"Sonido de libertad", lucro y simulación

Los insistentes sueños políticos guajiros de Verástegui me han motivado a redactar algunas líneas, quizá en un afán de contrarrestar dichos sueños.



Cinetiketas | Jaime López


Dudaba en escribir una crítica acerca de "Sonido de libertad", filme producido por el actor ganador del Oscar (venido a menos), Mel Gibson, y el mexicano Eduardo Verástegui, aspirante a la presidencia de México por la vía independiente.

Lo anterior en virtud de que no me interesaba hablar sobre una cinta que ha tenido un éxito taquillero inesperado en el mundo, pero que es engañosa y manipuladora.

No obstante, los insistentes sueños políticos guajiros de Verástegui me han motivado a redactar algunas líneas, quizá en un afán de contrarrestar dichos sueños.

Si bien la producción de la película no es mala, pues no tiene una fotografía tipo novela chafa de esas en las que aparecía el mexicano en sus inicios, echa mano de una problemática perturbadora, la trata infantil, para hacer negocio.

Eso último encuentra sustento en que, al final de cada función, el productor de "Sonido de libertad" aparecía pidiendo a las y los asistentes que compraran más boletos y se los donaran a quienes no tenían recursos extras para ir al cine.

Lo anterior iba acompañado de una lágrima falsa, que recuerda sus nefastas interpretaciones de antaño, y la frase "los niños de Dios no están a la venta".

El mismo mensaje y modus operandi se realizaba en las pantallas de Estados Unidos y Canadá, solo que ahí aparecía Jim Caviezel, protagonista del metraje, en lugar de Eduardo Verástegui.

En su momento lo expresé y ahora mantengo la misma postura: si los productores y actores de "Sonido de libertad" estaban tan interesados en difundir su mensaje contra la trata infantil, podrían hacerlo sin pedir dinero a la gente, sobre todo, cuando son creativos que tienen abundantes cuentas en el banco.

Por lo que respecta a la historia, el guion tiene un arco circular, lo que significa que inicia y concluye en la misma locación. Esto no es algo malo por sí mismo, mucho menos cuando se sabe que la idea se basa en un "héroe" de la vida real y, por tanto, se conoce su desenlace.

Si bien es cierto que el desarrollo de la premisa tiene buen ritmo, también lo es que ciertas secuencias resultan predecibles y poco creíbles.

Lo más rescatable de "Sonido de libertad" es su elenco infantil y Bill Camp, quien da vida a "El vampiro", un ser que busca redimirse por su oscuro pasado.

Lo malo es que actrices como Mira Sorvino, ganadora del Oscar, son invisibilizadas. Al final, todo se reduce a exaltar la supuesta heroicidad del hombre blanco heteronormado con valores religiosos, que escucha a "Dios" y que es capaz de salvar a las y los latinoamericanos. Un mensaje colonialista y racista.

A eso se le agrega la investigación en contra del agente en el que se basa la cinta, Tim Ballard, quien fue acusado de conducta sexual inapropiada. En resumen, este servidor no recomienda ver la película, ni siquiera por morbo.



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