una lesión ejecutando este temerario movimiento.

 

Santo y Blue Demon contra la vida pública

El Cid cuenta que el Santo no se quitaba la máscara ni siquiera cuando entraba a la regadera del vestidor; por su parte, Blue Demon ‹‹el Manotas›› se la llevó a la tumba el 17 de diciembre del año 2000. El demonio azul fue sepultado junto con su incógnita de seda azul.


El poder de una dinastía

Dos Caras Jr. sostuvo una pelea de Artes Marciales Mixtas en 2007, su oponente fue el japonés Kengo Watanabe. El enmascarado mexicano logró la victoria luego de aplicar un front suplex impulsado por las cuerdas del ring, donde el japonés sufrió una fractura en el brazo derecho. Años atrás, su padre Dos Caras y su tío Mil Máscaras conquistaron los enlonados de la compañía All Japan Pro Wrestling formando una pareja muy dura para las estrellas japonesas de la época.


El luchador de noble corazón

Cuando debutó en el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL) "El Valiente" recibió muchas críticas por su sobrepeso pues llegó a pesar 139 kilos con apenas 1.70 cm de estatura. Se ocupó en trabajar su físico y debido a su nueva apariencia comenzaron a llamarlo “El acorazado de bolsillo”; su musculatura no disminuyó sus recursos, su habilidad era tal, que creó un movimiento aéreo bautizado como Excálibur, el cual consiste en un espectacular mortal hacia atrás parado sobre la tercera cuerda, previo impulso de la segunda con ambas piernas, todo en muy pocos segundos.


Dinamitas progresivos

Los Hermanos Dinamita (Cien Caras, Máscara Año 2000 y Universo 2000) hacían vibrar la Arena México, eran rudos montoneros y despiadados. Pocos saben que su tema musical de entrada “Touch and go” -durante su estancia en la empresa AAA- pertenece al trío británico de rock progresivo Emerson, Lake & Powell (variante, por circunstancias, de Emerson, Lake & Palmer); así, cada noche las arenas retumbaban con una extraña pero efectiva mezcla de sintetizadores, guitarras eléctricas, sillazos y poderosos martinetes aplicados por los capos de capos.


La prodigiosa noche de los villanos

Cuentan los que asistieron esa noche a la Arena México que durante el máscara contra máscara entre Blue Panther y el Villano V, hubo un relevo ilegal. Durante la primera caída el Villano V sufrió una herida en la parte posterior de la cabeza al estrellarse contra las butacas de la primera fila tras recibir un duro tope de Panther. El Villano entró al vestidor a cambiarse la máscara pero para sorpresa de muchos (incluido el referí, Rafael González El Maya) el Villano que salió por la pasarela tenía una complexión distinta y muy parecida a la de su hermano el Villano IV. Al final, Ray Mendoza Jr. desenmascaró a Panther con un toque de espaldas clásico y terminó esa añeja rivalidad dando a conocer el rostro del maestro lagunero.

Camino a Apulia: literatura de ciencia ficción en tiempos catastróficos

 
Círculo de Lectura |

En el año 2059, la Tierra se encuentra consumida por la masiva contaminación. La siembra es nula, el hambre exponencial. La población que sobrevive está agrupada en naciones custodiadas por domos que le protegen de respirar la tóxica atmósfera.

Camino a Apulia es un libro de ciencia ficción de la autora poblana Gema Mateo. La historia es narrada en primera persona por Líanet, la protagonista, quien vive en la nación de recolectores y se cuestiona si existe la posibilidad de revivir al planeta.

El libro trastoca el sentido de la humanidad cuando ésta, en su mayoría, se encuentra imposibilitada para conciliar el sueño. Todos transitan como autómatas, excepto aquellos que aún pueden soñar, conocidos como soñadores artesanales. Ellos son los únicos capaces de crear mundos y regresar a las memorias de los días verdes.

