Cuatro logros de la “Obediencia Perfecta” de Luis Urquiza

Por Jaime López Blanco 

Las carteleras de la República Mexicana, el pasado 1 de Mayo del presente año, estrenaron la película nacional denominada “Obediencia Perfecta”, ópera prima de Luis Urquiza, quien, a pesar de presentar hasta ahora su primer trabajo como realizador, lleva más de dos décadas dedicado a la producción audiovisual, tanto en televisión como en cine. Al respecto de la obra en cuestión me gustaría presentar a continuación lo que considero son sus mejores aciertos: 

El primer tino de la cinta de Urquiza, la cual centra su argumento en la historia de ¿amor?/abuso/subordinación entre un niño casi adolescente y el sacerdote líder de un grupo católico denominado “Los Cruzados de Cristo” -grupo en el cual se ordena el niño como seminarista- es que se aventura a tocar un tema de gran interés social y público, espinoso sí, doloroso también, pero vigente e innegable que debería invitar a la sociedad mexicana a desempolvar su memoria, quitar vendas de los ojos y crear un ente más informado y menos apático en cuanto a problemáticas sociales se refiere.

El abuso de menores, suceda en grupos de la iglesia católica, en algún sector religioso, o en cualquier ámbito privado o público, quizá es el crimen más nefasto que pueda surgir de las entrañas de los hombres y con el cual NO existen las “medias tintas” al respecto. Se desprecia y se juzga sin condescendencias al victimario. 

El segundo logro del largometraje “Obediencia perfecta” es que presenta el tema del abuso infantil sin polemizar o escandalizar. No implica escenas gráficas para transmitir su objetivo. Se tiene especial cuidado con las escenas que pudieran causar polémica debido a lo grotesco del asunto. Quizá eso podría parecer tibio a cierta gente, pero las decisiones y objetivos de los creadores deben respetarse; promover y defender la libertad de ideas y su libertad artística. El director de la película lo ha comentado en varias entrevistas, su objetivo no era el de provocar el escándalo en la iglesia católica, sino más bien de prevenir un problema en la sociedad. Una vez confesado ello con claridad, podemos comprobar que el objetivo del filme se cumple sin mayor problema. 

En tercer lugar, la película sí logra abordar una perspectiva o arista importante del asunto de la pederastia, un aspecto que se encuentra contenido desde su título: la obediencia. Se muestran los diferentes niveles de obediencia a los que se llegan, o que se fomentan o imponen, con tal de hacer creer a la víctima de abuso infantil que lo que está a punto de vivir no se puede saber, no se puede denunciar y hasta se debe permitir. Es esa imposición, sistemáticamente pensada desde la obediencia, la que crea y recrea patrones de una situación brutal como el abuso sexual. Además, la cinta plasmada añade un valor al argumento al plantear o “hacer ciertos guiños” de la complicidad de los grandes líderes de la iglesia, o de la ignorancia e insensibilidad de ciertos padres, que privilegian su fe ciega en los sacerdotes sobre el amor ciego, confianza y cuidado que deberían tener para con sus propios hijos. 

Finalmente, el cuarto acierto de “Obediencia Perfecta” viene del talento de su cuadro histriónico y de su apartado técnico. Juan Manuel Bernal (Ángel de la Cruz) carga con el peso de la cinta, encarnando a un lobo/sacerdote -con piel de oveja- que trata de controlar a su manada de seminaristas a través de los trucos más sucios pero también de las apariencias más educadas, dulces y pulcras. El reparto infantil o adolescente hace lo suyo al cumplir con las expectativas que demandan sus roles, resguardando la historia con lo correcto de sus actuaciones. 

En cuanto a la fotografía de Serguei Saldívar Tanaka, dos escenas son las que al que suscribe este texto le parecieron espectaculares. La primera ocurre cuando vemos en un casi primer plano al niño Julián (también llamado Sacramento Santos dentro de la película) observar el proceso de reproducción sexual entre dos chapulines: la sexualidad pura de la naturaleza en una de sus manos. Algo que quizá él no será capaz de vivir como se debe (de manera libre, voluntaria y bien orientada) a lo largo de su vida y de la historia de la cinta. 

Posteriormente, en otra escena, cuando el personaje de Juan Manuel Bernal recibe en su casa a Julián para que sea su ayudante más cercano y su protegido, aquel le dirige unas palabras y se muestra ante él como algo en la luz, como si fuera un ser luminoso, pero, al caminar unos metros ya sin Julián, y ver como se acomoda dicho niño en su nuevo dormitorio, la figura de Bernal se queda debajo de una sombra -provocada por una parte del techo de su casa- logrando simbolizar o reflejar, de manera visual, ese “demonio” latente que yace en las penumbras de la personalidad del sacerdote y que está a punto de explotar. 

Esas dos escenas, más el look cuasi elegante, utópico, y sospechoso a la vez, del seminario (digo sospechoso porque lo perfecto siempre me ha parecido dudoso) donde entra a estudiar Julián, nos permiten gozar de un excelente logro en la fotografía de Tanaka. 

Cuatro aciertos enmarcados en la interpretación de un cinéfilo provinciano, el cual espera abonar algo nuevo a lo que se ha dicho acerca de la ópera prima de Luis Urquiza, centrándome principalmente en la producción cinematográfica. Dejo de lado -por el momento- el análisis social del tema de la pederastia, invitando a quien lea esto, o que sepa del tópico, a que hable de ello en los grupos religiosos, en los medios de comunicación, en los foros académicos, en las instituciones de justicia y en las familias, de manera informada, respetuosa y comprometida, con la finalidad suprema de erradicar uno de los mayores cánceres actuales en nuestra sociedad, para que igualmente se prevenga y se legisle correctamente y de esta manera no seguir lamentándolo o sufriéndolo.
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