Primera Posición | Por Liliana Esparza |
Me encanta el aroma de los salones de
danza. Huelen a madera, a brea y a los leotardos nuevos de las bailarinas, al
piano, al pianista y las melodías que te sabes de memoria.
Huelen a los calcetines blancos y rosas
de las niñas de pre-ballet, a las zapatillas de punta Gaynor Minden recién estrenadas de las niñas de tercero, a la
diamantina de los tutús de los ensayos generales y a los diez metros de tela
rosa de las faldas para folklore.
Están impregnados del perfume de mi
maestra favorita y de la crema de manos de la que siempre me grita, del esmalte
de uñas que se usa para que las mallas no se rompan más y de los polvos de
sulfatiazol para secar las ampollas.
Tienen el aroma de las lágrimas de un
cisne que quiere volver ver a su príncipe, del sudor de veinte ratoncitos que
quieren atacar a Clara cada navidad y de la sangre de una princesa que durmió
en un sueño profundo.
Con cada inhalación se llenan mis
pulmones de las figuras perfectas que bailarines antes de mí tuvieron que
sostener hasta ya no poder más, de la desesperación de las maestras por no ver
lo que quieren y de las secuencias que olvidan los alumnos.
El aire está hecho de la desilusión de
haber ejecutado un paso a la perfección en vano porque nadie lo vio, de brazos
en primera posición y en tercera, de los suspiros enamorados que llegan al
terminar cada ejercicio y de todas las coreografías ofrecidas a la luna.
Me encanta el aroma de los salones de
danza porque tienen partículas de los sueños de las niñitas que hacen sus
primeros relevés, de la pasión de los
bailarines experimentados, de la frustración de los últimos de la clase, de los
recuerdos de todos que dan sentido a las interpretaciones y de la confianza
entre los que bailan en pareja.
Con el oxígeno se mezclan los reflejos
engañosos del espejo que no dejan comer galletas, ni tomar refresco, ni
terminar ningún alimento, la urgencia de las alumnas por abrazar a su maestra
al llegar a clase y la desilusión al saber que ya es hora de regresar a casa.
El cabello salvaje de las bailarinas de
danza polinesia y la pasión de los bailarines de flamenco llenan el ambiente de
un aire apasionado que contagia a todo el que ponga un pie en el salón.
Me encanta el aroma de los salones de
danza, porque no olvidan nunca todo lo que llevan dentro y llenan de vida al
artista con una sola inhalación.
La Autora: Enamorada del mar, amante de la danza y adicta a los helados. Sueño despierta, bailo sin darme cuenta, aprendo Ori Tahiti, uso labial rojo y estoy siempre despeinada.