Cuando Líanet y sus amigos son descubiertos por la Maquinaria Suprema son perseguidos para imposibilitar que se sigan conectando con otros soñadores artesanales. Para sobrevivir tienen que cruzar el domo, pero sus amigos son capturados y la protagonista emprende el camino hacia Apulia, una zona deshabitada.

En la travesía que emprende, le acompaña un compañero único, pero la duda y desconfianza la inundan al no saber con certeza si encontrará a más personas. A lo largo de su camino visita otros tiempos y espacios, mundos paralelos y visiones oníricas que la impulsan a creer en ella misma.

¿Los soñadores artesanales lograrán llegar a Apulia para luchar por su anhelo de volver a contemplar la naturaleza en todo su esplendor? ¿Juntos lograrán sembrar de nuevo en el planeta?

Un libro que suscita un despertar en los sentidos, lo onírico y agradecer la importancia de las conexiones con la naturaleza y con quienes nos rodean.

Letrinas: La cascada amarilla

La cascada amarilla
Por Gema Mateo

Se encontraban, como en otros días, dispuestos en la pequeña habitación de la casa, a la luz de la tarde. Esperaban a que su papá llegara del trabajo y disfrutaran de la merienda antes de que el sol se ocultara.

Los hijos recostados boca abajo sobre el piso, armaban un rompecabezas a escala de la constelación, con los cinco planetas formidables rodeados de millones de estrellas.

El señor M llegó unos minutos antes de lo habitual, con un ligero sobresalto en su rostro que sus hijos no habían percibido antes.

– ¿Qué te ha sucedido M? – preguntó la señora G con desconcierto al ver los ojos claros de su esposo.
Los tres hijos se acercaron para escuchar con atención lo que su papá tenía que decir. El señor M les explicó que había sucedido lo que tanto temía, las pesadillas que lo habían acompañado en los últimos días se habían vuelto realidad.

Aquello que su esposa y él habían guardado tan secretamente durante la última década se había revelado y no veía otra solución más que huir.

– Nos han descubierto, me lo han dicho hoy. ¡Nos han descubierto! – gritó con espanto.

La hija nerviosa preguntó qué era aquello que habían descubierto, al igual que sus hermanos, no comprendía por qué sus padres estaban aterrorizados y ahora comenzaban a guardar sus pertenencias en cajas y maletas, a la vez que les pedían ir a sus habitaciones para hacer lo mismo.

– ¿Qué sucede? Cuéntanos, ¡en qué nos descubrieron! – replicó el hijo mayor.

Con una palpitación acelerada en el corazón, el señor M se dispuso a narrar aquel secreto que sus hijos no recordaban por ser muy pequeños. Les contó que antes de llegar a la ciudad de plata, la cual estaba cubierta por un domo de una fibra delgada de cristal, su familia vivía en las dunas amarillas.

Las diferencias eran palpables, no solo en la distancia, sino también en la forma de vida. Era una región inhabitada, carente de servicios públicos y de la reluciente plata que adornaba cada espacio de la urbe donde ahora se encontraban.

Allá no existía la tecnología, estaban en contacto directo con la naturaleza, por la noche los cinturones de estrellas alumbraban sus veladas, a lo lejos percibían el antiguo planeta, sabían que se había consumido, pero no sabían por qué. Esos astros eran sus compañeros, el silencio era brutal, pero la familia vivió en calma durante cinco años.

Su choza estaba construida con palma de hoja verde y lodo crudo, tanto en las paredes como en el techo, que los cubría de la lluvia y el frío inclemente del anochecer.

En aquel sitio, su hogar estaba rodeado por cuatro montañas de arena dorada, lisa y tibia a causa del sol despejado en el día. A pesar de vivir en aquel desierto había un oasis justo enfrente de la casa.

Una laguna verdosa con matices azulados, era profunda y se encontraba rodeada de palmeras que daban deliciosos frutos; en ella, los niños podían nadar. Sin embargo, había una particularidad en toda el área de las dunas amarillas, puesto que al lanzarse a la laguna, en algún punto se conectaba con un portal teletransportador que los hacía caer como en una cascada desde el cielo.

