Letrinas: «Secretos familiares»

Mónica Blumen. Escritora, productora, guionista, fotógrafa y montajista. Fue nominada al Premio Ariel con el cortometraje documental “13,500 Volts”.


Secretos familiares

Mónica Blumen



SI VOLVIERA A COMENZAR, NO CAMBIARÍA NADA. Es un pensamiento constante cada que abro los ojos. Es mi mantra. «No cambiaría nada. No cambiaría nada». Hasta que me penetra el mal aliento de Cecilia. Su cabello cano, cada vez más delgado. Sus entradas, cada vez más notorias. Sus dientes más viles con el paso de los años. Antes de casarnos le advertí que comer tanta azúcar es una pésima idea. Lleva treinta y seis años con estos hábitos. Lo sorprendente es que siga viva. Es delgada. Sí. Pero su piel es como un envoltorio flácido de su esqueleto. Tener sexo ya es solo un método de supervivencia, no es placer. No para mí. Esta es la promesa del matrimonio, es la agonía en vida, «juntos hasta que la muerte nos separe». De cualquier forma estoy agradecido por lo que hemos vivido. No me arrepiento de nada. No me arrepiento de mi vida. Nunca lo haré. No hay errores. Hay vida.

He tenido sueños húmedos los últimos días. Procuro despertarme y levantarme para que Cecilia no se dé cuenta. Es vergonzoso para mí quitarle la mano cuando quiere tocarme por la mañana. Y dar explicaciones. No hay nada que me haga sentir tan enojado como tener que dar explicaciones. Prefiero evitarlo. Así que vengo a mi baño. Observo revistas. Fantaseo con una chica intentando escapar de mí. Una chica llena de miedo, por mi amenazante virilidad. Me gusta observarme en el espejo. Necesito la soledad a momentos durante el día. Sé que los sesenta y siete, me sientan muy bien. Soy un hombre atractivo y no tengo problema en reconocerlo. Soy pulcro. Eso le gusta a las mujeres. No soy lo suficientemente delgado, pero un hombre sin panza es como un cielo sin estrellas. Esa frase era épica de mi padre. La llevo presente. Tampoco soy tan alto, pero nunca ha hecho falta. Tengo el cabello cano, pero no con la misma blancura que el de Cecilia. Mi cabello es uniforme y de manera sutil pareciera estar contaminado de color bronce. Mi ceja es casi imperceptible. Mis lentes sin aro, con tintura azul, me dan más carácter.

Soy un hombre exitoso. Da igual mi apariencia. Me respalda el dinero. Nada más poderoso que eso.

Hoy es viernes. Día de fiesta de disfraces. Dentro de poco llegarán mis empleados. El DJ. El sonido. Las bebidas. La mesa con bocadillos. Los disfrazados. No recordaba que debo ir por mi disfraz. Las sustancias. Estas fiestas son una locura. Tantos adolescentes juntos. Me siento el padre de todos. En mis tiempos no había fiestas así. Estábamos en casa, escuchando vinilos, bebiendo ron, platicábamos de responsabilidades. El carro nuevo. Los niños. Las esposas. El jefe. La casa. Esas pláticas no se parecen a las de hoy.

Cada vez viene más gente. Cada vez entra más dinero. Cada vez invierto en más producción. Qué bueno soy para los negocios.

Hoy no estará Mariel para ayudarme a cobrar en la entrada. Desde que le dieron el anillo la veo menos. Se la pasa con Luis. Tiene tres fines de semana que no los veo. Ya casi no duerme aquí. Me gusta que esté Mariel, porque se queda todo el tiempo en la entrada. Como una gárgola. No hay poder humano que le haga moverse de ahí. También es buena para manejar el dinero.

A Pamela no la puedo hacer que cobre. Ella es distinta. Un ratón de biblioteca. Me gusta que sea así. Es una preocupación menos. Suelo regalarle libros que no sé de qué tratan. Ya tuve que ponerle otro cuarto para ella sola. Una biblioteca. Me siento orgulloso. Hasta cierto punto me alegra que no haya heredado esta sangre sucia.

