Guten Tag, Ramón: El lenguaje de la solidaridad

Cinetiketas. El cine amable, ese que te hace salir de la sala de exhibición con una sonrisa en el alma, sintiéndote bien por la historia que acabas de atestiguar.





Cinetiketas.
Por Jaime López Blanco.


El cine amable, ese que te hace salir de la sala de exhibición con una sonrisa en el alma, sintiéndote bien por la historia que acabas de atestiguar. Así es como podemos comenzar a hablar sobre "Guten Tag, Ramón" (Buen día, Ramón), coproducción México-Alemana, dirigida y escrita por Jorge Ramírez-Suárez.

Con lo compleja que es la existencia humana, muchas veces, tendemos a marcar límites o fronteras emocionales entre nosotros mismos, incluso con el vecino de al lado. Sentimos cierto miedo de ser invadidos por el prójimo. Cabe aclarar que invadir no es sinónimo de conquistar: invadir implica imposición, fuerza, un sentimiento para nada recíproco. La conquista, en cambio, requiere de espontaneidad, empatía y generosidad.

Esta última (la conquista) es la que termina por hacer Ramón, el protagonista del nuevo largometraje de Jorge Ramírez-Suárez, pero no solamente lo hace dentro del argumento de la cinta, sino también con el espectador: el personaje de Ramón permea en la audiencia por su gracia, su naturalidad, su sensibilidad y sus buenas intenciones. Esto nos habla de una más que correcta interpretación por parte del joven actor Kristyan Ferrer, que ya nos había dado muestra de su infinito talento en películas como "Días de gracia" (México, 2011).

Es imposible no sentirse conquistado por la nobleza, educación y carisma de Ramón, el mexicano que escapa de Durango para buscar mejores oportunidades de trabajo en el extranjero y, de esta forma, poder sostener económicamente a su familia. Pero Ramón nunca imaginó que su búsqueda de “chamba” fuera a extenderse hasta el viejo continente, en un país como Alemania. Mucho menos esperaba entablar una amistad fuera de lo común con Ruth (una maravillosa Ingeborg Schöner), habitante de aquel país europeo, perteneciente a la edad madura.

Esta amistad que surge entre ambos nos lleva a presenciar un nuevo tipo de lenguaje universal: el idioma de la solidaridad, ese que se escribe y habla con acciones de compasión, más no así con abstracciones estáticas que no conducen a las sociedades a nada, mucho menos a poder experimentarse y a tratarse como hermanos; el mundo de hoy se traduce en una especie de Torre de Babel sentimental, donde todos se comunican pero nadie realmente se comprende. Ramón y Ruth rompen la frontera, van más allá al ponerse en los zapatos del otro, sus caminares construyen un mejor mundo.

Entre limosnas, lecciones de baile y alguno que otro mal entendido, Ramón/Ruth o Ruth/ Ramón, irán aportando al lenguaje universal de la fraternidad su propio universo, trascendiendo las fronteras y límites de la marginación, la soledad y los sinsabores de la vida.

Ahora bien, ¿qué sucede con el otro lenguaje, ese que tiene que ver con el arte cinematográfico? Pues son tres las virtudes que distinguen a la película de Ramírez-Suárez:

1) Se desmarca del tremendismo visual; es decir, se habla del crimen organizado y la violencia que se vive en algunos sectores de nuestro país, pero se hace evadiendo la presencia gráfica de escenas de asesinatos, amenazas o intimidaciones. Esto beneficia el tono del argumento que muestra el lado amable de la migración.

2) Se opta por un cambio de escenarios. Para esta cinta, Estados Unidos deja de ser el centro del universo y surge Alemania como un personaje importante dentro de la película, ya que detrás de ese lenguaje y medio ambiente fríos, que caracterizan al país germánico, se encuentra una cálida historia de solidaridad entre dos marginados.

3) Dirección de actores de primer nivel. Ya lo había sugerido líneas atrás, pero lo vuelvo a repetir: Kristyan Ferrer se destaca por la frescura y ternura de su Ramón (si la película logra inscribirse en la próxima entrega de los Arieles, le auguro una nominación como actor protagónico a Ferrer). Su contraparte femenina, Ingeborg Schöner o Ruth, soporta y aporta mucho más a la actuación de Ferrer gracias a su compasión, solidaridad y determinación.

También los secundarios le dan mayor presencia y prestigio a la historia: Arcelia Ramírez y Adriana Barraza, del lado mexicano (interpretan, respectivamente, a la madre y abuela del protagonista); y, Rüdiger Evers (el simpático investigador musical) o Franziska Kruse (la linda cajera de la tienda donde Ramón compra sus cosas), por parte del lado alemán.

Sin embargo, la música me parece ciertamente reiterativa y, en ocasiones, hasta cursi. Respecto al final del largometraje, me parece que se hubiera optado por algo más congruente, más a tono con el agradecimiento verdadero que pudiera sentir Ramón hacia el personaje de Ruth, pero bueno, el desenlace no demerita una obra que le habla al público, un público que, al menos en la función a la que asistí, lo percibí realmente contagiado por la "chispa" de la película.

El cine amable y el lenguaje de la solidaridad, consolidados mediante el idioma del séptimo arte nacional y la lente de Ramírez-Suárez. No dudo, ni por un instante, que el buen resultado que tenga la cinta en taquilla tendrá que ver con “el boca en boca” de la gente, su mejor espectador.


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