Los niños se divertían tanto y disfrutaban de esas conexiones que se sumergían en la laguna no tanto para nadar sino para caer desde el cielo hacia el agua.

También podían lanzar esferas doradas tomadas de la arena hacia la fosa marina y verlas caer como una cascada amarilla desde el firmamento. Las coordenadas de ese oasis y las dunas sobrepasaban las leyes del espacio-tiempo, a los infantes eso no les importaba, era inofensiva la causalidad de aquellos sucesos porque lo que más deseaban era seguir jugando hasta que se ocultara el sol.

Además de aquellos fenómenos, si se acercaban a la duna del este, bajo la palmera más frondosa, podían lanzar cualquier líquido y la gravedad no aplicaba en ese punto. Las gotas que debían caer en la arena cuando se derrama el agua, quedaban suspendidas en partículas como si fueran canicas que podían mover con sutileza.

La señora G también disfrutaba de estas transformaciones de la gravedad, el espacio y el tiempo. Su regocijo era muy particular, pues al salir por la puerta trasera de la casa caminaba 500 metros, colocaba en la dorada tierra un almuerzo preparado para su esposo y en instantes el señor M lo recogía en la duna del oeste, ello sucedía en la temporada en que salía a recolectar madera o frutas de la hectárea más fructífera.

Así gozaban del desequilibrio perfecto de las leyes planetarias, vivían exiliados de la civilización robótica en la que se habían convertido los demás y mantenían su vínculo con la naturaleza, pero no todo fue alegría.

Un lunes caluroso, ocurrió la tormenta de arena más poderosa que habían presenciado jamás, en ese momento el señor M decidió que tenían que regresar a la ciudad, además era necesario que los niños comenzaran su educación e interactuaran con otros de su misma edad.

Tras esta revelación a través de las palabras de su padre, la hija comenzó a recordar de manera vívida aquellos días de arena y partículas amarillas que flotaban en el aire. De los saltos desde el cielo y de las risas con sus hermanos al rodar por la arena aleonada.

– Ahora lo recuerdo todo, dijo con algunas lágrimas de nostalgia.

El señor M agregó que cuando llegaron a la ciudad se enteraron que los demás catalogaban aquella zona en la que vivían como un área contaminada. Puesto que no comprendían los fenómenos sobrenaturales que ocurrían ahí, las personas se concentraron en ciudades cubiertas por aquellos domos, donde la tecnología se desarrolló cada vez más y tomó el control de sus vidas mientras que el contacto con la naturaleza se censuró.

La pareja decidió que era preferible no recordar aquellos años, sus hijos siendo muy chiquitos lo olvidarían mientras continuaban su vida en la urbe de cristal, con sus edificios altos y plateados, donde todo tipo de invención con inteligencia artificial predominaba.

Todo transcurría con normalidad, pero el señor M había estado teniendo extraños sueños, o más bien pesadillas, donde un grupo de altos funcionarios descubría la existencia de mucha gente infiltrada en la ciudad, gente que había vivido en esos lugares y que era necesario eliminar.

Esa tarde en el trabajo, el señor M había escuchado las últimas noticias, aquellas zonas de dunas doradas, las cuales había en demasía en el planeta, eran zonas intoxicadas por contacto alienígena. Los terranos habían contaminado esos lugares con basura espacial y agujeros negros que no pudieron controlar, pero el planeta se había adaptado a ello.

– ¿Y eso por qué nos afecta? Ellos son los que han destruido nuestro planeta, dijo el hijo menor.

– Todo sería diferente si hasta ese punto hubiera llegado el descubrimiento, pero ahora el gobierno ha decretado que todas las personas que tuvieron algún contacto con esa zona también están infectadas. Sus cuerpos, al igual que el planeta, se han adaptado y no saben cómo reaccionarán en el futuro, así que nos quieren eliminar – concluyó el señor M ocultando su temor.