Fernanda tiene prohibido venir a las fiestas. También ir a fiestas. Tiene quince. Y está prohibido. Está estrictamente prohibido que esté en este tipo de ambiente. Su mamá y yo queremos evitarle un futuro difícil. Un embarazo. Alguna sobredosis. Problemas. No es difícil darse cuenta del temperamento de los hijos. Tiene potencial de ser intrépida. Sé muy bien, que en el primer momento que pruebe el alcohol y sienta el revoloteo mental, su vida será otra. No entiendo lo que la genética hizo con ella, empezando por su cuerpo. Es un cuerpo irresistible. Es voluptuosa. Muy desarrollada para su edad. Un escote y todos corren peligro. Debo estirar lo más que pueda el tiempo para que ella permanezca en esta mansión. No tiene idea de lo que los hombres deseamos hacer con las mujeres. Será difícil privarla de esa naturaleza, pero trataré de frenarlo lo más que pueda.

Compré flores nuevas para decorar el jardín. Las personas pagan por la experiencia. Mi mansión es lujosa. Bonita. Llena de luz cálida en todo el exterior. Un sueño en el atardecer. La alberca es grande y desnivelada. Limpia. Todo es funcional. Pero aun así, si no hay una buena experiencia, la gente cree que pierde su dinero. Pagar la entrada a una fiesta donde hay todo, es una buena oportunidad para quedarse hasta el amanecer. Después ellos invitan a más gente. Y esa gente, a más gente. Y así es como mi mansión se ha convertido en un lugar de fiestas cada fin de semana. Ese es mi objetivo. A decir verdad, es mi secreto. Divertir a tantas almas en un espacio así. Hacerlos sentirse fuera de sí. De ensueño. Recibir dinero. Llenarme de placer. Me hubieran gustado este tipo de fiestas en mi juventud.

Tocan a la puerta, debe ser el sonido.

—Buenas tardes. ¿Aquí vive el Señor Antonio? —me pregunta una chica de unos veinticinco—.

—Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

—Vengo a traerle el éter.

Volteo hacia todos lados a ver si alguien la escuchó. Salgo y la tomo por el brazo de manera abrupta. La llevo conmigo a un lado de la puerta principal.

—Señorita, ¿quién la envió? Saben que no pueden mandarme este tipo de productos así, sin avisar. Podría ser peligroso.

—Entiendo Señor Antonio. José me envió porque tuvo un viaje de emergencia y no quería quedarle mal. Yo solo podía hacerle el favor a esta hora.

Le pido un minuto. Que espere en este mismo lugar. En el punto ciego de la puerta. Debo subir por el dinero y esconder esto en mi oficina. En el pasillo viene Cecilia, como lo imaginé. Va a empezar a hacer preguntas.

—¿Amor, alguien tocó a la puerta?

—Sí, pero ya lo atendí. No es necesario que salgas. Mejor prepárame un té, hace hambre. Ya te alcanzo —le digo sin dejar de caminar—.

Escondo el éter en mi oficina. Tomo el efectivo. Voy sin hacer ruido con la misionera. Le pago y le pido que se vaya por toda la orilla del barandal. Yo distraigo a Cecilia en la cocina mientras me prepara el té. ¿Cómo se le ocurre a José enviarme a una mujer sin avisar? Necesita una advertencia de mi parte. No puede volver a pasar esto. Esa niña me vio la cara. Tiene huellas dactilares mías en su brazo. No me puedo arriesgar a nada. Absolutamente a nada.

—¿Quién era?

—Se equivocaron.

—Nadie se equivoca yendo a una mansión. Por cierto, Fernanda no quiere que vayamos hoy al hotel. Me dijo que ya está aburrida de ir a ver películas y comer pizza cada fin de semana conmigo.

