Letrinas: Una llamada nocturna

Cuando termina el primer timbrazo siente un leve escalofrío, al segundo empieza a tomar valor y finalmente al tercero contesta.
Una llamada nocturna 
Por Julieta González Valle 

A Julieta le da mucho miedo que un teléfono suene por las noches. Cada que eso ocurre, cierra el puño derecho y pasa un poco de saliva. Si está dormida se despierta de golpe y si está despierta mira inmediatamente el teléfono. Cuando termina el primer timbrazo siente un leve escalofrío, al segundo empieza a tomar valor y finalmente al tercero contesta, pero no porque ella quiera, sino por desesperación. Nunca prende la luz, pues piensa que la oscuridad le abrazará si es que escucha todo aquello que no quiere oír. 

Antes de contestar el teléfono, justo cuando empezará el segundo timbrazo, ella toca la carcasa del mismo para darse valor y para que, cuando finalmente llegue el tercero, levante la bocina con un poco de fuerza, pues siente que un teléfono que se contesta de noche es muchísimo más pesado que uno que se contesta de día. 

Ella nunca es la primera en hablar cuando alguien llama por las noches, siempre deja que el interlocutor sea quien empiece. Cuando esto pasa, su cara no tiene expresión pues intenta contener su angustia pensando que no es nada. El contener hace que su labio forme una curiosa mueca que nadie ha visto, porque la oscuridad de las llamadas nocturnas hace que nadie vea esa mueca suya. 

A medida que el interlocutor habla su cara se relaja, al parecer estaba buscando a alguien que no vive en esa casa, solo es una falsa alarma. Ella solo dice “está equivocado” seguido de un “buenas noches”, termina la llamada. El interlocutor cuelga, pero ella se queda escuchando la línea unos segundos. 

En ese sonido monótono le regresa el alma al cuerpo. Empieza a sentir cómo la bocina en su mano izquierda, que ahora está pegada a su oreja derecha, se vuelve ligera. Ya no hay tanto peso. Da un golpecillo contundente en dicha bocina con el dedo índice y cuelga, se escucha el colgar de la bocina en medio del silencio. 

Se queda sentada unos segundos mientras piensa, mientras deja que la oscuridad le acoja un momento y finalmente regresa a la cama. 

Al estar acostada acomoda sus manos en medio de su estómago y entrelaza sus dedos como lo haría su padre cuando ya se va a dormir, mira al techo. Piensa que todo está bien y sonríe. Nada ha pasado, la vida continúa y al menos por esta noche puede celebrar que nadie esta contagiado... que nadie está muerto.
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