Era eso, la pesadilla se había hecho realidad y tenían que escapar. No permitiría que lastimaran a su esposa o hijos al confinarlos en cámaras de observación, haciendo experimentos con ellos para comprender las leyes alteradas de la naturaleza.

Al terminar de escuchar las últimas palabras de su esposo, la señora G tembló de nuevo de nervios y sintió un frío que recorría su espalda, así que apuró a sus hijos para guardar todo y prepararse a partir.
El señor M ya había hablado con el señor T, un viejo amigo, él los ayudaría a salir de la cuadra principal de la ciudad para llevarlos a su casa, donde desarrollaba servicios de tecnología, y se encontraba alejada de multitudes.

Su sobrino llegó con el señor T a las siete de la noche, ambos trabajaban con algoritmos de información para crear nuevos y mejores servicios que vendían a las compañías de la ciudad.

No tienen por qué temer, les dijo su sobrino. Años atrás cuando supo de su regreso a la ciudad, el joven prometió ayudarlos siempre, puesto que eran la única familia que le quedaba.

– Vamos a ir allá a la cuadra del sur, donde no hay muchos habitantes y podremos disfrutar sin que los persigan – alentó el primo.

– ¿Seguro que vamos a estar bien? – preguntó en susurro tembloroso el hermano mayor para que sus hermanitos no lo escucharan.

Tomando la mano de su hija, la señora G respiró de manera profunda, debía normalizar su respiración antes de dejar la casa. Aunque usarían los atuendos que los ayudarían a camuflarse, necesitaba controlar su exhalación.

Por fin, cubiertos con las capas que el señor M había adquirido no hace mucho tiempo, salieron por la parte de atrás y se subieron al transporte que los condujo hacia la gran casa marmoleada. Su sobrino y el señor T ganaban mucho dinero desarrollando aquellos servicios que eran aplicados por toda la ciudad, por lo que contaban con un espacio inmenso para recibir visitas.

La tercera helada cayó esa noche, la temperatura descendía y el aire rasgaba sus mejillas mientras salían del transporte que flotaba con las luces intermitentes para no llamar la atención en la calle.

Al abrir la puerta, mientras los niños corrían con su primo a una habitación llena de juegos de realidad virtual, los adultos se quedaron conversando en la sala de estar, la cual estaba flanqueada por altas columnas de mármol blanco, del mismo material del piso.

Platicaron sobre dejar en definitiva la ciudad plateada, no podían quedarse ocultos para siempre, tal vez aún tenían una oportunidad de regresar a las dunas y sentir la tibieza de la arena. La pareja invitó al señor T y a su sobrino para fugarse con ellos, pero era una jugada arriesgada.

Estaban a punto de dormir cuando escucharon las sirenas estridentes de la guardia oficial. Los vidrios retumbaban y la señora G sintió sobre sus pies cómo crujía la tierra. En sobresalto todos se reunieron en la sala y temieron lo peor, solo les quedaba esperar.

Afuera los enormes felinos moteados con dientes de sable aguardaban las indicaciones de los vigilantes para entrar a la casa y llevarse a la familia a las cámaras de observación. Rugían hambrientos de poder.

– Aguarda unos segundos más – exclamó el vigilante – mientras el moteado felino volvió a rugir con fuerza.

La hija estornudó una vez y esto hizo que su codo resbalara de la mesa de la cocina.

– Deja de fantasear tanto – dijo su mamá.

Suspiró de manera profunda y se alegró de que estuviera en su hogar, con la estufa encendida cocinando el pollo, con el agua corriendo de la llave al lavarse las manos. Poco a poco iba dejando atrás aquella opresión en el pecho.

Aquel bostezo largo donde los ojos son visitados por algunas traviesas lágrimas había hecho que la hija tuviera esa visión, donde en otro mundo los humanos habían contaminado un planeta y ahora una familia era capturada por eso.


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