—¿Y qué vas a hacer? Vete con ella a algún lado. Hoy espero una mayor cantidad de jóvenes para la fiesta. Ha ido subiendo la cantidad de gente las últimas tres semanas.

—No sé amor. No es necesario que hagas fiestas.

—No voy a dejar de hacer fiestas, Cecilia. Este es mi negocio de retiro. No voy a discutir de nuevo esto contigo.

—No necesitas el dinero. Intenta tú convencer a Fernanda. Yo nunca puedo negociar con ella.

Toco a la puerta. Fernanda está, como siempre, recostada en su cama. En calzones. Una blusa de licra de tirantes, y su laptop encima de las piernas. Escucha música con audífonos.

—¿Qué haces? —le pregunto mientras me siento junto a ella—.

—Hola papi. Estoy viendo tutoriales de maquillaje. Hoy no tengo clases.

—Muy bien. ¿Y ya sabes qué películas vas a ver hoy con tu mamá?

—No quiero ir a ver películas otra vez. ¿Por qué no puedo quedarme aquí? Te prometo que no voy a bajar.

—No es ambiente para ti. Reservaron el lugar para una fiesta de disfraces. Te vas a asustar con los que van a venir disfrazados de monstruos.

—No voy a ir hoy con mi mamá. No soy una niña chiquita. Aparte siempre se queda dormida y está bien aburrido. Vivo en una mansión. Tú has tu fiesta, no me importa —dice mientras se vuelve a poner los audífonos—.

Tocan a la puerta. Esta vez sí debe ser el sonido. Bajo y Cecilia ya los atiende. Veo que también están limpiando la piscina. Y llegaron a darle mantenimiento al jardín.

—Fernanda no quiere ir hoy.

—Te lo dije.

—Quédate con ella. Pero vas a cuidarla. No quiero que bajen durante la fiesta.

—Si amor. Como digas. Yo me encargo.

Comienza a llegar la gente. El DJ ya suena. Las luces están correctamente instaladas. El sonido distribuido de manera estratégica en el área más abierta del jardín. Las luces cálidas generan confianza. Las flores refrescan los rincones. La mesa de bebidas y bocadillos es de extensión doble en comparación a la fiesta pasada. Tengo personal suficiente este día. El cuarto oscuro está listo. Guardé un maletín con suficientes herramientas ahí. La vez pasada me quedé con ganas de explorar más cosas. Estratégicamente, están los baños enseguida. Ya se encargan del cover en la entrada. Creo que todo está por comenzar. Hoy será una buena noche. Han llegado algunas personas disfrazadas de los ochenta. Típico. También de piratas. Nada nuevo. Nunca se sabe. Me gusta que la noche me sorprenda. El DJ abre con un remix de «Lugares comunes» de Virus, los argentinos del rock elegante en los ochenta. Seguro se inspiró en los disfraces.

Voy por el disfraz a mi oficina. Nadie lo ha visto. Nadie debe saber quién soy. Antes de vestirme voy con Fernanda. No está en su cuarto. Luego voy con Cecilia. Veo que están las dos. Recargadas sobre la cama. Juegan cartas.

—Diviértanse —les digo con una sonrisa y cierro la puerta—.

Me dirijo a mi oficina. Me pongo el disfraz. Soy Scream. Sencillo. Rápido de poner y de quitar. No tan vistoso. Lo importante es mantenerme al nivel de los demás. Disfrazado, pero no con un gran disfraz.

Vengo al jardín. Una mujer se está robando las miradas. Huele a néctar. Viste un mini vestido de piel negra y brillosa. Tiene listones negros envueltos en las piernas que se desprenden de los tacones. Un antifaz y una peluca negra que llega hasta la cintura. Lo justo de su disfraz deja ver hasta el más mínimo pliegue de su piel. Es lo suficientemente hermética para imaginarla desnuda. Arrancarle de tajo ese disfraz de dominatrix. Vacío el éter solo cuando decido quién será mi dama de compañía. Ha habido ocasiones en las que no lo utilizo, porque no hay alguna que me encienda las entrañas. Pero hoy será uno de esos días ardientes en el cuarto oscuro. Nada es más emocionante que querer comerte un manjar y tener que tomarte el tiempo para quitarle la envoltura. Ella es la fruta de esta noche. Aquí es cuando voy por dos bebidas. Bastante hielo. Me alejo un poco en dirección hacia los baños. Revuelvo un poco de éter en una. Luego regreso y me acerco sutilmente a ella. Aprovecho que está en la mesa de bebidas.

—Hola. Me gusta tu disfraz —le digo modificando un poco mi voz—.

—Gracias —dice entre risas—.

Parece una joven. Voltea en diferentes direcciones. Parece que busca a alguien. Le extiendo mi mano con la bebida que contiene éter y ella la toma. La consume muy rápido. Casi de dos tragos. Pienso que es novata o que tiene mucha sed. Esto me asusta un poco. El éter le va a generar confusión y sueño en pocos minutos. Debo convencerla de movernos de aquí.

—¿Ya fuiste al cuarto secreto que tienen aquí atrás?

—Ah, sí. Sí lo conozco.

Está mintiendo. Nadie lo conoce. Me sigue el paso y vamos. Entre el andar se detiene algunas veces y se toca la cabeza. Seguro siente un mareo. Es el éter. Yo la tomo por el brazo y seguimos caminando. Entramos al cuarto. La dominatrix empieza a perder el equilibrio. Solloza casi de forma silenciosa. El sueño ha hecho de las suyas. Cierro el cuarto con llave. Escucho el bajo de fondo y el murmullo de la fiesta. Esta es mi parte favorita. Estoy tenso y eso me genera placer. Le intento quitar el vestido. Es demasiado justo. La forma más fácil es subirlo, y ya está. Tengo lubricantes que generan calor al contacto. Tengo también un par de juguetes. No serán necesarios. Está demasiado sedada. Puedo manipularla como plastilina. Así que solo la acuesto boca abajo en la mesa. Y la tomo por la cintura. Y doy todo de mí. Todo lo que tengo en mi ser. Mi ira acumulada. Mi frustración. Me desfogo entre sus piernas y pellizco con ansias su piel blanca y lisa. Sigo siendo un gran hombre a mi edad. Los ríos de sangre corren por mis venas. Por todas mis venas. Y yo me corro en ella hasta estallar. Pierdo fuerza en mis piernas y debo sentarme un momento. Luego dejar todo como estaba. Incluido el vestido de esta mujercita. Mientras tomo asiento alcanzo a ver ligeramente el perfil de su rostro. Se me quiere salir el corazón del pecho. Le quito el antifaz y es Fernanda. Es mi hija.

Le acomodo el vestido de nuevo. La siento. Guardo todo lo que tengo en el maletín y limpio con alcohol mis posibles huellas. Un nudo en la garganta comienza a incomodarme y es necesario llorar. Lleno mi vaso con éter. Lo bebo todo de un solo trago. Si volviera a comenzar lo cambiaría todo. Es lo que pienso mientras siento un frío fulminante correr por mis brazos.



Mónica Blumen (Ciudad Juárez, 1988) Egresada de la Licenciatura en Realización Cinematográfica por el Centro de Artes Audiovisuales (CAAV, 2009-2013). Actualmente, cursa la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH, 2022-2026). En el ámbito cinematográfico, se desempeña como directora de cine documental, productora, guionista, fotógrafa y montajista. Fue nominada al Premio Ariel con el cortometraje documental “13,500 Volts” (2016); seleccionada en festivales nacionales e internacionales y ganadora de diversos premios por su obra cinematográfica. En el ámbito literario, Mónica ha participado en la antología de cuentos “Raíces de obsidiana: criaturas mitológicas” y “Poemas pe(r)didos”, antología ganadora en Voces al Sol 2022. Fue asesora y editora en la escritura del guion de largometraje de ficción “La Biblia de Gaspar” (2023). Ha sido becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en 2014-15.
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